En la fiesta de una vecina, un ama de casa llamada Carmina Barrios conoció al tabernero Antonio León hace algo más de cinco décadas. No hicieron falta muchas palabras. Se miraron a los ojos y ella disparó: “Este es pa’ mí”. Se casaron y tuvieron tres hijos, Paco, Alejandro y María. Todo empezó a cocerse en las barriadas sevillanas de las Tres Mil Viviendas y Parque Alcosa, cerquita del aeropuerto internacional de Sevilla-San Pablo, donde la gran riqueza de la familia era esa conjunción de gracia, salero y olé.
A nuestro protagonista le entraron ganas de ser actor con cuatro añitos. Paco León (50). Haciendo un flashback en su propia vida, retrocede a la década de los 70 para revelar a EL ESPAÑOL que “era muy tímido, introvertido y tenía un cierto poso de tristeza. Pero eso le pasa a muchos intérpretes. Ese deseo tan temprano de querer ser actor era como no querer ser yo, de disfrazarse y ya no ser tú, de esconderse para poder ser, una especie de antídoto a esa timidez. Para mí era un deseo de escaparme, tenía mucho mundo interior, con los Clicks de Playmobil montaba mis historias”.
Por regla general, lo más bonito que existe es no perder ese niño interior, pero si se le hace caso, se podría deducir que ese grado de timidez o de querer jugar -en inglés el verbo actuar es to play, cuya traducción literal es jugar- aún existe en la personalidad de Paco. Sin embargo, habría que preguntarse de qué tipo de niño se trata hoy en día tras los conocimientos adquiridos después de casi medio siglo. “(Risas) Tengo una amiga que dice que todo el mundo tiene un niño dentro que se ha puesto bien hermoso y yo le digo que ella tiene dos, ja, ja, ja. Cuesta muchísimo mantener hidratado a ese niño porque la vida te da muchísimos palos, te hace perder una inocencia, te vuelves descreído y los niños tienen una ilusión con todo”.
Pregunta.– Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos que nuestro cerebro está programado para ser feliz.
Respuesta.– En mi caso sí. Tengo ya esa programación de base, después ya se encarga el mundo de jodértelo todo, ja, ja. Lo importante es disfrutar.
P.– ¿Cuidas de alguna manera tu mente?
R.– Estamos todos en una rueda de hámster produciendo, produciendo y produciendo, y yendo muy rápido a no sé dónde. Tiene poco sentido. Pero bueno, ¿qué hago para contrarrestar todo esto? Apasionarme con lo que hago y también diversificar para no poner todos los huevos en la misma cesta. Por eso actúo, dirijo, escribo… La vida tiene muchas facetas, te equivocas y otras veces aciertas, pero has de atenderlas a todas. No se puede abandonar a los amigos, la familia…
P.– Cuando alguien deja el hogar materno para buscar el triunfo se puede olvidar de estos valores, de sentirse condicionado, ¿no crees?
R.– Bueno, ha habido momentos muy exigentes donde, de repente, a veces has de abandonar cosas personales de las que luego te arrepientes. ¿Qué dedo de la mano te cortas para que no te duela? Y es ahí cuando empiezas a sopesar. En cierto sentido todos estamos haciendo malabares. Mantengo buenos amigos desde hace 40 años, me ocupo de ellos, nos ocupamos de mantener el contacto y hay un vínculo sano. Pero se tiene que hacer por ambos lados, sentirse correspondido porque si no…
P.– ¿Cuando se tienen hijos el tiempo se computa de otra manera?
R.– Sí, sí, totalmente. Tener un hijo es como comprarte un reloj gigante en el que ves la hora constantemente. A veces te preguntas: “¡Pero esto qué es, si hace dos días estaba aquí quitándole el chupe y ahora mira…!”. De verdad, son como calendarios, ves la evolución constantemente.
P.– Tu hija Manuela ya es una mujercita, ¿qué es lo que más te preocupa de la adolescencia?
R.– Educar y criar a un adolescente siempre conlleva una responsabilidad, pero creo que el peso recae más en los niños que en las niñas. Afortunadamente, ellas han crecido en esta generación con un sentido de empoderamiento, de pedir su sitio de forma más natural y de romper unos estereotipos machistas. Ya te digo que lo complicado es educar a los niños en esta nueva masculinidad en el respeto y el consentimiento tras muchos años de machismo y patriarcado. No tengo ninguna fórmula para educar a un adolescente y es una gran responsabilidad.
P.– Los miedos son diferentes desde que aparecieron las redes sociales y los influencers, ¿te preocupa?
R.– Tengo mucho miedo, pero quiero confiar. Soy optimista para todo y para mi hija también, para la juventud en general. Confío en que la gente cambie cosas, tome conciencia y que las nuevas generaciones mejoren lo nuestro.
P.– Y luego sale alguien en televisión que dice aquello de que los jóvenes son de cristal.
