Cuando en 1629 los franciscanos llegaron por primera vez a las planicies de Texas, Nuevo México y Arizona, ningún europeo había pisado todavía aquellas tierras, por lo que sus órdenes eran buscar tribus indígenas para convertirlos a la fe cristiana.
Durante sus viajes se encontraron con una tribu de indios jumanos que se acercó a ellos intrigada, pero cuando los frailes emprendieron la tarea de mostrarles qué era el cristianismo, el jefe de los indígenas les hizo saber que esas palabras ya las habían escuchado antes de boca de una mujer vestida de azul.
Se referían a María Jesús de Ágrda, sor María, una soriana que jamás salió de su convento de las Hermanas Concepcionistas, pero que, dicen, cruzó el océano Atlántico en más de 500 ocasiones para predicar a 9.000 kilómetros de su casa. Esta mujer, que evangelizó a miles de nativos americanos sin moverse de España, era conocida como la Dama Azul.
La Dama Azul
Cuanto más se internaban en aquellos páramos vírgenes los franciscanos, más tribus encontraban los frailes que afirmaban que la mujer del manto azul les había visitado y predicado en sus propias lenguas la doctrina cristiana.
Hasta que, un día, un grupo de nativos se presentó en la misión de San Antonio de la Isleta, cerca de El Paso, pidiendo a los frailes ser bautizados, contándoles que esta dama había sido quien les había sugerido presentarse a los misioneros para este rito.
Los sorprendidos franciscanos descubrieron que esta mujer se llamaba María y decidieron investigar el paradero de aquella misteriosa dama que había evangelizado a los indígenas antes que ellos. El custodio de la orden en Nuevo México, fray Alonso de Benavides, tomó bajo sus manos el asunto, comenzó a hacer averiguaciones y se trasladó a la ciudad de México para contarle al virrey tan extraño suceso.
Benavides fue enviado a España en 1630 para continuar con las pesquisas y logró identificar a la Dama Azul. Se trataba de una joven abadesa del convento de clausura de las Madres Concepcionistas en la localidad soriana de Ágreda: María Coronel y Arana, conocida más adelante como María Jesús de Ágreda.
Pero ¿cómo era posible que esa mujer hubiese sido capaz de cruzar el Atlántico? Fácil. Nunca lo hizo, sino que tenía el don de la bilocación: estar en dos lugares a la vez. María Coronel y Arana nació el 2 de abril de 1602 en Ágreda, una pequeña villa soriana. Su familia se relacionaba frecuentemente con los franciscanos de un convento que estaba a las afueras del municipio y su madre, además de tener allí a su confesor, acudía cada día a la misa de la iglesia del convento.
Durante su infancia, María fue tratada con dureza por su madre, ya que era muy tímida y reservada, lo que le hacía parecer inútil y lenta. Según ella misma decía, tenía miedo de ofender a Dios y perder su favor, lo que sumado a que sufrió varias enfermedades, la pusieron a las puertas de la muerte.
Con 13 años, su madre tuvo una revelación según la cual debían transformar su casa en un convento e ingresar en él como religiosas. Mientras, su padre y sus hermanos debían acudir a la orden de San Francisco. En 1618, la que había sido su casa, se convirtió en un convento, en el que tanto ella, como su hermana y su madre, tomaron los hábitos y se entregaron a la vida espiritual.
Interrogada por la Inquisición
Cuando en 1630 se presentó allí fray Alonso de Benavides preguntando por una tal sor María, se personó ante él una joven mujer que era la abadesa de la comunidad, a quien le expuso que, una tal María de Ágreda había estado predicando en las llanuras de Norteamérica, a más de 9.000 kilómetros de distancia.
María confirmó que, efectivamente, había sido ella, y que había visitado Nuevo México al menos en 500 ocasiones por voluntad de Dios y llevada por los ángeles. Incrédulo, Benavides escuchó cómo María describía con absoluta precisión las planicies del Nuevo Mundo, las costumbres de los indios apaches y jumanos e incluso citaba el nombre de algunos de ellos.
Tras su encuentro, el fraile escribió un documento oficial por orden del rey Felipe IV titulado Memorial de Benavides, que llegó a oidos de la Santa Inquisición, que abrió una causa contra María. Benavides le aconsejó que suavizara sus afirmaciones presentándolo más bien como un sueño que como una realidad, ya que podría considerarse una herejía, pero tras haber estado en América más de 500 veces, María no temía a nada, por lo que, en lugar de adornar su relato, se mantuvo firme.
Y aunque se prodigaron las visitas y los interrogatorios, el Santo Oficio acabó por archivar el expediente mientras su fama se extendía de tal manera que el mismo Felipe IV se personó en el convento para que la abadesa fuese su consejera.
Confidente del rey
María no sólo aceptó la petición real, sino que se convirtió en confidente del rey y consejera en asuntos de estado, ya que le guiaba no sólo sobre asuntos espirituales, sino también militares, financieros y políticos, intercambiando con el monarca una abundante correspondencia de más de 600 cartas. Además, también mantuvo correspondencia con otros personajes ilustres de su tiempo como el futuro para Clemente IX.
La aventura de María en tierras americanas fue considerada en su día un extraordinario y verídico caso de bilocación gracias al cual se aceleró sobremanera la conversión de las tribus del suroeste norteamericano y lo cierto es que, a día de hoy, se pueden encontrar numerosas pruebas en diarios y cartas de los misioneros que recorrieron aquellas tierras.
Quizá sea en el valle de San Antonio, en el Estado de Texas, donde más huella dejó María, ya que se cree que la flor oficial del Estado de color azul intenso, la "Bluebonnet" proviene de la leyenda de su última visita, durante la cual dejó sembrado un rastro de estas flores en las llanuras para que jamás la olvidaran.
Por todo ello, la leyenda de la Dama Azul se convirtió en una de las historias fundacionales del Estado de Nuevo México, provocando, el 2 de diciembre de 2008, el hermanamiento entre este Estado y Ágreda, una unión inspirada, por primera vez en la historia, en un hecho sobrenatural.
DE hecho, el 2 de diciembre de 2008, el estado de Nuevo México y la villa española de Ágreda firmaron en un acuerdo de hermanamiento. A la firma asistieron el alcalde de Ágreda junto a tres concejales: el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, el embajador de España en Estados Unidos y el arzobispo de Santa Fe.
Con la firma de este documento, Ágreda se convertía en la única ciudad del mundo hermanada con un estado que reconocía su vínculo a esta villa soriana gracias a una mujer. Había llegado el momento de formalizar una relación iniciada tres siglos atrás.
Pero ¿cómo es posible que todo este suceso ocurriera realmente? ¿Fue un milagro? ¿Cómo se explica? No lo sabemos. Uno de los mayores investigadores sobre este tema, Javier Sierra, lo intentó desentrañar en su novela La Dama Azul, pero la realidad es que a día de hoy solo sabemos lo que ella declaró en la causa abierta por la Inquisición: "Yo no sé si fue en el cuerpo o fuera de él, pero puedo asegurar que el caso sucedió en hecho de verdad".