Vivir en Carrús, el barrio más pobre de España: a Mar la dejaron en silla de ruedas por robarle 20€
Este rincón de Elche lidera el ranking de barrio con menor renta del territorio nacional: 15.542 euros anuales por persona, según los datos de la Agencia Tributaria.
28 octubre, 2021 12:16Noticias relacionadas
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“Fui a sacar dinero con la tarjeta y al venir hacia acá, casi me matan”. El relato de María del Mar es estremecedor. Hace seis meses fue atracada a tres manzanas de su casa y, desde entonces, vive en una silla de ruedas. “Tira del calcetín para abajo”, indica a este periodista mientras señala su pie derecho. Al descubrir el tobillo de esta mujer se puede apreciar una cicatriz de casi un palmo. Al otro lado de la pierna tiene otra igual. La desgracia puede tener muchas formas. La suya son dos marcas rectilíneas en la piel flanqueadas por puntos. El botín que se llevó el atracador eran 20 euros y un teléfono móvil. Bienvenidos a Carrús (Elche), el barrio más pobre de España.
03206. Ese es el código postal que peor parado sale en las declaraciones del IRPF recogidas por la Agencia Tributaria. Los últimos datos disponibles son de 2019. Carrús, el barrio obrero del noroeste de Elche (Alicante) arroja una renta bruta de 15.542 euros anuales de media por persona. En el extremo opuesto está La Moraleja de Madrid, con 245.400 euros. Estos datos incluyen las ciudades con más de 200.000 habitantes, 100.000 declaraciones del IRPF o una renta total declarada superior a los 2.200 millones de euros.
Asimismo, quedan fuera de esta clasificación Navarra y el País Vasco por tener su propio régimen foral. Carrús lleva varios años seguidos en la posición más baja y sin apenas mejora. Entre 2013 y 2019 su riqueza solo creció en un 10%, frente al 84% de variación de La Moraleja, o el 99% del barrio de Salamanca, en el mismo lapso de tiempo.
“El Bronx”
Es mediodía y el sol pega fuerte sobre las calles de Elche. El barrio de Carrús parece más el escenario de una película de Eloy de la Iglesia que la España del siglo XXI. Ningún edificio es ni muy alto, ni muy nuevo, ni especialmente bonito. Tres mujeres charlan distendidas en una esquina. La mayor de ellas permanece inmóvil en su silla de ruedas. La más joven, lo hace asomada a una ventana con barrotes y sin cristal.
—Disculpen, ¿son ustedes vecinas del barrio?
—Sí, del Bronx.
Por si no tenías claro dónde estás, bastan tres palabras para confirmarlo. “Si Almodóvar quiere hacer su próxima película, que se venga aquí”, declara una de las tres vecinas. Sus interlocutoras asienten, resentidas e impotentes. “Esta es la peor zona de toda España. Yo creo que le hemos ganado a las 3.000 viviendas”, dice en referencia al famoso —y peligroso— barrio de Sevilla. Efectivamente, Carrús gana por goleada en pobreza, al menos sobre el papel. El distrito Sur de la capital hispalense tiene una renta media anual de 34.440 euros brutos anuales por persona, según los datos de la Agencia Tributaria.
“No nos ayuda nadie. Las personas mayores se han ido muriendo y aquí ya no queda casi gente trabajadora. Aquí hay okupas que se dedican… a sus cosas. ¿Sabes lo que te quiero decir?”. Sí, se intuye.
—Casas okupadas, ¿quieres? Tienes las que quieras -afirma esta vecina.
—No, no quedan. Ya las han okupado todas -bromea Miriam, la más joven de las tres.
Maria del Mar interviene en la conversación para contar su historia y dejar con los pelos de punta a su interlocutor. El 23 de abril de este año fue a sacar dinero a un cajero cercano a su casa. Eran las 10 de la noche. “Estábamos en la pandemia y no había gente por la calle”. Tras su paso por el cajero, de repente, “un drogadicto” la agarró del cuello. “Me quedé sin oxígeno”, recuerda, y cayó redonda al suelo de mala manera. De ahí la fractura de tobillo.
Ahora, su atracador está en la cárcel. No hay indemnización porque el ladrón no tenía con qué pagar. Y por si esta historia no fuera lo suficientemente estremecedora, todavía falta un giro. La hija mayor de María del Mar murió el pasado 31 de junio, dos meses después del fatal atraco. “No pude ir a enterrar a mi hija porque me habían hecho esto. Mi hija ha muerto con 35 años... Se acostó y ya no se levantó. Y no pude ir al entierro por la gentuza esta. Por ir al cajero a sacar 20 euros”. Sus ojos se empañan y su voz se entrecorta, sin llegar a romper a llorar.
Mar lleva 30 de sus 52 años en Carrús, pero nació en Elda. Su profesión no puede estar más ligada a esta tierra: era rebajadora en una fábrica de calzado. ¿Rebajadora? “La piel, la buena, tienes que rebajarla para luego poder doblarla”, explica. El trabajo que ejerció desde los 14 años, ahora lo hace una máquina.
En este barrio ha nacido su hija Miriam, que tiene 21 años y nunca ha trabajado. “Me tienen a la espera de regularización. Ni me regularizan, ni me arreglan, ni na’. Mira, sin ventana estoy. No nos dan trabajo tampoco. Pides una ayuda y te tarda un año y medio”. Madre e hija prefieren no ser retratadas para este reportaje.
—¿Pero regularización de qué?
—Estos pisos son de la Generalitat Valenciana.
