La fiesta se celebra en una una mansión de tres plantas que está escondida en una calle de chalets del norte de Madrid. Es difícil localizarla porque la entrada no está a pie de calle, sino escondida en un callejón. La ubicación es secreta. Los invitados han recibido la dirección en un mail a última hora.
Atravesar la verja de entrada significa estar en la antesala de Killing Kittens, la orgía más original de cuantas se celebran hoy día en nuestro país: una bacanal en la que las mujeres mandan y los hombres obedecen.
Una vez franqueado el patio, el filtro definitivo se encuentra en la puerta de la casa. Allí espera Faith, la organizadora de este evento en España. “Bienvenida a Killing Kittens. ¿Cuál es tu nombre para buscarte en la lista?”, saluda a las recién llegadas. La fórmula es siempre la misma: 'bienvenida' o 'bienvenidos'. Jamás 'bienvenido', porque esta es la condición sine qua non para acceder a esta fiesta: la entrada está prohibida a los hombres que van solos. Sólo pueden entrar si van acompañados por una mujer.
FIESTA PRIVADA Y EXCLUSIVA
La organizadora comprueba en la entrada si los visitantes están en la lista. No es una evento abierto a todo el mundo. Se trata de una fiesta privada y exclusiva, reservada a unos pocos elegidos. En el caso de Madrid, el aforo ha sido limitado a 60 personas. Todas ellas han tenido que superar una dura criba: para asistir tienen que registrarse previamente en la web de Killing Kittens y luego esperar a que el resto de la comunidad dé el beneplácito para su ingreso. Hace falta enviar foto, peso, estatura, datos relativos al nivel académico y otras cuestiones que garantizan que los asistentes cumplen un perfil determinado. Sin la aceptación del resto de miembros, estás fuera.
Por la casa desfilan hombres y mujeres imponentes. Porque el físico aquí sí que importa. “No queremos, por ejemplo, hombres gordos y calvos mayores de 45 años”, se vanaglorian desde la organización. ¿Discriminación? En el staff saben que sí y se enorgullecen de ello. “En el fondo es como cualquier bar que tiene reservado el derecho de admisión, ¿no? Tú en tu casa sólo dejas entrar a quien te dé la gana y esto es lo mismo”, argumenta una chica que asiste por primera vez a una fiesta sexual y que está ataviada con una máscara.
MÁSCARAS PARA EL ANONIMATO
Esa es otra de las características de Killing Kittens: la intimidad y el anonimato absoluto. En la entrada, tras confirmar que los asistentes están en lista y previo pago de la entrada (70 euros para chicas solas, 140 para parejas), la anfitriona les proporciona una máscara para que su identidad quede a buen recaudo. No en vano, la clientela que asiste a estas fiestas suele ser gente de alto poder adquisitivo a la que no le interesa que su imagen pública se relacione con este tipo de prácticas. Hay gente que ya trae la lección aprendida de casa y aparece en la mansión con su propia máscara o disfraz. El escenario recuerda mucho al de la película “Eyes wide shut”, de Tom Cruise y Nicole Kidman.
También se aseguran de que nadie tome imágenes de lo que suceda allí dentro. Los asistentes están obligados a dejar sus teléfonos móviles en la taquilla de la puerta, para evitar que alguien tome fotos comprometidas. Lo que pasa en Killing Kittens, se queda en Killing Kittens
Una vez dentro, un camarero ofrece una copa de bienvenida a los asistentes, que empiezan a intimar entre penumbras. En la enorme mansión hay grandes camas, sofás, duchas... "Habíamos previsto celebrarlo en otro chalet, pero al final tuvimos que cambiar porque se nos quedaba corto para tanta gente y porque no era tan glamouroso", cuenta Faith.
La decisión parece acertada, máxime cuando la ubicación original se encontraba casi al lado del Congreso de los Diputados, justo el día de la investidura y las protestas ciudadanas. "Hubiese estado curioso cruzarnos con los manifestantes. Ellos con sus pancartas y nosotros con nuestros disfraces", ríe una de las asistentes.
LA RUTA INTERNACIONAL
Las conversaciones oscilan entre el español y en inglés, porque hay numerosos asistentes que han venido expresamente desde el Reino Unido para acudir a esta fiesta. Una pareja de irlandeses presume de hacer la ruta de Killing Kittens y haber asistido a fiestas en Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá. “Aquí mando yo”, asevera la mujer. El corpulento acompañante, que mide cerca de dos metros y lleva una máscara de conejo, escucha, asiente y calla.
