De cerca tiene más pinta de estibador que de plumilla. No desentonaría flanqueando a Frank Sobotka, el trágico líder sindical de la segunda temporada de The Wire, en una huelga que reivindicara más actividad para el puerto de Baltimore. También luce hechuras de sargento bregado en la esquina de Fayette y Monroe. Es fácil imaginar cómo pasaba desapercibido cuando trabajaba de periodista pegado a la policía en los años duros de la droga.
David Simon, sin embargo, estaba destinado a escribir las historias que la tele convencional desprecia. “No tengo claro que lo que yo haga sea una forma apropiada de hacer televisión. Si miras los índices de audiencia, está claro que no”. The corner, The wire, Generation kill, Treme, Show me a hero tienen en común el interés de su autor por estimular el debate: “Me interesa más que la gente discuta sobre las ideas de la serie”. Empeñado como está en sacar sus títulos de las páginas de entretenimiento, se encoge de hombros cuando destacan su incuestionable relevancia en la narración televisiva.
Estados Unidos es una república de centro que pivota a izquierda y derecha con moderación, despacio, pero nunca se aleja demasiado del centro
Esa hegemonía en esto de escribir series es lo que le ha traído a pasar unos días a Barcelona invitado por el Serielizados Fest. También en España encuentra temas atractivos, como la Brigada Lincoln: “Una historia genial, muy complicada”. Una historia cara, de guerra, de época en la que la mitad de los personajes serían comunistas. Aunque tiene un contrato con la HBO, le cuesta vender sus proyectos cuando a los ejecutivos les suena a extravagancia: “Acaban de rechazarme dos miniseries, una era sobre Cisjordania. Creo que hay una manera de contar esa historia de forma sincera, con escritores y reparto que incluya israelíes y palestinos”.
Sus admiradores son mucho más numerosos de lo que él está dispuesto a admitir y el más conocido de todos es el Presidente de los Estados Unidos. Hace un año, los dos mantuvieron una charla en la Casa Blanca sobre The wire y el fracaso de las distintas iniciativas contra la droga arrastradas desde los años ochenta. La postura del presidente sonaba a disculpa, pero Simon defiende su gestión argumentando que bastante ha tenido con lidiar con el Congreso para sacar adelante un programa de cobertura sanitaria nacional, que ha llegado mucho más lejos de lo que jamás consiguió otro líder del partido demócrata en su país.
“No creo que Obama sea el problema. La presidencia es lo que es, eso no ha cambiado. Él tiene una posición de centro izquierda y lo cierto es que Estados Unidos es una república de centro que pivota a izquierda y derecha con moderación, despacio, pero nunca se aleja demasiado del centro porque hay que gobernar por consenso. Yo soy izquierdoso, pero no represento a una mayoría”, asegura.
Una burbuja capital
Se enciende hablando de lo que denomina “la cultura del beneficio”. Vista con distancia, The wire tiene algo de fábula premonitoria. Los males endémicos del Baltimore de principio de los años 2000 ya apuntaban lo que estaba por venir: “Trabajábamos con el eco de aquellos primeros escándalos de gente que vendía mierda como si fuese oro. Claro que no podíamos anticipar la burbuja de las hipotecas, nadie sabía nada hasta que nos explotó en la cara”.
Odio a los liberales, es algo que va en contra de la ciudadanía
Le obsesionan la corrupción y la inoperancia de las instituciones. Admite que ya sentían esa tendencia antes de 2008 y de alguna forma, eso caló en la historia de The wire: “Escribíamos con la idea de fondo de que las instituciones estaban haciendo un paripé, perdiendo de vista para qué servían. Los bancos, por ejemplo, habían dejado de ser bancos para convertirse en aventureros de la especulación, en jugadores”. Lejos de apostar por una revolución, Simon alude constantemente a la responsabilidad cívica: “Odio a los liberales, es algo que va en contra de la ciudadanía”.
Es combativo, pero no esconde las miserias sistémicas de cada grupo humano, ya sea un batallón en Irak en Generation Kill o el Ayuntamiento de Yonkers en los años ochenta de Show me a hero. Si los individuos más valientes, los que están dispuestos a desafiar al sistema, no triunfan en sus series, es porque eso sería faltar a la verdad. “¿Te imaginas un cierre en el que Bunny Colvin [un jefe de policía que legaliza las drogas en una barriada marginal en The wire] se sale con la suya?”.
“La moralidad es aburrida. Ya se le ha dado suficientes vueltas al tema del bien y el mal en el drama, no queda mucho más que decir”. Las series de David Simon satisfacen a un nivel superior porque no tiene miedo de mostrar la realidad tras el tópico y a la vez evita los lugares comunes. No juzga a sus personajes, muchos de ellos es gente que ha conocido personalmente y con quien siguió teniendo contacto una vez su historia se extinguió en la pantalla: “The corner termina con DeAndre [un camello adolescente] cayendo en la heroína y arrestado por la policía. Todo eso ocurrió de verdad. Después, DeAndre continuó con su vida, luchó contra su adicción. Conseguía un trabajo y se recuperaba, se estabilizaba, volvía a caer, hasta que finalmente murió de sobredosis”.
A Simon le hubiera encantado poder enmendar este final: “En una ocasión, durante una buena racha, me confesó que odiaba cómo acababa su historia en la ficción. Si consigo salir adelante, ¿la cambiarías?, me dijo”. Sacude la cabeza con resignación: “Él terminó muy mal y yo… no puedo arreglar la realidad”.
Su próxima serie trata sobre la legalización del porno en el Nueva York de los setenta, “una historia sobre el trabajo y el capital”. A la vez, intenta montar una coproducción con la BBC para contar los orígenes de la CIA, “la política exterior americana desde 1945 hasta el 11 de septiembre”. También para ésta le dan largas en la cadena: “Si tuvieras las audiencias de Scorsese, de David Chase, pero eso es mucho dinero para las audiencias de David Simon”.
América está asqueada con el Congreso. Las cifras de aprobación sobre su gestión son del siete por ciento
La que sí parece que tendrá piloto también es Capitol Hill, un drama sobre el Congreso, institución que, afirma, compra a sus miembros para conseguir mantener una mayoría conservadora y así poder controlar las leyes: “América está asqueada con el Congreso. Las cifras de aprobación sobre su gestión son del siete por ciento”.
La escribirá con alguien que sabe bastante de poner las peras al cuarto a las esferas de poder, Carl Bernstein, cuyo trabajo en el escándalo Watergate le impulsó a convertirse en periodista. Tampoco esta historia acabará bien: “Básicamente han corrompido a la mitad de mi gobierno y cualquier presidente que elijan, sea Sanders, Clinton, cualquiera, tendrá que lidiar con un sistema roto. El sistema se ha convertido en dinero y no van a ser capaces de solucionarlo”.