Son las 6:00 de la madrugada. Aún es de noche. El olor de los muffins y el café recién hecho emana del Starbucks que une la Sexta Avenida de Nueva York con la 56. Luigi Mangione, el nuevo Unabomber de Manhattan, lleva casi una hora pululando por las calles que rodean el hotel Hilton. Está nervioso. Lleva unas zapatillas negras a juego con sus pantalones y su chaqueta con capucha. "Aún falta media hora", piensa el joven de 26 años y, para hacer tiempo, entra en la cafetería. Compra una botella de agua y dos barritas energéticas, pero no tiene hambre.
Mientras espera el cambio, recuerda a la bella recepcionista de su hotel, con la que trató de ligar anoche regalándole su mejor sonrisa; también la suave brisa hawaiana del coliving de Honolulu (Hawái) en el que vivió sus últimos meses, los mismos que lleva sin ver a sus padres. Al pensar en ellos, un escalofrío le recorre su frágil espalda, y el dolor de aquella maldita operación que trató de reconducir su espondilolistesis le despierta un gemido silencioso.
En sus vértebras yacen varios clavos que tratan de corregirle la columna. Los mismos que, convertidas en balas descerrajadas a quemarropa, sueña con clavar en la espalda de Brian Thompson, el CEO de UnitedHealthcare.
"Estos parásitos se lo han buscado", se justifica mientras masca cada palabra del manifiesto que acaba de escribir de su puño y letra mientras la otra dependienta del Starbucks prepara unos cafés.
"Los Estados Unidos tienen el sistema de salud más caro del mundo, pero estamos, aproximadamente, en el puesto 42 en esperanza de vida. United es la empresa más grande del país por capitalización de mercado, sólo por detrás de Apple, Google y Walmart. Crece, crece y crece, pero no así nuestra esperanza de vida. Se han vuelto demasiado poderosos y continúan abusando de nosotros. Les hemos permitido salirse con la suya".
Le viene, de nuevo, el recuerdo de su gran referente, Ted Kaczynski, el misterioso Unabomber que aterrorizó a Estados Unidos durante más de una década con sus cartas bomba. Admira su alegato contra las tecnologías, contra la influencia de los grandes poderes; su idea de adoptar medidas extremas para amedrentar a los magnates de las big corps y llevar a la sociedad a un nuevo orden mundial.
"Cuando todas las formas de comunicación fallan, la violencia es necesaria para sobrevivir. Puede que no te gusten sus métodos, pero ver las cosas desde su perspectiva no es terrorismo, sino guerra y revolución". Son las palabras que escribió sobre el manifiesto de Kaczynski en su cuenta de Goodreads. Hoy no cambiaría ni una coma.
Tiene con el Unabomber –piensa– más cosas en común de lo que parece. Por ejemplo, su inteligencia: Mangione es, como él, un cerebrito graduado en la Ivy League, el grupo de universidades privadas más prestigioso de Estados Unidos. Proviene de una adinerada familia de Maryland: su abuelo, Nick Mangione, era un poderoso inversor inmobiliario, del cual sus padres, que tienen una fundación con un patrimonio de 4,5 millones de dólares, heredaron valiosísimas propiedades; su primo, Nino Mangione, es un político republicano miembro de la Cámara de Delegados de su estado.
Luigi fue el mejor de su promoción en el elitista Gilman School de Baltimore. En 2020 se graduó en la Universidad de Pensilvania, Penn, donde terminó un máster en Ciencias de la Computación. "Unidos por la amistad, sostenidos por el honor, guiados por la verdad". Ese lema, que tan bien aprendió durante sus años en la hermandad Phi Kappa Psi, hoy le parece una estupidez. "El progreso de la tecnología está erosionando la libertad humana". La frase, escrita por su Maestro, le consuela más. El delirio paranoide ha poseído al ingeniero Mangione; lo ha convertido en el Unabomber Mangione.
Sumido en ese tornasol de pensamientos inconexos, enfermizos, obsesivos, Luigi recoge su cambio y se lanza de vuelta a la calle. El primer tráfico de la mañana indica el lento despertar de Manhattan. El termómetro marca 2 grados. El vaho de su respiración se condensa bajo el cuello térmico que le cubre el rostro. "Es hora de aplastar a esos parásitos".
El joven cruza la avenida 56 y se dirige hacia la 54, frente al hotel New York Hilton Midtown, donde dentro de unos minutos comenzará una reunión de inversores de UnitedHealth Group, la matriz de la compañía de seguros médicos UnitedHealthcare, una de las más poderosas del país. Son las 6:40 de la mañana.
El sol está a punto de salir, pero ni rastro de su objetivo. Saca de su mochila una pistola fantasma negra, de esas mismas que pueden ensamblarse mediante impresoras 3D leyendo tutoriales colgados en la deep web y que son indetectables hasta en los aeropuertos. Reza por que las balas de 9 milímetros, que ha tallado una a una con mensajes, funcionen correctamente. No puede fracasar.