La historia de Carrús se remonta a los años 50 del siglo pasado, momento en que se produjo la primera oleada de personas que se mudaron a Elche para trabajar en la industria del calzado. Provenían, principalmente, de Albacete, Murcia, la zona oriental de Andalucía y otros puntos de la provincia de Alicante. Entre los 50 y los 70 llegaron más de 30.000 personas a este barrio para fabricar calzado. Hoy todavía perviven rótulos de la época franquista, de cuando se construyeron la mayoría de viviendas.
La segunda gran oleada ha tenido lugar en las últimas dos décadas con la llegada de miles inmigrantes provenientes del este de Europa, Marruecos, Sudamérica y el África subsahariana. Actualmente, en Carrús se ven pieles de todos los colores y se escuchan muchas lenguas que no son el castellano ni el valenciano. La mayoría se concentran en la zona de Carrús Este, donde viven Maria del Mar y su hija Miriam en un piso de protección oficial.
Katherina llegó hace 15 años a Elche proveniente de Rusia. No vive en Carrús, pero sí trabaja aquí y sabe lo que hay. “A este bar vienen muchos inmigrantes y la mayoría no trabaja. Los clientes de Marruecos y Argelia dejan a sus hijos [en el colegio] y todos los días, en la cafetería. Yo te digo lo que veo. Gente con tres, cuatro, cinco hijos que están aquí todo el día”, explica esta madre de familia. Ella, en cambio, ha trabajado “toda la vida”.
“No sé a qué se dedican. Una persona que no trabaja, no tiene dinero y no puede vivir, ¿verdad? No sé si darán ayudas o algo, pero tampoco puedes permitirte el lujo de estar todo el día en la cafetería”, afirma, en un español correctísimo aunque con marcado acento.
—¿Qué cree que haría falta para mejorar este barrio?
—Esto no se puede mejorar ya.
Talleres clandestinos y calinche
Todos los días, cuando cae la tarde, los jubilados de Carrús se citan en el Parque 1 de Mayo para jugar al calinche. Es un juego popular del Levante, similar a la petanca, donde los jugadores lanzan sus moneos (piezas de hierro en forma circular de unos tres dedos de diámetro) a un pequeño cilindro de madera (el canut o calinche). Sobre el canut se pone una pequeña torre de cuatro o cinco monedas. Quien consigue derribarlo, lanzando su moneo desde la otra punta de la pista, se lleva las monedas. Parece fácil. No lo es.
Una treintena de personas rodean la pista de calinche, mientras varios jugadores lanzan sus moneos. Todos son hombres españoles y pasan de los 50 años, tirando por bajo. En este juego no hay una técnica definida. A diferencia de, por ejemplo, los tiradores de jabalina, que todos usan una técnica muy similar, en el calinche cada maestrillo tiene su librillo.
Carlos lleva toda la vida jugando en esta plaza y, aun así, cada tarde sigue bajando. Cuenta que trabajó durante 42 años en la industria del calzado, cuando los talleres estaban repartidos por las calles de Carrús. “Ahora todas las fábricas están en Torrellano”, afirma. “Todos esos bloques que hay ahí enfrente eran fábricas”, añade Joaquín, otro jubilado aquí congregado.
—¿Por qué cree que esta es una de las zonas más pobres de España?
—Será porque hay muchas personas mayores, yo qué sé. Y porque no se declara todo, también. Hay mucha gente que está trabajando y cobrando en negro. Entonces claro, en la declaración salimos los más pobres. Pero aquí hay muchos talleres escondidos.
—¿Talleres?
—Claro, de los zapatos. Y fábricas en navecitas.
—¿Y trapicheos?
—Aquí... sí que hay, de vez en cuando. Por eso anda tanto la policía por aquí.
—Bueno, la droga está en tos’ laos’ -puntualiza otro señor, cargado de razón.
Efectivamente, no es raro ver en Carrús furgonetas blancas sin rotular y personas que cargan mercancía en grandes bolsas extraída del fondo de un local o de una vivienda. Ninguno de esos trabajadores, preguntados por este periódico, ha querido dar declaraciones.
“Hay gente de toda clase ya. No es como antes. Antes era mucho más tranquilo”, lamenta Carlos. “De la plaza de Barcelona hasta acá, se ha puesto esto que no veas”. La zona que abarca esa descripción es, básicamente, Carrús Este. Pese a todo, nunca ha tenido ningún problema con nadie.
Marina se ha criado en Carrús y tampoco ha tenido que lamentar ningún incidente. “Yo era de toda la vida aquí y me fui a vivir al Pla”, es decir, al sur de Elche. “Cuando era pequeña esto estaba genial. Para mí ha sido una maravilla de barrio”, asegura esta monitora de ocio y tiempo libre de 38 años.
—¿Por qué crees que esta es una de las zonas más pobres de España, año tras año?
Marina confirma la teoría de Carlos.
—Yo creo que es por la economía sumergida. Los talleres de calzado siempre han funcionado así.
Marina, al contrario que los demás entrevistados, no considera Carrús un lugar inseguro. “También es cierto que nosotros vivimos de aquella zona, hacia arriba [el norte del barrio]. No es lo mismo que esta zona de aquí [señala al sureste] que son pisos más viejos donde quizás se meten más inmigrantes. Pero lo que es la zona de arriba, donde vive mi madre y están los coles, ahí nunca hemos tenido ningún problema”.
Cae la tarde en Carrús Este. El espacio donde hace una hora los jubilados jugaban al calinche lo llenan ahora decenas de personas, la mayoría, inmigrantes. Ninguno quiere hablar.