-Estoy pensando en ti. Empalmado.
-¿No seré yo la razón?
-Sí. Y la solución también. Tu cuerpo es de vicio.
-Acabo de llegar del gimnasio.
-Otra vez empalmado. Hablemos por Skype.
-Mejor mañana. Mis padres podrían oírme y tendría que dejar las luces apagadas.
-No hay problema, nena. En otro momento. Cuando sea más fácil.
Imagínese esta romántica conversación sobre la pantalla de dos teléfonos móviles. Uno, perteneciente a un hombre de 51 años, y el otro, a una adolescente de 15. En concreto, el autor de estas líneas es el excongresista demócrata Anthony Weiner. Quizá este nombre le resulte familiar, pues ha ocupado las portadas de los medios estadounidenses en 2011, 2013 y, más recientemente, el pasado verano, siempre por su afición al sexting, es decir, al intercambio de mensajes y fotos de contenido sexual con otras mujeres. Esta práctica no acarrearía mayor reproche si no fuera porque este político estaba casado, una de las destinatarias era menor de edad y en América la vida privada de los cargos públicos no existe.
Por sorprendente que parezca, la anterior charla, y otras más subidas de tono, pueden acabar costando a Hillary Clinton la carrera electoral hacia la Presidencia de los EEUU, un sueño que lleva persiguiendo prácticamente desde hace 40 años. En estas cuatro décadas ha tenido que bregar con una sociedad machista que difícilmente tolera la ambición de una mujer, y, además, con los obstáculos que a modo de escándalos relacionados con el sexo le han ido poniendo en su camino sus colaboradores más cercanos, desde su marido Bill hasta su amiga, asesora y casi hija política Huma Abedin, exesposa de Weiner.
Por empezar por este último trance, han sido los mensajes sexuales del excongresista por Nueva York a una quinceañera lo que ha llevado al FBI a reabrir la investigación sobre el caso de los correos electrónicos, que esta semana ha hundido a la aspirante demócrata en las encuestas. Este asunto se remonta al periodo en que Hillary Clinton formó parte del gabinete de Obama como secretaria de Estado, entre 2009 y 2013. En este tiempo, se saltó una norma que dicta que los miembros de la administración deben usar los servidores gubernamentales para enviar y recibir electrónicamente documentos y archivos relativos sobre cuestiones nacionales.
Ella no lo hizo. Utilizó su servidor de correo privado, lo que llevó al FBI en 2015 a abrir un proceso oficial para determinar si se había cometido un delito y presentar cargos. Al no encontrar evidencias en este sentido, cerró el caso antes de que echara a andar la campaña.
Aquí entra en acción Weiner. Los agentes federales estaban analizando sus dispositivos electrónicos por sus comunicaciones inapropiadas con una menor, cuando encontraron mezclados entre proposiciones indecentes y fotos del político semidesnudo, correos electrónicos supuestamente de Hillary Clinton, que podrían contener información clasificada.
Según las especulaciones publicadas en EEUU -a falta de una explicación completa del FBI cuando concluyan las pesquisas-, estos mensajes habrían sido enviados por la aspirante demócrata a Abedin en los años en que colaboraba con ella en la Secretaría de Estado. De alguna forma, la pareja -ya divorciada- habría compartido estos dispositivos en algún momento.
Ésta ha sido, por ahora, la guinda a una campaña en la que las apetencias carnales de Weiner ya le costaron un disgusto en agosto a Clinton, que tuvo que encarar el anuncio de divorcio de Abedin, su mano derecha desde mediados de los noventa, después de que la prensa volviera a pillar al excongresista mandando fotografías marcando músculo y erección, junto a su hijo de cuatro años dormido. En 2011 ya tuvo que dimitir de la Cámara de Representantes y en 2013 de la carrera por la Alcaldía de Nueva York por lo mismo.
