Víctor Elías es un poco de nuestra familia desde que le vimos crecer (y desde que crecimos con él) en Los Serrano, la serie de su vida y de la nuestra, con los personajes, los enredos y las canciones que tejieron nuestra educación sentimental. Puro ADN español. Una genialidad sin tiempo. Hoy mirar a Víctor a la cara es como encontrarse con un viejo amigo o con alguien que nos hizo reír en un sueño. Somos las abuelas del pueblo que le cogen del moflete y le dicen “pero cómo has crecío, niño, pero si yo te conozco desde que eras así”, señalando con la mano la altura invisible de un enanito.
Con todo, el gran desafío de su vida ha sido ser capaz de encarnar su propia historia y de salir vivo de ella. Víctor tiene suerte y talento. Su risa es de verdad, fresquísima, grande, poderosa. Es tierno, es inteligente y hay algo cansado en su gesto. Ha sufrido el reverso tenebroso de las cosas bellas. No quiere ser una víctima y de hecho, no lo es: yo prefiero llamarle superviviente. Todo ha sido particular en él, todo ha sido genial y horrible al mismo tiempo.
Fue niño-estrella desde los seis años, siempre a vueltas entre escenarios y platós. Sus padres fueron el arpista Liberto Villagrasa y de la actriz Amelia Álvarez del Valle, prima de la reina Letizia. Ambos adictos. Él murió cuando Víctor tenía 16 y su madre falleció hace un par de años, pero mucho antes había sido adoptado por sus tíos, que entraron en su vida como ángeles blancos. Todo cambió. Tuvo una oportunidad.
Su carácter es tenaz, intenso y sacrificado para el trabajo. Hoy es un músico brillante que trabaja detrás de los focos con artistas como Pablo López, Taburete, Edurne o Coti. También ejerce de director musical de programas de televisión y de grandes eventos como las galas de cadena Dial, los Platino, los Forqué o los Ondas del Podcast.
“El tesón es fabuloso cuando eres actor desde niño y cuando quieres ser músico y te acabas abriendo paso en esa profesión tan complicada y construyes una carrera”, cuenta. Él acabó repicando los errores de sus padres. “Pero la constancia es una cagada cuando eres adicto, cuando de lo que se trata es de demostrar que eres el que más sale, el que más bebe, el que más se droga, el que más mierda de todos los tipos y colores se mete”.
Ahora se da cuenta de que su carácter compulsivo era un peligro si se mezclaba con las drogas. Lo ha pasado mal y también ha remontado gracias a tratamientos contra la adicción. Se ha enamorado. De Ana Guerra. Al principio curraron juntos y se cayeron mal, lo que a estas alturas, una vez recién casados, resulta encantador. Hace poco se casaron en una fiesta sin alcohol y llenísima de amigos. A Ana le confesó sus adicciones desde el minuto uno y ella se entregó a acompañarle a salir de ellas. Lleva 18 meses limpio. Dice Víctor que estar con Ana es como viajar en una nave a toda velocidad por el espacio: cuando estás dentro parece que no se mueve, pero sigue avanzando. Su vida ahora es una aventura plácida y alegre. Viva la suavidad.
Todo lo cuenta en Yo, sostenido. Historia de un juguete casi roto (Planeta), un libro donde vuelca su miraday sus recuerdos de la mano de Pablo Díaz Morilla. Pronto volverá a las tablas del teatro con esta misma obra, acompañado de su histórico amigo Fran Perea.
¿Qué peligros corre un niño-estrella?
El principal peligro es el de no encontrar nunca nada que te haga igual de feliz que lo que has vivido de pequeño. Los niños funcionamos por estímulos. Por suerte a mí no me pasó: tengo la música, que es mi gran lugar.
¿Son un peligro los trabajos en la tele para los niños? Pienso en los realitys como MasterChef Junior o La voz… se les angustia desde muy pronto con mucha competitividad.
Bueno, los niños compiten en todos lados. El problema no es el reality, la productora ni los padres. El problema es la sociedad, que nos coloca en distinto sitios y hace que compitamos… cuando un niño solamente está jugando. El “espero que ganes” es matador. Hay que relajarse. El niño tiene que aprobar, por supuesto, pero no tiene por qué ser el mejor de su clase. Las depresiones y estas cosas vienen de ahí: de no sentirse nunca lo suficientemente válido. No pienso que el hecho de que los niños ganen dinero sea malo: bien administrado, no. Si se hace así, ese niño lo que tiene es un futuro.
¿Por qué juguete casi roto?
Porque nunca me he roto del todo pero la sociedad está decidida a agotarnos y a decir que ya no valemos para nada, sobre todo cuando empezamos a trabajar desde muy pequeños. Me gusta mucho poner un ejemplo: un niño a veces juega durante años con un peluche con un ojito roto. ¿Quién decide que ese peluche ya no sirve?
