Aviso para navegantes y lectores: esta no es una entrevista cualquiera. Es en primera persona, pero también bastante en segunda. Resulta que Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) acaba de publicar un libro, Shangri-La, El Elixir de la Eterna Juventud (Planeta) donde relata su tránsito y sus secretos para alcanzar los 80 añitos que mañana cumple en pluscuamperfecto estado de revista mental y algo más que físico. Su primer hijo tiene 53 años (“tengo un hijo mayor que yo”, suele bromear…) y el último acaba de encaramarse a los 4. Con tres bypasses a cuestas Dragó sigue escribiendo y viviendo al límite, no privándose de nada (ni de hacer todo el amor que quiere, ni de ir a la guerra, ni de atizarse un chute de LSD…) Pocas veces una periodista ha estado tan segura como yo de su fuente. Entre otras cosas porque por una vez estoy tan metida de hoz y de coz en la fuente como Anita Ekberg en la Fontana de Trevi… Ay.
¿Cómo que “ay”, nena? ¿Cómo dices? ¿Que haga el favor de tratarte de usted cuando me estás entrevistando? Usted perdone, señorita Grau… ¿Puedo llamarla por lo menos Taquimeca, que es el nombre de guerra con el que ya había asomado su patita literaria en un anterior libro mío, La Canción de Roldán, y ahora se arranca con dos capítulos de éste? Que casualmente son los más subiditos de tono de todo el libro… y usted me perdone por decirlo.
Es verdad que, si lo pienso despacio, nos encontramos ante un momento periodísticamente solemne. No nos ha sido fácil a usted y a mí vernos las caras con una grabadora de por medio. ¿Se acuerda de cuando usted trató de entrevistarme a finales de 2013, principios de 2014, para un diario nacional –que no vamos a mencionar ahora ni aquí…- y le vetaron aquella entrevista por no sé qué humo de pajas y de prejuicios ideológicos? Qué país, joder qué tropa, ¿no? Suerte que yo soy feliz de tener tantos y tan buenos enemigos, ya me conoce... Aquel fue un pequeño paso atrás para el periodismo, pero un gran salto adelante para otras cosas. Si a usted no le hubiera dado tanta vergüenza tener que inventarse no sé qué excusa para justificar la cancelación de aquella entrevista no habría aceptado mi invitación a ostras y champán que está en el origen de muchas de las cosas que vamos a repasar ahora aquí.
Pongamos los naipes sobre la mesa, mi querida Taquimeca... ¿Mi querida Taquimeca sí se lo puedo decir? Gratitud. A usted le sobra desparpajo, y a mí atributos, para llenar páginas y páginas de entrevista insistiendo en muchas cosas que yo desvelo en Shangri-La. Sobre la andadura genética, filosófica y hasta espiritual que me ha llevado a ejercer lo que, simplificando, el vulgo llama “eterna juventud” y acaso podríamos afinar más llamándolo eternas ganas de no dejarse una gota de vida por vivir. Ni una gota de sabiduría por alcanzar. Podríamos hablar de las alquimias de mi elixir. De mi próstata, que ya sabe que es una de mis debilidades, de mis temas favoritos… Y no precisamente en abstracto, sino buscándole los usos más inmediatos y más prácticos. Buscándoselos con aplicación y con afán. No tendrá usted queja…
¿Sabe que me preguntan en tres de cada cuatro entrevistas que concedo para hablar de este libro? ¿No se lo imagina? Seguro que sí. Seguro que usted es perfectamente consciente de que me preguntan si cuando hablo de mi libido exagero o me quedo corto, si es o no es verdad que mantengo el listón sexual tan alto como en el libro afirmo… o mejor dicho, como afirma la Taquimeca. Me limito a citarla a usted, a reproducir lo que usted misma escribe, por ejemplo, en la página 31:
Hace quince años que envejezco más despacio que otras. Que aparento y ejerzo menos edad de la que los papeles dicen que tengo. Pues menos mal, porque esto de ahora es la bomba. De verdad que abrazarse a Dragó es como meter la cabeza en uno de esos chalecos explosivos del ISIS. Te ves arrastrada por un torbellino de energía endiablada y de inteligencia imprevisible, sexo, montañas rusas de emociones, sexo, peterpanismo irredento, sexo, ¿y si hago el gallo aquí, en medio del Corte Inglés, tú crees que nos dicen algo?, sexo, son las tres de la mañana, ¿me consigues una horchata fresca?, sexo, ¿nos vamos a la guerra de Siria?, sexo, estás muy guapa hoy, ¿me arreglas la conexión a Internet?, mira que si no me la arreglas me tiro por la ventana… ¿He mencionado ya que todo esto incluye siempre y en cualquier circunstancia, a todas horas, sexo, sexo y más sexo?