Donald Trump ha sabido aprovechar este escabroso capítulo, al igual que hizo al resucitar durante el segundo debate presidencial la siempre polémica devoción de Bill Clinton por el sexo femenino. Y es que la ex primera dama, a sus 69 años, ha tenido que acostumbrarse a cargar con las consecuencias de las apetencias de otros, sin siquiera disfrutarlas en primera persona.
DE SER REPUBLICANA A ‘BILLARY’
Pero esto no siempre fue así. Hubo un tiempo en que Hillary Rodham gozaba de una adolescencia modélica y prometedora como miembro del consejo escolar, redactora en el periódico de la escuela y ganadora de becas al mérito. Con 13 años ya estaba metida en política, como voluntaria del Partido Republicano. De hecho, en 1965 presidía el consejo de jóvenes de la formación conservadora.
Los años sesenta prendieron en ella la mecha progresista y acabó definiéndose como “conservadora de mente y liberal de corazón”, según recoge Carls Berstein en su libro Una mujer al cargo: la vida de Hillary Rodham Clinton.
Su giro demócrata la llevó a convocar una huelga estudiantil tras el asesinato de Martin Luther King Jr., liderando el activismo en Wellesley College, universidad donde ya empezaban a augurar que sería a ser la primera mujer presidente.
En 1971 conoció a Bill Clinton en Yale. Cursaban Derecho mientras se implicaban el Partido Demócrata. Hillary se resistió a casarse durante años, a pesar de la insistencia de su pretendiente, porque su carrera iba viento en popa hacia Washington D.C. Cuando él se marchaba a Arkansas, la obligó a escoger. “Elegí seguir mi corazón en lugar de mi cabeza”, ha declarado en alguna ocasión la exrepublicana, que con este enlace en 1975 estrenó su particular calvario.
Tras 12 años como primera dama del Estado de Arkansas, gobernado por su marido, la pareja, Billary, como les apodaron, se lanza a la carrera presidencial nacional. Y es durante las primarias demócratas de 1992 cuando salta la primera infidelidad de su esposo, y la consiguiente humillación pública y mediática para ella.
En enero, una excabaretera llamada Gennifer Flowers pregona en los tabloides que había mantenido una relación extramatrimonial con el gobernador durante 12 años, casi todo el tiempo del matrimonio. El 26 de enero, para salvar la candidatura, los dos acuden al popular programa 60 Minutos para negar las acusaciones, a pesar de que años después, en 1998, Bill admitiría el engaño bajo juramento.
Estos son algunos extractos de aquella entrevista de la CBS con Steve Kroft.
Kroft: ¿Quién es Gennifer Flowers? ¿La conocían?
Bill Clinton: Oh, sí. Era una conocida...
Hillary Clinton: Oh, claro.
Kroft: Ella ha descrito con detalles que tuvo una relación de 12 años con usted.
Bill Clinton: Esa acusación es falsa.
Hillary: Cuando esta mujer hizo esas acusaciones, sentí como otras veces cuando otras mujeres han hecho lo mismo. Ellas tienen su vida y de repente... salen con esto. Me siento mal por ellas. Bill atendió su llamada, estaba aturdida, diciendo que su vida iba se iba a arruinar… Él la cortó y me dijo que ella estaba diciendo cosas raras, pero pensamos que era porque estaba aterrorizada.
Bill Clinton: Cuando un periódico ofrece dinero para que la gente diga que ha estado involucrada conmigo...
Kroft: Estoy asumiendo de su respuesta que usted está categóricamente negando que tuviera un romance con esta mujer.
Bill Clinton: Ya lo dije antes. Y ella también.
Hillary: Así es. No es cómodo para nadie verse sentado en este sofá contando todo lo que pasa en tu vida o tu matrimonio. Creo que es muy peligroso para este país si no respetamos una zona de privacidad para todos.
AMANTES Y ASALTOS DESDE LA BODA
A pesar de sus deseos, desde aquella entrevista Hillary Clinton no volvió a conocer esa privacidad personal que reclamaba. Aquel fue el primero de una larga lista de escándalos sexuales que ella iría negando y perdonando, y que la han ido siguiendo durante años hasta esta campaña. El primero registrado se remonta a 1978, tres años después de darse el 'sí quiero'.
