Sucedió durante una despedida de soltera hace ahora cuatro años y medio. Entre risas, un grupo de chicas tomaba una copa en un bar de Leitza, un pueblo navarro de 3.000 habitantes.
Pese a que era una noche de fiesta y copas, aquellas 14 palabras que debió de escuchar la embarazada Adartza (nombre ficticio) reventaron la juerga. De repente, una joven con la que compartía parranda pero no amistad se le acercó y, mirándola a los ojos, le soltó: “Cuando nazca, tu hijo va a ser tan hijo de puta como su padre”.
Adartza era, y sigue siendo, la mujer de un guardia civil gallego que llegó al pueblo a principios de 2010. Al poco empezaron una relación amorosa, se casaron y, desde entonces, ella se ha convertido en una apestada.
A la mujer, hoy madre de dos hijos -el segundo, un bebé de pocos meses- sus amigas de la infancia le retiraron la palabra y sus vecinos le lanzan miradas perdonándole la vida.
Ya nadie se acuerda de que ella, algo de lo que no pueden presumir todos los que la increpan, sí tiene ochos apellidos vascos, como la película que llenó de risas un territorio que fue de llanto. Pero no importa. Su pecado fue enamorarse de un txakurra (perro en euskera). Un pecado que para los abertzales no tiene perdón.
En la semana en que se cumplen cinco años del alto al fuego de ETA, y siete días después de que dos agentes de la Guardia Civil y sus parejas recibieran una paliza en Alsasua -otra localidad navarra cercana- EL ESPAÑOL viaja a Leitza, donde confluyen todos los odios contra la Benemérita.
Lo curioso es que aquí, en 2013, se rodaron varias escenas de la comedia protagonizada por Dani Rovira y Clara Lago que vieron 9,5 millones de españoles en el cine. Sin embargo, apagados los focos y ausentes las cámaras, el drama continúa en esta pequeña localidad ubicada en el valle de Leizarán. Como en el film, el rencor a lo español sigue vivo, aunque a quienes lo sufren no les hace ninguna gracia.
Ahora, casi arrinconados, once guardias civiles, la mujer de uno de ellos y sus dos niños conviven entre las cuatro paredes del cuartel mientras los radicales siguen amargándoles la existencia. “La vida en este pueblo es una mierda. Es precioso, sí, pero muchos nos odian y lo sabemos”, cuenta uno de esos agentes. “Es deprimente. Opreviso. Asfixiante.”
En Leitza, donde los terroristas mataron hasta en tres ocasiones, las bombas de ETA dejaron de explotar hace tiempo pero el eco de sus zumbidos sigue resonando en las mentes de muchos. “¡Fuera de aquí, cerdos torturadores”, les gritan en euskera cuando patrullan por las calles.
Un cuartel en 'Territorio EH-Bildu'
Leitza es un pueblito ubicado entre montañas al noroeste de Navarra pero que se encuentra a sólo dos kilómetros del País Vasco. Ambos lados de la frontera física entre las dos comunidades es zona caliente para la Guardia Civil. Desde aquí, Alsasua queda sólo a medio hora por carretera.
En Leitza el sueño de Euskal Herria sigue más vivo que nunca. Por sus calles hay pancartas en apoyo a los presos etarras, para los que se pide su acercamiento a cárceles vascas y navarras, o pintadas con la palabra Independentzia junto a la serpiente y el hacha, símbolos de la banda.
En este pueblo, por el que cruza el río Leizarán, desde 2011 gobierna EH-Bildu con mayoría absoluta. De los once concejales, nueve pertenecen a las filas de la formación de la izquierda abertzale o nacionalista. Los otros dos ediles son de Unión del Pueblo Navarro.
Aquí, PP y PSOE no presentan listas de candidatos a las elecciones municipales, aunque los populares se integran bajo las siglas de los regionalistas navarros. Saben que nadie del pueblo daría un paso adelante para representarlos y que casi nadie les votaría.
