La nueva cara de Samira, la mujer ‘elefante’ que llegó de Marruecos
A los 3 años comenzó a extendérsele por el ojo derecho un pequeño bulto de carne que creció hasta cubrirle medio rostro. “La primera vez que vi mi nueva cara lloré de felicidad”, declara al periodista de EL ESPAÑOL la mujer operada por el doctor Pedro Cavadas.
27 noviembre, 2016 02:25Noticias relacionadas
“Tras la operación, la primera vez que vi mi nueva cara ante el espejo lloré de felicidad”. Lo dice Samira Benhar, una mujer marroquí de 38 años y madre de dos hijos. Habla despacio, como en un susurro, sin apenas levantar esa voz aguda que sale de su garganta.
Me cito con ella en el Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia, la ciudad en la que el doctor Pedro Cavadas ha obrado el milagro de reconstruirle el rostro y extirparle el tumor benigno que le cubría media cara. Al igual que Joseph Carey Merrick, el británico al que se conoció como El Hombre Elefante, Samira también fue una proscrita social. Pero ya no.
Este miércoles, a las 10 de la mañana y bajo un cielo nublado que derrama una fina lluvia, Samira llega puntual a la cita con EL ESPAÑOL, el único medio del país al que le ha concedido un encuentro.
La historia que escucho durante las tres horas posteriores no sólo trata de una mujer con un nuevo rostro. Es la narración de una no vida: una infancia de viajes a hospitales desde la aldea en que nació; una madurez protagonizada por las palizas de su marido, y una existencia llena de repudio por su deformidad facial.
Aquello ya es pasado. Hoy, pese a que el día es gris, la sonrisa de Samira es luminosa. De vez en cuando ríe. A veces, a carcajadas. Es feliz con su nueva cara.
“Quiero vivir”, dice. Aunque parece fácil, son dos palabras, 11 letras, que hasta ahora no ha podido unir.
La mujer llega acompañada por Manuel Pastor, representante de la Fundación Adra, que ha gestionado las distintas operaciones de Samira en España. Junto a ellos vienen también Latifa Boumediane y Samira Zine, dos marroquíes afincadas desde hace años en la capital valenciana. Ambas colaboran con el Consejo Cultural Islámico y, a su vez, con Manuel. Ellas hacen de intérpretes para este reportero.
“Ahora es otra”, dice Samira Zine, quien acogió durante todo un año en su propia casa a la otra Samira, la operada. Fue el tiempo que residió en Valencia, período en el que el doctor Cavadas la operó hasta en tres ocasiones. Es el mismo galeno que hizo el primer trasplante de cara en España (2009).
La primera intervención que le practicó a la paciente marroquí fue en junio de 2015. La siguiente, cuatro meses después, en octubre de ese mismo año. La última, el pasado marzo, aunque a finales de mayo le puso un ojo de cristal.
El médico no ha querido cobrar ni un solo céntimo por su trabajo. Un genio altruista.
Habla Manuel, uno de los tres acompañantes –y ángeles de la guarda- de Samira. “La primera vez que la vio Cavadas en su clínica, le dijo: ‘Asumo el reto. Te voy a dejar preciosa.’ Y fíjate, lo hizo”. Aquello fue unos meses antes de entrar por primera vez a quirófano.
A los pocos días de que le fijaran la prótesis ocular traté de verme con Samira. Fue imposible. La paciente debía estar tranquila. Unas semanas después, a mitad de junio, volvió a Marruecos.
Pero cinco meses más tarde está aquí, delante de mí. Ha venido unos días a Valencia para una serie de revisiones médicas, entre ellas la del doctor Cavadas, al que verá de nuevo este próximo miércoles. Un día después se subirá a un avión de vuelta a su país.
Frente a frente, mientras toma un café con leche en la cafetería del museo, me mira de soslayo, como sin querer. Al principio de la entrevista, cuando la observo rehúye mi mirada. Aún siente rubor de mostrarse tal y como es.
