Silba una bala. Es un escupitajo de palabras el que vuela. Con el objetivo cumplido de la felicidad, caliente la arena de la plaza de toros de Valencia, un chaval de ocho años respira tranquilo. El padre mira atónito el proyectil. Los focos iluminan la escena grotesca. Desde la distancia alguien boquea un deseo nefasto. Humeante el cañón, todavía apunta a la vanguardia donde rebota el cáncer finalizada la tregua del pasado sábado. El horrible comentario se queda prendido del hombre. No quedan banderas blancas una semana después. “Adrián, vas a morir”, dicen los aliados del tumor; otros tumores. Un pequeño general sin pelo ordena redoblar los esfuerzos en el frente. La lucha continúa. Eduardo Hinojosa es el padre. Adrián, su hijo, célebre porque alguien ha querido dinamitarlo, no se ha enterado de nada. El balazo zumba en el ambiente. “Adrián no sabe qué ha ocurrido. Bastante tiene con lo que está pasando. Hemos intentado mantenerlo al margen. No queremos que se entere de lo que ha pasado durante estos días. Sería romper su sueño”, se sacude la palabra que quema.
—¿Cuándo se enteró de que existían esos mensajes?
—Me enteré el domingo por la tarde. Un amigo me escribió y me dijo: “¿Lo has visto? Mira lo que están poniendo”. “¿El qué?”, le pregunté. No tenía ni idea. Cuando me lo enseñó no daba crédito. Es un niño, hombre.
—¿Qué siente un padre al leer algo así?
—Mucha rabia, impotencia. No entiendo cómo puede alguien pensar esas cosas.
—¿Cuál es el balance de esta semana?
—Mira, (piensa). Hay varias cosas. Me quedo con lo positivo, claro. Mi hijo ha cumplido ese sueño, sentirse por un día una gran figura del toreo. Por otro lado, está claro: este tipo de personas que deseaban la muerte de Adrián es lo malo, lo lamentable. No pensaba que iba a haber tanto revuelo por un festival taurino con el que se pretendía recaudar fondos para la investigación contra el cáncer.
—Algunos medios han dicho que el dinero era para vosotros.
—Que rectifiquen. El dinero va dirigido a la Fundación de Oncohematología Infantil del Hospital Niño Jesús de Madrid. Para ayudar al resto de niños que sufren estas situaciones. En unos días lo entregaremos junto a la empresa de Valencia, que es la que ha organizado el festejo. Yo no quiero nada de ese dinero.
El 8 de octubre todos respiraron un poco. El día de Adrián. Cinco toreros y un novillero le dejaron abrir el paseíllo, que fue como estirar su mundo, abrirlo, sacarlo del hospital y el gotero venenoso. Adrián avanzó hasta el callejón como uno más. Había dejado en casa la enfermedad. “Días antes el crío estuvo con fiebre. Malo desde el jueves. La quimioterapia le afectó un poco. Pero el sábado cambió. Para él eso fue una inyección de fuerza, un subidón de alegría impresionante”, contesta Eduardo contagiado. Al otro lado del teléfono no lo duda. “Una tarde de ensueño”. “Pasamos las horas previas”, recuerda, “con la familia. Vino gente, familiares míos, de fuera. Nos reunimos todos en el casal a comer. Vimos un reportaje que nos hicieron en la televisión. El ambiente era perfecto. Todos estaban contentos. Con ganas de que saliera bien”. Cerca de la plaza la gente paraba a Adrián, lo tocaba. El pequeño levitaba como si lo sostuviera un traje de luces. Lo que brillaba era la ilusión. “Le daba ánimos todo el mundo. ‘Lo vamos a conseguir’, ‘se va a hacer tu sueño realidad’, le decían”.
—Visteis la corrida desde el callejón. ¿Cómo estaba Adrián?
—Después de hacer el paseíllo me decía que era una gran figura del toreo. Luego no paró de comentar lo que ocurría en el ruedo. Alucinó con Ginés Marín y dando la vuelta al ruedo con las dos orejas y rabo mucho más.
—¿Esperaba esa respuesta del público?
—Pues, la verdad, la sensación era que iba a haber menos gente. Acudieron 4.500 personas, que está muy bien. Impresiona ver a tanta gente.
—A Adrián lo sacaron a hombros los toreros.
—Sí. Fue muy emocionante. Le brindaron los toros. Iba un poco loco. Verlo así, yéndose por la puerta grande fue increíble. Me emocioné. Él estaba encantado. “Esto no lo consiguen todos los toreros, papá”, decía. Cumplió su sueño.
—¿Qué hicisteis después?
—Fuimos al hotel donde se hospedaban algunos toreros. Le hicimos un regalo a Rafaelillo. Desde que conoció la noticia se volcó con Adrián como si fuera un hijo más. Y directos a casa, Adrián estaba ya cansado. Fue bonito.
