Cuando hablamos, Sebastián Marroquín está en Panamá, aunque lleva 23 años viviendo en Buenos Aires. Pocos le reconocerán por ese nombre, pero sí por el de Juan Pablo Escobar Henao: es el hijo del famoso narcotraficante colombiano Pablo Escobar.
A Argentina se marchó junto a su familia cuando, tras la muerte de su padre, quedaron en una situación de indefensión absoluta siendo, además, el objetivo de muchos enemigos de Pablo Escobar. Para poder salir de Colombia y recuperar la libertad perdida por el peso de su apellido, Sebastián, su madre —entonces María Victoria Henao— y su hermana Manuela cambiaron sus identidades. Según cuenta, tuvieron escasos minutos para escoger sus nuevos apellidos y el de Marroquín surgió mirando las páginas telefónicas.
Sebastián Marroquín me concede una entrevista por Skype. Compruebo que el parecido físico con su padre es innegable, aunque su discurso queda totalmente alejado del de su progenitor. Su crítica es ácida, como demuestra su nuevo libro Pablo Escobar, in fraganti. Lo que mi padre nunca me contó (Planeta), y su compasión está con las víctimas.
Su libro Pablo Escobar, mi padre (2009) se ha traducido a 14 idiomas y ya lleva 200.000 ejemplares vendidos. ¿Esta nueva obra completa de alguna manera la anterior?
Además de completarlo creo que nos abre un panorama muy amplio sobre las tramas de corrupción que había en el entorno de la organización de mi padre y cómo esto le permitió ser tan exitoso en unos momentos de la vida. Creo que también nos sirve para, a través de la realidad, poner en evidencia cómo estos vínculos con la corrupción nos invitan a cambiar las políticas que nos han mantenido en la guerra contra las drogas durante tantos años.
Yo estoy confiado en que sí va a gustar porque, como digo en el título, éstas son historias que nunca me reveló mi padre. Estos pasajes son fruto de la investigación que he realizado, de la mano de la editorial también, y encontramos historias realmente sorprendentes de mi padre y de sus vínculos con agencias federales estadounidenses para el tráfico de drogas que establecen un nuevo punto de partida para conocer la figura de Pablo Escobar. Normalmente sólo se habla de su figura y no de las relaciones que tenía con el mundo exterior.
¿Qué tipo de historias podemos encontrar en este nuevo libro?
Los hechos que narro en el libro ocurrieron en la década de los 80. Por ejemplo, en un capítulo me centro en la relación tan estrecha que mi padre mantuvo con Adler Berriman 'Barry' Seal y las relaciones de este, a su vez, con el poder en Estados Unidos. En el libro recojo encuentros como los que mantuve con su hijo, Aaron Seal, en México, o con el hijo de Miguel Rodríguez Orejuela, del cártel de Cali, William Rodríguez Abadía, con quien pude intercambiar mucha información. Hizo una especie de "mea culpa" de muchos crímenes que durante décadas se habían negado y que se habían cometido contra nuestra familia.
También reflejo mis encuentros con importantes jefes paramilitares, políticos y guerrilleros con los que mi padre tenía relación. Todas estas relaciones nos ayudan a entender las enormes redes de corrupción que había entorno a mi padre y de las que siempre se ha mantenido un absoluto silencio y es uno de los motivos por el cual yo creo que este libro va a despertar tanto interés. Revelará un nivel de corrupción sin precedentes en la historia de la lucha contra las drogas.
¿Cuánto tiempo le llevó la investigación?
Cuando acabamos el primer libro nos dimos cuenta de que aún teníamos mucho material interesante por sacar. Aparte, dedicamos un año a la investigación específica de los que seis meses estuve en Colombia entrevistando a muchos de los personajes que aparecen.
¿Ha regresado a menudo a Colombia desde que dejó el país con su familia?
Estuve 14 años sin regresar desde que salimos de Colombia y desde entonces he ido eventualmente, como en el caso de la presentación del libro o para la investigación.
Cuándo va, ¿cómo le reciben? ¿Le reconocen?
La gente es muy respetuosa, no me hace sentir de ninguna manera especial. Soy uno más y eso me gusta mucho. Creo que los colombianos han comprendido que yo no soy la continuación de los pasos de mi padre, que soy simplemente su hijo y una persona que desea hacer uso de su historia con un sentido de la responsabilidad para, precisamente, invitar a otros a que no la repitan.