Mira a su derecha. Un hombre con un traje azul se acerca. Viene solo. "Es él", piensa, nervioso, sabedor de que ya no hay marcha atrás. Brian Thompson, ensimismado en sus pensamientos, se cruza con el pistolero sin percatarse del peligro. Le da la espalda al tirador. Luigi se pone tras él. Agarra el mango del arma con las dos manos y las levanta.
Brian, el padre de familia
Los zapatos de Brian Thompson taconean sobre el prístino mármol pulido del hall del The Luxury Collection Hotel Manhattan Midtown, el hotel Marriott en el que ha pasado la noche. Mira el Panerai que lleva en la muñeca. Las 6:30. Aún queda una hora y media para que comience la reunión de inversores que se celebra en el Hilton que cruza la avenida.
Saluda con la mirada al botones mientras recuerda su casa de Maple Grove, en Minnesota, donde vive separado de su esposa, Paulette Reveiz, desde hace más de un año. A pesar de todo, está feliz. Su hijo de 19 años ya está en la universidad y, al pequeño, de 16, no le queda nada para ingresar en la élite estudiantil de Estados Unidos y seguir sus pasos. Cuando vuelva a casa, lo primero que hará será llevarlos otra vez a jugar al golf, uno de sus hobbies compartidos.
De vez en cuando aún se sorprende a sí mismo al ver cómo ha cambiado su vida con 50 años. Al fin y al cabo, él proviene de una familia humilde de Jewell, Iowa. Su madre era esteticista y su padre trabajaba en un granero. Creció curtiéndose las manos en la granja de su familia, criando pavos y cerdos y desbrozando los campos. Escapó de la vida humilde gracias a ser un estudiante aplicado y a graduarse como mejor alumno en secundaria. Después, se licenció en Administración de empresas en la Universidad de Iowa, donde conoció a Paulette, y se especializó en contabilidad.
Se graduó en 1997 y, cuatro años después, inició su andadura en UnitedHealthcare. Durante 20 años, fue escalando poco a poco en la empresa, algo de lo que se siente orgulloso. "Nadie me ha regalado nada", se dice con una media sonrisa. Entró trabajando como contable y pronto lo hicieron director financiero (CFO) de la división Medicare & Retirement, donde se enfocó en mejorar la rentabilidad de los programas destinados a adultos mayores y en gestionar los recursos de forma eficiente. Bajo su supervisión, la división se convirtió en una de las más rentables y de mayor crecimiento de la compañía.
Expandir y rentabilizar los programas de Medicare y Medicaid le abrió las puertas a que, en 2021, lo nombrasen CEO. Una responsabilidad que jamás imaginó ostentar. Aquel chico de campo hijo de una familia humilde hoy goza de un patrimonio de 40 millones de dólares y un salario base de 1 millón al año. "El sueño americano".
Pero un mal augurio le recorre el espinazo al recordar aquel informe del Senado en el que se acusaba a UnitedHealthcare de negarse a pagar los cuidados de los ancianos que sufrían derrames o caídas, y en el que se señalaba que la tasa de denegación de asistencia posaguda a clientes de la línea Medicare Advantage subió de un 10,9% en 2020 a un 22,7% en 2022. Bajo su dirección. Le preocupan las sucesivas amenazas que ha recibido y le pesa el doble rasero moral de algunas de las decisiones que ha tomado su compañía.
En la calle hace frío y aún es de noche. Una brisa hace ondear suavemente las dos gigantescas banderas de Estados Unidos que presiden la fachada del lujoso Marriott. No lleva chaqueta porque tan sólo tiene que caminar tres minutos hasta el Hilton. Cruza el paso de peatones a paso ligero, dispuesto a entrar en calor con un café bien cargado en la cafetería del otro hotel. Revisa mentalmente las cifras con las que seducirá a los inversores, masca por última vez su discurso, mira de reojo a un joven encapuchado del que pasa de largo y vuelve los ojos hacia su reloj. Son las 6:44.
Ya está frente a la puerta del hotel cuando a sus espaldas, de pronto, escucha un estallido sordo. Le sigue un dolor indescriptible. Se tambalea hasta apoyarse contra la pared. "¿Pero qué...?". Un chaval con la mirada perdida lo encañona con una pistola. Este vuelve a disparar, pero la bala no sale. Lo intenta otra vez mientras se acerca, rápido, y esta vez el tiro es certero. Le perfora. Brian cae al suelo, herido de muerte. El chaval huye a toda prisa.
Mientras la conciencia se sume en la tiniebla, escucha las sirenas de los coches de la policía y las ambulancias. Recuerda a Paulette, su casa en Minnesota, su infancia en la granja, la pistola negra, ¿eso era un silenciador?, el golf, a sus dos hijos, ¿quién era aquel tipo?, la reunión de inversores en la que debe dar una charla a la que, si no se levanta pronto, llegará tarde.