La balacera llegó cuando menos lo esperaban. Con todo acabado, apuntalado el objetivo, se desató una tormenta amplificada. Los intentos por hacer feliz a un niño no congregaron tanto interés. “Los medios de comunicación buscan las cosas malas. A ver, malas... La polémica, quiero decir”. La Fundación del Toro se puso en contacto con Eduardo. ¿Cuándo? “El mismo domingo hablaron conmigo para llevar a cabo las demandas oportunas. Es que se han hecho una serie de comentarios…”. Aún no se lo cree. “Nos pidieron permiso. A mí me parecía genial que lo hicieran. Por delante de todo está la dignidad de mi hijo”.
—¿Qué recorrido tiene la defensa en los tribunales?
—De eso no sé nada. No me lo han dicho. Por ahora, se están emprendiendo medidas legales contra estas personas, recaudando toda la información necesaria.
—¿Ha podido hablar con la viuda de Víctor Barrio?
—Sí, se puso en contacto conmigo. Recibí un mensaje de ella mostrándome apoyo y fuerza, tanto para mi familia como para Adrián. Hay que tirar para delante. Ella me dijo que es bueno que se entere todo el mundo, políticos, quien corresponda, para que cambien las leyes. Se tiene que hacer justicia de una vez por todas. Nos tienen que dejar en paz a los aficionados. No podemos ir con miedo a las corridas de toros, coaccionados. Que nos respeten a todos. El festival del sábado se hizo por el bien.
El camino que desembocó el domingo en las cuatro palabras más pringosas, obscenas y frías que puede leer un padre comenzó en septiembre del año pasado. Adrián era un chiquillo que jugaba al fútbol y al que le gustaba ir al colegio. Hay millones como él. Una mota en el universo de la infancia. Saltó de una estadística a otra una tarde tras salir del campo. “Jugó un partido y llegó a casa diciendo que le dolía la pierna. Lo llevamos a Urgencias, le hicieron una placa y no salía nada. Pero a él le seguía doliendo. Entonces lo vio un traumatólogo y dijo que aquello no le correspondía”. Él adiós del médico sonó a epopeya. “De nuevo en el hospital, en la resonancia con contraste se vio algo que no era normal. Nos lo confirmaron días después: sarcoma de Ewing. Nos trasladaron al Hospital la Fe de Valencia, donde lo han tratado hasta ahora”. Según una definición del Instituto Nacional de Cáncer estadounidense, “el sarcoma de Ewing es un tipo de tumor que se forma en el hueso o en el tejido blando”. “Adrián -encoge su padre- tiene también metástasis pulmonar”. “Las ramificaciones de este tipo de cáncer son habituales”, dice mecánico. Es imposible hablar con naturalidad de lo que devora a un hijo.
—¿Cómo se tomó Adrián el diagnóstico?
—Al principio bastante mal. Veía que perdía clase, que se le caía el pelo. Con su afición al toro fue mejorando. Ha cogido moral. Le da fuerza, le ha llegado con naturalidad, súper bien.
—¿Él es consciente de lo que tiene?
—Bueno. No. Hace vida normal dentro de lo que cabe y no lo ve así, mal. No está para nada preocupado. Nos da fuerza para seguir.
Este martes recibió una nueva sesión. “El tratamiento lo está llevando mejor de lo que esperábamos. Es fuerte. Hay veces que no va al colegio, tiene una profesora que va a casa, porque por sus defensas bajas es mejor que se quede, por si se contagia de algún resfriado o algo. Pero en cuanto se recupera vuelve”.
Eduardo Hinojosa es una pieza en el puzle de la familia de Adrián. “Estoy divorciado. Mi mujer no quiere saber nada de esto. No le hace gracia verlo en los periódicos. Pero él está feliz”. El 'crío' pasa una semana con cada uno. “Entre semana, cuando está conmigo, vivimos en Alcira. Los fines de semana vamos a Valencia. Yo tengo los trastos. Torea aquí. La madre también es aficionada a los toros, le gusta, pero prefiere no aparecer". ¿Está al tanto de toda la polémica, no? “Sí. Aunque a mí no me ha dicho personalmente nada, piensa como todos. Que dejen de hablar de él y eso. Bastante tiene con lo que está padeciendo como para que venga gente a molestar”. “Este tema lo he llevado yo, el del festival, y ella no quiere saber nada”, aclara.
—¿Por qué cree que algunos ven en la afición de Adrián algo malo?
—No lo sé. No conocerán la tauromaquia. Hay que conocerla, siempre lo digo. Es un niño normal y corriente. A otros les gusta Cristiano Ronaldo, él disfruta viendo torear. Y los quiere imitar. Ya me ha dicho que quiere torear una becerra.
A Adrián, en un vídeo grabado cuando empezó a construirse el festival, se le puede ver en la habitación del hospital toreando al aire. Los pitones los tiene dentro. Qué importa. Las vías, por fuera, el gotero y el pijama aséptico, envuelto en tan poco hogar, como muleta, montera y alamares. Esquiva embestidas imaginarias y templa arreones de verdad en las entrañas. “Por supuesto que se va a curar. El día de mañana veremos esto como una anécdota. No pensamos en otra cosa. Adrián se va a curar”.
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