De hecho, suele ser el peluche más querido. El que tiene una particularidad, el que ha vivido mucho con el niño, el que se ha erosionado. El distinto a los otros, a los perfectos.
Eso es (sonríe).
“Tengo miedo a ser padre y a repetir errores del pasado, hay que estar muy preparado y yo ahora mismo no lo estoy”
Tus padres se peleaban mucho y a veces creías que era tu culpa. Eran adictos al trabajo y a “otras” cosas, cuentas en el libro. Entiendo que alcohol y drogas.
Sí.
¿Cómo vive un niño las adicciones de sus padres?
Me han influido en cosas, claro. Siempre intenté no repetir sus patrones, aunque luego… he repetido algunos sin querer… pero también he intentado salir de ellos lo más rápido posible. La figura de mis tíos fue la clave total para demostrarme cuál era el otro lado de la moneda. Me dieron sus creencias, sus valores. Y eso que mis padres me habían dado también unos valores muy bonitos, ¿no? Pero mis tíos me ayudaron a afianzarlos, a entenderlos de verdad, a interiorizarlos… Mis padres, por el tipo de vida que tenían ellos, tenían más complicado hacerlos tangibles. He tenido dos familias maravillosas y muy distintas entre ellas.
¿Qué te daba cada una?
Mi madre era la pasión. Mi tía, el orden y la pulcritud.
Tu tía te dio responsabilidad.
Sí. Eso te cambia. Yo cogí el camino de en medio, tengo toda esa pasión de mi madre, soy visceral, sentimental, empatizo, intenso… pero procuro que todo eso no me lleve al fango. Ese es el punto de racionalidad de mi tía. No montar un desastre. Decir “este es mi trabajo, esta es mi vida, así quiero estar de aquí a cinco años, ¿cómo me veo?”…
¿Recuerdas algún día especialmente duro de esa infancia con tus padres adictos?
He disociado mucho. Lo estoy trabajando con mi terapeuta. Hay recuerdos que no tengo.
"He disociado mucho. Lo estoy trabajando con mi terapeuta, hay recuerdos que no tengo"
Eso me recuerda a La Mesías. Hay momentos de la serie donde los niños están expuestos a ver el consumo de drogas de su madre o sus fiestas de adultos. Es muy doloroso e incómodo.
Aún no la he visto, pero tengo ganas. La verdad es que siempre tuve la suerte de tener la parte B de mi mismo, que era el personaje de Guille en Los Serrano, y vivía muy metido ahí, en eso. Eso hizo que no me diese de bruces con la adicción de mi madre, sino que fuese sintiendo lentamente que algo estaba pasando, algo raro y feo. No estaba el 100% del tiempo en casa y eso me permitía liberarme. Esa ha sido la gran fortuna mía… y eso otros chavales que han pasado por lo mismo no lo han tenido.
Claro, tenías la familia imperfecta pero carismática de Los Serrano, amorosísima, genuina, divertida… tu gran familia de la ficción. Pero hasta que no llegaste a vivir con tus tíos, no conocías esa felicidad a nivel personal. Cuentas que te pusiste a llorar el primer día que pusiste con ellos el árbol de Navidad.
Fue ese shock, esa emoción de sentir por fin una familia unida… eso me ha marcado mucho y lo tengo cada vez más presente con la edad, con la madurez… con la familia que estoy montando yo ahora. Pero en ese momento me di cuenta de que estaba haciendo algo que pensaba que sólo existía en las películas, por así decirlo. Era un momento idílico. Te imaginas hasta el tocadiscos, las galletitas, el chocolate caliente… (ríe).
Un mundo confortable.
Sí. Sensación de hogar. Todos necesitamos eso. Y esas pelis (ríe). Pero es bonito darse cuenta de que esas cosas pasan también en la vida real, y eso pasa con todo lo demás. La vida es mejor de lo que pensamos, es más sorprendente y más bonita. Ese mensaje me gustaría darlo: las cosas de las pelis pasan también en la vida real. Siento a veces que la sociedad nos obliga como a conformarnos. Es como: “Bueno, hasta aquí”. “No, yo quiero seguir para arriba”.
A Kate Moss su madre le decía “Kate, no puedes tener siempre todo lo que quieres”. Y ella decía: “¿Por qué no?”. Me gustaba esa idea de no quedarse pensando en pequeño porque los demás nos restrinjan.
Hay que seguir apostando, aunque querer subir un escalón más en ciertas cosas siempre requería esfuerzo.
Has perdido a tus dos padres. Lo siento de corazón. A tu padre con 16, a tu madre hace dos años. ¿Les has perdonado?
