Cuando Rosa Pons saltó de la cama el 22 de diciembre de 2011 y encendió la radio, no podía imaginar que tendría que quitarse la bata, calzarse a prisa y acudir a pregonar. No eran ni las 10 de la mañana y los niños de San Ildefonso cantaban el Gordo: 58268. Había caído muy cerca y la entonces alcaldesa de Sodeto (Huesca), un pueblito de 215 habitantes, pensó: “Seguro que le ha tocado a alguien que conozco”. Entre los conocidos premiados se encontró consigo misma y con todos sus vecinos. Menos uno.
Los vecinos dormían o trabajaban en el campo. La alcaldesa no tenía muy claro qué iba a decir, pero tenía pocas opciones: “Sodeto, felicidades, nos ha tocado la lotería”.
Mientras los teléfonos del pueblo oscense sonaban, el cineasta griego Costis Mitsotakis, el único vecino que no tenía participación, se dirigía a la plaza con una cámara en la que guardar la explosión de alegría en aquellos que recibían la noticia. Fue así como logró captar el momento en el que, a su inmediato regreso, los vecinos conocían que eran ricos. Así empezó a trabajar en el documental Cuando tocó, en producción desde hace cinco años y siempre a punto de ver la luz.
"No sabíamos lo que nos estaba pasando", rememora la exalcaldesa en el bar del pueblo. "Los medios de comunicación nos preguntaban qué número era y cuánto nos había tocado, pero ninguno lo sabíamos. Estuvimos una semana que ni comíamos, ni dormíamos, ni limpiábamos, ni guisábamos, ni nada. Ni, ni, ni, ni. Era una fiesta".
Cuando Costis llegó a la plaza no entendía nada, simplemente grababa mientras el resto se abrazaba, cantaba y reía. La gente le explicaba: “Este papel que vale 5 euros se transforma en 100.000”.
Hasta el 22 de diciembre de 2011 las orquestas que trataban de llegar a Sodeto para las fiestas solían perderse por el camino. Desde entonces, como si de un mantra compartido se tratara, los vecinos suelen decir: “Nos nos encontraban ni las orquestas y nos encontró El Gordo”. Bancos, concesionarios e inmobiliarias enviaron inmediatamente sus respectivas avanzadillas, cargadas con maletines, folletos y coches de lujo. Ellos no se perdieron. “La lotería ha puesto a Sodeto en el mapa”, resalta Pons.
Y el campesino respiró
Los buzones se vieron abarrotados de publicidad con atractivas ofertas para comprar casas y coches de lujo. Pero los vecinos no tenían ningún interés en cambiar su forma de vida en un momento en el que se estaba modernizando el regadío y la situación económica era complicada para la mayoría por la inversión que estaban realizando los agricultores.
Que hubiera un Jaguar en la plaza del pueblo esperando comprador no alteró los intereses de los más jóvenes. Alguno de ellos llegó a decir: “A mí que me traigan un tractor nuevo”. Y eso fue lo que todos hicieron: invertir en el campo, renovar sus tractores, mejorar su sistema de regadío, comprar más terreno y relajarse porque al fin vieron la oportunidad de seguir en el pueblo y en el campo sin el ahogo que les imponían sus exorbitantes hipotecas.
Apostaron, en definitiva, por vivir en el pueblo y gracias a la repentina cantidad de dinero repararon los desperfectos de sus casas. La lotería trabajó como acicate para frenar la despoblación rural en Sodeto.
Con el dinero y los banqueros también llegó la desconfianza. Lo habitual en Sodeto era dejar las puertas de las casas abiertas, pero la presencia de foráneos ávidos de su dinero derivó en el cierre de pestillos.
Aquella riqueza repentina encareció la tierra. Si una hectárea de regadío rondaba los 6.000 euros antes de que cayera el Gordo en el pueblo, ahora no baja de 9.000.
Quienes más se enriquecieron fueron miembros de la junta directiva de la asociación local de amas de casa porque decidieron quedarse las participaciones que no habían logrado vender. En octubre de este año, cinco años después de que cayera el Gordo, no quedaba ni una sola participación: todas estaban vendidas.
