Es normal. Que un pezón comience a ponerse negro, que se caiga la areola al tacto. Es normal. La falta de cicatrización tras una operación en los senos y que empiecen a cerrar al aire. Es normal. Tratar de ayudar al proceso untando gelatina sin sabor en la herida. Es normal. No tener sensibilidad en todo el pecho. Poner cuatro puntos en esas heridas sin anestesia. Poder introducir casi toda la falange en el vértice de las suturas. Es normal.
"Es normal"; esa es la respuesta que, cuenta Lorena Beltrán, no paraba de darle su cirujano plástico con cada nueva complicación. Las paredes de su casa, en el barrio de La Magdalena de Bogotá, pegado al centro histórico de la capital colombiana, están decoradas con pósters de los Beatles y portadas de periódico donde sale ella. Una es de El Espectador. Beltrán aparece desnuda de cintura para arriba, mostrando las cicatrices, los costurones que van por debajo del seno y de éste al pezón. Es normal. Mientras ella habla, con lágrimas esporádicas al recordar los pasajes más duros que ha pasado a sus 22 años, su gatito Lucifer no para de jugar.
Ella es la cara, la imagen, del enésimo intento en Colombia de regular las cirugías plásticas, séptimo país del mundo en operaciones de estética en número total, pero si se calcula por población, con una tasa de 11,6 operaciones por cada 1.000 personas, queda tercero, detrás de Corea del Sur y EE.UU. donde -según una nota de la agencia Colprensa de 2013- la mitad de las cirugías de este campo son de corrección. Sin embargo, no hay cifras oficiales de cuántas de estas operaciones salen mal, pero sólo en Antioquia se han cerrado 15 de las 80 clínicas que se inspeccionaron en medio año y se estima que, como mínimo, muere un paciente al mes. El último proyecto fue cuando la modelo y presentadora Jéssica Cediel se inyectó biopolímeros en los glúteos y estuvo a punto de morir. Beltrán cree que esta vez será diferente ya que se ha logrado involucrar a la bancada del Gobierno en el Congreso, que ha presentado su iniciativa este noviembre.
“Era 2014 y yo, tras intentar solucionarlo por otros medios, había decidido hacerme una mamoplastia de reducción, ya que me incomodaba el tamaño de mis senos, que eran demasiado grandes”, recuerda. “Una compañera me había hablado de un cirujano que le corrigió la cicatriz de la cesárea y ya me había hecho un procedimiento menor con él, así que fui a verle”. Era Francisco Sales Puccini y tenía su consultorio en el Centro Médico Acomédica, una torre llena de prestigiosos médicos al norte de la ciudad.
En su consultorio, Sales Puccini se presenta como cirujano plástico. De acuerdo a su currículo en la web, es titulado en la Universidad Libre de Barranquilla, ginecólogo por la Universidad de El Bosque de Bogotá y, además de varios cursos en diversas cirugías plásticas, tiene un título como especialista en Cirugía Plástica y Estética por la Universidad Veiga de Almeida, de Río de Janeiro. También es miembro fundador de la Asociación Colombiana de Cirugía Plástica y Estética.
Beltrán comprobó que los dos primeros títulos eran reales. Buscó antecedentes o procesos judiciales donde Sales Puccini estuviese envuelto, pero no encontró nada. Pidió información a la Veiga de Almeida de Brasil y, aunque no le dieron respuesta, vio que existía su web. “El diploma está convalidado por el ministerio de Educación”, comenta. "Si eso no te da confianza, no sé qué carajo puede dártela”.
En la consulta, Sales Puccini le cuenta que, aunque sea una reducción, debe ponerse implantes, ya que sus glándulas están atrofiadas. Ella se mostró reticente, pero el poder de una bata blanca, de la figura médica de autoridad, que le aseguró que iba a usar la mejor marca estadounidense, le convenció. El costo de la operación era de unos cuatro millones y medio de pesos [unos 1.400 euros], más o menos el estándar, incluyendo las prótesis, cada una valorada en un millón de pesos [320 euros]. En junio, Beltrán entró en el quirófano. Ese mismo día, tras la operación, le dieron el alta.
