Los hosteleros se quejan por falta de personal y yo he buscado trabajo de camarera: mi experiencia
La hostelería asegura estar en uno de sus mejores momentos, pero los sindicatos critican sus condiciones. Una de nuestras periodistas busca empleo durante una semana en Madrid.
17 junio, 2024 01:26Sucedía hace unas semanas: la asociación de hosteleros de Cantabria lanzaba una convocatoria para ofrecer trabajo a los más de 7.000 demandantes de empleo de la comunidad autónoma, y acudían sólo 70. La organización del evento corría a cargo del Servicio Púbico de Empleo Estatal (SEPE), el Servicio de Empleo y la Consejería de Industria, y las tres administraciones se quedaron asombradas ante la falta de interés que suscitaba su oferta.
Por otra parte, los últimos datos de paro revelan que la hostelería y el sector servicios vuelven a ser los puntales que sobresalen en el positivo balance laboral: entre ambos han creado 220.289 nuevos empleos.
Desde la patronal defienden que hay trabajo en hostelería, y trabajo para todos. Los sindicatos no lo niegan, pero sostienen que los salarios y las condiciones están lejos de ser las ideales. ¿Qué tipo de trabajos se está ofreciendo exactamente y cuáles son sus condiciones? ¿También pueden encontrar un empleo las personas con una formación universitaria? Esta semana en EL ESPAÑOL una de nuestras periodistas ha buscado trabajo como camarera. ¿Habrá conseguido un contrato?
Rastreo de ofertas
Son las cuatro de la tarde de un martes y abro una página de oferta y demanda de empleo en internet. En un barrido rápido encuentro cuatro ofertas de trabajo y anoto sus números de teléfono. Llamo a la primera, para la que se exige tener experiencia en el sector, la documentación en regla, ganas de trabajar y disponibilidad horaria. A cambio ofrecen un buen ambiente laboral, un salario competitivo dentro del sector y la posibilidad de librar dos días seguidos en la semana. El número indicado está a nombre de un tal Cristian.
Periodista.– Llamaba por la oferta de empleo, ¿sigue en pie?
Contratante.– Sí, estoy programando pruebas para el jueves, a las 13:30, y luego hacemos una entrevista. ¿Cuál es tu nombre?
P.– María.
C.– María, ven de camisa blanca, pantalón negro y zapatillas negras. Te hago una prueba de dos horas pagadas y así te veo trabajar para luego sentarnos y hablar de las condiciones, según vea si trabajas así o asá.
P.– Claro, yo mucha experiencia no tengo, la verdad.
C.– ¿Cuánto tiempo llevas en hostelería?
P.– A ver, es que yo tengo una licenciatura y me he dedicado más a lo mío este tiempo.
C.– Vale, María. ¿Nunca has trabajado entonces?
P.– Sí, bueno, hace más de 13 años. En Londres estuve en una cafetería unos pocos meses.
Anoto la cita para trabajar en la madrileña calle de Ibiza el jueves, donde ayudaré en el servicio de comida.
Contrato a cambio de bonificación
Sigo con mi prospección, y en esta ocasión escribo a un número de WhatsApp. La anunciante busca una ayudante de camarera para la apertura de un nuevo bar en Villaverde. La persona elegida se encargará de preparar desayunos y meriendas en horario de mañana o de tarde, y es requisito imprescindible que esté apuntada como demandante de empleo. Le confirmo que así es:
Contratante.– Ok. ¿Has trabajado alguna vez en bares? ¿Te has quedado sola alguna vez o has abierto sola?
Periodista.– Sí, pero hace algunos años. Soy licenciada y he trabajado de lo mío.
C.– Ya, entiendo.
P.– Pero me vendría muy bien. ¿Es posible?
C.– ¿Cuántos años tienes?
P.– 39.
C.– Tiene que ser menor de 30.
P.– Uy, por qué.
C.– Mi gestora se encarga de eso, por eso está puesto en el anuncio.
Cuando intento inquirir por qué (aunque conozco la respuesta, pues las subvenciones que se otorgan por contratar a desempleados y menores de 30 años son jugosas para los empresarios), mi contacto ya no responde y tampoco se marca el tick azul en la conversación: me acaban de hacer ghosting laboral.
Mejor si no fumas ni bebes
La tercera llamada la hago a un pequeño bar de barrio, que ofrece empleo a camareros y camareras, siempre que tengan documentos y disponibilidad inmediata. Me indican una dirección y me piden que me pase al día siguiente por el local. Eso hago pero, cuando llego y me presento al encargado, el puesto ya está dado y la persona contratada está aprendiendo los usos y costumbres detrás de la barra. He llegado tarde por unos minutos.
