Nosotros, los nuevos pensionistas: los que ya no van a trabajar más te saludan
Olivia, César, Gaspar, Amando y Constancio son cinco de los 300.000 nuevos jubilados a partir de este 1 de enero de 2017. Comparten un miedo: que el año que viene, agotado el Fondo de Reserva, no tengan paga extra de Navidad.
31 diciembre, 2016 20:48Noticias relacionadas
Esta Navidad han comido con cierta preocupación los langostinos, los carabineros y el cordero por si el año que viene no hay paga extra para permitirse tantos manjares. A quienes se han jubilado durante 2016 o lo harán este nuevo año se les pone un nudo en el estómago cada vez que escuchan que el Gobierno ha vuelto a echar mano de ‘la hucha’. Desde el Ejecutivo explican que el sistema de pensiones “no está en riesgo” y que existen distintas vías para garantizar su sostenibilidad. Pero los pensionistas no solo se preocupan de su bienestar, sino también del de sus hijos y nietos: “¿Qué será de quienes vienen detrás?”.
Olivia Saavedra comienza el 2017 jubilada. A sus 64 años acumula 40 de experiencia cuidando a personas mayores. Ahora lo hace en un centro de día de Horta (Barcelona), en el que asegura que los recortes se han notado "mucho" los últimos años. “Hace 10 años la Generalitat invertía 1.800 euros por persona en una residencia de ancianos y ahora invierte 1.600. La gestión de las residencias se cede a empresas primando más el bajo precio de los servicios que la calidad en el trato a los ancianos”, lamenta.
Ella se jubilará parcialmente gracias a un acuerdo al que ha llegado con la empresa que gestiona su centro de día. Ésta le pagará el 25% de su sueldo y la Seguridad Social, el 75%. En total, 959 euros mensuales. “Me retiro porque mi espalda no da para más después de 40 años y también porque estoy al límite”, confiesa. A esta gerocultora con amplia experiencia le gusta el trato personal, “tener tiempo para sacar una sonrisa diaria” a los enfermos de Alzheimer con los que trabaja. Pero las circunstancias cada vez lo permiten menos, pues hay menos trabajadores para ocuparse de más personas. Hasta 30 están bajo su supervisión. “Me gustaría ser más positiva, pero veo el futuro de las pensiones muy negro. Me da la sensación de que la atención a los ancianos volverá a la beneficencia en el futuro: no se les atenderá por derecho, sino por caridad”.
En 2011 el Fondo de Reserva contaba con 66.800 millones de euros y en diciembre se ha quedado en poco más de 15.000 millones, por lo que ya no habría dinero suficiente para la paga extra de Navidad en 2017. El Gobierno ya ha anunciado que emitirá deuda pública para pagar las pensiones cuando éstas se acaben y baraja otras soluciones como incentivar las jubilaciones parciales para alargar la vida laboral, sostener las pensiones de viudedad a base de impuestos o subir un 3% la cotización más alta para que quienes más cobran aporten más, aunque también reciban una pensión más alta. Medidas que en todo caso no reducirán la deuda contraída con Bruselas, que no bajará del 60% del PIB hasta 2039, según los datos aportados por la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF). Por eso, este mismo viernes Rajoy anunciaba tras el Consejo de Ministros que las pensiones subirán un 0,25%, el mínimo legal establecido. Una subida que según han denunciado los sindicatos supone una pérdida de nivel adquisitivo para los pensionistas, dado que el IPC aumentará un 1,2%.
En 2017, cerca de 300.000 personas se jubilarán en nuestro país. Un 40% de ellas no habrá cumplido la edad de jubilación, pero en muchos casos habrá cotizado durante más de 30 años. Creen que ya han arrimado el hombro lo suficiente y es el momento de retirarse.
Amando Franco lleva 41 años trabajando como enfermero. En 2016 cumplió 65 y con ellos llegó la jubilación. Ha visto nacer la Seguridad Social en España y ha contribuido a que mejorara, no solo con sus cotizaciones. En 1978, poco después de acabar la mili en Móstoles, “el pueblo al que juró que no volvería”, montó con un socio una clínica privada en la que “los pacientes pagaban por una consulta lo mismo que les costaba viajar al centro de Madrid en transporte público, unas 100 pesetas”. “Era una época con mucha necesidad, sobre todo en el área de pediatría. Los servicios públicos de salud eran muy deficientes”, explica. Desde entonces ha pasado por la sanidad pública y privada e incluso las ha combinado: por la mañana en una casa de socorro y por la tarde en un centro privado; por la mañana en un hospital y por la tarde en una residencia de ancianos...
Ha atendido a enfermos de centros de salud en pequeños municipios, como Colmenar de Oreja (Madrid), aunque también ha cubierto guardias en las Urgencias del Hospital 12 de Octubre de Madrid, entre otros muchos paraderos. Una vida laboral intensa que echa de menos. “Nunca había pensado en el momento de la jubilación. Y si te digo la verdad, ahora me subo por las paredes. De hecho, creo que voy a buscar alguna organización donde pueda ser útil para seguir ejerciendo”, confiesa. Amando Franco quiere seguir trabajando, pero prefiere hacerlo de manera altruista a regalar el dinero a la Administración: “Después de muchos años trabajando más de 12 horas diarias, solo me reconocen la cotización de uno de los dos trabajos. No me parece justo”.