Mis padres están al cien por cien perdonados. Es verdad que este libro no hubiese podido escribirlo con ellos en vida, y no porque no estuviese súper hablado con ambos, que lo estaba, sino porque es inevitable entrar a opinar sobre los recuerdos de un día o de otro… o sobre temas en concreto.
Visiones.
Sí. Claro que yo estoy contando mi parte de la historia, pero la cuento desde el perdón más absoluto. Eso me ha ayudado mucho, el perdonarles. En concreto a mi madre. Necesitaba ese espacio y esa distancia de dejar de tener problemas con ella para poder escribir.
¿Por qué en especial con ella?
Bueno, porque al final es con la que más tiempo pasé y con la que más viví su problema, que luego se convirtió en el mío. Para poder perdonar a mi madre sus adicciones tuve que vivirlas yo, tuve que caer en las drogas, y ahora sé que lo hizo lo mejor que pudo, que supo. No tengo absolutamente ninguna duda. Podía haber tomado otras decisiones pero en ese momento la vida no se lo permitió, o su cabeza, o sus enfermedades. No es fácil decidir. Yo me quedo con todo lo bueno.
¿Cómo te diste cuenta de que tu consumo no era lúdico, sino enfermizo? En Yo, adicto dicen que el adicto no es el que consume, sino el que no puede parar de consumir.
Fue cuando me di cuenta de que estaba empezando a faltar a lo que más amaba, que era la música. La música me ha salvado la vida varias veces, esa es mi adicción real. Me ha sostenido durante años. Sentí que algo no iba bien cuando empecé a traicionarla, porque para mí es como un deber moral. Y con mi madre todavía en vida, ella me decía “no vas por buen camino”.
¿Ella lo detectó rápido?
Sí, sí, claro, pero ya llevaba años diciéndome “esto no está bien que lo hagas”. Pero al final… es un método de evasión muy normalizado.
¿Qué ha sido más peligroso para ti, el alcohol o las drogas? Aunque es una redundancia, porque el alcohol también es una droga.
Para mí han sido más peligrosas las drogas, pero lo que me ha jodido la vida, por la adicción de mi madre, ha sido el alcohol. Y por mi padre.
La gente se toma el alcohol a cachondeo.
Sí, por el rollo de que es legal.
Esto es muy hipócrita, ¿no te parece?
Sí. Muchísimas ente toma dos o tres cervecitas al día o un vinito por las noches y como si no pasara nada. Y bueno, no pasa nada, pero están consumiendo una droga que a la larga destroza vidas. El alcohol destroza muchísimas más vidas que la cocaína: esto es estadística pura y dura. Pero lo que escandaliza es la coca, es como “dios mío, está consumiendo eso”.
También se perdonan los porros, es como “un porrito no pasa nada”. Bueno, pues los brotes psicóticos de los porros son bastante peligrosos. Hay adictos a todo: a la comida, al sexo, al trabajo, al deporte. En la obra lo trato mucho: la sociedad normaliza muchas cosas graves. De todos modos, esto no es un libro de autoayuda, es un libro testimonial pero evidentemente no podía dejar de contar esta parte.
¿Cómo lo recibe la gente?
Mucha gente se me acerca y me dice que le ayuda. Esto es algo que pasa mucho, es algo más normal de lo que pensamos. Hay gente que me dice al final de la función “oye, pues yo dejé de beber, porque no me sentaba bien”.
Eso contaba el otro día Jorge Javier Vázquez. Ha dejado de beber porque se ha dado cuenta de lo que le dominaba.
Total. Si empieza a no sentarte bien, déjalo, porque parece que no se puede ir a una cena y tomar agua con gas. Hay un imperativo social de beber. Sin ir más lejos, siempre quedamos “a tomar una cerveza”, no un café. Y cuando vas a comer, te dice el camarero “¿vino con casera?”. Hay un problema social. Todos ejercemos presión sobre los otros para que beban, y este país en concreto, más, porque tenemos una gastronomía que lo permite, y que es maravillosa, pero no somos conscientes del daño que nos puede hacer. Yo hablo de mi consumo de drogas, pero a mí la vida me la ha jodido el alcohol por mis padres.
¿Cómo empezó la remontada?
Pidiendo ayuda. Por suerte o por desgracia, conocía los pasos para pedir ayuda porque los había vivido cuando era pequeño. Luego es importante rendirse. Es una cosa que decimos mucho en la confraternidad en la que me recupero. En cuanto te rindes y eres consciente del problema, todo mejora con eso.
¿En qué se traduce ese rendirse?
Pues en saber que no puedes volver a tomar, que n tienes control, que el control se escapó de tus manos.
