Habla Alina, la madre de las niñas envenenadas en Almería: "Cristian lo hizo para hacerme daño"
Esta joven, de 23 años, lanza un mensaje a todas las mujeres que sufren violencia de género y todavía no han denunciado a su maltratador: "Cuando escuchen el primer insulto, tienen que denunciar y romper la relación porque cuando te pegan la primera vez, luego siguen haciendo lo mismo".
26 marzo, 2024 02:12Cada vez que Alina era maltratada por Ionel, su hija, Larisa, con solo dos añitos, iba a buscar a su madre para secarle las lágrimas y darle besos. "Mi hija mayor me ayudaba mucho, incluso le daba el biberón a su hermana pequeña: Elisa". Esas muestras de cariño serán imborrables en el corazón de esta joven rumana, a pesar de la atrocidad que ha cometido Ionel Cristian Rupa, al envenenar con pesticida a la propia sangre de su sangre: a sus dos hijas, Larisa y Elisa. "No puedo creerme lo que ha ocurrido, yo digo que esto parece un mal sueño, pero me paso todo el día dentro del cementerio", tal y como confiesa Alina Florentina Secui (Rumanía, 2000).
Esta joven ha sufrido el último caso de violencia vicaria de nuestro país y rompe su silencio concediendo una entrevista en exclusiva a EL ESPAÑOL por dos motivos. El primero: rendirle un homenaje a sus "queridas" hijas, Larisa, de 4 años, y Elisa, de 2 años. Y el segundo: enviar un mensaje públicamente a todas aquellas mujeres víctimas de violencia de género que todavía no han dado el paso de denunciar a su maltratador. "Ninguna mujer tiene que ser humillada", sentencia con rotundidad.
- Alina, ¿cómo se encuentra?
- No te puedo decir cómo me siento. Mi alma está destruida. No puedo mirar ni las fotos de mis hijas porque me duele hacerlo. Creo que Cristian me ha hecho esto para hacerme daño porque mi mundo entero eran mis niñas y sin ellas: mi vida no es nada. Yo he luchado mucho por ellas. Hubo días en los que yo no he comido, para que ellas no pasaran hambre.
El domingo 17 de marzo, Alina sufrió la mayor agresión que un maltratador le puede infligir a su víctima: los nombres de sus hijas, Larisa, de 4 años, y de Elisa, con solo 2 añitos, pasaron a elevar a 54 la terrible cifra de niños y niñas que han muerto por la violencia vicaria en España.
Desde que el Ministerio de Igualdad comenzó a recabar datos en 2013, cada año se produce algún caso que encoge el alma de toda la sociedad española, al conocer el cruel destino que sufrieron Ruth y José, quemados en una hoguera por el cordobés José Bretón; Anna y Olivia, asfixiadas y tiradas en una bolsa en el fondo del mar en Tenerife, a manos de su padre, Tomás Gimeno… Cada crimen es peor que el anterior.
Alina sigue residiendo en la localidad almeriense de Abla, pero aclara que se ha visto obligada a abandonar su casa porque está hundida psicológicamente y emocionalmente. "Estoy viviendo en el piso de una amiga porque no puedo quedarme en mi casa: se me viene encima cada vez que veo las cosas de mis niñas y sus juguetes. Estoy esperando a que el alcalde me encuentre un piso de alquiler para mudarme". Alina no quiere volver a pisar el inmueble que su propio maltratador le alquiló, tras dejar el centro de acogida de Granada para víctimas de violencia de género.
"Llegué a Abla hace un año", según precisa esta joven. "Las niñas le querían muchísimo, se portaba bien con ellas y no le creía capaz de hacerme esto". Primera lección que Alina quiere trasladar al resto de mujeres que se encuentren en una situación similar: Ionel Cristian Rupa, de 35 años, se ponía el disfraz de padrazo solo para seguir manteniendo el vínculo con su víctima y consiguió su objetivo. "Larisa y Elisa siempre me decían que querían estar con papi, que querían jugar con papi...".