Mi posible empleador se disculpa muchas veces conmigo, y se ofrece a pagarme el transporte. Lo rechazo, pero trato de averiguar si tendría alguna posibilidad, quizá más adelante:
Contratante.– Ahora mismo las cosas no están difíciles en hostelería… Y lo que es más importante: ¿tú fumas?
Periodista.– No.
C.– ¿Y bebes?
P.– Sí.
C.– ¿Alguna vez?
– Sí, bueno, alguna vez.
(Interrumpe para pedir un croissant a la plancha por walkie talkie).
C.– Si no fumas, eso da puntos. Porque los camareros cuando tienen ganas de fumar se dejan todo a medias. Y también si sabes acercarte bien a la gente y eres puntual. Si atiendes a las personas con mucho respeto, porque en la relación pública tenemos que aguantar cómo nos traten y tener paciencia. Eso es más importante que la experiencia.
Mi interlocutor se despide de mí con una sonrisa amplia y una frase: "Ojalá más adelante tenga hueco para ti, te llamaré sin duda".
Ser polivalente como requisito
Animada por sus palabras, al salir marco un cuarto número. Un tal Carlos ofrece trabajo de camarero o camarera en la zona de Sol, a jornada completa. Marco y una voz firme, pero educada, responde al otro lado:
Contratante.– Bien, tiene usted que pasarse por aquí, por la calle Mayor. Hacemos la entrevista, hablamos de las condiciones, la vemos y nos ve.
Periodista.– Estupendo. ¿A las 17 le viene bien?
C.– Sí, muy buena hora es.
Me dirijo hacia la calle Mayor y, al llegar a la altura del número indicado, descubro que estoy ante el célebre Casa Ciriaco, que fue testigo en una vida anterior –cuando era todavía almacén de vinos– del terrible atentado perpetrado por un anarquista al paso del cortejo nupcial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenmberg. Una bomba camuflada entre rosas pálidas estalló sobre la algarada, matando a 24 personas y dejando más de 100 heridos. Los Reyes resultaron ilesos.
Desde entonces hasta ahora, el local ha sido inspiración para Valle-Inclán, que la convirtió en la Cueva de Zaratustra en Luces de bohemia, o del periodista Julio Camba, que organizó aquí una tertulia que llega hasta nuestros días. El local ha cambiado de manos hasta llegar al actual encargado, Carlos Figueroa, que sale a abrirme la puerta y me conduce hasta uno de los salones del interior, donde el equipo del restaurante almuerza tardíamente. Carlos viste una camisa de la marca Spagnolo y una corbata cuajada de banderitas de España.
Contratante.– ¿Dónde ha trabajado? –me espeta en cuanto nos sentamos.
Le contesto que hace muchos años que no trabajo en hostelería y me remito a mi breve experiencia laboral en la ciudad del Big Ben. También le informo de que soy licenciada.
C.– Bueno–duda un momento–, esto es hostelería pura. Hay que saber pincear. ¿Qué es pincear?
Periodista.– Ay, no lo sé.
C.– Poner el pan con las pinzas. Hay que poner unas croquetas, saber entrar por la derecha, salir por la izquierda, llevar un rango… ¿Eso sí o no?
P.– Podría aprenderlo, supongo.
C.– Mira, esto son 40 horas a la Seguridad Social, con 30 días de vacaciones en verano y 15 en invierno. Cerramos domingo tarde y lunes tarde. Eso sería un día, más otro día libre a la semana.
A continuación, toma un papel y me indica los horarios, que son rotativos e implican unas nueve horas de jornada diaria, salvo algunas en que esta se reduce a siete y media. El sueldo es de 1.300 euros netos, que pueden llegar a ser 1.400 dependiendo "de las ganas de la persona". Carlos me advierte de la necesidad de ser polivalente:
C.– Aquí todos hacemos de todo. De hecho, me ha pillado antes barriendo aquel salón. Hay que hacer los aseos, subir cajas… De todo. Tener mucha atención, mucho respeto al cliente.
Después, me dice que no busca necesariamente a alguien con experiencia en el ramo, sino a alguien "con actitud y ganas". "Siempre se puede encauzar a la persona", añade. Y me emplaza a hacer una prueba, siempre que esté de acuerdo con las condiciones ofertadas:
C.– En el hipotético caso de que le parezcan bien, lo consulta con el marido, el novio o lo que quiera, y me llama. Yo necesito a la persona inmediatamente.
