Con motivo del estreno de la película El hombre de las mil caras, del director de cine Alberto Rodríguez, se reedita Paesa: El espía de las mil caras (Plaza & Janes Editores), libro que escribió el periodista Manuel Cerdán en 2005 sobre la vida y hazañas del espía más conocido de la historia de España, Francisco Paesa Sánchez. EL ESPAÑOL reproduce parte del prólogo inédito que se incluye en la reedición del libro y que se publicará el próximo 8 de septiembre.
Nacido en 1936, Francisco Paesa es el prototipo del espía de los años setenta, aunque él se mantuvo en activo hasta cuarenta años después. Cada una de sus caras es diferente a la otra; a veces, hasta antagónicas. Así es Paesa, el rostro de la imprevisión y de la improvisación. Un camaleón que ha pisado el fango de las cloacas del poder en multitud de ocasiones. Su existencia —el 28 de febrero de 2016 cumplió ochenta años— se asemeja a una de esas coloridas matrioshkas rusas, pues una muñeca de mayor tamaño va cubriendo a otra más pequeña. Cada nueva página en la vida de Paesa supera la anterior. Su currículo es una sucesión de misiones secretas, montajes políticos, operaciones financieras, embustes, estafas, timos...
En este libro he querido reunir todas las escenas mágicas de la vida de un prestidigitador del espionaje. También las fantasmagóricas. Desde su osadía africana en 1968 en la que intentó estafar a Francisco Macías Nguema, el recién elegido presidente de la independiente Guinea Ecuatorial, por medio de un virtual Banco Central de Guinea, hasta su rocambolesca y programada desaparición en Bangkok en 1998. Entre medias, durante esos treinta años de aventuras, se suceden un sinfín de peripecias: la constitución del Alpha Bank en Ginebra, que acabó en estafa; sus noviazgos con una millonaria suiza y con la japonesa Dewi Sukarno; el tráfico de armas internacional con el número uno de ese negocio, George Starckmann; la operación de venta de pistolas Sig Sauer y misiles SAM 7 a ETA que culminó con la Operación Sokoa; la presión a una testigo de los GAL que puso a Garzón tras su pista como colaborador del Ministerio del Interior; su condición de diplomático de Santo Tomé y Príncipe en los organismos de la ONU en Ginebra, que impidió su extradición a España; el blanqueo del dinero de Roldán, vía Singapur, y la posterior entrega del ex director de la Guardia Civil, tras una larga negociación con Juan Alberto Belloch, por la que percibió una comisión de 1,9 millones de euros... Y, por último, su negocio más lucrativo como gran prestidigitador en el mundo de las sombras: el saqueo de los caudales de Roldán.
El Paesa de la última década, ya convertido en un anciano octogenario, no difiere mucho del espía de su época más boyante. Según su versión, los últimos años ha vivido escondido, huyendo de la mafia rusa. El espía levantó todo un entramado de sociedades instrumentales a nombre de Francisco Pando Sánchez y Francisco P. Sánchez, pseudónimo con el que perpetró más de una estafa. Por culpa de una de esas vidriosas operaciones tuvo la desgracia de cruzarse en el camino con el magnate ruso y ex agente del KGB, Alexander Lébdedev, a quien Paesa le timó veinte millones de euros.
El empresario ruso, afincado en Londres, contrató al CIS (Corporate Intelligence Service), una agencia londinense de investigación, para identificar al misterioso personaje que se ocultaba tras la identidad de 'señor Pando', y se topó con que ese supuesto ciudadano argentino era, en realidad, un español llamado Francisco Paesa Sánchez. A partir de ahí, desentrañar el historial delictivo del espía fue coser y cantar. La agencia española de detectives Método 3, que participó en las pesquisas, desveló en uno de sus informes que el ex espía disponía de mil acciones de la sociedad Golder Management en Tórtola, en las islas Vírgenes Británicas. En el dossier elaborado personalmente por Francisco Marco, que reproduzco en el libro, se mencionan las sociedades que el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación ha resaltado recientemente como "superexclusiva mundial". Golder Management LtD era una sociedad off shore domiciliada en un apartado postal de Road Town (Tórtola), en las islas Vírgenes Británicas, y disponía de sucursales en España. A ese grupo estaban ligadas otras sociedades instrumentales como Applied Strategies, Days Inn of America, WM Days Ltd, Hotel Group SA, WM Gough Ltd (y no WM Golf Ltd, como destaca el Consorcio), WM Atlas Ltd, WM Days Ltd, Space Com SA, WM Com SA, WM Express Morocco Ltd y WM Telecom SA, entre otras.