Samira es alta, ancha, de cabello castaño y piel morena. Cubre su cabeza con un pañuelo que se anuda al cuello y hace poco que ha empezado a usar gafas de sol. Le llevará tiempo aceptarse tal y como se ve ahora.
Su ojo izquierdo es inmenso y marrón oscuro. El derecho se lo extirparon durante una de las tres operaciones a las que se ha sometido desde junio del año pasado. Ahora lleva el de cristal, que aunque no lo mueve, parece de verdad. También le han tatuado la ceja derecha. “Ya no sufro esos dolores que me subían a la cabeza”, cuenta la mujer.
UN ENCUENTRO FORTUITO CAMBIÓ SU SUERTE
A Samira, nacida el 27 de febrero de 1978, le cambió la vida una casualidad. En 2011, durante una tarde en la que veía jugar a sus dos hijos en un parque de Casablanca (Marruecos) se le acercó una mujer que se llamaba como ella, Samira, y que vivía en Valencia -es la misma que hoy nos acompaña y hace de intérprete-. La señora estaba allí de vacaciones y visitando a la familia.
Samira se mostraba absorta, con la cabeza gacha y apartada del resto de la gente. Sus dos hijos, de aspecto desarrapado, llevaban los pies descalzos. La mujer se tapaba la parte derecha del rostro con un pañuelo y con su propio pelo. Aquella mujer que de nada conocía vio, al aproximarse a ella, que Samira tenía un bulto carnoso que le cubría desde la frente a la barbilla y que se extendía hasta la oreja.
La mujer se presentó y le preguntó por sus necesidades. Le dijo que tenía una hermana farmacéutica, Habiba, que había estudiado también en Valencia, donde había conocido a gente que le podrían ayudar a ella y a sus hijos, Absalam (10 años) e Ismael (12). Aquel encuentro fortuito cambió la realidad de la mujer a la que la gente de Casablanca, donde había emigrado tras casarse, la repudiaba.
Tras conocer aquel caso de boca de su hermana, Habiba telefoneó a la sede de la Fundación Adra en la capital valenciana. Se trata de una organización que trabaja en el campo de la cooperación para el desarrollo y la ayuda humanitaria. Habiba les explicó que había conocido a una mujer con una enorme deformidad en el rostro que la había convertido en una proscrita. Y pidió ayuda para ella y sus pequeños. No tardaría en llegar.
Samira nació en Imintanoute, una aldea con un centenar de casas de barro y ladrillo, rebaños de ovejas sueltas y calles sin asfaltar. La diminuta y agreste población está ubicada a los pies de la cordillera del Atlas. Pertenece a la provincia de Taroudant (centro de Marruecos) y está a 110 kilómetros de Marrakech, 420 de Rabat o 340 de Casablanca.
En Imintanoute, cuando ella era niña, su padre tenía un puesto callejero de venta de pollos. Su madre se dedicaba a las labores de la casa y a la crianza de sus siete hijos. Juntos, formaban una familia de origen bereber.
Samira abandonó temprano el colegio porque su madre empezó a llevarla de médico en médico a los tres años. A esa edad le apareció un pequeño bulto oscuro, similar al tamaño de una lenteja, en el párpado de su ojo derecho. Desde entonces, la pequeña pasó más tiempo en hospitales que en casa.
- ¿Los médicos sabían qué tipo de dolencia sufría?
- Ninguno se arriesgaba a decir qué era, no lo sabían. Cuando tenía siete u ocho años, uno le dijo a mi madre: ‘Llévese a su hija a su pueblo. No va a llegar viva a los diez’.