Delirio paranoide anticapitalista
El corazón bombea a una velocidad de vértigo. La adrenalina vibra en cada centímetro de su cuerpo. Luigi Mangione huye, primero, en una bicicleta; después se sube a un autobús interestatal en la estación de autobuses George Washington Bridge y desaparece sin dejar rastro. Atrás queda el CEO, moribundo, que será declarado muerto a las 7:12 en el hospital Mount Sinai West. Los inversores de UH cancelan la reunión y la Policía ofrece inmediatamente 10.000 dólares a cualquier ciudadano que ofrezca alguna pista que les conduzca al asesino.
Pero no dan con él. Temen que sea un profesional, un sicario a sueldo. Es la principal hipótesis. Hasta que las cámaras de videovigilancia de la ciudad comienzan a arrojar pruebas. En todas, el pistolero aparece con el rostro cubierto. Pero hay una que coincide con su atuendo y en la que no lleva nada que le tape. Se trata del hotel en el que se alojaba. Días atrás, había tratado de ligar con una de sus trabajadoras. Para desplegar todos sus encantos, Luigi le mostró una enorme y seductora sonrisa.
Pero pasan los días y no hay rastro de Mangione. Hasta que un empleado de un McDonald's de Altoona, en Pensilvania, a unas 4 horas y media del lugar del crimen, parece reconocer a Luigi en uno de sus clientes. Este lleva un gorro color ocre y una mascarilla quirúrgica. La mochila que ha dejado apoyada frente a las patas de su silla es la misma que se ve en las imágenes de las cámaras de videovigilancia en la noche del asesinato. El joven pide una porción de patatas fritas. Al bajarse el cubrebocas, el rostro se parece al del tirador.
Larry, un cliente habitual del local, bromea con unos amigos que aquel tipo se parece al asesino de Brian Thompson. "Pues sí que se da un aire", responde otro. El resto le quita hierro al asunto, piensa que es una broma. ¿Qué probabilidad hay de que aparezca la aguja en su pajar? No obstante, el empleado de McDonald's escucha la conversación y no deja de quitarle el ojo a Mangione. Convencido de que es él, alerta a las autoridades y, minutos después, la policía irrumpe en el establecimiento.
Luigi muerde una patata ensimismado en sus pensamientos. A diferencia de Raskólnikov, el protagonista de Crimen y castigo, no tiene un ápice de remordimiento. Quizás aún no lo ha procesado todo. Sabe que su decisión puede marcar un antes y un después en Estados Unidos. Es el inicio de una revolución. Ha tirado la primera piedra para derribar el putrefacto sistema capitalista que tanto odia. Aquel que incluso representa su propia familia y del que, de una vez por todas, pretende renegar.
Una puerta se abre tras él y en el grasiento local entra una fría brisa. Luigi mira de reojo. "¿Qué hacen estos aquí?", piensa, pero no le da importancia. Los agentes, entre los que se encuentra el joven Tyler Frye, que tan sólo lleva seis meses en el cuerpo, se dirigen hacia el mostrador del local. Hablan con el dependiente que ha dado la señal de aviso. "Espera, no será que...", pero todos giran la cabeza y comienzan a mirar fijamente a Luigi. El trabajador de McDonald's traga saliva. Sus miradas se cruzan. "Traidor".
Los agentes se acercan a Luigi con la mano puesta sobre el mango de sus armas. "¿Puede bajarse la mascarilla?", le indica Frye a Mangione. Este obedece, dejando su rostro al descubierto. Sabe que ya no hay nada que hacer. En su mochila porta las pruebas del crimen. La pistola. El silenciador. Varios carnets de identidad falsos. 8.000 dólares en efectivo. Hasta una bolsa Faraday que bloquea señales electrónicas. "¿Estuvo en Nueva York recientemente?", insiste el joven agente. Luigi comienza a temblar, balbucea una respuesta incoherente, una gota de sudor brilla en su frente.
Los agentes entonces le piden que abra su mochila. Allí, además de las armas, hay un manifiesto. "A los federales: seré breve, porque respeto el trabajo que hacen por nuestro país. Como quiero ahorrarles una larga investigación, quiero asegurar que todo este tiempo he trabajado solo. Todo lo que hice es algo de ingeniería social elemental, CAD básico y mucha paciencia [...] Pido perdón por cualquier trauma o conflicto generado, pero esto tenía que hacerse. Francamente, estos parásitos simplemente se lo merecían [...] No es una cuestión de conciencia, sino un juego de poder. Soy el primero en enfrentarlo con una honestidad tan brutal".