Aquellas mujeres que llegaban a recorrer hasta veinte pueblos con la esperanza de vender las participaciones ahora ni siquiera llegan a ponerlas a la venta, ya que por compromisos personales y peticiones todas están reservadas.
Y luego está la de Costis, que aunque siguió sin comprar lotería, asegura que las amas de casa le reservan desde entonces alguna participación para que, si vuelve a tocar, no sea el único del pueblo que acuda a la fiesta sin nada que celebrar. No obstante, asegura la exalcaldesa que “Costis ha conseguido más que si llevara una participación”.
¿'Cuando tocó' existe?
La duda se ha extendido entre los vecinos. El trabajo audiovisual de Costis se ha prolongado durante cinco años. Cada vez que le preguntaban cuándo podrán ver el documental, él decía: “En primavera”. En primavera decía: “En invierno”. Los vecinos de Sodeto han comenzado a llegar a conclusiones y a compartir el rumor: “¿Pero será verdad?”
A pocos kilómetros del pueblo, Costis -alto, delgado, con gafas y sin pelo- nos guía por su casa, una edificación que cuando compró habitaba el ganado y del que todavía cuelga un cencerro. Subimos a la primera planta, donde ha reconstruido el viejo pajar hasta convertirlo en su estudio. Varias puertas de madera se han convertido en su mesa de trabajo; con cemento y sus manos ha creado un enorme sofá desde el que ve la tele.
Entre cortinas rojas y ante un cuadro cubista en el que impera el rojo, Costis agarra su paquete de tabaco y procede con el ritual de liar un cigarrillo justo antes de mostrar dos tráileres aún no publicados. Sí: lo del documental es verdad.
Afuera aúlla el cierzo cuando Costis vuelve con el café listo, se acomoda en su butaca y comienza a contar su historia. Una historia de amor.
-Pero ¿qué te trajo aquí?
-Pues eso, el amor.
Vino por amor, pero se quedó para huir de la ciudad y sus consecuencias.
Costis salió de Atenas con su antigua novia. Ambos dejaron todo atrás, compraron una autocaravana y se fueron a recorrer el mundo. En pleno viaje, ella le dijo: “¡Vamos a ver a mi abuela!”. Así llegaron a Sodeto y así se quedaron.
- ¿Y no te sientes un tanto desgraciado por el hecho de que fueses el único al que no le tocó El Gordo?
- Es la típica pregunta que me hace todo el mundo. Pero no, qué va. Por eso sigo sin comprar lotería. Si te interesa y la compras, pues te jodes. Pero si no te interesa, te da igual. Si hubiera comprado y no me hubiese tocado, me habría jodido mucho. Pero como no, todo siguió igual para mí. Eso sí, ha generado la expectación sobre mi documental, lo cual es bueno.
Dinero fácil
Llegar de otro país y comprender esa tradición que culmina el 22 de diciembre cargada de esperanza y superstición, tan arraigada en España, no es fácil. “Creo que en ningún otro país existe esta obsesión. Nunca entendí eso de: nos tenemos que levantar, poner la tele. ¿Pero para qué?”, dice alzando la voz todavía con extrañeza.
La primera vez que vio la lotería en directo no pudo frenar un ataque de risa al escuchar el canto de los niños entonando los números. “Me partí de la risa, salen locos. Pero está chulo si lo ves desde fuera como yo, porque llega a ser gracioso”.
El griego sigue sin comprender la relevancia de la lotería en España. De esta duda surge su documental. “La lotería en España es la más vieja del mundo y una de las más gordas. No una: la más. En 2011 fue la primera vez que tocó a todo el pueblo y luego tienes la cereza por encima de la tarta. Todos menos uno. Y así empezó toda la historia. Días después viene The New York Times y convierte la noticia en portada. Un abuelo jugando en el bar del pueblo se convierte en portada de The New York Times. Es surrealista”.