Pero no se me ponga colorada, mujer… Le doy mi palabra de honor de que nunca he creído que usted esté conmigo sólo por mi cuerpo, sólo por el sexo. Ciertamente me siento halagado al leer en otro pasaje de su libro que nunca el placer sexual había estado tan arriba en su lista de prioridades y de satisfacciones como desde que lo disfruta asiduamente conmigo… Pero qué me va a contar usted a mí, que le doblo la edad y otras cosas. ¿Cree que yo no sé que los únicos encoñamientos irreversibles son los del corazón? ¿Que no hay afrodisíaco más poderoso, ni, ya puestos, elixir de la eterna juventud más infalible, que el amor? Déjeme decirle que usted misma está hecha más una chavala y más un bombonazo desde que se montó cierta mañana de mayo en mi Jaguar, el que sale en las fotos de esta entrevista, camino de la Adrada… Se supone que íbamos usted y yo a hacer trabajo de campo para La Canción de Roldán. Y acabamos cruzando Rubicón tras Rubicón tras Rubicón que nos ha llevado, no meramente a envejecer juntos, como hace la mayoría… sino a rejuvenecernos con verdadera saña el uno al otro. ¿O no es así?
Qué guapa se pone usted cuando se enfada, cuando trata de hacerme lo que usted entiende por una entrevista seria. Se empeña en cruzar las piernas –ya las descruzará, yo no tengo prisa…- y en hacerme preguntas del tipo: ¿con quién se identifica más Dragó, con Peter Pan, con Fausto o con Dorian Gray? ¿Jugamos al juego de la verdad? Venga. Pues me identifico más con Fausto. ¿No es usted Margarita? A Mefistófeles ya me las arreglaría yo para darle esquinazo. En cuanto a Peter Pan (ya sé que usted me llama así cuando conspira a mis espaldas con mis médicos…), mal asunto, porque Wendy envejecería, yo me iría con su hija y usted me arañaría. ¡Es broma! En cuanto a Dorian Gray… ¿Qué prefiere usted, la foto que aparece en la solapa de mi libro, y que me muestra de bebé ricura con mofletes, o la cara que tengo ahora?
Usted se empeña en ponerse así de seria y fíjese que yo estoy convencido de que nada más serio que nuestra historia de amor para entrar en el meollo de mi libro y probablemente de la vida misma… Me pregunta usted, astuta y un tanto insolente, por qué todo el mundo sueña con una juventud eterna. Por qué idolatramos lo joven y rehuimos con horror la senectud, que también tiene sus ventajas. Me consta que las tiene y que para usted son muy importantes. Baste decir que la primera vez que usted y yo nos vimos, en Palenque, México, yo tenía la tierna edad de 57 abriles (y usted 25 más tiernos todavía…) y nos dejamos escapar mutuamente vivos. Usted tiene incluso la osadía de afirmar que por aquel entonces yo era demasiado “inmaduro” para su gusto (página 29 del libro)...
Usted lo que quiere decir es que siempre la habían atraído los hombres maduros, que por eso la atraje yo, pero que una vez ya atraída, ya imantada por mi gravitas, si me permite, se dio cuenta con una mezcla de fascinación y de horror de que se había caído de cabeza en una especie de agujero de Alicia persiguiendo al conejo… Es tan simple como que yo me he dado el lujo de madurar y de amasar sabiduría (¿debo recordarle que este verano la he derrotado 27 veces consecutivas al ajedrez?… Y no, no pretenda que se dejaba ganar… me temo que no está usted muy acostumbrada a alternar con hombres más inteligentes, perdón, tan inteligentes como usted, ¡por lo menos!, quería decir…), pues eso, que yo me he dado el lujo de crecer en todos los órdenes y sentidos sin por ello sentirme obligado a abdicar de la juventud. Soy como ese personaje de una novela de Romain Gary que se desespera porque todos a su alrededor envejecen y él se ha quedado joven… La diferencia, querida, es que yo no me desespero, yo lo disfruto… Y tengo la impresión de que usted también. Bastante.