R.– Hay como tópicos. La juventud tiene que ser una esperanza. Luego ya se mezcla todo, hay gente imbécil, dormida, de hierro, de cristal. Las generaciones no son tan homogéneas y cada uno es cada uno.
P.– Hace pocos meses la escritora Julia Navarro confesaba a EL ESPAÑOL que el gobierno de Sánchez es el menos feminista de la democracia porque ha hecho desaparecer a las mujeres con la ley Trans. ¿Estás de acuerdo?
R.– No, no lo estoy. ¿Siguiente pregunta?
P.– ¿Qué ocurre?
R.– Al igual que ocurre con mi vida privada, de cuestiones políticas no hablo.
P.– Así que no hablamos de amor (iba a preguntarle si seguía con su novio, Marcos Antón, y qué tal le iba).
R.– No, no.
P.– Bueno, ya te encargas de controlar el discurso publicando en redes.
R.– ¡Faltaría más!. Pero es dificilísimo encontrar ese equilibrio entre no hablar y no ocultar. No hablo porque no quiera, sino porque estamos aquí promocionando una película. Creo que mi faceta pública ha de ser profesional. Aparte, todo ese glamour y misterio que echabas en falta hay que conservarlo. Por eso es importante no saber tanto.
P.– Sí, te comentaba que los actores tenéis algo de mitológico.
R.– Cada vez menos (ríe).
P.– Y que el glamour y el halo de misterio siempre va asociado a la mujer, como bien descubriste en ese proyecto maravilloso que fue Arde Madrid donde reflejaste el mundo de Ava Gardner mientras vivió en España durante una década.
R.– El proceso de investigación fue muy bonito porque hablamos con gente que había vivido aquellas noches, esas borracheras y contaban anécdotas que a veces costaba discernir entre qué había de mito, de rumorología y de verdad en todo ello. Creo que es una época desconocida, de una dolce vita que se vivió en Madrid y que había que contarla. Y luego había esa mezcla con lo cañí, las amistades con Lola Flores y Carmen Sevilla.
P.– Dicen que no se hizo una segunda parte porque no teníais material suficiente.
R.– Ese no fue el problema, hubo muchas más cosas, por ejemplo, los ritmos de producción y tener la sensación de que lo que queríamos contar ya estaba contado. Tenemos todo un archivo, pero decimos no hacerla y eso que había muchas cosas que te encantarían, pero ahí se quedó.
P.– Recientemente se presentó en Madrid el musical Buscando a Audrey, cuyo estreno está previsto para el 27 de diciembre de 2025. Sin duda, su mito es tremendamente poderoso, y está bien cuidado pero ¿no crees que con las redes sociales y esa rapidez de los acontecimientos los mitos puedan desvanecerse?
R.– Yo creo que no, si se gestiona de una manera adecuada. Pero también hay que tener en cuenta que cambian, surgen nuevos personajes, las nuevas folclóricas son las traperas como Zowi y Bad Gyal, ellas son las Carmen Sevilla y Marujita Díaz de hoy en día. Todavía hay estrellas, y glamour. Ayer estuve en un evento de Loewe en Lhardy con Bárbara Lennie que no tiene nada que envidiar ni tan siquiera a Ava Gardner. Cambian las formas y en vez de un visón lucen otra cosa. Afortunadamente sigue habiendo personalidades que tienen ese carisma.
P.– También hay que dar las gracias porque se han preservado instituciones como el Café Gijón, Chicote o Lhardy.
R.– Son sitios auténticos con mucha historia, por lo que hay que mantenerlos para no perder una riqueza.
P.– A este respecto surge un gran problema porque la inteligencia artificial puede acabar con todo esto. ¿Cómo está la situación en vuestro sector? ¿Os habéis reunido para acordar algún tipo de solución?
R.– Todavía no. Está llegando, es una revolución grande que a nivel industrial va a cambiar mucho el panorama, por lo que hay que legislar para poder gestionarlo. Hay que poner límites y, sobre todo, dar créditos, autorías y derechos de imagen porque esto se va a complicar muchísimo. Como todas las cosas confío en que tenga su parte buena, ya que es una herramienta para la creación y como tampoco puedes elegir mediante una votación y decir que “¿la IA? Voto no”, porque venir ya viene, acomódate y recíbela lo mejor posible. Los cambios y revoluciones dan mucho miedo. Recuerdo como hace diez años que nos encontramos con que venían las plataformas, pensamos que nos iban a quitar el cine, que iba a morir y aquí estamos, conviviendo. Y así va a ser. En el futuro vamos a convivir con IA y con los maoríes de te pego un palo y te quito el agua. Estarán a la vez los ordenadores y las chabolas.
P.– La reconfiguración de la esfera pública, la privada y la íntima son un hecho. ¿Hasta qué punto los medios se han saltado esas esferas y si crees que se deberían poner límites en el periodismo?
R.– Creo que los límites los pone uno, pero no es fácil. No he tenido ningún problema en marcarlos en mi vida privada o profesional. Tengo claro que uno tiene que decidir cuál es su línea editorial y protegerla.