La tasa de paro en Leitza hace tiempo que no supera el 11%. Pese a que está alejado de los grandes núcleos urbanos vascos y navarros [Pamplona (51 kilómetros), Vitoria (103), San Sebastián (39) o Bilbao (160)] la localidad, que tiene un polígono industrial, cuenta con varias empresas potentes, entre las que destaca la papelera Sarrió. Su boyante economía hace que su población se mantenga desde los años 70 del siglo pasado.
El cuartel de la Guardia Civil, levantado sobre un antiguo convento, está ubicado a las afueras del pueblo, en una de las últimas calles. Sobre el anterior maxurrenea atentó ETA en 1982, cuando mató a un vecino que acababa de registrar su arma de caza. Hoy, esa vivienda alberga la casa de la juventud.
A la espalda del cuartel actual, a sólo 40 metros, está el caserón Aspain-Txiki. En él se rodó la escena en la que Clara Lago, Amaia en Ocho apellidos vascos, desciende por una tubería mientras va vestida de novia y acude en busca de Dani Rovira, Rafa en la película, para que no se marche en un autobús con destino a Sevilla.
Un par de calles más lejos está la plaza del Ayuntamiento y el frontón municipal. Allí se rodó esa otra escena que aparece al principio del largometraje, en la que un engominado y pijo Dani Rovira llega a Argoitia -pueblo ficticio en la película que en la realidad es Leitza- y lo primero que se encuentra es un cubo de basura en llamas.
Aunque los actos de kale borroka ya no se dan en Leitza -varios vecinos participaron como extras durante el rodaje como si fueran batasunos- el acoso a los guardias civiles sigue siendo real en la casa cuartel del pueblo. El caserío que lo alberga ahora tiene tres plantas. Por seguridad cuenta con cristales blindados, muros antiexplosivos y su perímetro está vigilado por una veintena de cámaras.
Dentro, la vida se torna rutinaria y claustrofóbica para sus moradores, que como todos sus compañeros en el País Vasco y Navarra llevan, además de la pistola reglamentaria, un fusil de 5,56 milímetros. Para ellos, el lugar de trabajo es también su casa. Aquí, explica un miembro de la Benemérita, sólo uno -el gallego casado con Adartza- vive junto a su mujer y sus dos hijos.
Pese a que todos son de fuera y tienen pareja, prefieren venir ellos solos durante sus jornadas de trabajo y volver a sus hogares cuando acumulan tres o cuatro días libres. En el cuartel comparten ducha, cocina, baño, comedor... Tan sólo disponen de habitaciones independientes con camas de 90 centímetros de anchura.
Del cuartel apenas salen, salvo para patrullar o fumar un pitillo. En Leitza, a los txerris (cerdos) uniformados de verde les acusan de introducir drogas en el pueblo, sólo se les sirve café en el bar de Beatriz, en los estancos no les venden tabaco, tienen que hacer la compra en supermercados fuera del pueblo y a ninguno se le ocurre -como sí hicieron los dos agentes de Alsasua- salir a tomar una copa por la noche vestidos de paisano.
En una ocasión lo hizo el agente gallego junto a su esposa. Fue una Nochevieja. Los abertzales comenzaron a increparles. La pareja, con miedo, tuvo que salir del local en el que estaba para que el encontronazo no pasase a mayores. Ahora, cuando el matrimonio lleva al parque a su hijo mayor, de cuatro años, los padres de los compañeros de colegio del niño les regañan por jugar con “españolitos hijos de putas”.
Pero el acoso no es sólo de este tipo. A los agentes les rayan los coches, les han puesto cajas de zapatos en los bajos de sus automóviles como si se tratara de bombas o les dejan muñecos de paja con la palabra asesino pintada. Casi ningún vecino les alquila casa y tampoco pueden ir al gimnasio ni a la piscina municipal. Al último que se atrevió a arrendar una vivienda fuera del cuartel le lanzaron dos cócteles molotov por el balcón. Por suerte, nadie estaba dentro en ese momento.