“Volví al día siguiente a quitarme las vendas y, claro, tenía los senos morados y muy inflamados tras la operación, pero también vi que tenía el pezón muy negro. Yo ya no hablaba con el doctor, sino con su esteticista, que es la mujer que te hace los drenajes, los masajes... todo el postoperatorio. A la semana vi que el pezón se estaba poniendo duro con una costra y que la areola se desprendía con solo tocarla. Me mandaron a la cámara hiperbárica, que ayuda a la cicatrización ya que estás rodeada de oxígeno, aunque me dijo que si perdía el pezón me hacía un injerto con piel de la entrepierna y me lo tatuaba”.
Cada una de las cuatro sesiones a las que Beltrán asistió le costó 500.000 pesos [160 euros]. El tejido se regeneró pero nunca cicatrizó bien, y quedó un resultado muy antiestético. Sales le dijo que era su culpa, de su metabolismo, pero que no se preocupase, que en un año, cuando ya estuviese más fuerte, él mismo le haría la corrección. De nuevo, la autoridad del médico la convenció y en julio de 2015, tras pagar tres millones y medio de pesos [1.100 euros], técnicamente sólo el precio del quirófano, volvió a tumbarse en la mesa de operaciones.
“El remedio fue peor que la enfermedad y el resultado fue muy malo estéticamente. La cicatriz tenía un vértice por la sutura desde el pezón y por debajo de la mama, y se empezó a abrir tanto que cuando yo me hacía las curas podía meter el dedo. La solución fue colocarme toallas higiénicas en el sostén. La última vez que fui a su consulta y le dije que no cicatrizaba, que estaba empezando a cerrar para dentro, me dio cuatro puntos sin ponerme anestesia, me puso gelatina sin sabor en la herida y, cuando me enfadé ya con él, me contestó que la culpa no era del sastre, sino de la tela”. El poder que concede una bata blanca y unos títulos en la pared se rompió.
Beltrán comenzó entonces a buscar un cirujano reconstructivo. Consultó a varios especialistas y todos dijeron un nombre, un médico que por problemas previos con gente del gremio, no quiere salir en la prensa. Beltrán marcó su número y le contó su problema. Él le pregunto quién le había operado. Sales Puccini. "Venga usted mañana mismo". Ya había tratado a varias pacientes de él.
Al día siguiente, su nuevo cirujano le analizó el pecho. "Seguramente no va usted a poder dar de mamar. Tiene usted un seno más grande que el otro. La incisión que le hizo es excesiva. Algunos de los medicamentos que le recetó dificultan la cicatrización. Sus implantes son de primera calidad, su valor es de 250.000 pesos [80 euros] y tienen una vida útil de tres años, además de innecesarios para una reducción". El médico no entiende por qué se ha operado con un obstetra y no con un cirujano plástico. Beltrán contesta que ella comprobó las credenciales. Él, enfadado, le dice que investigue bien.
Sin la formación adecuada
En su consultorio, Ricardo Galán se presenta como cirujano plástico y reconstructivo. De acuerdo a los títulos de su pared, se licenció en 1987 como médico de la Universidad Militar Nueva Granada, donde también logró su título especialista en Cirugía Plástica Estética y Reconstructiva en 1994 y, además de estancias en cirugía plástica y reconstructiva en el extranjero, es subespecialista en Cirugía de la Mano por el Hospital Militar. También es el flamante presidente de la Sociedad Colombina de Cirugía Plástica Estética y Reconstructiva.
“Le encargo que ponga el nombre de la sociedad bien”, asevera Galán. ¿Por qué? “Aquí, como existe libertad de asociación, hay muchas otras que son afines a la cirugía plástica. La nuestra es la más antigua, tiene más de 60 años de historia, más miembros que ninguna otra y exigimos que para entrar el cirujano esté formado de acuerdo a los estándares internacionales. Sólo cinco de las sobre 30 asociaciones son serias y con gente buena y profesionales debidamente formados”.
¿Cómo que en el resto no tienen formación? “En Colombia, cualquier médico puede hacer cirugía plástica, ya que hasta finales del siglo XX, los títulos que otorgaban las universidades cuando se graduaban los doctores decían que eran médicos y cirujanos”. Señala su diploma. “Esto venía de la situación del país, ya que hace más de 50 años no había especialistas y cuando el médico salía a un área rural, le tocaba hacer cesáreas, apéndices, vesículas... Con la evolución de la ciencia eso fue cambiando, pero los títulos se seguían otorgando igual, y algunos de esos médicos generales, tras hacer cursos cortos de cirugía plástica empiezan a ejercer la especialidad, amparados en que son cirujanos”.