En realidad esta entrevista deberíamos hacerla al revés, yo a usted, porque un caballero del Pilar como es servidor, un niño bien del barrio de Salamanca que además se ha revestido con los años de dignidad numantina, no puede ahondar en la poética del amor, no digamos del éxtasis lujurioso, sin arriesgarse a menoscabar el honor de su dama. La dama en cambio sí puede contarlo todo. Usted puede dar toda clase de detalles sobre el frenesí que compartimos y yo lejos de enfadarme eternamente se lo agradeceré… ¿Se acuerda por ejemplo de la primera vez que nos llamaron la atención en un bar por lo ardoroso de nuestras efusiones? La recuerdo a usted como si fuera ahora mismo, con los brazos en jarras, encarándose con los que nos afeaban nuestra conducta. Los llamó usted reprimidos. Y a continuación les aplicó otro epíteto tan demoledor como atinado que por respeto a los lectores de EL ESPAÑOL no vamos a repetir aquí. Baste con dar a entender que cuestionaba usted muy de frente la recta libido e intención de quien tan groseramente nos atacaba…
Pero lo más bonito de todo es lo que usted me dijo ya en la calle, cinco segundos antes, por cierto, de que yo tuviera que volver a entrar cabizbajo en el local de marras a recuperar mi reloj, que con el rifirrafe se me había caído de la muñeca. Dijo usted: “Es verdad que nos estábamos besando como demonios (¿o como dioses?...), pero yo creo que no nos han llamado al orden por desmadrados… sino por felices. Se nos veía tan contentos que les ha dado envidia, no lo han podido soportar…”.
A aquella loca noche de casi pasión siguieron muchas otras en escenarios muy variados y divertidos en Madrid, Barcelona, Sevilla, París, Bangkok… Se estrecharon los nudos sentimentales, intelectuales y profesionales sin que la llama pasional decayera en dos años y medio. Incluso ha aumentado y ha dado pie a dos milagros dignos de canonización: yo he establecido y respetado por primera vez en toda mi vida con una mujer un pacto de fidelidad, no sólo de lealtad, unas estrictas capitulaciones donde caben todas las fantasías conjuntas (el sexo más sublime brota del poder de la mente, como Atenea de la cabeza de Zeus…) pero ninguna unilateral y mucho menos mintiendo o a traición… Mientras que para usted, según me cuenta a mí y a los lectores del libro, el milagro ha sido dejar atrás décadas de orgasmos más fingidos que verdaderamente sentidos. De sexo de compromiso para hacer feliz a quien amaba, pero no para sentirse feliz usted… Leo conmovido y emocionado estas palabras que me dedica en la página 33:
"Yo era por primera vez en mi vida físicamente feliz, sexualmente feliz, tersa por dentro además de por fuera. Y por primera vez en mi vida deseaba juvenilmente, ¿incluso infantilmente?, que se me notara".
Se le nota, se le nota. No sé si hacerla a usted feliz me hará a mí inmortal (como usted insiste en decirme siempre que soy…) o casi. Pero seguro que ayuda. Último aviso a navegantes y a lectores: Shangri-La no hay sólo uno, hay tantos como caminantes que lo buscan. No se trata de imitar al pie de la letra lo que he hecho yo para ser y estar como yo, porque para eso hay que ser Dragó durante ochenta años, y eso sólo me ha pasado a mí. Todos los caminos son estrictamente individuales e intransferibles (ahí está la gracia…), menos cuando un hombre y una mujer se cogen de la mano para caminar por él. Es entonces cuando el camino se transforma en un camino con corazón. Rara vez sucede. A nosotros nos ha sucedido. No se debata, no tenemos escapatoria. Usted no necesita buscar su propio camino porque ya lo ha encontrado. Es por aquí. Sígame. Pongo el Jaguar en marcha…