Al módulo 15 de la prisión Puerto III (El Puerto de Santa María, Cádiz) se accede en furgón de la Guardia Civil. Al condenado que va dentro directamente se le conduce al Quince, el temido departamento de régimen interno al que sólo van a purgarse los delincuentes más desalmados: etarras, islamistas radicales, capos de la mafia, asesinos reincidentes… Por él pasó Ioan Clamparu, Cabeza de cerdo -el mayor traficante de mujeres de Europa- y allí aún permanece recluido Iñaki Bilbao Goikoetxea, el miembro de ETA que asesinó al edil socialista Juan Priede y que intentó recomponer la banda desde prisión.
El 22 de noviembre de 2015 Fabrizio Joao Silva Ribeiro, de Guinea Bissau, ingresó a esta zona aislada del resto de la instalación penitenciaria. Por segunda vez, tras un breve paso en 2014, recalaba allí el preso más peligroso de los 70.000 internos que hay en el país. Había vuelto el demonio de los presidios españoles. Con su retorno al Quince temblaron hasta los barrotes de las celdas.
Fabrizio Joao, de 32 años, fue el único convicto que viajó en aquella furgoneta que procedía del penal sevillano de Morón de la Frontera, también de alta seguridad. Allí, donde cumplía dos condenas, solicitaron su traslado después de que apuñalara con una pletina metálica a un funcionario.
La primera de esas condenas, de 22 años, se la impusieron por matar en Bilbao a su novia, a la que le asestó 25 puñaladas después de violarla y asfixiarla. Fue en 2004. La segunda, de 17 años, fue por acabar con un reo casi tan violento como él dentro de la cárcel de Córdoba. Lo hizo en 2014. Le quitó la vida en el baño. Propinó tantas patadas y puñetazos a aquel interno que los médicos nada pudieron hacer para salvarle la vida. Tras aquel incidente fue trasladado por primera vez a Puerto III desde la ciudad califal.
El pasado noviembre, este guineano, hijo de Antonio y Filomena, llegó esposado por la espalda al módulo de régimen cerrado de la prisión gaditana. Dentro del penal se dice que El Quince es la cárcel de las cárceles. Allí los presos desayunan, comen y cenan dentro de las celdas, apenas ven la luz del sol dos o tres horas al día (en función de su comportamiento) y su contacto con otros presos se reduce a salir en pareja al patio o a los gritos que se dan entre sí a través de las rejas de las ventanas.
TRASLADO DE PELÍCULA
Durante el trayecto entre las prisiones de Morón y El Puerto, a Fabrizio lo acompañó un grupo especial de la Benemérita. Los agentes, armados hasta las cejas, no le quitaron el ojo de encima en ningún instante. Temían que en un descuido intentara una fuga, o que les agrediera y tratara de amotinarse.
Al llegar a Puerto III, además de la barrera de entrada, el furgón cruzó tres rastrillos. Se trata de puertas correderas que sólo se abren cuando la anterior queda totalmente cerrada. Luego, a pie, Fabrizio debió pasar dos rastrillos más. En un patio muerto, sin salida, le esperaba una pareja de funcionarios de prisiones, quienes tragaron saliva al ver de nuevo a aquel hombretón de 120 kilos, metro ochenta, piel color ébano, gruesos labios y cabeza rasurada.
Fabrizio ingresó en la celda 60, un habitáculo austero de diez metros cuadrados con muebles de escayola. Dentro, el convicto dispone de una cama, un plato de ducha, un váter, un pequeño escritorio, un armario para la ropa y un interfono para ponerse en contacto con el personal carcelario. Afuera, en la galería del módulo, varias cámaras vigilan 24 horas al día.
Además de la puerta habitual de entrada a la celda, de plancha metálica y con mirilla a la altura de la cabeza, la seguridad exige una segunda. Los funcionarios de prisiones la llaman cangrejo porque tiene barrotes y se abre y se cierra cuando lo necesitan. Sirve para que los internos no puedan abalanzarse contra ellos cuando se acciona la apertura del primer portón.
Ocho meses después de su retorno a Puerto III, el preso más peligroso del país no pudo contener su instinto asesino. Durante ese tiempo, entre algún porro fumado o alguna pastilla tomada para apaciguar la fiera que lleva dentro, amenazaba a diario a los empleados del penal. En un parco castellano, les prometía cortarles la cabeza y hacer añicos sus cuerpos. La mañana del 21 de julio se propuso hacerlo. Ese día, cuando se producía un registro rutinario de su celda, mandó a cinco funcionarios al hospital. A uno le rajó el cuello, a otro le partió la dentadura... Sólo la suerte y la rápida actuación de una compañera los mantuvo vivos.
TRES MINUTOS DE PÁNICO
Ocurrió temprano, cuando el reloj marcaba las nueve de la mañana. Antes, Fabrizio Joao había tomado un café y una rebanada de pan con mantequilla y mermelada. Hasta le dio los buenos días al funcionario que le entregó una bandeja con el desayuno a través de la ranura horizontal que hay en el portón metálico de su celda, situado a la altura de la cadera. Poco después de llenar el estómago, cuando tocaba que cada preso limpiara su habitáculo, la chispa prendió en el fornido guineano y el interno entró en cólera.
Como cada día, cinco funcionarios desarmados y sólo provistos de un walkie acudieron a cachear a Fabrizio para registrar su celda en busca de pinchos hechos a mano y entregarle los bártulos para que la limpiara. Con él se extremaban las medidas de seguridad. Con cualquier otro preso del Quince ese mismo trabajo lo hace una pareja de empleados de Puerto III. Pero no con el reo más violento del país.
