Juliana González, de 36 años, ya no recuerda cuándo recibió la carta de desahucio. "Era un mes en el que hacía frío", dice. Aquella noche no durmió, pero al día siguiente despertó a su hija Cristina, la llevó al colegio y se fue a servir hamburguesas y sandwiches como cada día. Comenzó a buscar piso y unas semanas después encontró lo único que podía pagar con su sueldo —750 euros al mes, 30 horas por semana—: un sótano por 400 euros. Avisó a un amigo que tenía una furgoneta —"me voy, ayúdame a llevarme mis cosas"—, le dijo a su hija que se mudaban y cerró, por última vez, la puerta de su casa en la calle Alhambra (Madrid).
"No esperé a que viniera la Policía a echarme de mi casa, me fui antes porque pensé que no soportaría vivir aquello". Le daba vergüenza que sus vecinos viesen cómo la obligaban a abandonar el piso de 75 metros cuadrados que compró junto a su exmarido en 2007. "No razoné bien lo que hacía, solo tenía miedo y pensé que una hipoteca de más de 1.000 euros no podía pagarla, pero un alquiler de 400 sí. Me decía a mí misma que si dejaba la casa, la pesadilla terminaría".
Juliana, Cristina y su hermana Ada, que acababa de llegar a España desde República Dominicana, se instalaron en aquel sótano a dos calles de su antiguo piso. Poco después la despidieron del restaurante en el que trabajaba. "Era 2011 y me consolaba tener paro. Decía: 'No me quedo sin dinero, tenemos un sitio en el que vivir. Encontraré trabajo y podremos mudarnos a un sitio mejor'". Pero eso nunca ocurrió. "El sótano en el que vivíamos estaba al lado de una fosa séptica. No puedes imaginar cómo olía aquello, de verdad, no puedes. Yo miraba a mi hija, que le iba mal en Matemáticas, me daba pena que tuviese que vivir así. Le decía que no contara nada en el colegio, ni a ninguna amiguita. Tendía la ropa donde podía para que no oliese mal".
Después llegaron las humedades y las cucarachas. "El casero fumigó pero a los meses volvieron a aparecer". Esta no es vida para mi hija, se repetía ella. Su hermana, además, se quedó embarazada y su pareja la abandonó. "Le dijo que no estaba preparado para ser padre y se fue", cuenta Juliana. El bebé nació a principios de 2016, y Juliana le preparó una cuna para que durmiese junto a su madre. "Un día mi hermana me llamó gritando: '¡Hay ratas en casa!'. Me eché a llorar porque ya no sabía qué más podía ir mal. Por las noches me despertaba pensando que había alguna rata en casa y le hacía daño a mi hija o al bebé". Así aguantó hasta que una tarde del pasado abril fue al bar en el que a veces se toma un café y confesó a unos conocidos del barrio que ya no aguantaba más. Una chica brasileña se le acercó y le dijo:
—A mí me van a desahuciar. Si tú eres capaz...
—¿Capaz de qué?
—De romper la puerta y meterte en la casa. Yo no me atrevo a quedarme en ese piso, la Policía me va a echar igual.
—Dame la llave del portal.
Días después, Juliana le pidió a un amigo que rompiese la cerradura del piso, situado en la calle Hervás. "Ni siquiera sabía lo que era 'okupar' una casa. Yo quiero pagar mi piso, tener un trabajo, ser una persona normal. Pero a mi hija le prometí que la cuidaría, y ni la voy a dejar en la calle ni va a vivir entre ratas".
Habla un exbanquero
Alberto Sáez trabajó en banca durante seis años, se quedó sin trabajo en 2009 y redirigió su carrera hacia otro ámbito laboral: el de la edición. Considera "injusto" que se culpabilice únicamente a los banqueros que vendieron hipotecas. "Si alguien venía y pedía dinero, tú le dabas ese dinero. Eso no significa que alguien que trabajaba en una sucursal estuviese timando al cliente. El problema principal es que la legislación en España es aberrante: se favorece a los bancos. El movimiento de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) ha conseguido que eso se modifique parcialmente".
Es el caso de Juliana: no sabía que la PAH existía hasta hace unos meses. "Ahora siento que si pasa algo ellos estarán para ayudarme. Pero antes no tenía a nadie, ni siquiera sabía que que existía lo de la dación en pago".
El exbanquero considera que el sistema ha sido "cruel": "Cuando alguien no podía pagar la hipoteca se quedaba totalmente desamparado, y eso es lo grave. No es lógico que tú tengas que abandonar tu casa porque no puedes pagarla y encima te quedes con una deuda. Sí creo que ha habido una conducta poco ética por parte de algunos trabajadores de banca . Y en cajas, por ejemplo, ha habido intención de estafar, como ocurrió con las preferentes. Yo no lo he vivido en primera persona, pero sé que se vendían productos muy complejos sujetos a muchas variaciones de mercado a un perfil de comprador que en cuestiones financieras era analfabeto".