De modo que cometió el error de aceptar el alquiler que le gestionó su maltratador, arrendando la planta de arriba de una casa en Abla: un pueblecito de 1.255 habitantes, a veinte kilómetros de la finca de Alboloduy, donde su expareja vivía cuidando las tierras y el ganado. "Ionel tenía ovejas y un perro con el que jugaban las niñas cuando estaban con su padre", recuerda esta joven, de 23 años, sin encontrar consuelo al vacío que le han dejado sus dos princesas de cabellos dorados. "También les gustaba jugar en la tierra cuando estaban con él en el campo".
- ¿Cómo conoció a Ionel Cristian Rupa?
- Alina: En el año 2018 vine a Almería para pasar dos semanas con mi padre porque era jornalero en un invernadero en Gérgal. Le dije que me pusiera a trabajar con él porque yo también quería ganar mi dinero, para poder ser independiente. El encargado de ese invernadero era Cristian y como en ese momento, yo no dominaba el castellano, empecé a hablar con él. De esa forma nos conocimos y nos hicimos amigos.
Aquellas largas jornadas de trabajo, recogiendo tomates, calabacines y pepinos, bajo el calor abrasador del invernadero, se convirtieron en el caldo de cultivo de una relación que pasó pronto de la amistad al amor. "Yo era muy chiquita y me enamoré", subraya Alina, sobre la gran diferencia de edad que mantenía con su pareja: 18 años frente a los 30 de Cristian. "Me quedé en España porque la situación en Rumanía es difícil. Llevábamos cuatro meses de novios cuando empezamos a vivir juntos en Gérgal".
La relación siempre fue muy deprisa. Tanto que Alina se quedó embarazada y sufrió un aborto espontáneo siendo una adolescente. "Él quería tener más hijos, pero yo le decía que era demasiado pronto". Y en este punto de la entrevista, llega la segunda lección que esta veinteañera quiere hacer llegar a otras víctimas potenciales: el maltratador es un 'príncipe azul' que solo aspira a pasar las 24 horas del día al lado de su víctima, evitando a toda costa que tenga su propio espacio, que desarrolle una vida social…
"Trabajábamos juntos, salíamos juntos y convivíamos: pasábamos todo el tiempo juntos", tal y como resume esta joven, natural de Focșani: la capital del distrito rumano de Vrancea que se levanta a orillas del río Milcov.
- ¿Cuándo sufrió el primer episodio de malos tratos?
- Alina: En el verano de 2018. Yo estaba jugando con Ionel y le pegué en la cara sin darme cuenta. Entonces, él se enfadó y empezó a romper todas las cosas que teníamos en casa. Me asustó mucho. Me puse a llorar y a temblar porque nunca le había visto así. Luego me pidió perdón, diciéndome que era una persona muy nerviosa. Después de aquello, me fui a Rumanía en Navidad, para ver a mi familia, y empezó a ponerse celoso.
Me preguntaba: '¿Qué hacía en Rumanía?' '¿Dónde estás?'… Me llamaba a todas horas y si no le contestaba porque a lo mejor estaba durmiendo, se enfadaba conmigo. No me creía y me decía que estaba con otro hombre. También me echaba en cara que yo subía fotos a las redes sociales para que toda la gente viese lo guapa que estaba.
Tercera lección: Alina solo era una adolescente que no le dio importancia al control tóxico que ejercía su novio sobre ella, a 3.600 kilómetros de distancia, y cuando terminó la Navidad, volvió al pueblecito almeriense de Gérgal para retomar la convivencia con Ionel. "Me quedé embarazada y el 24 de julio de 2019 tuve a Larisa". Las cosas fueron a peor en cuanto fue madre: "Ionel no quería relacionarse con la gente, solo quería que viviésemos en el campo. Estuvimos en cortijos de Gérgal y Alboloduy. Todo el tiempo me quería aislar".
- ¿Qué otras situaciones de control extremo sufrió?
- Nunca me dejó salir de España con Larisa para que mi madre conociera a mi hija. Ionel no me dejaba viajar sola, por si no volvía de Rumanía, y como necesitaba que él firmase una autorización para salir del país con la niña porque es una menor de edad, no pude viajar para ver a mi madre.