Al poco del alto el fuego de ETA, le cuenta al reportero un guardia civil, un compañero que se había matriculado en el gimnasio del pueblo para prepararse las pruebas físicas de ingreso en el Grupo de Acción Rural (GAR) se encontró en la puertade entrada una diana con su rostro. Desde entonces, hasta que consiguió plaza en otro destino, siempre acudió armado a entrenarse.
“Aquí venimos voluntariamente para conseguir preferencia a la hora de elegir destino. Con tres años acumulados en cuarteles como este es más sencillo solicitar plaza cerca de tu casa. Lo malo es que ese tiempo de tu vida parece que lo has perdido”, explica ahora otro agente destinado en Leitza.
En este pueblo donde los abertzales quieren llevar a la realidad el llamado sueño del socialismo vasco, cada año se organiza el Torturaren Aurkako Eguna (Día contra la Tortura).Esa jornada un centenar de leizarras acuden a las puertas del antiguo cuartel y meten a uno o dos muñecos en bañeras con agua o pintadas de rojo para simular sangre. Con esa imagen tachan a los guardias civiles de torturadores. “Como si fuéramos unos opresores fascistas”, exclama este miembro de la Benemérita.
Es tal la presión que sufrieron y sufren los guardias civiles en territorio abertzale que algunos psicólogos hablan del 'síndrome del norte', algo que nunca ha aceptado el Instituto Armado.
Desde el Ministerio del Interior no se precisa el número exacto de miembros de la Benemérita destinados en el País Vasco y Navarra. Aducen que se trata de “materia reservada” por motivos de seguridad.
Lo que Interior sí ofrece es la cifra de cuarteles que hay en ambas comunidades. En la vasca, entre las tres provincias (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya) hay 25 cuarteles y siete dependencias oficiales aeropuertos, puertos…). Mientras, en territorio navarro siguen activos 53 cuarteles y cuatro dependencias oficiales.
Un cazador de palomas, un guardia y un edil
El pasado de Leitza está teñido de sangre. En un pueblo tan pequeño como este ETA mató hasta en tres ocasiones, aunque lo intentó en muchas más. La primera víctima de la banda terrorista en este pueblo murió el 16 de septiembre de 1982. Se llamaba Gregorio Hernández Corchete, tenía 27 años. De profesión calderero, residía en la localidad junto a su pareja, Inés Cabezas, de origen leizarra.
El chico, nacido en Salamanca y con trabajo en un taller de Tolosa (Guipúzcoa), había ido al cuartel a dar de alta su escopeta ya que quería cazar palomas por primera vez. Al salir, varios terroristas montados en un coche lo ametrallaron a él y a dos cuñados que le acompañaban a cumplir con el trámite. Aquel día sólo murió Gregorio, aunque los dos hermanos de su chica, además de un sargento y un cabo de la Benemérita, resultaron heridos leves. El fallecido dejó viuda y tres hijos.
ETA volvió a matar en Leitza 19 años después. El 14 de julio de 2001 asesinó a José Javier Múgica Astibia, de 49 años y concejal de UPN en el Consistorio leizarra. A las 10 de la mañana de aquel sábado, cuando el hombre se montó en su furgoneta, se detonó la bomba lapa con tres kilos de explosivos que los terroristas habían colocado en los bajos de su vehículo.
Los etarras colocaron la bomba entre el bastidor y la caja de cambios de la furgoneta. El cuerpo del edil navarro salió despedido del coche y quedó calcinado. Múgica también dejó una viuda y a tres hijos. Uno de ellos, durante un período de tiempo muy corto, fue edil en Leitza.
La tercera víctima de ETA fue un guardia civil. Murió el 24 de septiembre de 2002. Era el sargento Juan Carlos Beiro, un gallego que antes de entrar al cuerpo trabajó como policía militar en su tierra. A Leitza llegó sólo tres meses antes deque lo asesinaran.