Según sus cálculos, en el país hay 1.100 profesionales debidamente formados, frente a otros 1.500 que operan sin la formación adecuada. Además, incluso más grave, está el caso de las llamadas clínicas garaje, donde peluqueras, enfermeras o entrenadores de gimnasio también hacen procedimientos estéticos en condiciones terriblemente precarias. En Medellín, durante la primera mitad de 2016, nueve personas murieron tras complicaciones por operaciones en estos centros.
“El caso de Lorena consiste en una falta de ética y abuso de autoridad por parte de su médico, un cirujano que no cumple los estándares educativos”, acusa Galán. “Su título de cirujano estético era semi presencial y el Ministerio de Educación lo convalidó y equiparó con nuestros estudios, que son de años e incluyen cirugía reconstructiva”. Este médico sabe que existe la posibilidad de una complicación, pero que los especialistas debidamente formados, ante las dificultades, saben cómo actuar.
El pasado julio, la Universidad Nacional, la Universidad de Antioquia, la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas y el Hospital San José de Bogotá aseguraron que los cursos de la Universidad Veiga de Almeida no son equivalentes a una especialización en cirugía plástica y criticaron al Ministerio de Educación. Al poco, por invitación de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica Estética y Reconstructiva, acudió a Bogotá el presidente de la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica, Luciano Chaves. En rueda de prensa, se preguntó: “Si en Brasil el título de especialista en cirugía plástica emitido por la Universidad Veiga de Almeida es ilegal, ¿por qué en Colombia pasó a ser legal?”. Esa universidad es donde Sales Puccini ha obtenido su título.
Puccini: "Las cirugías salieron bien"
Al teléfono, Sales Puccini asegura que Beltrán no es ninguna víctima. “Fue amiga nuestra durante años, le hicimos tres cirugías y todas salieron bien, pero el hecho de que su cicatrización no es muy buena y que no se cuidó, saliendo de rumba, bebiendo y ganando peso... hizo que sus senos no quedasen como ella quería”, arguye el médico, que manda por correo electrónico un resumen del historial clínico de la paciente. Según un informe técnico de la Sociedad de Cirugía de Bogotá del Hospital San José, la historia no cumple con los estándares y en él se da aval a las quejas de Beltrán.
Sales defiende sus acreditaciones y alega que desde 2006 tiene un board en General Cosmetic Surgery por la International Academy of Cosmetic Surgery y que el título obtenido en Brasil era para homologar unos conocimientos que ya poseía. Cuando se matriculó en la Veiga de Almeida, cuenta que ya había hecho más de un millar de operaciones de senos. Para Sales, el problema es que su agrupación, la Asociación Colombiana de Cirugía Plástica y Estética, está amenazando el monopolio de la Sociedad Colombina de Cirugía Plástica Estética y Reconstructiva. “La Sociedad pone dinero para manejar a los medios de comunicación. En breves vamos a denunciar a Beltrán”.
El Ministerio de Educación colombiano paró las nuevas convalidaciones de los títulos emitidos por las universidades Nacional Mayor de San Marcos de Perú, la de Buenos Aires, la Nacional de la Plata de Argentina y la Veiga de Almeida; pero las anteriores, tras una revisión, siguen siendo válidas. “Nos reanalizaron y nos volvieron a dar la convalidación”, se defiende Sales Puccini. Beltrán, Galán y sus abogados arguyen que es por el miedo a las consecuencias legales que tendría para la Administración. En agosto, la Fiscalía imputó a tres médicos por falsedad de documentos, fraude procesal y cohecho, y a la funcionaria del ministerio que supuestamente recibió el dinero a cambio de convalidar los títulos.
Tras la bronca del nuevo médico, Beltrán comenzó a investigar. A buscar otros pacientes. A reunirse con cirujanos. Y encontró a un político de Medellín, Bernardo Alejandro Guerra, que había hecho de esta cuestión una lucha personal. Este le puso en contacto con otras víctimas. Como Ana Margarita Giraldo.
