En 1968, y debido a la sospecha de que muchas de las obras de Rembrandt habían sido atribuídas por error a aprendices y seguidores de su taller, el gobierno de los Países Bajos aprobó la financiación de un ambicioso plan cuyo objetivo era la certificación y catalogación de todos los cuadros del pintor neerlandés. Se creó para ello una comisión especializada que se encargó de poner en marcha y desarrollar el Proyecto Rembrandt, un colosal estudio histórico y científico que, mediante el uso de avanzadas técnicas como el análisis dendrocronológico de la madera de los lienzos, identificó las 340 pinturas que, en total, eran obra del célebre maestro del barroco.
Se trata del retrato de un hombre del siglo XVII, con barba y sombrero, y de aspecto similar a los caballeros coetáneos del autor... pero hecho por una impresora 3D en 2016
Y en ello se invirtieron 46 años. Casi medio siglo de investigación. No fue hasta el 8 de octubre de 2014 cuando se publicó el último volumen del corpus definitivo de los cuadros de Rembrandt. Los 280 primeros lienzos se catalogaron durante los 18 años iniciales, pero hicieron falta casi tres décadas, desde el año 1986, para determinar la autoría de los últimos 60. Un esfuerzo titánico que no admite margen de error alguno, por mínimo que sea.
Hasta que, el pasado 6 de abril, El próximo Rembrandt vio la luz en la galería Looiersgracht 60, de Ámsterdam. Se trata del retrato de un hombre del siglo XVII, con barba y sombrero, y de aspecto similar a los caballeros coetáneos del autor que en tantas ocasiones figuran en sus pinturas. Lo más sorprendente es que no consiste en una copia o en el ejercicio de un imitador. Es el resultado de miles y miles de pinceladas realizadas, ni más ni menos, que por el propio Rembrandt.
O casi.
A veces la tecnología no es otra cosa que una forma extraña de brujería desprovista de superstición. Basándose en 168.263 fragmentos de todos los rostros contenidos en la obra de Rembrandt, una impresora 3D ha sido capaz de crear un retrato formado por más de 148 millones de píxeles que se corresponden con los trazos del maestro en los cuadros originales.
Código Rembrandt
El software, diseñado y controlado por informáticos, ingenieros, científicos e historiadores del arte del Museo Rembrandt de Ámsterdam, la galería Mauritshuis de La Haya, la Universidad Tecnológica de Delft y la compañía Microsoft, se basa en un algoritmo de reconocimiento facial que identifica y reproduce los patrones geométricos, las proporciones y la disposición del color del mismo modo en que lo haría el propio pintor neerlandés. Alla maniera di Rembrandt.
El resultado, por tanto, no es el duplicado de un cuadro que ya existe, sino en un retrato original y pintado en la actualidad, pero nacido de los movimientos del pincel que el genio realizó sobre la tela hace más de tres siglos. De hecho, podría pasar por uno de los 340 lienzos catalogados por el Proyecto Rembrandt, ya que parece otro producto más de la genialidad del artista.
Cabe preguntarse, en consecuencia, hasta qué punto no es, en realidad, una obra de arte el retrato elaborado por la impresora
Esas dos cualidades, originalidad y genialidad, son las que se debe exigir a cualquier obra de arte. Ésta no existe si sólo se da la primera, pero tampoco si una pieza genial no es original. De lo contrario, todos los cuadros de cualquier buen falsificador tendrían tanto valor como las pinturas plagiadas.
Cabe preguntarse, en consecuencia, hasta qué punto no es, en realidad, una obra de arte el retrato elaborado por la impresora. La máquina, conectada a un software controlado por científicos e investigadores, ha conseguido pintar un auténtico Rembrandt, salvo por el minúsculo detalle de que no ha sido pintado por Rembrandt. Considerar la posibilidad de que se trate de un ejercicio artístico nos obliga a cuestionarnos, en primer lugar, qué convierte a una composición en una obra de arte.
Aunque se trata de un tema controvertido, muchos historiadores del arte defienden que el elemento diferenciador es la intención artística. Es decir, la voluntad de crear una obra de arte. Eso es lo que distingue entre lo artístico y lo puramente estético. Surge, por tanto, la duda de si en este caso se da algún componente intencional.
Lo consulto con Pablo González (Ourense, 1973), diseñador de la compañía Lego y experto en impresión en 3D, que me explica el carácter instrumental del aparato: "La impresora 3D sólo imprime un archivo que se ha creado previamente en el ordenador con algún programa de diseño 3D. Sólo cuando se diseña un objeto 3D con la propia imaginación podría ser considerado una obra de arte, aunque todo dependería de su calidad".
Software, el artista
Pablo reduce la intervención de la máquina a un plano ejecutivo, supeditado a la dirección humana. Sobre el caso que nos ocupa, formula dos interesantes analogías "El hecho de usar un software para que a partir de archivos escaneados interpole la información de estos para obtener un nuevo modelo, no considero que sea una obra de arte. En tal caso, el artista sería el que creó el software, pero sería como si le atribuyesen todos los libros impresos del mundo a Gutenberg”.
“Después, la parte manual del proceso, porque seguro que el software por sí solo no es capaz de hacer el trabajo completo. El programa y el resultado del proceso necesitarán retoques posteriores. Haciendo otra comparación, sería como decir que seleccionando una hoja de cada uno de los libros de Castelao e imprimiendo un libro con solapas nuevas, estaríamos ante una obra de arte. Si el que, con sumo cuidado, corta las hojas de los libros, las extrae, las vuelve a unir y las encuaderna de nuevo se considera un artista, el que procesa los archivos del ordenador, filtra los datos erróneos y hace el post-procesado del volumen obtenido, también sería considerado un artista. Pero yo creo que son simples operarios", añade.
