Qué misterioso sigue siendo Raphael, el chico extraño de las mil vidas. Hay algo sofisticado en él, una autoridad poderosa y medio aristócrata cuando levanta el dedo para expresarse o para cantar. Parece que ordene o enseñe. También sucede algo curioso a sus años: hay un gesto en el anciano que colinda con el niño, un espíritu juguetón que le achina los ojos al reírse, una especie de dulzura antigua… Es Raphael, ¿qué voy a decirles yo? Los hay de casta y los hay de casting. Él sabe de todas las capas del alma humana, como un antropólogo y un poeta.
Empezó a cantar en pubs como La Galera, peligros noctámbulos con señoritas de alterne, y hasta perdió la virginidad con una de ellas, llamada Montse, que nunca le pasó factura: sólo le pidió que cuando se hiciera “hombre del todo”, la recordara. Y lo hace. Cuando escribió sus memorias, se lo confirmó en un capítulo: “Ya lo ves, Montse. Te recuerdo”. En un carácter tan genuino como el suyo caben todas las historias.
Le llamaron franquista (sólo por cantar en El Pardo, como otros hicieron, como todos hubieran querido en su día: lo otro era la irrelevancia), se convirtió en icono pop y LGTB, le quisieron dictar sus propias filias sexuales y se rió a carcajadas. ¡Tendrá uno las maneras que uno quiera...! ¿O no?
En una ocasión, en Sevilla, en el año 1964, desde los altos del Teatro San Fernando, alguien se puso en pie en mitad de una canción y le gritó sonoramente: "¡Hijo de puta, maricón de mierda… pero qué bueno eres!". Aún dice que es el mejor piropo que le han dedicado nunca.
Ha recorrido el mundo. Ha visto todas las cosas. Ha movido la melena allá por donde ha pasado, dejando una estela de divismo y barroquismo irrepetible. Se enamoró de Natalia Figueroa y ya van tres hijos, ocho nietos y cincuenta años de paz y lecho. Para dormir se aficionó a la bebida y vaciaba minibares a la noche, solo, después de los conciertos y hasta caer rendido, como en un cuadro de Hopper. Le trasplantaron el hígado y sobrevivió, porque Raphael es inmortal aunque Rafael no lo sea. Umbral le llamó “la expresión viva del kitsch español”. Yo creo que es un moderno incorregible… pero de los que entienden de amor. De los que cantan “¿qué tal te va sin mí?, ¿has encontrado algo mejor… o has comprendido que el amor no se improvisa?”.
Ahora, algo más cansado, con alguna dificultad para expresarse pero con la sonrisa y el tupé intactos, presenta su nuevo álbum, Ayer… aún, donde rinde homenaje a grandes artistas como Gilbert Bécaud, Charles Aznavour, Jacques Brel o la inigualable Édith Piaf. Es su reverencia a las canciones francesas de su vida. Esto es raphaelismo en vena. La vida… aún es en rosa. Y él es el último. Es el mejor de los nuestros.
He leído que desde los 23 años, usted se decidió a cumplir siempre 23. ¿Fue su mejor edad?
Todas mis edades han sido buenas. Nunca he ocultado mi edad. Tengo 81 y mira…
¿Cómo es hacerse mayor siendo un genio? ¿El genio también envejece?
Todos envejecemos, afortunadamente. El genio envejece conmigo. La alternativa es peor.
Siempre quiso ser artista. No cantante ni famoso, sino artista. ¿Qué significa eso?
El artista nace, no es posible crearlo después… al artista se le puede depurar, se le pueden quitar cosas, pero ponerlas es muy complicado. A veces tiene demasiadas facultades y conviene limarlas. Pero siempre nace, no se hace.
Dice usted que cuando acaba un show, se niega a hacer bises. ¡No es uno una vedette…!
Eso es así, un artista no debe repetir canciones ni alargar el show. ¡No es que no pueda, claro, es que no debe…! Porque cada vez que un artista canta está haciendo una cosa diferente. No es igual que la primera vez… o al menos eso es lo que me pasa a mí. Cada vez que canto es diferente porque acometo las cosas de diferente manera. Es una forma de estar vivo. Uno no camina igual todos los días, uno no come igual todos los días… pues el cantar es lo mismo.
Desde adolescente ya notaba el efecto que generaba en el público. ¿Qué sabe Raphael de la seducción? ¿Cómo ha conseguido que tantísimos hombres y mujeres a lo largo de tantísimas décadas no puedan quitar los ojos de usted?
Querida… la clave siempre está en portarte como eres, en no fingir nunca nada. La gente detecta el engaño, el artefacto. A la gente lo que le gusta es ver cómo eres. No trates nunca de mejorarte ni de empujarte. Preséntate con lo que tienes.
¿Qué sabe Raphael hoy del amor que no supiese con 18 años?
¡Ni con 18, ni con 16…! Yo no tenía ni idea de nada. Ni idea. Ahora más o menos entiendo algo, si es que se puede entender algo del amor. ¿Sabes lo que he aprendido? Que la fidelidad es una virtud muy grande.