“En 2011, yo quería hacerme un implante de pechos, pero mi médico, Rodolfo Chaparro, al que me habían recomendado, me dijo que me hiciese a la vez una lipoescultura. En su consulta, él me dijo que no era cirujano plástico, que sólo tenía unos estudios en Brasil de estética, y cuando yo le dije que solamente me operaría con alguien que tuviera los estudios, me dijo que estaría con él Juan Camilo Arango, que era cirujano”.
Al teléfono, Giraldo cuenta que no tuvo ninguna sensación extraña, salvo por el hecho de que nunca vio a Arango. Ni cuando le dijeron que iba a cobrarle ocho millones de pesos [2.500 euros], ni al llegar al quirófano, tampoco cuando le marcaron las zonas a operar con un rotulador, ni después de despertarse y ni siquiera cuando la mandaron casa. Para ella, era el nombre que ponía en el consentimiento informado que firmó.
“Tras la cirugía, yo me sentía muy débil y, al sábado siguiente, cuando fui a darme los masajes, vieron que tenía un enrojecimiento en el abdomen. Entonces llegó Chaparro y llegó a la conclusión sin hacerme ni una prueba de que era una quemadura de la faja, recetándome un antibiótico”. Al día siguiente, las rojeces se habían convertido en ampollas. “El lunes fui a la clínica y allí, por fin, conocí a Arango, que me dijo que no había problema, que entrase en la cámara hiperbárica”. Por supuesto, todo esto se lo cobraron aparte.
Un día, Giraldo se levantó y casi no podía abrir los ojos. Fue al hospital, donde le realizaron un análisis de sangre y detectaron una infección muy avanzada, derivada de la operación, con una bacteria recorriendo todo su cuerpo. Tuvo un fallo multiorgánico, hubo que ingresarla en la unidad de cuidados intensivos, las ampollas y las suturas de los senos se abrieron, recibió varias transfusiones de sangre y le drenaron los pulmones. Sobrevivió, pero tuvo que estar un mes hospitalizada. Al salir y compartir su experiencia, empezó a sospechar que Arango jamás había estado presente en su operación.
“Vi que mi problema no era tan grave, ya que conocí mujeres con los senos amputados, las vaginas mutiladas, con familiares de gente muerta en la mesa de operaciones... los peores daños”, recuerda Beltrán. “Y entonces les pregunté por qué no denunciaban, por qué no se organizaban, por qué no ponían la cara”. No es fácil decirle a alguien que eres deforme, los maridos no las dejan hablar, los cirujanos a los que fueron eran muy baratos o eran clínicas garaje... “Me di cuenta de que si no lo hacia yo, todo iba a seguir igual”.
Beltrán, periodista de profesión, reflexionó que siempre que en Colombia se legisla sobre estos aspectos es por una tragedia humana a la que alguien le pone cara. Gracias a Natalia Ponce, una mujer a la que un vecino le desfiguró la cara con un litro de ácido en 2014, se llegó a la llamada Ley de de víctimas de ataques con ácido y agentes químicos, que crea un tipo legal específico para estos ataques con penas de 12 a 30 años.
“Tardé en decidirme -reconoce-, pero en mayo salí en televisión, contando mi caso”. Los días siguientes no pudo salir a la calle. Pero finalmente logró su objetivo e involucró al Gobierno en la iniciativa. La base de la nueva ley es que sólo puedan realizar procedimientos de cirugía plástica quienes hayan estudiado la especialidad o tengan formación en un área concreta. Por ejemplo: mientras que un médico con la especialidad de cirujano plástico y reconstructivo podrá hacer de todo, un otorrino operará la nariz pero no se acercará a los senos. También se establecerán multas y sanciones para quienes operen sin la debida formación y se regulará la publicidad de las cirugías.
Con dos años para aprobarla una vez esté presentada a debate, Beltrán cree que esta ocasión será la buena. Tiene una estrategia para seguir la presión mediática. Cuenta que ha perdido su privacidad y una relación amorosa. Que cuando la reconocen, inmediatamente le miran los pechos. Que hay quien la llama bruta, que le pregunta por qué se operó. Pero que es un problema de salud pública. “Sólo este año, en el departamento de Antioquía, donde está Medellín, se han muerto diez pacientes”.