Tras la publicación del reportaje, Costis recibió 120 llamadas de medios de comunicación griegos y ha perdido la cuenta de la cantidad de periodistas que le llamaron inmediatamente desde España y el resto del mundo. Entre todas las llamadas y correos electrónicos, un mensaje desde Dinamarca fue el más extraño de todos.
Con un español casi perfecto a base de practicarlo con los vecinos durante doce años, a pesar de que vive solo fuera del pueblo desde hace siete, Costis explica que cuando vivía en el pueblo era inevitable comprar lotería aunque no quisiera. “Te machacaban. Yo al final decía: 'Venga, dámela y vete'", cuenta con un cariño que no puede evitar cuando habla de la gente de Sodeto.
Cuando llegó a la plaza aquella mañana de invierno en la que el pueblo se había enriquecido, todos se preguntaban entre sí cuántas papeletas llevaban.
-Me preguntó un abuelo cuántas llevo, digo “ninguna” y me dio una hostia.
Desde que se mudó a la nueva casa, fuera del pueblo, las amas de casa dejaron de perseguirle con sus papeletas. “Iban de pueblo en pueblo, así que no había excusa para no venir aquí. Cuando tocó se quedaron como: “¿Qué hemos hecho?”. Desde entonces, el pueblo se siente en deuda con Costis y a partir de 2012 las amas de casa empezaron a llamarle para decirle: “Te hemos guardado una papeleta, que lo sepas”.
A simple vista, Sodeto no cambió ante los ojos de Costis tras la lotería. “No ves cochazos ni nada. Aquí han caído, nadie lo sabe realmente, unos 200 millones de euros, todo entre 75 familias. Es gente que tiene el mismo tractor, que igual tiene silla nueva... Existe gente que ha comprado maquinaria y eso, pero poco más. Esto se llenó de banqueros por todas partes en quince minutos diciendo: “Dame tu papel, te lo guardo.”
Costis recuerda que muchos vecinos supieron que les había tocado la lotería porque recibieron la llamada del banco mientras trabajaban en el campo, completamente ajenos al vuelco que acababa de dar su vida. “Empezaron a entrar en el pueblo con los tractores cuando lo supieron”, narra Costis, evocando una imagen de contrastes en la que unos colocaban un jaguar en la plaza y el pueblo se negaba a rendirse ante la ostentación.
Costis se ha convertido en algo así como un personaje aislado, extraño, pero, sobre todo, querido, porque ha contribuido a extender el nombre del pueblo por todo el mundo, no sólo mientras remata un documental que se estrenará a nivel global, sino porque nunca se ha negado a conceder una entrevista. Desde que dejó la fotografía submarina de gran profundidad se ha dedicado al documental social en este antiguo pajar. Es un hombre sin rutinas, solitario y desligado del tiempo hasta el punto de haber olvidado la edad que tiene. 47 o 48. Poco importa. Para averiguarlo, acude a la calculadora de su móvil: “¡Joder, qué lío! Son 47”, exclama.
Entre la vorágine de periodistas a los que tuvo que responder llamadas y correos electrónicos, se encontró con un peculiar danés que quería venir hasta Sodeto sólo para unirse a un proyecto en el que Costis no había pensado involucrar a nadie.
Insistió y el griego, confiando en que así le dejaría tranquilo, le dijo: “Pues si quieres venir, vienes”. Días después estaba junto a su casa con una mochila. Pronto compró una vivienda en el pueblo oscense y se convirtió en una parte clave del documental. “Ahora somos mejores amigos. Vive en Dinamarca y se acaba de comprar una casa aquí. La verdad es que tenemos una relación rara de cara a los de Sodeto. Creen que estamos juntos”, bromea.
Un día, el griego desafortunado iba por el pueblo conduciendo una furgoneta destrozada cuando una anciana repentinamente rica le paró. “Costis, ¿qué quieres? Te compraré lo que quieras”. Una semana después, Costis le preguntó: “¿Y mi regalo?”. Para entonces, aquel arrebato de generosidad provocado por la emoción del momento ya había desaparecido. La mujer ya se había olvidado de su oferta.
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