Y muy complicada para mucha gente…
Para muchos, desde luego. A otros no nos cuesta tanto.
¿Nunca le ha costado a usted, de verdad?
Nada, nada. Porque prefiero el no hacer nada al tener que fingir.
Su matrimonio es un icono de solvencia.
Tenemos nuestras cosas, amiga, pero nos tenemos mucha admiración. Nos hablamos bonito por la mañana y por la noche. Buenos días, tal… se empieza el día con cariño y eso hace que las cosas sean más suaves. Y si durante el día te has molestado por algo, te das las buenas noches también con cariño y no te duermes enfadado. Yo creo que hay que enamorarse también de los defectos y así no te llevas sorpresas.
Ha sido usted un buen chico en el amor. Con la vida que ha tenido…
Es que no sé ser malo. No podría serlo. No sé cómo se hace eso, no conozco el camino.
Leí que tuvo una aventura con Ava Gardner.
Ay… a Ava le gustaba mucho yo… y le gustaban todos los españoles (ríe). No nos conocimos en España, sino en México, en Acapulco. No diría que fue un romance. Fuimos bastante amigos y… no sé, yo le hacía mucha gracia. Yo era jovencísimo y ella no, ella era ya muy madurita. Hicimos un viaje a México y casi nos matamos en ese avión, unas turbulencias… yo iba asustadísimo y ella durmiendo como un lirón. En fin, era fantástica. Guardo un recuerdo cariñoso. Estaba muy sorprendido de que una señora de ese tamaño se fijase en un chiquilín como yo.
La de historias que tendrá usted que no sepamos.
¿Qué no he contado yo del pasado? No tengo ningún secreto de nada, no tengo nada que ocultar, y además soy muy libre. Quizás te esperas más de lo que hay porque no ha habido cosas tan extraordinarias…
Es Raphael. Aquí todo es extraordinario.
(Ríe, meloso).
¿Qué es la felicidad?
Es un invento muy puñetero. Tienes que estar muy pendiente de que no se te escape, porque por decir cuatro chorradas, la puedes perder. Es un milagro frágil que se puede perder por meter la pata tontamente. Así que hay que tener mucho, mucho cuidado. Pero yo he sido feliz y soy muy feliz. Y eso ha sido por mi familia, que ha remado en que así fuera, y que se vuelcan en ayudarme. Siempre están. Y trabajo en lo que más me gusta y en lo que sé y tengo al público de mi parte. ¿Qué más hay? Pienso en esa pobre gente que tenga a la familia en contra… y eso debe de ser tremendo.
Es un hombre con suerte.
Sin ninguna duda lo soy.
Con estrella.
También. Pero si tengo estrella es porque me la merezco. Si he tenido tanta suerte, te reconoceré, es porque he tenido muchas oportunidades. ¡Claro! Si la vida no te da la posibilidad de demostrar las cosas… no haces nada. Pienso en todas las giras mías. Son oportunidades que me da la vida para demostrar que sigo siendo bueno y que los años no han mermado para nada mis facultades.
Yo creo que es un artista muy transgresor.
Soy, por supuesto, un rebelde. Yo digo “¿de qué se habla? ¡Me opongo totalmente!” (Ríe). Pero todo es con el afán de hacer las cosas mejor y de tener la confianza del que me está escuchando. Trato de convencer a los otros de mis teorías de las cosas…
Raphael, ¿cómo se reconoce a los hijos de puta?
¡Uy! La gente que no es buena lo lleva escrita en la cara, yo lo veo clarísimo y desde lejos, pero no se han dado cuenta todavía y siguen haciendo el ridículo. Van con un cartel: “Soy malo y voy a joderte”.
¿Cómo se desactiva a los hijos de puta?
No haciéndoles caso. Ignorándoles. La maldad es una cosa muy grande y muy obvia y si abres los ojos lo bastante la vas a distinguir. El que diga “fíjate, no sé quién me engañó…”, no, no, quien se está engañando es él mismo, porque a quien no va por el lado correcto de la vida… pues se le nota mucho.
¿Tiene enemigos?
Yo no he dado motivos, creo, para tener enemigos. ¡No soy tan importante! Los enemigos los tiene gente muy importante…
Pues más importante que usted… si no es el Papa o el rey…
(Ríe) ¿Sabes qué pasa? Que yo no hago daño a nadie. No molesto.
Tiene una relación excelente con sus hijos. ¿Cómo consiguió conciliar sin que le vieran como un padre ausente o como un divo inalcanzable?
Yo lo he hecho todo a mi manera y por eso me ha ido bien. Nunca nadie me ha asesorado y nunca me he dejado, tampoco, para nada. No quiero consejeros, no quiero nada. Todo en mi vida lo he hecho como se me ocurría en el momento. Confío en mi intuición. Creo que las cosas hay que hacerlas así, como se te ocurren, y de golpe, porque si las piensas mucho… al final te equivocas. No hay que pararse a pensar demasiado, eso es un error. Hay que vivir como a uno le nace. Eso a mí me ha dado siempre muchas alegrías. ¡Yo acierto! Soy un padre y un abuelo cariñoso, tengo una buena banda detrás. Ocho nietos. Todos de distintas edades.
