A Praia de Luz no se va por casualidad. El complejo de chalets, a apenas 6 km de Lagos y en medio del Algarve portugués, es uno de los destinos preferidos de los turistas británicos que buscan un refugio en el punto más occidental de Europa. Normalmente lo consiguen, recluírse unas semanas, relajarse y desaparecer.
Son las 20.30 horas del 3 de mayo de 2007. El matrimonio McCann sale del Ocean Beach Club, un complejo al límite del terreno urbanizable de Praia, y cierra la puerta del apartamento 5A. En el interior duermen sus tres hijos, dos gemelos de dos años y una niña de tres. Cenan con unos amigos en el bar Tapas, a menos de 100 metros, y cada veinte minutos suben al cuarto a comprobar que los pequeños siguen allí. Hasta que dejan de estar.
El reloj acaba de dar las diez de la noche cuando la madre empieza a gritar. Su hija Madeleine, una pequeña de cara redonda, sonrisa dulce y unos ojos claros que han dado la vuelta al mundo, ha desaparecido de la cama que compartía con sus hermanos. Policía, personal del resort y voluntarios se pasan toda la noche buscando a la pequeña, guardias fronterizos y aeropuertos son puestos en alerta y su cara se difunde por todas las comisarías del país. Al amanecer está oficialmente desaparecida.
Los días siguientes a la desaparición, retransmitida por todas las televisiones del mundo, supusieron un colapso de informaciones falsas, investigaciones inútiles y pruebas malinterpretadas. La policía portuguesa dijo que Madeleine posiblemente fue secuestrada, pero que todavía estaba viva y seguía en el país. De aquello han pasado 15 años, todavía con más preguntas que respuestas.
El sospechoso
Una hora antes de que Kate McCann le diese a su hija el beso de buenas noches, un joven rubio de ojos azules se apoya en una farola. Está justo al lado del Ocean Beach, el resort donde la pareja se prepara para ir a cenar, y saca un teléfono móvil. Llama, le cogen, y durante media hora mantiene una conversación con alguien. Este último es un desconocido, pero del rubio se sabe casi todo.
Se llama Christian Brueckner, tiene 29 años y hoy ha sido imputado por el secuestro de Madeleine McCann. Han tenido que pasar 15 años para que el alemán, conocido depredador sexual con múltiples condenas, haya pasado al banquillo de los acusados por el asesinato de la pequeña, dando por hecho que no sigue con vida.
Aunque estuvo en el punto de mira desde el principio, no fue hasta 2017 que las piezas del puzle empezaron a encajar. La policía portuguesa había reconocido meses antes que estaba estancada, pero el día del décimo aniversario todo cambió. Brueckner le confesó a un amigo que sabía “todo de lo ocurrido con Maddie” mientras tomaban una cerveza en un bar y en la televisión emitían un especial sobre el caso. Desde entonces, la verdad sobre Brueckner no ha dejado de ampliarse.
Ha sido condenado en varias ocasiones por tráfico de drogas, robo, pedofilia y abusos sexuales, pero su relación con el caso Madeleine no ha podido probarse todavía. Sin embargo, como poco despierta dudas, desde su sospechosa llamada de teléfono hasta la venta de su coche, un Jaguar modelo XJR 6 de 1993, con matrícula alemana, que transfirió a otra persona justo un día después de la desaparición de la niña. Dos años antes había violado a una anciana estadounidense en la misma zona.
En esos meses, Brueckner fue vinculado con otro caso sin resolver, también relacionado con la desaparición de un niño, ésta en 1996 en Aljezur, a unos 40 kilómetros de Praia da Luz. La Fiscalía de la ciudad de Braunschweig (Alemania), que le investigaba por su presunta relación con la desaparición de Maddie, asumió el pasado junio de 2020 que la pequeña está muerta y oculta en el mismo país.
Dudas y certezas
La investigación en torno a Madeleine ha corrido de 2.000 diligencias policiales, 500 búsquedas en la zona de los hechos y 12.000 páginas de proceso que, sin embargo, no han conseguido por el momento arrojar luz sobre el destino de la niña. Ha estado a punto de cerrarse en varias ocasiones, pero la salida a escena de Brueckner como sospechoso siempre ha mantenido en vilo a los agentes.
Hasta ahora, la premisa de las policías portuguesa, alemana y británica que llevan 15 años colaborando en el caso es la misma: conocemos los hechos, pero algo se perdió en el transcurso de la investigación. Las pruebas fallaron -los padres de Madeleine incluso fueron investigados como sospechosos- y la desconfianza llevó incluso a relevar al encargado del caso, el polémico Gonçalo Amaral.
Hasta la aparición de Brueckner existían dos teorías principales que no han sido descartadas todavía: o fue el entorno de la niña o se trata de una operación de pedofilia internacional. La primera hipótesis no tiene respaldo de las pruebas de ADN, que resultaron ser no concluyentes. La segunda, por su parte, es inconsistente, dado que los dos hermanos gemelos seguían en la habitación.
El lío entre autoridades también ha sido una constante en el caso. La policía portuguesa no olvida el trato que los medios británicos dispensaron a Amaral y los agentes del Algarve, de quienes se contó hasta el tiempo que tardaban en desayunar. A su vez, los portugueses señalaron a los investigadores del Reino Unido, a quienes acusaron de encubrir al matrimonio McCann y eliminar las pruebas de sus laboratorios, que apuntaban a que la niña murió esa noche en el apartamento.