2011, récord histórico de desahucios
Juliana, nacida en República Dominicana, llegó a España de la mano de su tía en 1998, año en el que "la economía española intensificó su crecimiento", según la Memoria del Consejo Económico y Social (CES). El documento también señala que "la economía española mostró un comportamiento expansivo [...] con un aumento del PIB del 3,8%". Además, "el sector de la construcción arrebató el protagonismo que había tenido la industria".
Juliana perdió su casa en 2011, cuando España alcanzó su récord histórico de desahucios. Solo durante ese año, los juzgados procesaron 58.241 expedientes, un 22% más respecto a 2010. Según los datos publicados por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), entre 2008 y 2012 hubo 166.700 procesos de desahucio.
En ocasiones los datos son los huesos, el esqueleto, y los nombres de los afectados, la carne que da relieve a la historia. La de Juliana ejemplifica la evolución de la economía española.
"Mi exmarido, dominicano también, trabajaba en la construcción. Ganaba muy bien, entre 2.000 y 3.000 euros al mes. Yo me sacaba mi sueldo también, íbamos desahogados, así que en 2007 nos metimos en la hipoteca. Pedimos un préstamos de 98.000 euros en Caja Madrid", relata Juliana. Recuerda que al principio pagaban 700 euros, pero dos años más tarde, mientras su marido cada vez tenía menos trabajo, la cuota mensual de la hipoteca aumentaba. "Nos decían que el Euribor subía, y yo veía que la hipoteca se nos ponía en 1.600 euros. Él ya casi no trabajaba, así que me endeudé: seguí cogiendo prestado para pagar la hipoteca". Juliana hace referencia a préstamos "fuera de los bancos": conocidos que tenían disponibilidad económica y negociaban con ello. "Llegó un momento en el que él me dijo: 'Hasta aquí, nos vamos a ahogar'. Yo quería seguir pagando nuestro piso, pero él se marchó. Me siguió ingresando algo para la niña, pero muy poco. Yo le había pedido dinero a gente peligrosa, así que con mi sueldo fui pagando esas deudas: me daban más miedo ellos que el banco".
Los amigos de Juliana le aconsejaron ir a su sucursal bancaria con la llave en mano: "Me decían: 'Llévala, que tú no puedes más, entrégales su piso'. Fui le dije al director del banco: 'Mire, bájeme la cuota o le doy la llave y se queda con el piso'. Él me dijo que ni una cosa ni otra".
Las consecuencias psicológicas del desahucio
En esos meses en los que Juliana se queda sola, a cargo de su hija y con una hipoteca que no puede pagar, se deprime. "No sé explicarte, no dormía, o a veces no quería levantarme. Iba al trabajo con miedo por si iba la Policía y ya mi casa no era mía". Juan Ramis-Pujol, profesor de ESADE, realizó un estudio en Barcelona en 2013 sobre las consecuencia psicológicas que sufre una persona cuando se enfrenta a un expediente de desahucio o a la ejecución del mismo. Ramis-Pujol lo resumía en "colapso emocional". Uno de los principales efectos, además de la ansiedad, es el de perder la capacidad de tomar decisiones en el futuro. Además, "tienen problemas de sueño, problemas de salud, sus relaciones personales se rompen y cambian sus hábitos alimenticios".
La solución, según el profesor del departamento de Dirección de Innovaciones de ESADE, es conseguir la dación en pago y, en segundo lugar, que la persona encuentre un trabajo estable. Esto es precisamente a lo que aspira Juliana: "Me gustaría que Bankia me perdonase la deuda, ya que se ha quedado con el piso. Ellos [Bankia] saben que estoy aquí de 'okupa', la PAH me dijo que no mintiese, que lo reconociese. Así que el 1 de diciembre tengo el juicio para ver si me desalojan o no. Me gustaría conseguir un alquiler social, y luego ponerme a buscar trabajo. Con eso yo sería muy feliz porque estaría todo arreglado".
Su piso de 'okupa', a unos minutos del metro Lucero, en el distrito de la Latina, apenas está decorado. Un sofá, un mueble de madera en el comedor, una tele y un pequeño calefactor son casi todas sus pertenencias. "Con lo que me pasa mi ex de la pensión de la niña, 150 euros al mes, pago la luz, el agua, internet y la comida. Pero Cruz Roja y otras oenegés me ayudan con alimentos y ropa también. Con eso vamos tirando".
Juliana se consuela con haber conocido a los integrantes de la PAH en Madrid: "Son los que me están ayudando a conseguir el alquiler social". Luego, dice, toca pelear por la condonación de la deuda, que ella llama "perdonar la deuda". "Sí porque para mí es como un castigo que voy arrastrando".