Usted tiene 39 años, 16 de los cuales los pasó en Colombia. Es hijo de Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante más sanguinario de Latinoamérica, conocido ya al final como 'El Patrón', el Capo de capos, o en los primeros tiempos como el Robin Hood de los suburbios de Medellín.
Así fue como lo bautizó la prensa allá por 1982, porque mi padre era un hombre repleto de contradicciones. Tenía mucho dinero, todo venido por el narcotráfico, pero lo utilizaba para construir más de 50 canchas deportivas para que los jóvenes de los suburbios de Medellín no consumieran drogas. Centros de salud, viviendas para los pobres... Una gran paradoja, así era mi padre.
Su padre llegó a convertirse en el enemigo público número 1 de Colombia y de Estados Unidos. También fue considerado uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes. Se dice que su fortuna rondaba los cinco mil millones de dólares. ¿Qué hay de cierto en todo eso y qué pasó con el dinero?
En primer lugar las listas de Forbes no son reales. Nadie de la revista visitó nunca a mi padre ni mi padre hubiera dejado a nadie registrar su bolsillo ni sus cuentas, con lo cual eso son meras especulaciones que les han sido muy útiles porque han vendido muchas revistas. No es que mi padre no fuera muy rico, sí lo era , ero no en las dimensiones en las que querían pintarle. De hecho, si mi padre hubiera tenido el poder económico que decía la revista, creo que no quedaría ni rastro de Colombia, sinceramente.
En el primer libro hay un capítulo que se titula ¿Dónde está la plata?, que es una pregunta que incluso yo me hago. Para mí está claro dónde fue ese dinero. Cuando muere mi padre habíamos heredado un montón de propiedades y vehículos, obras de arte, muchos lujos pero no podíamos usar ninguno. Después de su muerte, sus enemigos vinieron y, a punta de pistola, nos despojaron de todo. Ellos tenían todos esos recursos perfectamente identificados porque habían sido amigos de mi padre en el pasado. La premisa era simple: si escondíamos una sola moneda nos matarían, con lo cual la negociación fue muy sencilla. Y las propiedades que no se quedaron ellos las tomó el gobierno colombiano. Lamentablemente, ninguna de las fincas que el Estado colombiano nos quitó sirvió para reparar a las víctimas de Pablo Escobar.
¿Cómo salieron adelante sin dinero?
Sobrevivimos gracias a la familia de mi madre. Son ocho hermanos y cada uno nos ayudó lo que pudo para que empezáramos la vida en Argentina. Yo me eduqué y rápidamente empecé a trabajar, y mi madre y mi hermana hicieron lo mismo. Me gradué primero como diseñador industrial y después como arquitecto y eso me permitió salir adelante. El documental Los pecados de mi padre y los dos libros me abrieron otras oportunidades como conferencias para los jóvenes o para empresas privadas, incluso para organismos de diferentes países que me convocan para que comparta mi experiencia.
¿Irá algún día a contar su historia a Washington DC?
¿Usted cree que el presidente nuevo me va dará una visa? Y con el libro nuevo dudo que vaya a ser una persona grata en Estados Unidos. No debería ser así porque yo no soy un narcotraficante, ni ser hijo de uno me convierte en tal. Precisamente ser testigo de tanta violencia, de tanta corrupción y de tanta ausencia de valores humanos me convirtió en una persona diferente, apalancado en el amor con el que fui criado en mi familia.
Siendo un adolescente, usted juró vengar la muerte de su padre.
En realidad ese deseo de venganza sólo me duró diez minutos, que fue lo que transcurrió entre la grabación mía que una periodista publicó sin avisar (yo era menor de edad entonces) y el momento en que me hice cargo de la realidad y llamé a los medios de comunicación para decir que de ninguna manera pensaba lo que decía y que había sido fruto del dolor al recibir la noticia. Justamente hoy, 23 años después de su muerte, creo que queda claro que cumplí la segunda promesa y no la primera.
Lo cierto es que en sus obras revisa la historia de su padre desde un punto de vista crítico.