El texto, salpicado de referencias a UnitedHealthcare y al sistema de seguros estadounidense, es la prueba definitiva de que ese chaval es Luigi Mangione, el asesino público número 1 de Estados Unidos. El Unabomber que aterrorizó a Manhattan.
🚨UPDATE: Below are photos of a person of interest wanted for questioning regarding the Midtown Manhattan homicide on Dec. 4. This does not appear to be a random act of violence; all indications are that it was a premediated, targeted attack.
— NYPD NEWS (@NYPDnews) December 5, 2024
The full investigative efforts of… pic.twitter.com/K3kzC4IbtS
Tras pasar a disposición judicial y ser acusado de cinco crímenes –tres cargos son de posesión de armas de fuego, otro de falsificación documental y un quinto de homicidio–, Luigi Nicholas Mangione es interrogado. A pesar de las abrumadoras pruebas en su contra, de que sus huellas coinciden con las encontradas en el lugar del crimen, igual que los casquillos, de que el arma parece exactamente la misma que la que mató a Brian Thompson, y de que él se incrimina a través del texto, se declara inocente.
Cuando los agentes lo sacaron del coche policial, ya engalanado en el peto naranja, y lo metieron en los juzgados, Luigi gritó frente a la prensa y los curiosos: "¡Esto es un insulto a la inteligencia de los americanos!". Es su única declaración. Pero, ¿qué quería decir?
Villano... ¿o héroe?
¿Qué llevó a Luigi Mangione a matar a sangre fría a Brian Thompson? ¿Qué se rompió en su interior para arruinar su prometedora carrera como ingeniero y pasar a convertirse en un asesino? ¿Venganza consciente o delirio paranoide anticapitalista? ¿Acaso otros familiares suyos tuvieron malas experiencias con UnitedHealthcare, u otra aseguradora, y de ahí su odio patológico hacia las grandes corporaciones? ¿O era una vendetta personal?
Quienes conocieron a Mangione aseguran que era un chico atento, jovial, cercano, un líder nato, un tipo que montaba clubes de lectura para fomentar el conocimiento entre iguales. También que sufría graves problemas de espalda de los que prefería no hablar. Uno de sus compañeros de habitación dice que después de acudir a un curso de iniciación al surf tuvo que pasar una semana en cama. Estaba esperando una cirugía por su espondilolistesis. ¿Tuvieron algo que ver las facturas médicas con su recelo a las aseguradoras? ¿O fue el dolor físico el que lo impulsó a perder el juicio?
Las preguntas se agolpan en el imaginario colectivo estadounidense y lo invitan a reflexionar sobre la raíz del problema. No cabe duda de que, de ser declarado culpable, Luigi Mangione sería un asesino. Sin embargo, cada vez hay más voces que lo ven como a un héroe nacional. Sólo hace falta leer los comentarios de sus redes sociales, en los que el criminal seguía a personajes como Edward Snowden o al antivacunas Robert F. Kennedy, o en los vídeos y noticias que relatan su historia.
Allí se comprende que el problema es mucho más grave de lo que parece, y que el desafecto de una minoría de la sociedad con sus instituciones puede despertar, en cualquier momento, una oleada de violencia sin precedentes. "Cuántos han sufrido por las aseguradoras, cuántos han muerto de forma lenta y cruel sin poder costear sus medicamentos. Libertad pura y simple para Mangione". "Las aseguradoras estafan a manos abiertas y el sistema lo permite, no culpo al sospechoso por su frustración". "Dice mucho del muerto que el público esté del lado del asesino".
Mientras Estados Unidos despierta del shock, la policía busca pruebas para incriminar a Mangione. Las huellas dactilares coinciden con las del escenario del crimen, aunque él se declara inocente. Los investigadores también han hallado varios casquillos de bala, algunos de ellos sin detonar.
Tallados en el latón se pueden leer las palabras "defender", "negar" y "deponer". La frase delay, deny, defend (retrasar, negar y defender) es muy utilizada en el ámbito de las aseguradoras para aludir a los esfuerzos de las compañías para no pagar algunas de las reclamaciones de sus clientes.
Hay un libro homónimo –Delay, Deny, Defend– en el que un profesor de Derecho de la Universidad de Rutges, Jay M. Feinman, critica abiertamente la industria de seguros. Hoy su obra es una de las más vendidas en Amazon. Google ha borrado las reseñas del McDonald's de Altoona porque se han llenado de usuarios que aseguran que está "infestado de ratas". En las calles de Manhattan, justo frente al Hilton en el que Luigi tiroteó al CEO, han aparecido carteles de 'Se Busca'. En ellos aparecen rostros de altos cargos de empresas vinculadas al sector de la salud.
Por lo pronto, los teléfonos no paran de sonar en las compañías de seguridad más importantes de Estados Unidos. Los altos ejecutivos están nerviosos. Temen por su vida. No quieren ser otro Brian Thompson.