Otro lote de sociedades fantasma estaba conectado a la sociedad matriz Richville Assets SA, con sede en Trident Chambers, Road Town, en Tórtola, islas Vírgenes Británicas. Las ramificaciones de Richville Assets llegaban hasta Barcelona. El Consorcio Internacional se refiere a Regus Assets que, como la anterior, fue constituida el 15 de julio de 1998, dos semanas después de la falsa muerte del espía y seis días antes de la publicación de su esquela en el diario El País. Para garantizar la opacidad de las operaciones Paesa se sirvió del despacho panameño de Mossack y Fonseca, con quienes llegó a constituir hasta siete sociedades, entre 1998 y 2000, en las islas Vírgenes Británicas, según el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.
Paesa, después de hacerse pasar por muerto en 1998, se ocultó en París, paradójicamente en una vivienda muy próxima a la tapia del cementerio de Montparnasse. Allí fue donde lo localicé y entrevisté a finales de 2005. Era la primera y última vez que Paesa, tras darse por fallecido en el verano de 1998, hablaba con un periodista. Desde ese domicilio parisino, convertido en cuartel general, recuperó su actividad como traficante de armas y, a finales de 2011, su nombre volvió a acaparar las primeras páginas de los diarios. El agente fue detenido nada más aterrizar en el aeropuerto de Lungi, en Sierra Leona, junto a su sobrino Alfonso García. Ante los funcionarios aduaneros Paesa mostró un pasaporte español, en toda regla, renovado en el consulado de la capital francesa. El espía señaló, como coartada, que estaba allí en representación de un abogado francés por un asunto relacionado con la compra de antigüedades. Su sobrino recalcó que él lo acompañaba, como abogado afincado en Luxemburgo, para ofrecerle asesoramiento legal y para cuidarlo dada su avanzada edad y estado de salud.
El espía llevaba la lección aprendida. Relató ante las autoridades de inmigración las piezas de obras de arte que debía verificar: "Botellas de perfume antiguas y varias máscaras de oro chinas". Al mismo tiempo, manifestó que tenía previsto reunirse con el vendedor en el mismo aeropuerto y, tras verificar la mercancía, cargarla y regresar a Senegal. Sin embargo, el supuesto proveedor de las obras nunca se presentó durante la semana que Paesa permaneció en Sierra Leona.
Nadie le creyó pero, finalmente, fue autorizado a abandonar el país, aunque en lugar de regresar a Senegal tomó un vuelo de Air France, el 11 de octubre, con destino a París y desapareció una vez más. La de Sierra Leona fue una de las últimas operaciones conocidas del espía de las mil caras pero, como otras, quedó envuelta en la nebulosa. También fue su última aparición en público. La policía del país africano señaló que Paesa intentaba cerrar un negocio relacionado con el tráfico de armas, drogas u oro. Sin embargo, es poco probable que el agente español mantuviera contactos con organizaciones del narcotráfico. Jamás en su dilatada vida había emprendido negocios que guardaran vínculos con la cocaína o la heroína. Despreciaba ese mundo del que se mantuvo siempre apartado. No así, en cambio, del mercadeo de armas, como relata con precisión Georges Starckmann en la edición francesa de su libro Noir Canon. En el Capítulo V —páginas 256-260— cuenta cómo Paesa y él vendieron las armas a ETA. Se da la circunstancia de que el libro está editado por una editorial parisina, propiedad de Pierre Belfond, un amigo íntimo del espía.
Tres años después, en julio de 2014, Paesa se llevó el gran disgusto de su vida. Su sobrina Beatriz García Paesa, de cuarenta y ocho años, a quien él había introducido en el mundo de los negocios turbios, era detenida por la policía en Luxemburgo, país en el que reside desde hace décadas. Ingresaba en el calabozo bajo la acusación de blanqueo de dinero de un contrato millonario de venta de material policial a Angola. La orden internacional partía de la Guardia Civil que investigaba a una trama de empresarios que había defraudado al Gobierno de Angola. El contrato de 152 millones había sido suscrito por una unión de empresas españolas (UTE) y el Gobierno angoleño, pero fue utilizado como pantalla para desviar importantes cantidades de dinero a cuentas personales de algunos de los empresarios españoles y de altos cargos de aquel país, que habían propiciado la operación. Según las investigaciones de la Guardia Civil, el despacho de la sobrina de Paesa en Luxemburgo había sido el encargado de construir el entramado financiero para blanquear el dinero sustraído. En esa estructura utilizaron sociedades y bancos de Suiza, Luxemburgo, islas Caimán, Gibraltar, Hong Kong y Madeira.