Yo no empecé a ser crítico con mi padre tras su muerte, lo fui en vida cuando lo tenía enfrente. No esperé a que mi padre muriera para decirle lo que estaba haciendo mal ni formaba parte de su séquito de aduladores. Cuando yo le pedía que cesara la violencia, que dejara de poner bombas, él siempre tenía excusas para seguir. Me decía: "Hijo, yo no inventé el narcoterrorismo, yo no empecé con esto de las bombas. No se te olvide que la primera bomba que pusieron en Colombia te la pusieron a ti, a tu hermanita y a mi esposa y casi me los matan".
¿Le escuchó alguna vez decir esa legendaria frase de que prefería una tumba en Colombia que la cárcel en Estados Unidos?
Centenares de veces. Y también nos dijo cómo se quitaría la vida llegado el caso. Nos explicó la manera en cómo se pegaría el tiro, que fue cómo se lo pegó cuando falleció. No nos sorprendió porque teníamos perfectamente claro y asumido que no dudaría mucho y que el día que lo fueran a encontrar se pegaría un tiro. No es sólo que esté convencido de ello, es que los propios médicos forenses me lo confirmaron, lo que pasa es que les amenazaron para cambiar el informe final [la familia del narco sostiene que, tras recibir un primer balazo en el hombro y caer al suelo, el narcotraficante se suicidó como siempre había prometido antes que dejarse coger]. Ese día Pablo Escobar estaba esperándoles. Sabía que le tenían pinchado el teléfono y nos llamó al hotel militar donde estábamos. Quería ser encontrado para que nos liberaran antes de que apareciera muerto él o nos mataran a nosotros.
Usted fue perseguido, al igual de su familia, por ser hijo de Pablo Escobar. ¿Qué ha supuesto estar estigmatizado como parte del cártel de Medellín, aun siendo un niño?
Ha sido difícil porque, por ejemplo, a la hora de conseguir un trabajo como arquitecto, aunque tengas el mismo talento que el de al lado, las personas prefieren contratar al que no es hijo de Pablo Escobar. Sin embargo también hemos encontrado otras personas, otras empresas y otras ciudades como por ejemplo México, donde continuamente voy a compartir mi historia de vida con miles y miles de jóvenes, llevando este mensaje de paz y reconciliación y esta reflexión sobre el narcotráfico y para tratar de hacerles ver que ser como Pablo Escobar no es el camino. En México se está viviendo un proceso similar al que se vivió en Colombia, con mucho respeto a sus asuntos internos, y esto no es responsabilidad de los mexicanos. Es fruto de las políticas prohibicionistas que desde la década de los 30 venimos padeciendo y cada vez el negocio está mejorando. Hay más controles, pero nadie ve la droga pasar.
Usted ha dicho que uno de los grandes errores que cometió su padre fue meterse en la carrera política. ¿Qué lo obsesionó más: su afán por ser presidente de Colombia o su lucha contra la Ley de Extradición?
Mi padre tenía el poder económico y le faltaba el poder político. Creo que se equivocó porque su profesión de narcotraficante no es afín a la de los políticos aunque hoy pareciera que sí. Quizás mi padre fue de los primeros que descubrimos, pero cada vez son más los políticos que ingresan a la cárcel por los mismos motivos. Bueno, por lo menos ahora los meten a la cárcel, antes les daban embajadas…
Precisamente, en 1984, su padre es expulsado del Congreso de Colombia y a partir de ahí Pablo Escobar sentencia a todos aquellos que le acusan de narcotraficante. Políticos como el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, pero también jueces, periodistas, funcionarios, policías… ¿Se podría decir que su padre comienza una huida hacia adelante?
Sí, yo creo que mi padre nunca pensó que el pasado lo iba a alcanzar. Ingenuamente creyó que lo tenía todo controlado. Yo creo que lo mató pensar que como mafioso podría ingresar en una mafia mayor que el propio narcotráfico, la política, y ver que no calificaba para el puesto. Mi padre cometió un grandísimo error dando la orden de acabar con la vida de Rodrigo Lara. Llegó al extremo, se sintió ofendido hasta la médula y humillado públicamente por el hecho de que revelaran que era narcotraficante.