Alina recibió la primera agresión física a manos de su expareja a los tres meses de nacer Larisa. "Yo estaba en la cama, se subió encima y empezó a darme puñetazos como si fuese una almohada y solo hacía unos meses que había dado a luz". A Ionel no le importó el posparto: tenía que castigar a su pareja porque la acusaba de haberse "peleado" con unos rumanos por su culpa. "Era un paranoico".
A partir de entonces, se produjo un punto de inflexión en la relación que supone la cuarta lección que relata esta joven: una vez que el maltratador pasa de la violencia verbal a la física, el miedo a sufrir otra paliza te lleva a la sumisión total. "Siempre me intentaba llevar bien con él". Sin embargo, la excelente predisposición de Alina no evitaba que su relación se moviese en la bipolaridad. Ionel Cristian Rupa lo mismo la llamaba "basura", que la tildaba de "puta" porque enseñaba el ombligo, por ponerse una blusa para combatir las temperaturas sofocantes del verano almeriense.
"Me amenazó con matarme en el desierto de Tabernas y con echarle ácido nítrico a mi cuerpo para que no me encontrasen". Tales insultos y amenazas de muerte se intercalaban con agresiones físicas: "Una vez me cogió del cuello y me dijo que me iba a matar". Incluso le rompió el móvil para tenerla incomunicada. Pero luego todo lo arreglaba con declaraciones de amor de película: "Me decía que yo era todo su mundo".
- ¿Alguna vez intentó dejarle?
- Yo le decía todo el tiempo: 'Déjame en paz, déjame vivir tranquila, déjame seguir adelante luchando por mis niñas...'. Pensé en dejarle, pero me convencía diciéndome que me amaba mucho, que quería mucho a nuestras hijas y que no podía vivir sin nosotras. Yo era joven, solo era una niña.
Las rachas de buena convivencia en el domicilio familiar cada vez eran más cortas. "Ionel estaba tres semanas bien y una mal, después se pasaba una semana bien y cuatro semanas mal". Ni siquiera dejó de maltratar a Alina cuando se volvió a quedar en estado: "Con el embarazo de Elisa me empujaba y me hacía mucha violencia verbal". Esta veinteañera asegura que sus dos hijas han sido su mayor pilar, para no derrumbarse a lo largo de estos tormentosos años de relación sentimental con Ionel: un treintañero, callado, tímido, poco sociable y de carácter volátil.
"Mis niñas sabían mucho, las dos eran muy inteligentes". Prueba de ello es la forma que tenía de reaccionar su hija mayor, ante las vejaciones que presenciaba y que cometía su padre sobre su madre. "Cuando me ponía a llorar, Larisa venía a secarme las lágrimas, a darme abrazos y besitos y ella solo tenía dos años". Pero entendía perfectamente que su mamá necesitaba todo lo que no le daba su papá: cariño y una convivencia familiar digna. De hecho, Alina cuenta que a los malos tratos sumó otro problema: el consumo de alcohol del cabeza de familia. "Cuando Ionel venía borracho a casa, yo le tranquilizaba para que no me pegase".
La gota que colmó el vaso se produjo la noche del 24 de mayo de 2022. "Ionel vino borracho a casa y empezó a empujarme para llevarse a Larisa, pero a mí me daba miedo que fuese bebido en el coche con mi hija mayor". Durante la discusión, el cabeza de familia cogió a su pareja del brazo izquierdo y le retorció la mano para salirse con su propósito. "Le puse una denuncia en la Guardia Civil en Gérgal". Aquel episodio fue el primero que denunció esta joven y supuso la ruptura con el padre de sus hijas y su inclusión en el Sistema VioGén.
"Me quedé en un centro de emergencia en Almería". De allí la trasladaron a Granada a un piso para víctimas de violencia de género. Además, a Ionel le pusieron una pulsera para estar localizado las 24 horas y tenía la prohibición de acercarse a su expareja a menos de 500 metros. "Él decía todo el tiempo que me iba a matar y que mataría a las niñas para hacerme sufrir más. Todo eso lo dijo hace tres años y lo conté en el juzgado".
El próximo 10 de abril, Ionel Cristian Rupa tenía que enfrentarse a una vista oral, en el Juzgado de lo Penal número 2 de Almería, por el que la Fiscalía pedía una pena de prisión de un año por aquel episodio de violencia de género que había protagonizado en mayo.