Pero la madre, Fátima, insistía. Quería saber qué era aquello que tenía su hija y si había posibilidades de quitarle ese bulto que con el paso de los años iba creciendo. Junto a Samira, y pese a que apenas tenían recursos económicos, visitaron médicos de Casablanca, de Rabat…
Ambas viajaban juntas en autobús. El padre debía ganarse el jornal. En algunas ocasiones la madre de Samira dejaba sola a su hija y ella se volvía a cuidar del resto de sus pequeños. “Se ocupaba de atenderme alguna familia que conocíamos”, recuerda ahora Samira mientras da un sorbo de café.
A los 16 años, el tumor que poco a poco le iba comiendo el rostro cubrió completamente su ojo derecho. “Aquello me afectó mucho”, dice.
En uno de sus viajes en busca de cura a Casablanca, Samira conoció al hombre del que aún dice sentirse enamorada (pese a todo, ya verán). Fue con 19 años. La chica se hospedaba en la casa de una familia a la que su madre había conocido antes. Él vivía en ese mismo barrio, le escribía cartas de amor y le pidió matrimonio. Al año siguiente, Samira se casó con aquel chico.
- Mi padre no quería. Decía que no me iba a cuidar por lo que yo tenía en el rostro. Veía algo malo en él. Pero al final aceptó.
Durante los primeros años de matrimonio, el marido de Samira la trató bien. Pero todo cambió tras su primer embarazo. El tumor comenzó a crecer como nunca antes debido a los cambios hormonales que sufre la mujer encinta. Aquel trozo de carne le dolía, sangraba y supuraba. Además, de la piel emanaba un olor muy fuerte y nauseabundo.
UN MARIDO MALTRATADOR
El marido de Samira comenzó a repudiarla y maltratarla psíquica y físicamente. Le insultaba por su aspecto, le pegaba palizas y, cuando quería sexo, en ocasiones la obligaba.
Después del nacimiento de su segundo vástago, el esposo de Samira llevó a casa a otra mujer, con la que tiene un hijo. Desde entonces, Samira compartió casa con la otra.
Pasó horas y horas del día encerrada en una habitación junto a sus dos hijos. También se iba a la calle a no hacer nada, simplemente a apartarse de las miradas y los insultos de la gente de Casablanca, donde vivió un martirio.
Cuando volvía a casa, casi siempre de noche, a veces tenía que esperar en la escalera a que su marido terminara de mantener relaciones sexuales con su otra mujer. Ella, sentada en un peldaño, los escuchaba mientras lloraba como una niña.
- Mi marido, que trabaja en una compañía telefónica, bebe mucho, se droga, es mujeriego… Pero yo le quiero, sigo enamorada.
[Cuando escucho esto, le digo que no lo entiendo. Ella no responde. Me mira a los ojos, pero calla. Silencio.]
Ahora, siete meses después de la última intervención –en principio, ya no tendrá que someterse a ninguna más- Samira quiere, como dijo antes, “vivir”. Pretende empezar a hacerlo encontrando un trabajo. Además, está aprendiendo a leer y a escribir ya que es analfabeta.
Con los 5.000 euros que la Fundación Adra le ha entregado quiere abrir una pequeña tienda de ropa en Casablanca. Pero le hace falta más dinero para poder comprarse una “pequeña casita” en la que instalarse junto a sus dos hijos. “Sí, sola. Sin mi esposo. Aunque lo quiera. Ahora necesito palabras dulces. Necesito cariño”.
Samira dice que “ojalá” le saliera un trabajo en Valencia, ciudad que la ha acogido y de la que se ha enamorado. “El año que he pasado aquí ha sido el más feliz de mi vida”. No le faltarán ganas ni empuje. Como saben, acaba de empezar una segunda vida. “Me siento nacida de nuevo", dijo ante los medios el día que salió del hospital junto al doctor Cavadas.
El encuentro con Samira toca a su fin. Tras despedirnos nos hacemos juntos unas cuantas fotos a petición de Manuel. Luego, la veo alejarse y digo mentalmente: “Suerte, Samira. A vivir”.
[Número de cuenta de Adra en Bankia para ayudar a Samira a emprender una nueva vida: ES51 2038 6281 0060 2711]