-Juanita Broaddrick. Esta administradora de un hogar de ancianos de Arkansas denunció en una entrevista en 1999 en NBC que Bill Clinton la había violado en 1978, cuando él era fiscal general de Arkansas. Su testimonio permaneció oculto hasta que fue llamada a declarar como testigo en otro caso de acoso sexual del presidente. La Casa Blanca negó las acusaciones en 1999. La denunciante dijo que había decidido hablar 20 años después al ver que algunos medios insinuaban que él había comprado su silencio.
-Paula Jones. Denunció que en 1991 Clinton le propuso mantener relaciones sexuales y se descubrió sus genitales ante ella en la habitación de su hotel. Presentó una demanda por acoso sexual en 1994, dos días antes de que expirara el posible delito. En 1998 Clinton llegó a un acuerdo con Jones y sus abogados, pagándole 850.000 dólares para no ir a juicio. Durante los preliminares de aquel proceso judicial, y estando bajo juramento, el presidente negó haber mantenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky, lo que luego derivaría en el juicio que al que el Senado le abrió por perjurio.
-Kathleen Willey. Esta activista demócrata y voluntaria en la Casa Blanca dijo en 1998, en el programa 60 Minutos, que en 1993 Bill Clinton la agarró y la besó en el estudio privado del Despacho Oval. El pasado mes acompañó a Donald Trump al segundo debate presidencial junto a Juanita Boraddrick y Paula Jones.
-Gennifer Flowers. Se trata de la anteriormente citada relación de 12 años que primero fue negada, aunque en el juicio de 1998 el presidente admitió un encuentro sexual.
-Dolly Kyle Browning. Esta amiga del instituto de Bill dijo en una declaración jurada, durante el proceso de 1998, que los dos tenían encuentros sexuales esporádicos desde mediados de los años setenta hasta enero de 1992. Clinton nunca respondió públicamente a esta afirmación.
-Elizabeth Ward Gracen. Fue la ganadora de Miss América 1982, con 21 años, y admitió en 1998 que había mantenido una noche de pasión con Clinton, algo que durante los seis años anteriores había negado. La Casa Blanca desmintió esas acusaciones.
-Sally Perdue. Fue Miss Arkansas en 1958. En 1994 afirmó que había tenido un romance con Clinton mientras era gobernador en 1983. Según denunció, alguien del Partido Demócrata la amenazó en 1992 para que no revelara la relación, advirtiéndole de que "sabían que solía salir a correr sola y que no podían garantizarle que no le sucediera nada a sus bonitas piernas”. El presidente tampoco ha respondido públicamente a esta acusación.
Hillary, que tuvo que soportar todas estas acusaciones manteniendo el respaldo público a su marido, no se imaginaba lo que estaba por llegar al final del segundo mandato. El caso Lewinsky acabaría por desenterrar un pasado de infidelidades y de prácticas sexuales que dejarían a la puritana sociedad estadounidense boquiabierta.
Como quedó expuesto, todo saltó a raíz de que el presidente, bajo juramento durante el proceso de Paula Jones, negara haber mantenido relaciones con la becaria del despacho oval. La prensa comenzó a publicar pruebas de la existencia de esta relación, que por otra parte tenía lugar en la Casa Blanca, a la vista de los trabajadores.
El equipo Billary trató de hacer lo que sabía, negarlo y atribuirlo a una invención de los tabloides. En 1998, la primera dama se sometió a una entrevista en el programa Good Morning America en torno a la pasante. “Son acusaciones falsas, como otras de otros años, que se producen porque hay gente que odia al presidente o detesta sus políticas. Le acusan de esto como también han hablado de crímenes y de drogas. Que la gente respire hondo y vamos a hablar de los temas que de verdad importan”.