- ¿Por qué motivo regresó a un pueblo próximo a su maltratador?
- En el piso de Granada yo me sentía más aterrorizada, no estaba cómoda, me traumatizaba. La directora se quejaba de que mis hijas comían mucho, no me dejaba ir a comprar leche para mi niña pequeña, no podía salir del piso, el psicólogo me hacía preguntas que no me gustaban, yo necesitaba trabajar para ahorrar dinero... La directora me dijo que me tenía que marchar porque se había acabado mi tiempo de estar en esa casa de acogida y que me iban a mandar a otro centro, pero yo no quería.
En ese momento, llamé a Cristian para que me ayudase a alquilar una casa para estar tranquila con mis niñas y buscar un trabajo. Le pedí ayuda a mi maltratador porque en España yo no tenía a nadie. No tenía otra opción. Me dijo que me mudase a Abla. A mí me pareció bien porque me aseguró que nunca me iba a molestar y que me iba a dejar tranquila con las niñas.
- ¿Cómo volvió a confiar en su expareja con semejante pasado?
- Ionel me decía muchas cosas, pero yo no le creía porque soy joven y pensaba que era la bebida la que hablaba por él.
La quinta lección del testimonio de Alina es la más dura y solo busca que no se repitan más casos de violencia vicaria en nuestro país: nunca hay que bajar la guardia con el maltratador, aunque se ponga la piel de cordero. "Yo confiaba en que su padre no les haría daño", admite.
Esta joven cuenta que al instalarse en Abla, comenzó a trabajar como jornalera y después empezó a echar una mano en la Cervecería La Esquina, dirigida por José María: un hostelero de buen corazón que estaba regularizando la situación de esta rumana en España, a través de Extranjería. Alina conoció en el bar a un cliente llamado Ismael y rehizo su vida sentimental. Todo parecía ir viento en poca, por primera vez en su vida: "Mis hijas se adaptaron bien al pueblo: les gustaba Abla".
Larisa, de 4 años, estaba matriculada en segundo de Infantil en el Colegio Joaquín Tena Sicilia: "Había hecho muchos amigos y siempre decía que amaba a todos los compañeros de su clase porque era muy cariñosa con la gente". Una cualidad que tenía en común con su hermana pequeña: Elisa. "Les gustaba mucho jugar juntas, se amaban mucho". Uno de sus juegos preferidos era el escondite o las aventuras que imaginaban con su muñeca de Minnie Mouse: la ratoncita de los dibujos de Walt Disney.
- ¿Qué más cosas recuerda de sus hijas?
- Alina: Eran la una para la otra. Cuando Elisa se despertaba y no veía a su hermana, Larisa, porque ya estaba en el colegio, me preguntaba: '¿Mami, dónde está la bebé?' Ella llamaba a su hermana mayor de esa manera. Mi hija, Larisa, por las mañanas, a veces me decía: 'Mami, quédate en la cama para que cambie yo a la bebé, le lavaba la carita y la vestía. A mi novio, Ismael, las dos le llamaban: 'El Nene'. A ninguna de ellas le gustaba irse temprano a la cama. Me solían decían: 'Mi corazón no quiere dormir'.
Durante el año que estuvo residiendo en Abla, esta joven pidió varias veces que el intercambio de las menores con su padre no se realizara a través del Punto de Encuentro Familiar, en cumplimiento con el régimen de visitas acordado en una sentencia de marzo de 2023. En concreto, Ionel tenía derecho a estar con Larisa y Elisa, cada sábado y domingo, de 12 a 18 horas. "Yo le advertía que si le dejaba a las niñas no podía beber y les preguntaba a ellas cómo se comportaba su padre, cada vez que se las dejaba los fines de semana. Y mis hijas siempre me decían: 'Papi nos ama mucho'".
Alina no quería privar a sus hijas de pasar tiempo con su padre, a pesar de que Ionel vivía como un ermitaño, en una casa de piedra, junto a un cobertizo lleno de aperos de labranza, en medio del monte en Alboloduy, y que su vida social se reducía a hacer la compra en la Venta del Pino y pillar cerveza en la gasolinera. "Bebía mucho porque él no aceptaba nuestra separación. Ionel estaba obsesionado conmigo. Creo que había entrado en una especie de depresión", tal y como reflexiona Alina. Pero en ningún momento se comportó mal con estas inocentes chiquillas de 2 y 4 años.