Muchos de los asistentes lo considerarían una pieza artística de categoría idéntica a la de las demás
Descartado el componente intencional del sistema, y con la duda en el aire sobre la condición de quienes manejan el software y la impresora -en definitiva, responsables últimos del resultado-, el paso lógico es considerar no sólo la voluntad de de quien elabora la pieza, sino también la interpretación o el juicio de quienes la contemplan. De hecho, si colocásemos este "falso" Rembrandt en una exposición entre otros cuadros del pintor holandés sin indicar su origen tecnológico, muchos de los asistentes lo considerarían una pieza artística de categoría idéntica a la de las demás. ¿Qué requisitos deben darse entonces para considerar que algo es arte? Y, sobre todo, ¿quién decide qué lo es? ¿El artista o la persona que contempla la obra?
Para responder a esas preguntas -si es que esto fuese posible- me pongo en contacto con Eva Torres (Ourense, 1973), experta en arte y, actualmente, directora del Museo Municipal de Ourense.
"La primera es una pregunta sobre la que muchos críticos han afirmado que no tiene respuesta. El arte se manifiesta en cada uno de nosotros de acuerdo a cómo lo percibimos. Todo lo que nos rodea puede ser artístico si así lo interpretamos. No necesitamos consultar a un artista o a un crítico para saber qué es el arte. Una pieza no es arte porque esté en un museo o una galería. El mercado y sus pillerías en ocasiones confunden al público, que sólo busca una obra que pueda impresionarles con mayor o menor intensidad, causando un efecto distinto en cada persona".
La huella de la intervención del mercado en la Historia del Arte es indiscutible. Aunque hoy en día apareciese un artista de la talla de Rembrandt, aunque pudiésemos considerar que los creadores de El próximo Rembrandt lo son, su reconocimiento estaría en todo caso condicionado a la confluencia de una serie de circunstancias que le hiciesen gozar del favor del mercado.
Son los curadores de los museos los que determinan qué compran los museos. Son ellos quienes deciden qué es arte y qué no lo es
"La respuesta a la segunda pregunta sigue una línea similar. Hoy en día no son ni el público ni los artistas quienes deciden qué es arte. La situación real es que existe una infraestructura formada por las galerías, los críticos de los medios de comunicación, las ferias y los museos. Y son los curadores de los museos los que determinan qué compran los museos. Son ellos quienes deciden qué es arte y qué no lo es".
A pesar de la complejidad de las cuestiones planteadas, es difícil no estar de acuerdo con Eva. A fin de cuentas, aceptar que el público es quien decide que una determinada pieza es una obra de arte implicaría aceptar que su autor es un artista. Sea éste un ser humano, un mono con una brocha o una impresora 3D controlada por un software informático.
La verdad es una copia
Habiendo asumido, pues, que es el mercado el que decide quién es un artista y quién no, y que en lo que se refiere a El próximo Rembrandt lo serían, en todo caso, quienes han diseñado y manejado el sistema, todavía resta despejar la duda de si podríamos considerar este nuevo Rembrandt como un Rembrandt de verdad.
En cierto sentido, la pregunta es similar a la que se planteó la industria de la música cuando en el año 2002 el DJ Junkie XL remezcló una canción de Elvis de 1968, A Little Less Conversation, para un anuncio a propósito del Mundial de Fútbol celebrado en Corea del Sur y Japón. La canción, que utilizaba la línea vocal de Elvis sobre una base rítmica de música electrónica, alcanzó el número 1 en las listas de ventas de varios países, por lo que en algunas estadísticas comenzó a otorgársele a Elvis un nuevo número 1 hasta entonces no computado, con la consecuente polémica que esto suscitó -sobre todo por el enfado de los seguidores de otras bandas y artistas con registros similares, como The Beatles o Michael Jackson.
El profesor Joris Dik, científico al frente del equipo de la Universidad Tecnológica de Delft, declaró: "Hay muchos datos de Rembrandt disponibles procedentes de pinturas de varias colecciones. ¿Podemos crear algo de todo ello que se parezca a Rembrandt? Es una pregunta interesante". Otra cosa, claro, es ofrecer un veredicto.
Al gran público no le interesa tanto el arte. Lo que de verdad quieren saber es cuántos millones de diferencia hay entre un cuadro auténtico y otro que no
Tal vez, la respuesta más honesta a todas las cuestiones que plantea esta historia haya sido la de Ernst van de Wetering, director del monumental Proyecto Rembrandt y uno de los mayores especialistas del mundo en el maestro neerlandés, al ser preguntado por la existencia de cuadros del artista cuya autoría se atribuye a otros y viceversa: "Al gran público no le interesa tanto el arte. Lo que de verdad quieren saber es cuántos millones de diferencia hay entre un cuadro auténtico y otro que, después de todo, no era suyo".
La de Van de Weeteeing, de 78 años de edad, es una reacción normal. No debemos perder de vista que la identificación y catalogación de las obras de Rembrandt fue un proceso en el que se invirtieron cuarenta y seis años. Medio siglo dedicado a concluir que, en total, son exactamente 340. Como para sugerirle ahora a este buen señor que podrían ser 341.
En mi opinión, la única razón por la que existe El próximo Rembrandt es porque hace más de tres siglos existió Rembrandt. La máquina jamás podría haber realizado este retrato de no ser por los cerca de 170.000 fragmentos de las pinturas del artista que recopiló y procesó. Nada nuevo bajo el sol. Sin Rembrandt, sencillamente, no habría Rembrandt.
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