David Menéndez, director de Responsabilidad Social de Bankia, le preguntó a Juliana si estaría dispuesta a irse "fuera de Madrid". "Mire usted, si yo consigo trabajo tendré que dejar a mi niña con alguien, y en las afueras no tengo a nadie. Y si consigo trabajo, seguramente sea en Madrid y eso me supondría una hora o más en metro cada día. ¿Y yo qué hago si tengo toda mi red de apoyo en el barrio? Siempre he vivido aquí", le contestó. "Él no entiende lo que es irte lejos porque tiene coche y dinero: puede moverse y puede dejar a su niña con alguien", me dice. "Fíjate si estoy bien que los vecinos de mi planta saben que estoy de 'okupa'. Al principio se asustaron, es normal, pero luego yo les expliqué mi situación, que estaba desesperada, y me entendieron. Lo que quiero es regularizar mi situación. Mi hija sabe que estamos ilegales, en el colegio no. Ella y yo dormimos juntas porque en la otra habitación está mi hermana con el bebé, y el otro día me dijo: 'Mamá, ¿y qué nos va a pasar si nos echan de este piso?'".
'Okupa' a los 60
Lo primero que pide Omar es que no diga su nombre real: "Tengo 60 años y soy 'okupa'. No es algo de lo que me enorgullezca, pero es la vida que me ha tocado vivir". El suyo fue el primer desahucio que la PAH logró parar en Madrid. Era 2011 y Omar vivía junto a su mujer y su hija en un piso situado en la calle Naranjo, en el barrio de Tetuán (Madrid). A unos 200 metros está la sucursal del BBVA en la que él y su mujer pidieron un préstamo de 200.000 euros para comprar el inmueble: vivían en él desde 2004, en régimen de alquiler, pero en 2007 decidieron comprarlo. "Un amigo me dijo que lo podía vender más tarde y sacarme un dinero. Pensé: 'Qué bien, lo compro ahora y en unos meses o un par de años lo vendo más caro'. Pero estalló la crisis". "Eso es especular", le digo. "Sí, lo sé, lo sé... Pero qué iba a saber yo en ese momento. Está mal, ahora me doy cuenta".
En los años 90, Omar se dedicaba a vender coches. Después, se pasó al negocio de venta de ropa por internet hasta que decidió abrir una panadería en la estación de Renfe de Alcobendas: "En el banco me dijeron: '¿Y si te damos 40.000 euros más para que reformes la casa?'. Yo dije que sí y utilicé ese dinero para abrir el negocio. Era 2008 y la panadería nos daba para mantenernos. En 2010 tuve que cerrar y fue cuando ya no pude pagar la hipoteca", cuenta.
Un día, a principios de 2011, cuando ya habían recibido la carta de desahucio, su mujer vio en televisión un documental sobre vivienda: "Ahí descubrimos lo que era la PAH. Contactamos con ellos y la primera vez consiguieron pararlo. No te imaginas, muchos compañeros vinieron a dormir a mi casa, muchos otros se quedaron en la calle desde primera hora de la mañana". La segunda vez, el abogado de Omar consiguió la dación en pago: su familia y él tenían que dejar el piso, pero la deuda desaparecía. Se fueron durante unos meses a casa de un amigo de la PAH, en Villaverde. Su matrimonio, para entonces, era irreparable: "Llevábamos muchos años juntos, pero no pudimos superar esto. Un desahucio te cambia la vida, sientes que ya no hay futuro, y es imposible estar bien con tu pareja por mucho que la quieras. Me queda mi niña, que en aquel momento fue muy fuerte. Ahora está estudiando en Estados Unidos. Tengo familia allí y le pagan todo".
El único momento en el que Omar baja la cabeza es cuando habla de su hija. "Cuando cumplió los 18, me dijo que quería estudiar Aeronáutica. Yo no podía pagarle la matrícula, así que fue un año entero a clase, pero como oyente. Cuando vi eso, pensé: 'No voy a conseguir trabajo, y me da igual si yo tengo que vivir en la calle, pero no quiero esto para mi hija'. Le pedí a mi familia que la cuidase, le diese unos estudios, y así lo hicieron".
Hace un año 'okupó' un piso cerca de la parada de metro Estrecho. Dice que nunca se habría imaginado a sí mismo así: "Los 'okupas' no vamos por ahí rompiendo ventanas y destrozando casas. Me he metido aquí porque no quiero morirme en la calle. Pero es como el piso de cualquier otra persona: cocino, limpio y pago mis gastos".
Omar pasa cada día por la calle Naranjo. Desde hace unos meses ve luz en el que fue su hogar. "Durante mucho tiempo las persianas estuvieron bajadas, pero ahora vive gente". No trabaja y sus únicos ingresos proceden de lo que su familia le da para comprar algo de comida y pagar los gastos de luz, agua y teléfono. "¿Sabes? He vivido muy buenos momentos ahí, por eso paso por el portal, miro y recuerdo". Se equivocaba Rilke cuando decía que la única patria del hombre es la infancia; la de Omar se conjugó en su edad adulta y quedó atrapada en un piso como una planta de interior. No es el único: Juliana pasea de vez en cuando por la calle Alhambra. "Está a menos de diez minutos andando. Sé que ahora vive gente. No sé si la habrán 'okupado' como yo he hecho con este piso, si es que el banco la ha alquilado o la ha vendido". Como Perec en su obra La vida instrucciones de uso, ellos también desnudan sus antiguos edificios, los despojan de la fachada y visualizan una vida pasada.