Así lo confirma el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía en base a los informes del Punto de Atención a la Infancia (PEF): "Los técnicos del PEF relatan que las menores mantienen un comportamiento normalizado al desvincularse de su madre, y recibir a su padre, mostrando alegría y afecto al encontrarse con él. Además, se subraya que a lo largo de la interacción paterno filial que se produce en el PEF: Ionel trata a sus hijas de forma cariñosa y proporciona los cuidados pertinentes".
De manera que Alina, a través de un escrito, el 4 de octubre de 2023, le solicitó al Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Almería que facilitase los encuentros del padre con sus dos hijas: "Cese el régimen de visitas tutelado, puesto que la relación paterno filial se ha normalizado, incluso mejorado". El problema es que el lobo iba vestido de cordero.
- ¿Qué ocurrió el fin de semana del 16 y 17 de marzo?
- Alina: Cristian me dijo que quería disfrutar más de las niñas y que se las quería quedar a dormir. El sábado, a las cinco de la tarde, vino a la entrada de Abla a recogerlas. Larisa y Elisa besaron a su padre y yo me fui a trabajar. Habíamos quedado en que me llamaría cuando yo terminase mi turno de trabajo del domingo, en la Cervecería La Esquina, para traerme a las niñas. Pero no me llamó en todo el día.
- ¿Cómo reaccionó usted al no recibir ninguna llamada?
- Me extrañó mucho y empecé a telefonearle el domingo por la noche, pero no me respondía. Como solía ir con las niñas a la montaña, pensé que no tendría cobertura. Le llamé 50 veces y no contestaba, así que contacté con su hermana [Ionela], pero tampoco respondía a sus llamadas. Me dio miedo y fui con mi novio, Ismael, y su cuñado, hasta la finca de Alboloduy donde vivía Cristian. Al llegar, su coche estaba aparcado y el cortijo no tenía luces encendidas. Comenzamos a llamar a la puerta y no contestaba nadie.
Mi novio y su cuñado tuvieron que romper la puerta porque la llave estaba puesta por dentro. Entonces, mi cuñado entró primero y empezó a gritar porque ninguna de las niñas contestaba: '¡Alina, Alina!' Al entrar, vi que los tres estaban juntos sobre un colchón tirado en el suelo. Mi hija pequeña, Elisa, estaba echando espuma por la boca. Mi niña grande, Larisa, estaba tapada con una manta junto a Cristian. Él estaba inconsciente. Tenía pulso, pero murió cuando llegaron los médicos en la ambulancia.
Un portavoz del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha confirmado que el informe preliminar de la autopsia: revela que las dos niñas y su padre murieron por "una intoxicación por pesticida". Cristian le arrebató la vida a Larisa y Elisa, a las 9.30 horas de un domingo 17 de marzo de 2024 que ya nadie podrá olvidar en todo el país. El último aliento de este maltratador tuvo lugar poco antes de las doce de la noche: optó por el suicidio porque no tuvo valor a enfrentarse a lo que se le venía encima.
- ¿Cree que mató a sus hijas porque usted pudo rehacer su vida sentimental con Ismael?
- No lo sé. Sabía que mi vida no podía seguir adelante sin mis dos niñas: Larisa y Elisa. Puede ser que lo hiciera por celos. Solo él sabe lo que tenía en la cabeza en ese momento. No sé si estaba borracho aquel día porque no me han llegado los resultados de la autopsia.
En varias ocasiones, Alina se negó a denunciar a su pareja y solicitó el levantamiento de las medidas cautelares. Hoy tiene un mensaje para todas aquellas mujeres que sufren violencia de género y todavía no han dado el paso de denunciar a su maltratador: "Cuando escuchen el primer insulto no se deben quedar en su casa, tienen que marcharse, denunciar y romper la relación porque cuando te pegan la primera vez, luego siguen haciendo lo mismo. Una mujer no tiene que aguantar ni un insulto de su pareja ni que le peguen. Una madre siempre tiene que luchar por sus hijos".