La realidad es que ese hecho cambió la historia de Colombia para siempre y desencadenó un enfrentamiento sin precedentes de las estructuras del narcotráfico más enquistadas en el poder contra el poder mismo de las instituciones. Miles de muertos que pagaron un precio altísimo por esa guerra absurda. Y la verdad es que no aprendimos mucho, el negocio sigue igual: ya no explotan bombas pero siguen apareciendo cadáveres.
Hablando de las consecuencias, la documentación habla de 4.000 víctimas directas de Pablo Escobar. ¿Es correcto este dato?
Tristemente no hay una lista oficial de víctimas de Pablo Escobar y yo creo que muy convenientemente no la hay porque si la hubiera tendrían que reparar los daños… Y como ya no hay con qué reparar porque robaron todo, entonces pues hablemos de números pero no hablemos de nombres, no hablemos de familias concretas como la familia Lara, la familia Galán, la familia Cano, como todas las víctimas del avión de Avianca, y como todas las víctimas del narcoterrorismo que esparció mi padre por toda Colombia. Tampoco hay una lista oficial del Estado colombiano de todas las personas que perdieron su vida persiguiéndolo a él. Más de 3.000 personas fueron asesinadas y torturadas para encontrar a un único hombre: mi padre.
Su "locura terrorista" tiene un punto culmen cuando Pablo Escobar arquitecta, en 1989, la explosión del avión de Avianca que acaba con las vidas de cerca de 200personas y en el que se suponía que viajaba el entonces candidato César Gaviria Trujillo. ¿Recuerda cómo reaccionó su padre al enterarse de que su objetivo había escapado de su trampa?
Yo no tuve la oportunidad de estar tan cerca como para observar su reacción pero era muy claro que mi padre estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano por la vía de la violencia para someter a las instituciones de Colombia a su voluntad.
Hablemos ahora de la alianza de su padre con los guerrilleros del M-19, o movimiento del 19 de abril, la creación de 'Los Extraditables' y la toma del Palacio de Justicia en Bogotá, que se saldó con cerca de 100 personas asesinadas. ¿Cómo recuerda esos episodios?
De eso nos fuimos enterando posteriormente. El M-19 negaba su participación en esos hechos y de hecho en mi nuevo libro reflejo una extensa charla que tuve con Otty Patiño, uno de los líderes del M-19, donde hablamos del tema con mucha puntualidad.
Como te decía al principio mi padre era un hombre lleno de contradicciones. Sentía afecto por algunas ideas de la izquierda; sin embargo, fue el fundador del grupo paramilitar de ultraderecha 'Muerte a Secuestradores' (MAS). En el tema político él mismo decía que no era un hombre ni de izquierdas ni de derechas, sino que apoyaba todas las ideas si estas eran buenas, indistintamente del lado del que vinieran.
Usted ha criticado la popular serie Narcos, de Netflix, por poco rigurosa. ¿Qué hay de real en la serie y qué hay de ficción?
De real hay muy poco. Ni siquiera quisieron hablarme cuando les ofrecí acceso al archivo general de mi familia, fotos, vídeos y cartas manuscritas suyas. Y no lo aceptaron porque ya habían hecho un pacto con la DEA (Agencia Antidrogas Americana) y a la DEA no le gustan las historias que yo tengo para contar. Cuando vi que no les interesaba, me di cuenta de que no les interesaba contar la verdad. Sólo de la segunda temporada hice una lista de 28 inexactitudes que publiqué en mi página de Facebook y que ahora también reflejo en un capítulo de mi libro dedicado a las narco-series.
Me ofende, literalmente, que Netflix haya puesto a mi tío Carlos Henao, una persona absolutamente decente, un hombre de bien que murió torturado y asesinado por Los Pepes, como un narcotraficante que murió en un enfrentamiento con las autoridades. Más aun teniendo en cuenta que ellos publican dentro de su serie, 'Fragmentos de la realidad', archivos de noticieros, imágenes de cadáveres reales... Y si vieron todo eso también debieron ver a mi tío con un letrero colgado del cuello. Y le preguntas a Google y también sale la historia de Carlos Henao y de cómo murió. Entonces me parece una falta de respeto para sus hijas y su viuda, que tienen un honor que debe ser preservado. También por su memoria, ya que no se puede, en nombre de Pablo Escobar, manchar el honor de quien nos dé la gana.