Cuando uno de los empleados del penal portuense examinó un pequeño macuto del interno, parecido a un morral, el reo se abalanzó sobre él. En la mano llevaba una fina placa de hierro de 10 centímetros de longitud y dos de anchura. La había extraído de la suela de uno de sus zapatos. Con ella le rajó el cuello.
Tras el ataque, los cuatro compañeros del agredido trataron de reducir al interno. Pero les fue imposible. “Entre todos no podían con él”, cuentan fuentes del penal. Fabrizio soltaba codazos y puñetazos por doquier. “Fueron tres minutos de pánico”, explican.
El preso, que logró zafarse de sus oponentes, llegó a salir a la galería central del módulo. Aturdido y asfixiado por la excitación del lance, los funcionarios malheridos lograron salvar la vida gracias a la rápida intervención de la vigilante de seguridad del Quince.
Ella, testigo de lo sucedido fuera de la celda gracias a las cámaras de vigilancia, consiguió dejar enjaulado a Fabrizio accionando el cierre de dos barreras corredizas que cruzan la galería central de un lado a otro. Primero cerró la que el reo tenía a su espalda. Luego, mientras sus compañeros reculaban con la ayuda de una silla de plástico que usaron como escudo, cerró la otra y dejó aislado al preso.
“JAMÁS MUESTRA ARREPENTIMIENTO”
Tras el incidente, a Fabrizio Joao Silva Ribeiro se le trasladó a la prisión gallega de alta seguridad de Texeiro, en A Coruña. Los cinco funcionarios se dieron de baja laboral. El parte de daños fue notable: a uno le clavó los brackets en la encía y le partió varios dientes; a otro le hizo un corte en el antebrazo de cuatro centímetros; a un tercero le cortó el cuello y a punto estuvo de seccionarle la vena yugular; a un cuarto le reventó la nariz y se la deformó; un quinto tiene afectados los ligamentos de sus rodillas. Además, todos presentaron contusiones y moratones por distintas zonas del cuerpo.
Fabrizio Joao es un preso de primer grado catalogado como de “peligrosidad extrema” (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento 91.3). El sistema carcelario español tiene cerca de 70 reos “especialmente violentos”, explican fuentes del sector. Según funcionarios de Puerto III, este guineano es el más peligroso de todos ellos. Los psicólogos que lo tratan lo hacen en una sala dividida por barrotes, al más puro estilo del caníbal Hannibal Lecter, cuyo personaje encarnó el actor Anthony Hopkins.
Las fuentes consultadas, quienes trabajan en el “vano” intento de reinserción del preso, aseguran que es una persona con tendencia a la violencia y a la agresividad. También explican del reo que “jamás se muestra arrepentido de la conducta dañina que muestra”. Nunca, añaden, quiere colaborar en las terapias de autocontrol.
La particularidad de este interno es que entre los funcionarios que trabajan en El Quince existía la “certeza y la seguridad” de que iba a atentar contras ellos. “Los días previos a la agresión la tensión era muy alta. Su única motivación ahí dentro, y más sabiendo que ha de estar preso hasta 2047, es reventar a cualquiera que tenga cerca”.
"ADONDE VAYA ES UN PROBLEMA"
En el módulo 15 de Puerto III hay 70 celdas individuales. 20 de ellas se dedican a la estancia de los presos de extrema peligrosidad, quienes suelen sufrir “tendencias psicópatas”. Muchos de ellos se tragan muelles, se comen cristales de ventanas…
Uno de los compañeros de Fabrizio Joao hasta que lo trasladaron a Texeiro era Ricardo Santiago Motos, un murciano de 18 años que pesa 130 kilos y mide un metro ochenta. Llegó a la cárcel gaditana el 15 de abril de 2016 procedente de la prisión madrileña de Estremera.
Pocos días antes de su ingreso en Puerto III había agredido a un compañero de cárcel mientras salían en pareja al patio. Lo hizo partiendo en dos el palo de una escoba y atravesándoselo por el cuello. El agredido murió a los veinte días en el hospital. Santiago Motos siempre cuenta a los funcionarios de prisiones que ambos habían discutido porque no quiso darle un cigarro.
Por el módulo 15 de Puerto III, como por el resto de las otras cuatro prisiones de alta seguridad españolas [Soto del Real (Madrid), Morón (Sevilla), Texeiro (Galicia) y Estremera (Madrid)], la rotación de este tipo de presos es continua.
Por esta sección del penal gaditano han pasado varios de los condenados más conocidos del país: desde el mayor traficante de hachís del Estrecho, el ceutí Mohamed Taieb El Nene -ya fallecido-, hasta Mohamed Achraf, el ideólogo del atentado frustrado que una célula islamista quiso cometer a mediados de la década pasada contra la Audiencia Nacional. De este último los empleados de la prisión cuentan que tiene una "inteligencia suprema".
En El Quince aún permanecen dos miembros de ETA que anhelan la vuelta al terrorismo de la banda. Con ellos convivió el encarcelado más temido del país. Uno es Iñaki Bilbao Goikoextea, que asesinó a un edil socialista y amenazó durante el juicio con “pegarle siete tiros y arrancarle la piel a tiras” al magistrado de la Audiencia Nacional Alfonso Guevara. La otra es Arantza Zulueta, la abogada de presos etarras que en un pinchazo telefónico llegó a afirmar: “Si ETA me pide que coja una pistola y mate, lo haré”.
Desde el traslado a Texeiro, a finales de julio, en el módulo 15 de Puerto III los funcionarios trabajan más tranquilos. Sin embargo, alertan de que al preso más temido de España, al que le quedan 21 años de condena, lo que menos le importa es reconducirse. “Vaya adonde vaya, es un problema”, sentencian. "Y su objetivo somos nosotros".
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