¿Qué saben ellos de usted, qué le preguntan?
Me preguntan muchas cosas, pero ahora no se me ocurre. Son niños muy bien educados. Da gusto reunirse con ellos, porque además son muy divertidos.
¿Las dos Españas son Raphael y Joaquín Sabina? El día y la noche… el padre de familia y el canalla.
(Ríe) Es posible, pero somos amigos, así que de ser las dos Españas… son muy reconciliables. Hemos cantado juntos. La de ’50 años’. Ahora él va a hacer la última gira, ¿no? Bueno, ¡eso dice! A lo mejor se arrepiente. Es un buen tipo.
Usted ha tenido muchas vidas, pero sobre todo dos. La de antes del trasplante y la de después.
A mí el trasplante de hígado me cambió la vida para bien, fue un milagro… ¡y dicen que no existen los milagros! Sí existen. Yo soy testigo. Fui una persona enferma y ahora mira, más sano que una pera. Fue una prueba de fuego que salvamos con nota, con buena nota.
¿Tuvo miedo a la muerte?
Tuve terror, terror. La vi a mi lado.
¿Y ahora?
Ahora ya no pienso en ello.
¿Tiene usted psicólogo o habla con dios? ¿Con quién se confiesan los artistas?
Pues mira, yo no he ido nunca la psicólogo, jamás en mi vida, y no es que diga que no son necesarios, para nada, ¿eh? Pero depende del carácter y de la persona. Yo he tenido un psicólogo fantástico y muy claro conmigo: el espejo. Ese es tremendo, ese nunca te engaña. El que sabe mirarse, lo ve todo ahí. Yo sé mirarme. Me miro a los ojos y me veo por dentro, y me digo: “Chico, pero, ¿a dónde vas?”. Tenemos la facultad de hacerlo.
¿Cuál fue la gran noche de su vida?
Está por venir. Siempre hay que esperar… siempre hay que esperar a lo mejor.
¿Y la más difícil?
La primera, en La Zarzuela, cuando di mi primer concierto. Lo pasé mal, ¿sabes? Se me ha venido a la memoria. Cuando yo empecé en esto, estaba prohibido que la gente bailara. Bueno, no prohibido, pero que yo no quería. Tenían que sentarse para escucharme y yo por eso al principio tenía muy pocos contratos, porque la gente quería bailar… y yo dije “no, no, no, si es así yo no canto”. Una cosa es moverse así y acompañar a la música y otra cosa es bailar cada uno a lo suyo, ¿no? Pues eso parecía que no se iba a conseguir, pero se consiguió de la forma más sencilla. Yo salí a cantar ese día y la gente estaba bailando… y todos enlazados… y paré la música y como no sonaba nada, pues se quedaron mirándome a mí, que estaba en el lugar del que cantaba. Y me quedé mirándoles.
¿Fijamente?
No, fijamente no, con mucha humildad, nena. Entonces se conoce que alguno o alguna diría por ahí “éste lo que espera es que nos sentemos”… pues sí, claro, quería que se sentaran a escucharme. Y oye, lo hicieron. Yo marqué cómo quería que el público me tratase y afortunadamente… ha sido así de respetuoso hasta hoy.
¿Para qué sirve el dinero?
Pues para arreglar y arreglar… para enmendar las situaciones violentas que se plantean en la vida, que a veces sólo tienen una solución, que es comprar algo determinado. El dinero sirve para comprarte una casa o para que tus hijos vayan a un buen colegio, por ejemplo. Eso es muy importante, importantísimo.
¿Cómo hace uno para que no se le suba a la cabeza el paneque?
Digamos que es difícil, pero a mí es que no se me va a subir a la cabeza nunca nada porque soy un gran temeroso. Temeroso de perderlo todo, de que todo cambie… siempre procuro dar lo mejor de mí. No se me disparan los pajaritos con el dinero ni con el éxito.
Siempre ha optado por vivir en España, casi siempre…. Y casi siempre ha tributado aquí.
Yo he elegido vivir en España pero no por cuestiones de impuestos, sino porque he querido. Lo de pagar impuestos es simplemente mi obligación. Llevo toda mi vida llevando el nombre de España por el mundo, pero para ser un buen español no hace falta ir por la calle llevando una bandera, ¿no te parece? Ese no es mi estilo. Yo soy español y andaluz y es una cosa de nacimiento. No he tenido otra patria que no sea ésta: soy andaluz, español y europeo.
¿Le duele España?
Me duele Valencia. Es una catástrofe. El domingo cantaré para Valencia, pero es lo único que yo puedo hacer.
¿Cómo nos ve a nivel político?
Estamos en un momento de discusiones, pero yo soy muy optimista en ese sentido. Lo que tenemos que hacer los españoles es hablar y reunirnos, hablar, hablar y hablar hasta que nos arreglemos, como los niños.