Su familia paterna se ha comportado con ustedes peor que sus propios enemigos, según cuenta. ¿A qué cree que se debe?
La verdad es que me encantaría tenerlos enfrente para hacerles la pregunta, porque no me lo explico. Siempre le dimos afecto y si hoy se toman un café o se visten es de cuenta de mi padre porque nunca hicieron nada. Aunque fuera sólo por eso deberían tener un poco de gratitud y de respeto por el hombre que les dio todo, porque viven de lo que él les dejó.
Es una pena que, no solamente con total ingratitud lo entregaran a él a sus enemigos, sino que querían además hundirnos a nosotros y quitarnos todo aliándose con el cártel de Cali, como al final pasó. Mi abuela Hermilda, madre de mi padre, no era tan amorosa como la refleja Netflix. Ella también ayudó para despojarnos de todo. En una reunión, mi abuela estaba junto a los miembros del cártel de Cali. Entonces entendí que ya no era mi abuela, sino el enemigo.
Desde que rompieron el anonimato, que consiguieron al cambiar de nombre, ¿han recibido nuevas amenazadas? ¿Llega uno a acostumbrase a vivir "camuflado"?
Las amenazas que normalmente recibimos vienen de nuestra propia familia. Por eso no me equivoco cuando digo que el mayor respeto lo hemos recibido de nuestros enemigos y no de nuestros supuestos seres queridos.
Yo ya no me ando escondiendo. El día que me quieran matar es cuestión de que manden a un muchacho y listo, ni opondré resistencia. Yo no ando a la defensiva, ando tranquilo porque no le busco problemas a nadie ni pisando los talones a otras personas. Ando así con la intención de dejarle a mi hijo un legado de paz muy diferente al que me dejó mi padre. Ese es mi único propósito.
Pidió perdón públicamente por los crímenes de su padre. Ha mantenido además contacto directo con alguna de sus víctimas. ¿Cómo fueron esos encuentros?
Así es, no solamente los encuentros que se reflejan en el documental de Los pecados de mi padre, sino que a partir de ahí he tenido la oportunidad de reconciliarme con otras muchas víctimas de mi padre como el hijo de 'Barry' Seal. Esto me anima y me empuja a seguir adelante, creyendo en el diálogo como herramienta sanadora.
En Colombia, todavía hay muchas personas que consideran a su padre un héroe.
No solamente en Colombia, ahora gracias a Netflix es así en el mundo entero. Le sorprendería leer los mensajes que recibo por las redes sociales de jóvenes australianos, filipinos, rusos, armenios, turcos, españoles, colombianos… De todas partes del mundo, idolatrando a mi padre y que quieren ser como él porque Netflix se los ha presentado como un héroe. Han hecho sentir a los jóvenes que ser narco es cool. Y esa es la sociedad que estamos creando.
El parecido con su padre es innegable. ¿Con qué se queda de él?
Con la papada, me quedo con lo mejor de mi padre. Ya he trabajado en mis libros y en el documental en esa labor de reconocer quién era él y lo que hizo. Ahora, como hijo, me toca preservar los mejores recuerdos.
Libros, documentales… ¿Para cuándo la película?
Para cuando Dios quiera. Yo estoy listo, tengo todo para arrancar… Esperaremos un poquito más. Los libros han demostrado ser muy exitosos y tenemos fe en que, en algún momento, aparecerá una persona, una empresa con el interés y las agallas suficientes para contar la historia real.
Resulta innegable que su historia —la de su familia, la de su padre— es fascinante. ¿Para usted es una bendición o una maldición?
Si es una maldición la he querido convertir en una bendición con el uso responsable de la propia historia. Es muy difícil, no hay forma de prepararse para una historia como la nuestra, no hay fórmulas para salir adelante de una manera correcta. Yo lo que estoy haciendo con tanta destrucción, con tantas ruinas que quedaron y con tanta experiencia y ese legado de terror, es convertirlas, reciclarlas para el bien de la humanidad. Creo que el hecho de hacerlas públicas es parte de ese proceso. En el momento en que pones en evidencia todas esas realidades también les estás dejando claro a los demás que esas historias ya se vivieron y que, por tanto, no deberían ser repetidas.