Constancio Caballero también llega al final de su vida laboral al límite. En noviembre de 2015 tuvo la oportunidad de prejubilarse de Bankia con 55 años y no lo dudó. Ha trabajado durante 27 años en Caja Madrid y Bankia, pasando por Toledo, Talavera de la Reina o Cuenca, entre otros destinos. En esta última ciudad ha pasado su última etapa como director de sucursal. Se lleva los mejores recuerdos y está “inmensamente agradecido a la entidad”, pero reconoce que los últimos años “han sido muy duros, ya que se ha demonizado al sector y la gente solo venía a la oficina a echarnos la bronca”. “Hasta 2009 todo era maravilloso, no había complicaciones más allá de las habituales del trabajo diario. Pero a partir de 2009 todo se vino abajo: rebajas de rating, contratos abusivos y objetivos casi imposibles a muy corto plazo”, relata. A estas complicaciones se ha unido el cambio estructural que está viviendo la banca, con la implantación de Internet y las nuevas maneras de relacionarse con los clientes. Motivos que han animado a Constancio a retirarse “en el momento adecuado”. Todavía no le ha dado tiempo a organizar su tiempo libre. De momento ha vivido estos meses como unas vacaciones, un periodo de relax en el que está aprendiendo a distinguir las cosas, como acompañar a su hija al instituto cada mañana.
César Delgado también encontró en su familia el impulso para pasar a la vida del jubilado. Lleva desde los 13 años labrando el campo en Socuéllamos (Ciudad Real) igual que lo hizo su padre. Pero él ha decidido pasar a un segundo plano a los 65 años porque retirarse del campo es imposible. “Cojo mi furgoneta C15 cada mañana para ir al campo porque lo necesito, no sabría estar en casa. Pero voy y vengo cuando me apetece. Sin prisas ni agobios”, cuenta.
César ha contratado a una persona a tiempo completo para que se ocupe del viñedo y también cuenta con la ayuda de su hijo, que cada día se pone el mono para trabajar en el campo cuando acaba su jornada laboral como maestro en un pueblo cercano. Pensando en el bienestar de sus hijos, César emparró sus 50.000 vides hace unos años para que fueran cultivos intensivos más rentables y menos trabajosos. Así puede dedicarse a disfrutar de sus nietos, de 3 y 6 años, ayudar a su mujer en casa, salir de caza los fines de semana o dar un paseo por el campo. “Mi padre murió con 90 años pensando que había que ser esclavos del trabajo hasta la vejez. Nunca cotizó y yo tuve que hacerme cargo de él los últimos años de su vida. Afortunadamente, la situación de los trabajadores en el campo se ha regularizado”, reflexiona César, que tiene claro que “nuestra vida es muy reducida y hay que disfrutarla lo mejor que sepamos”.
Gaspar Sabater espera en cambio “poder trabajar hasta que se muera, porque si no va apañado…”, bromea este comercial mallorquín que a los 65 años lleva 39 cotizados. Él ha optado por la jubilación parcial en la que tanto insiste el Gobierno. Se siente con mucha vitalidad para seguir en activo y eso le permite percibir un sueldo digno.
Después de toda una vida trabajando, si se hubiera jubilado completamente le habría quedado una pensión mensual de 770 euros. Poco dinero en cualquier ciudad, pero más aún en Palma de Mallorca, una de las más caras de España. Gaspar explica que ha pasado por muchas empresas como comercial: Industrias plásticas Trilla, Elis, dedicada al vestuario industrial, o distintas jugueterías. Hasta el año 2000 cotizó en el régimen general de la Seguridad Social, pero desde ese año pasó a ser autónomo. “Como te cogen los últimos 18 años de cotización y yo coticé lo mínimo como autónomo, me queda la jubilación más baja”, explica.
Afortunadamente, tiene fuerzas para seguir en la brecha porque el de comercial “no es un trabajo que desgaste físico. En todo caso puedes sentir la presión de las empresas, sufrir cierto desgaste psicológico”, piensa en alto. Como casi todos los autónomos alrededor del negocio inmobiliario, él también ha sabido buscarse la vida tras la crisis del ladrillo. Y quién se lo iba a decir, ha acabado tratando con chinos, que le han dado una grata sorpresa. Los bazares chinos también ocupan una parte importante de la actividad comercial en Mallorca y le ha sorprendido la seriedad y amabilidad en su trato: “Es una cultura muy distinta y al principio me costó, pero después de unos años trabajando con ellos, me encuentro muy a gusto. Pocas veces he llegado a una tienda española en verano y me han ofrecido agua o un pañuelo para limpiarme el sudor. Ellos, en cambio, lo han hecho”.