Killing Kittens es un club liberal fundado en 2005 por Emma Sayle, una londinense íntima amiga de Kate Middleton (Duquesa de Cambridge y futura reina consorte de Gran Bretaña). Cuentan que la inspiración le llegó a Emma en una despedida de soltera a la que asistió en Ibiza. Durante un momento de desinhibición absoluta de las asistentes y en evidente superioridad numérica respecto a los hombres que había en la sala, a ella se le encendió la bombilla: ¿por qué no montar fiestas sexuales en el que las mujeres tengan el control absoluto?
DIOS MATA UN GATITO
El nombre también tiene una explicación: Killing Kittens significa "matando gatitos". Esto se debe a una frase satírica acuñada en 1996 en la Universidad de Georgetown: "Cada vez que te masturbas, Dios mata un gatito". Así, el nombre va en consonancia con el espíritu de desenfreno sexual que se propone en cada fiesta: más gatitos muertos significa más diversión.
Este evento erótico (a la organización no le gusta calificarlo de orgía) lleva once años celebrándose con éxito en Inglaterra. El proyecto arrancó siendo una fiesta minoritaria para un público muy selecto y determinado. Pero la demanda se ha desbordado. El éxito ha sido tal, que Killing Kittens ha extendido sus tentáculos por todo el planeta: Nueva York, Sidney, Toronto, Londres o Hong Kong son algunas de las ciudades que ya han 'matado gatitos'.
Ahora acaba de llegar a España, siendo el único país de Europa que alberga estas fiestas (sin contar el Reino Unido, origen de la fiesta). Montaron algún evento similar este verano en Ibiza, aunque la organización fue compartida con otras entidades. En septiembre se programó un Killing Kittens en Barcelona, pero no se pudo llevar a cabo por cuestiones logísticas. Ahora, coincidiendo con la fiesta de Halloween, Killing Kittens se ha estrenado en Madrid.
"NO SÉ LO QUE ME ESPERA"
Entre el público, numerosos habituales de otras fiestas swingers (intercambio de parejas). Otros son nuevos en estas lides. Javi, un canario que acude con una 'amiga muy íntima', reconoce que "nunca he ido a una fiesta sexual; en cuanto escuché hablar de esta fiesta me inscribí, pero ahora estoy un poco nervioso porque no sé lo que me espera".
Lo que le espera es, ni más ni menos, cederle el control absoluto a las mujeres. "Durante la fiesta, los hombres no pueden hablar", explica Lola, una ibicenca que colabora con la organización. Por 'hablar' se refiere a que los hombres no tienen voz ni voto. La iniciativa es de las mujeres y ellos no pueden 'entrarle' a nadie. Es ella la que decide si empieza una conversación, si pasan a mayores, si practican sexo o si se acaba la charla.
Quiero cerciorarme de que eso realmente funciona así y le pregunto a Faith, la organizadora, que me lo confirma sin titubear: "Aquí manda la mujer". Yo recelo y le planteo distintas hipótesis. "¿Y si el hombre percibe una actitud receptiva? ¿Y si sólo quiere charlar? ¿Y si rompe el hielo y propone...?". Faith me corta: "Aquí manda la mujer", me repite. No hay más que hablar.
Son cerca de las 11 de la noche y el aforo está casi completo. Cuerpos esculturales ataviados con máscaras y vestidos muy sugerentes se deslizan por las estancias, copa en mano, y empiezan a intimar. La luz es muy tenue y ambienta a la perfección. El alcohol y los preservativos están al alcance de cualquiera. La gente empieza a desinhibirse y ese es el momento en el que la prensa empieza a sobrar: Faith, con muy buenos modales, me indica la puerta y me invita a salir.
Por el camino me cruzo con un chico disfrazado de diablo que me espeta con desconfianza: "¿Tú por qué no llevas máscara?". Le cuento que yo no participo, que soy periodista y he venido a hacer un reportaje. No me deja acabar: cuando oye la palabra periodista se mete en la casa. No quiere testigos.
REIVINDICACIÓN FEMINISTA
Antes de salir me despido de Javier (el chico que debuta hoy en las fiestas sexuales) y Adriana (su pareja). Ella parece entusiasmada con lo que le espera dentro de la mansión. No sólo por la bacanal de sexo en la que participará, sino por una cuestión ideológica: "No es un evento feminista, pero sí que tiene cierto toque reivindicativo en ese sentido. Ya era hora de que se planteasen situaciones en las que mande la mujer y el hombre se someta". Él protesta. "Como si eso fuese nuevo. ¿Cuándo no ha mandado la mujer?".
Intercambiamos un par de bromas pero ahí tenemos que abandonar la conversación porque de repente les hacen un par de comentarios desde dentro de la casa: él ensombrece la cara. Le pregunto si es que se lo ha pensado mejor y no le parece bien el planteamiento de la fiesta. Él sonríe y responde: "No, no... a mí lo que me jode es que se acabe a las dos de la mañana".