¿Puedes tomar algo de alcohol? ¿Una cerveza?
No, no, nada. No puedo tomar alcohol ni tampoco nada que altere mi consciencia, como antidepresivos. Están muy legalizados y creo que también son muy horribles.
Cuéntame.
Cualquier cosa que altere el estado de ánimo de una persona adicta es algo que a la larga puede ser perjudicial para su salud. En el momento en el que tomas algo que te altera ya no eres tú. No hay nada impuesto, claro. Hay gente en ciertos grupos que deciden dejar de tomar ciertas sustancias y se toman otras, pero la recomendación es que seas tú al 100% el 100% de tu día. Ni pastillas, ni el típico Guaraná que te puedes tomar por la mañana porque estás cansadito… las mil mierdas a las que recurrimos todo el rato.
Hasta el cafecito.
No hay que ser exagerado, yo el café me lo tomo con cafeína. Pero antes me tomaba diez con cafeína, ahora me tomo dos y paro porque ya me lo noto. Empiezas a ser consciente de tu cuerpo. Si una mañana me tomo tres, me noto muy alterado.
"Soy monárquico. Estoy bastante cómodo con el papel que ha desempeñado la monarquía en España en estos últimos años"
Has dicho algo interesante, la idea de “ser todo lo tú posible”. ¿Por qué nos da tanto miedo quedarnos con nosotros a solas o ser nosotros mismos, sin aditivos?
Es un tema tabú estar con uno mismo, pero parece que se va superando. Hay que ir al psicólogo y conocerse. Yo entiendo que antes las cosas las compartíamos más en sociedad, todo lo que nos pasaba, como cuando la gente se reunía en los patios antiguos de las casas y eso ejercía de grupo de terapia. Creo que esos grupos ahora no existen, nos hemos expandido mucho para bien y para mal.
Es difícil tener un grupo grande de amigos. Las ciudades son más grandes, las distancias son más largas, trabajas más lejos de ellos, vives en otra parte… ya no existe esta psicología de apego, y eso ahora lo cubren los psicólogos. Nadie está perfecto, eso es imposible. Pero mola hacerse cargo y no echarle en cara tu estado a alguien que te dijo algo cuando tenías ocho años. En definitiva, si cuento mi vida puedo parecer un crápula, un fiestero o un sinvergüenza, pero si no la cuento porque estoy muerto sería una víctima.
¿Cómo ha cambiado tu forma de entender el amor desde niño hasta ahora? ¿Cómo es distingue a la mujer de tu vida?
Yo creo que se distingue porque todo es fácil. Todo funciona. Te alegras de sus triunfos como si fueran tuyos. Podría meterte aquí frases de Neruda. Decirte que me gusta cuando calla porque los silencios entre los dos son cómodos. Pero es maravilloso estar callado y también sentarse a hablar con ella y tomar decisiones juntos y darte cuenta de que estáis todo el rato en el mismo punto.
Hay una cosa de admiración muy importante y de elegir todos los días que quieres estar con ella porque te hace mejor persona y porque te apasiona cómo es esa persona. La mayoría de gente, al año y medio se cansa y se pone a saltar de una pareja a otra, y hay una parte del amor real, que es pura elección real, que es frustra. A mí esto me compensa muchísimo más, merece muchísimo la pena.
¿Has pensado en ser padre? Hemos hablado mucho de la familia de origen… y pienso también en la familia creada. ¿Qué tipo de padre querrías ser?
Pues como todos los padres, supongo que querría ser el mejor, pero tengo mucho miedo a ser padre y a repetir errores del pasado. Hay una criatura que depende de ti, y esto en el fondo es una putada, me gusta empatizar con esa parte. Si le dices una mala frase al niño le jodes el resto de su vida, y a lo mejor es simplemente una broma. Hay que estar muy preparado y yo ahora mismo no lo estoy.
¿Qué has aprendido de la felicidad?
Yo creo que la felicidad es algo menos explosivo de lo que habíamos pensado o de lo que nos habían enseñado. No es la euforia, no es el hype absoluto, es la cotidianidad. Para mí la verdadera felicidad ha sido la cotidianidad. El estar a gusto, el levantarme siempre en casa, el tener ganas de estar en mi casa, de ver a mis perros, de ver a mi mujer, de estar con mi gente… la felicidad no era tirarse en paracaídas ni comerse el mundo en una noche, ni cogerte un avión e irte a Nueva York. Para mí la felicidad es estar tranquilo.
Oye, que al final no me queda más remedio que preguntarte, siendo primo de la reina… si eres monárquico o republicano.
(Ríe). Soy monárquico. Estoy bastante cómodo con el papel que ha desempeñado la monarquía en España en estos últimos años.