Al final de aquella charla, en la que de nuevo Hillary tuvo que compartir su privacidad con el mundo, la periodista le preguntó si le preocupaba que este caso pudiera hacerles pasar de una forma menos digna a la historia americana. “No, por favor, yo estoy centrada en hacer mi contribución a mi país”, contestó ella.
UN PURO EN LA VAGINA
De aquel escándalo quedará para las generaciones venideras un prolijo informe que realizó el fiscal especial que se encargó de la investigación, Kenneth Winston Starr. La Cámara de Representantes aprobó, por 363 votos contra 63, la difusión de aquel expediente de 445 páginas a través de Internet, una novedad para la época que puso las intimidades de este matrimonio al alcance de todo el planeta.
En aquel documento, Starr recomendaba abrir el juicio político a Clinton por obstrucción de las investigaciones, manipulación de testigos, perjurio y abuso de poder, entre los 11 delitos que halló en contra del presidente, a raíz de la ocultación de su relación con Lewinsky. Se inició un proceso de impeachment o destitución por dos cargos, perjurio y obstrucción a la justicia, que finalmente fue rechazado.
El informe narra gráficamente los encuentros entre ambos, con prácticas poco usuales, como el uso de un cigarro, sexo telefónico o felaciones mientras él hablaba por teléfono con congresistas. Mantuvieron diez relaciones sexuales, ocho mientras ella era becaria y dos después. El lugar escogido era el estudio privado del despacho oval o sus inmediaciones, en un recibidor sin ventanas.
En España el diario El Mundo publicó íntegro el expediente traducido al español, recogiendo detalles tan privados como que el presidente se apoyaba en la puerta del baño porque, según dijo a Lewinsky, le aliviaba los dolores de espalda. La relación consistía básicamente en sexo oral, no vaginal, aunque no era recíproco. Además, Clinton prefería no eyacular pues, según la joven, no había “confianza; no me conocía lo suficiente”. Sólo en las dos últimas ocasiones, en 1997, llevó a término la felación.
No faltaron pormenores en el relato de la pasante, que contó cómo el presidente le acariciaba y le besaba los pechos desnudos y le tocaba los genitales, llevándola al orgasmo en dos ocasiones. La parte más descriptiva se refirió a cuando el marido de Hillary le introdujo un puro en la vagina, que después se llevó a la boca para decir, siempre según Lewinsky, "sabe bien".
LEWINSKY QUERÍA MATRIMONIO
A la que le supo amargo aquel trago fue a su esposa. Y no sólo por la excesiva retahíla sexual. Hubo algo más. Según Neysa Erbland, una amiga de Monica, el presidente reveló una vez a su amante que tenía dudas con respecto a su matrimonio: “¿Quién sabe qué ocurrirá de aquí a diez años, cuando esté fuera del despacho?”. Según esta confidente, Lewinsky llegó a creer que podría casarse con Bill.
Hillary Clinton reconoció en 2003, en su libro de memorias Historia viva que cuando su esposo le confesó aquel affair se quedó sin respiración. “Dando bocanadas de aire, comencé a llorar y a gritarle”, con una rabia que no pudo disimular cuando lo acompañó, demostrando que lo perdonaba, mientras pedía disculpas públicas al país.
En una entrevista durante esta campaña en la CNN, el tema volvió a salir. “Fue muy difícil y doloroso. Me apoyaron mis amigos, tratando de hacerme reír y recomendándome libros. Me tenía que levantar cada día y tratar de hacer frente a la situación, sin abandonar mis responsabilidades públicas. Era muy, muy difícil”.
Hoy Bill Clinton sigue a su lado. Ahora es él quien aguarda en un segundo plano y teme que otro escándalo sexual pueda alejarlos del ansiado regreso al 1600 Pennsylvania Avenue. De todas estas experiencias, Hillary siempre se ha llevado la parte más amarga, quedando marcada por la conducta sexual de otros hombres. Si gana este martes, volverá a la Casa Blanca y ahora será ella quien ocupe aquel despacho oval en el que, desde hace unos años, está prohibido fumar.