De modo que la Operación Angola venía a constatar los temores de la hermana de Paesa: su hija Beatriz se había convertido en una aventajada pupila del as de espías, que siempre se había comportado con ella como un segundo padre. Desde muy joven, la sobrina había actuado como testaferro de su tío, desde mucho antes de que la familia participara en el blanqueo del dinero de Roldán. Beatriz, como su tío Paco, se movía en un mundo de mentiras y de negocios inclasificables. Siempre bajo la larga sombra del espía de las mil caras.
Paesa nunca se permitió un descanso. Su vida fue apasionante, marcada por una continua huida hacia delante: siempre con una causa judicial pendiente y la policía pisándole los talones. Bueno, sólo arañándolos porque nunca se dejó atrapar. Jugaba con ventaja, pues en más de una ocasión pactó con sus perseguidores. Jamás fue detenido ni por los GAL, ni por el Caso Roldán, ni por la falsificación de los Papeles de Laos, ni por sus operaciones de tráfico de armas... Más de cuarenta años después puede vanagloriarse del mérito de haber pisado la cárcel en tan sólo dos ocasiones. Y ninguna de ellas en España. Algo sorprendente. ¡Para eso era fontanero del espionaje! ¿Quién se atrevería a abrir la caja de pandora de Paesa?
Paesa aparecía y reaparecía en territorio nacional cada vez que quería, pero la mayoría de las veces permanecía escondido en Ginebra o en París, sus guaridas preferidas. Incluso, en una ocasión, cuando le vino en gana, se hizo el muerto y desapareció del mundo de los vivos. Su fantasmagórica muerte en Bangkok, en julio de 1998 —con esquela de difuntos incluida— resultó una bochornosa pantomima, tan falsa como los famosos Papeles de Laos. El simulado deceso fue armonizado por una serie de misas gregorianas que su hermana María pagó de su bolsillo, durante todo el mes de agosto de 1998, en el monasterio de San Pedro de Cardeña.
Desde que comencé a pulsar las primeras teclas del ordenador puse todo mi empeño para relatar con precisión y escrupulosidad las hazañas de Paesa. Mi obsesión perseguía reconstruir una historia periodística pero a un ritmo de thriller cinematográfico. El personaje Paesa, hoy día, sigue despertando el mismo interés, sobre todo porque muchas de sus astracanadas siguen sin resolverse. La lista es larga: la venta de pistolas Sig Sauer a ETA; la entrega de Roldán y la desaparición de su botín; los Papeles de Laos y el comportamiento del ministro Belloch y algunos policías en toda esa farsa; la presión a la testigo de los GAL; su fantasmagórica muerte en Bangkok; sus estafas internacionales, y un sinfín de imposturas. No estaría de más que, ahora, y aprovechando el estreno de la película Paesa, el hombre de las mil caras, dirigida por Alberto Rodríguez, la Justicia removiera algunos de esos casos sin prescribir. En especial, el saqueo de las cuentas del ex director de la Guardia Civil, cuyos fondos procedían de las arcas del erario público.
Además, las pesquisas policiales e investigaciones periodísticas sobre el espía sirvieron para lograr que se abriese por fin el Sumario García Goena, un joven vasco a quien un comando de colaboradores de los GAL dio muerte en julio de 1987. Goena se convertía en la víctima número 27 —la última— de la «guerra sucia». Su viuda, Laura Martín, lleva casi treinta años luchando para dar con los asesinos de su marido y desenmascarar a los inductores del atentado, aún protegidos por la manta de la omertádel Ministerio del Interior de la época felipista. Todo apunta a que el atentado respondía a un ajuste de cuentas entre altos cargos de Interior y que los asesinos eligieron a García Goena, un muchacho que nada tenía que ver con ETA, para hacer más daño y conseguir un mayor aldabonazo mediático.
Las aventuras del espía de las mil caras son una serie de casos sin cerrar, pendientes de varias investigaciones judiciales que servirían para iluminar demasiadas oscuridades de nuestra reciente historia de España. Muchas de sus páginas siguen sin escribir o están salpicadas de borrones.