P.– Sin embargo, desde que aparecieron los móviles cualquiera es un paparazzi en potencia.
R.– Sí, hay que tener mucho cuidado.
P.– Mira lo que te ocurrió en los baños de la estación de Atocha.
R.– Fue muy raro y violento. Me quedé que no supe qué hacer, me dio rabia. A veces lo pienso y digo que no sé por qué no reaccioné en ese momento y monté un pollo. Incluso me dio como corte por la otra persona. Me parecía tan fuerte… (Ocurrió cuando nuestro entrevistado entró en uno de los cubículos para mear y vio cómo un móvil se escondía).
P.– Adquiriste un nivel de fama muy alto interpretando a Luisma en Aída porque más de 5 millones de personas os veían cada semana, así que esa privacidad que anhelas se va difuminando
R.– Ya, pero soy de los que ven la botella medio llena. Me acuerdo del dinero que ganaba en esa época, de todas las cosas buenas que surgieron durante 10 años al crear una familia de verdad y de ficción, éramos como una compañía de cómicos. Cada semana había un argumento de comedia del arte donde jugábamos y España entera lo veía. Por supuesto que hay daños colaterales como la fama, tienes que bregar con eso, pero sería un poco quejica del éxito si solo me quedara con eso.
P.– ¿En Aída te diste cuenta del verdadero poder de la fama?
R.– Sí, pero la identifiqué como un accidente o como una ola gigante que te lleva a sitios donde no quieres ir o te puede hundir o pegarte la cara contra la arena. Todo ello conlleva un esfuerzo porque hay que surfear, tener pericia, saber manejar la tabla. He sabido usar la fama. Me hice director dentro de la serie porque aproveché esa notoriedad para contar y promocionar mis cosas.
P.– En tu cabeza se está cociendo la versión fílmica de Aída, ¿lidias con una presión mayor de lo normal?
R.– Queremos hacer una peli buena, no oportunista y comercial. Va a ser como una especie de homenaje. Empezaremos a rodar en marzo, soy el director y también he escrito el guion junto a Fernando Pérez, guionista de Aída y mi cómplice habitual en Arde Madrid y Kiki, el amor se hace. Desde luego estamos muy ilusionados con un proyecto bien peliagudo. Es un caramelo envenenado.
Este 25 de abril se estrena en los cines españoles Sin instrucciones, una comedia basada en la mexicana No se aceptan devoluciones, que se convirtió en la película de habla hispana más taquillera de la historia en Estados Unidos. Paco es Leo, un juerguista mujeriego cuya vida se altera cuando aparece Julia, un exligue interpretado por Silvia Alonso, que desaparece tras haberle dejado a una bebé de pocos meses asegurándole que se trata de su hija Alba, a quien da vida Maia Zaitegi.
A partir de ahí se generan unas aventuras en las que aparece un arco grande que comprende desde “la comedia más ligera a un melodrama bien fuerte -asegura Paco- ya que tiene mucha emoción, hay momentos y giros de guion que me dejaron sorprendido y que provocaron que me enganchara. En el argumento hay muchas texturas porque las comedias interesantes tienen algo más que risas”.
P.– ¿Se siente uno más condicionado por ser una adaptación de un gran éxito?
R.– Sí y no porque también vas con red porque se ha testado y ha funcionado. Creemos que tiene una eficacia en la narración y confiamos en ello.
P.– ¿Cómo ha sido tu relación con la niña?
R.– Esta niña vasca ha sido increíble, es fresca, improvisaba, escuchaba, observaba, te ponía en duda y te retaba con su naturalidad. También dominaba el aspecto técnico.
P.– ¿Paco León es un valor seguro?
R.– ¡Ojalá!. He hecho mierdas muy grandes, pero este no es el caso. Yo me lo curro muchísimo (risas).
P.– La película se estrena el día de Navidad, ¿cómo se celebran las fiestas en la familia León?
R.– ¡Qué días se nos vienen!. Tengo una agenda que vamos… estoy haciendo que los platos chinos se mantengan todos en el aire. Supongo que sí habrá algún momento para disfrutar en familia porque es necesario escaparte. Pero considero que la Navidad es muy estresante por los compromisos familiares, los regalos, las luces, creo que nadie hace lo que le da la gana porque si lo hiciera habría más tipos de Navidad.
P.– Esta entrevista se ha realizado en viernes 13, ¿eres supersticioso?
R.– Hmmm, pero eso es un poco americano, como de más miedo ¿no? Para nosotros es más bien el martes 13, bueno, da igual. La verdad es que no soy supersticioso, pero mi madre sí y alguna cosa heredé. Cuando tiro un trozo de pan o cualquier otra comida, antes de hacerlo, he de besarlo. A veces hasta me da vergüenza, pero es una costumbre. Cuando empecé a pensar por qué lo hacía me pareció algo bonito porque es como tener cierto respeto por los alimentos. Pero, en definitiva, creo en la buena suerte, no en la otra.