Mi prueba como camarera
Ahora tengo dos pruebas por delante, así que decido realizar primero la del bar de la calle Ibiza. Me he comprado una camisa blanca y llego con cinco minutos de retraso al local. Al atravesar la terraza para acceder al interior, observo algunos comensales que ya disfrutan del menú. Ya dentro, Cristian sale a recibirme con amabilidad. Quiere charlar un momento antes de meternos en faena:
Contratante.– Te comento. Tú eras licenciada, ¿no? ¿En qué?
Periodista.– En Periodismo.
C.– Me da por saco que estés buscando trabajo en esto, porque tienes una profesión hermosa.
P.– Sí, pero bueno...
C.– El único fomento que hay es esto, en hostelería o turismo –se lamenta, comprensivo. Y añade: –Pues, María, vamos a intentarlo a ver cómo te acoplas. Esto es como en tu casa, hay que darle cariño y estar pendiente de qué falta. Es lo que le digo siempre a los chicos.
Ante su reticencia inicial, pienso que ser periodista me va a restar puntos. Tras unos minutos más de conversación, me presenta al resto del equipo y comienzo la prueba junto a otro aspirante, que sí tiene experiencia como camarero.
Lo primero es memorizar el número de las mesas, que no está indicado en el tablero. La hilera de la izquierda comienza por la 7; la de la derecha, por la 1. Parece sencillo y lo anoto en el comandero que me han facilitado, pero durante el servicio pierdo la cuenta de la de veces que he tenido que revisar la nota para acertar con los platos.
Porque sí, mi cometido es hacer llegar los platos hasta sus comensales. Cojo una bandeja por primera vez y la transporto desde la cocina, cargada con tres platos, hasta la mesa del fondo de la terraza, atravesando un paso de peatones. Consigo llegar sin que nada se derrame -ni siquiera el salmorejo, Dios mediante-, y sirvo los platos a los clientes con una concentración digna de aspirante a la NASA. Casi estoy a punto de felicitarme internamente cuando, al girar sobre mis talones, le aporreo a una mujer mayor con la bandeja en la cabeza. Me disculpo a toda velocidad. Ella es indulgente.
El resto del servicio lo paso sacando más platos, preparando aperitivos, bajando al almacén a por viandas, aprendiendo de mis compañeros cómo se cantan las comandas y hasta cómo se cobra. Casi todos son encantadores. Casi.
Mientras –y esto me parece algo contraintuitivo–, me doy cuenta de que pienso mucho menos en mis rumias habituales que durante mi trabajo diario de periodista: estoy completamente enfocada en atinar en cada una de mis acciones. Y, aunque no genero graves destrozos, ya tengo claro que no soy la quintaesencia de la hostelería.
Pasada una hora y media, Cristian viene a charlar conmigo:
Contratante.– ¿Y contigo qué hago?
Pienso que no me va a dar el trabajo, así que me encojo de hombros y le doy las gracias por la oportunidad.
C.– Te he estado viendo y eres rápida, estás atenta y eres muy amable. Entiendes muy bien la historia, y esto va de entender. No tengo dudas de que llegarás a ser muy buena –me dice con calidez, y continúa: –Este local mira cómo está siempre, así que sí que requiere gente que esté muy cualificada, pero yo tengo otro local en Chueca, y ese local es una maravilla para trabajar y aprender. No sé cuánto vas a estar, pero yo te ofrezco trabajo en ese local si tú quieres.
Sorprendida, le agradezco sinceramente la confianza, y pasamos a hablar de condiciones. Me ofrece un contrato de diez horas diarias, justificando que con los seguros sociales los márgenes "están muy justos", con dos días libres y 1.300 euros netos. El contrato sería de prueba y, si todo va bien, pronto pasaría a ser indefinida.
C.– Además, yo encantado de que estés acá porque creo que puedes aportar cosas muy buenas. Los que nos dedicamos a esto vivimos encerrados en una burbuja, y que venga alguien fresco puede darnos otra perspectiva, y eso es algo bueno.
Agradecida, le estrecho la mano. Antes de irme, me paga dos horas de trabajo, a pesar de que sólo he estado hora y media. Me prometo a mí misma que le llamaré al día siguiente, no para aceptar el trabajo, sino para decirle que, gracias a la oportunidad que me ha brindado, he podido comprobar que sí hay trabajo en hostelería. Incluso para los que usamos las bandejas como amenazantes platillos volantes.
Termino la semana y hago balance: de cuatro trabajos a los que me he postulado sin tener experiencia en el gremio, sólo he sido rechazada de forma definitiva en uno, y ha sido por no cumplir con el requisito de la edad. Bueno es saberlo porque, aunque nunca me ha faltado trabajo, la vida es larga y, el periodismo, un desapacible páramo laboral.