Hacia las 12.30 horas de aquel día, Beiro acudió junto a varios compañeros a retirar una pancarta que un agente de libranza había visto sobre un talud en una carretera a las afueras del pueblo. Se leía, en euskera, 'Guardia Civil: mátalo aquí'. Además, traía dibujado un tricornio dentro de una diana y el anagrama de ETA.
Al llegar al lugar, la bomba que se escondía tras la pancarta explosionó y Beiro fue el único fallecido. En la actualidad, en el patio de entrada del cuartel de la Guardia Civil hay una placa en recuerdo a su muerte. Su viuda, sus hijos y sus compañeros no la dejan en cualquier plaza o calle de Leitza porque saben que los abertzales la arrancarían de inmediato.
Silencio entre los vecinos
Cuando uno recorre las calles de Leitza se percata de que los vecinos miran con extrañeza al reportero. Saben que no es una cara conocida. Cuando este periodista se acerca a preguntar a gente que pasea cerca de la plaza del Ayuntamiento muy pocos quieren hablar sobre lo sucedido en Alsasua o sobre la película Ocho apellidos vascos. Incluso, alguno bromea con el nombre de EL ESPAÑOL. “Seguro que eres muy de izquierdas, ¿verdad?”.
Un hombre de unos 40 años años que dice llamarse Gorka -aunque al pronunciarlo hace como una pequeña parada de duda-, asegura que los dos guardias civiles agredidos en un bar de Alsasua junto a sus parejas “nunca debieron ir allí”. “Es más -añade- ningún perro debería pisar Euskal Herria”. ¿Y qué piensa del largometraje?, se le cuestiona. “Me reí mucho, pero de la cara de paleto de Dani Rovira”.
A 50 metros de allí, en la terraza de una cafetería, cuatro jóvenes de entre 20 y 30 años toman el café de la tarde. Tres de ellos estudian y uno trabaja en una empresa leizarra. Son más moderados que Gorka en su discurso.
Aunque ninguno da su nombre, los chicos explican que no comparten el trato que otros vecinos del pueblo dan a los guardias civiles. Pese a todo, ellos apoyan que “ninguna institución española esté presente en esta tierra”. “¿Quiénes son los opresores entonces? -se pregunta uno- ¿Ellos o nosotros? Mientras sigan aquí, seguiré queriendo que se marchen”.
Aunque muchos vecinos de Leitza no lo cuentan, la mayoría de ellos ha visto Ocho apellidos vascos, producida por Mediaset. Ya fuera en los cines tras su estreno o cuando ha aparecido en la pantalla de televisión.
El día que llegó a las salas de cine, los compañeros del cuartel fueron juntos a ver el film a unos cines de un centro comercial de una localidad vecina. Allí, recuerdan, se encontraron con que medio aforo estaba ocupado por leizarras.
Tras su estreno, el 14 de marzo de 2014, las críticas de medios nacionalistas como Deia arreciaron contra el alcalde de Leitza, Oier Eizmendi, de Bildu. Le reprocharon haber permitido el rodaje de una película que distorsionaba la imagen de la localidad y del movimiento independentista abertzale.
A las tres semanas, el regidor presentó su dimisión. Aunque su renuncia coincidió con la decisión del Tribunal Supremo de imponer que en todos los ayuntamientos ondease la bandera española -algo que no sucedía en Leitza- en el pueblo se piensa que la decisión de Eizmendi también estuvo motivada por las críticas a su permiso del rodaje.
Su relevo al frente de la alcaldía, Mikel Zabaleta, también de Bildu, declina hacer declaraciones acerca de la presencia de la Guardia Civil en el País Vasco y Navarra, aunque recuerda que su partido siempre se ha opuesto. Lo único que dice es: “En Leitza apenas hay delincuencia. Por eso nos llama la atención que sigan estando aquí”.
Para los 11 guardias civiles destinados en Leitza la vida no es sencilla. Cada cierto tiempo, en forma de maletas colgando en vallas o de pancartas amenazantes, algunos leizarras les recuerdan que en esta tierra no se les quiere. Suelen hacerlo con un lema: Txakurrak kanpora. Perros fuera de aquí.