Terror yanqui con acento cañí
No es ningún secreto que algunos directores se sienten limitados haciendo televisión. Para ellos, la peli es su peli, y en una serie están supeditados en mayor o menor medida a un 'showruner', a una productora, a unas prisas, a unos esquemas que no son los suyos. Para muchos, hacer una serie es un trabajo de mercenario. O sea, como para el resto de los mortales, solo que ellos se ven en la necesidad de justificarlo: “yo hago tele, pero prefiero el cine”. Ojo, digo para muchos. Para otros es un privilegio formar parte de un esfuerzo conjunto aunque ellos no recojan la gloria de la autoría. Es el caso de Paco Cabezas, que esta semana presentó en Madrid el primero de los capítulos que ha dirigido para Penny Dreadful.
Como en casi todo, no es lo mismo currar aquí que fuera. No sé si es casualidad, pero los cuatro directores españoles que han conseguido hacerse hueco en la tele americana últimamente lo han hecho especializados como directores de género paranormal, de terror, de suspense, de historias de las que dan yuyu. Jaume Collet- Serra se encargó de arrancar hace unos años la aventura amazónica sobrenatural de The River (ay, lo que me aburrí con esa); Juan Carlos Fresnadillo tiene apalabrada una con SyFy que se titula Prototype (he leído tres veces la sinopsis y no me he enterado de qué va: tiene que ver con física cuántica, con alterar el orden de las cosa y con un grandísimo peligro para la Humanidad); Juan Antonio Bayona dirigió los dos primeros episodios de Penny Dreadful y Cabezas ha firmado cuatro de la tercera temporada que está ahora mismo en emisión. Él está seguro de que ganó el puesto porque le confesó al 'showrunner', John Logan, que los protas de las serie eran una panda de freaks y que él se sentía uno más.
Este grupo son todos directores de cine que se ganaron su visado de trabajo en Estados Unidos por arriesgar con sus pelis. O sea, ya tenían una carrera en, supuestamente, el escenario ideal para un director, el cine. ¿Por qué harían televisión? ¿Por pasta? Por supuesto, por muchísima más pasta. Lo cual casi siembre significa más margen creativo, también, más posibilidades de hacer cosas. Paco Cabezas lo mide en grúas: “En una peli independiente sólo tiene una grúa un día, así que lo grabas todo el mismo día y te pasas el rato grúa abajo, grúa arriba. Aquí (en Penny Dreadful) teníamos grúa todos los días”.
Pelis, dice, porque series de este tipo aquí no hacemos. De cosas de miedito, quiero decir. No habitualmente, al menos. Entre La cabina y Rabia media un abismo (ejem, no quiero hablar de Rabia…) y cuarenta y tres años en los que el suspense y el terror han estado proscritos de la tele patria. La de Mercero (y Garci), además, no es ni siquiera una serie. No sé muy bien por qué un país que abraza con entusiasmo actividades claramente necrófilas como la Semana Santa y que ha encadenado a Jiménez del Oso con Iker Jiménez (¿es casualidad lo de los apellidos?) no tiene ficciones esotéricas y de muertos vivientes propias y ha de conformarse con copias cutres como El don de Alba.
No sé muy bien por qué un país que abraza con entusiasmo actividades claramente necrófilas como la Semana Santa no tiene ficciones esotéricas y de muertos vivientes propias
¿Qué puede salir mal? Todo (que no quiero hablar de Rabia…), pero vale la pena atreverse: puede molar mucho ver vampiros en Vallecas o posesiones en la huerta murciana o un hombre lobo payés. ¿Por qué no? La primera temporada de Les Revenants (lo único bueno que ha aportado Francia al mundo de las series, visto lo visto) era fantástica, precisamente porque a los muertos les daba por resucitar en Annecy y porque la historia era súper gabacha.
Paco Cabezas tiene la clave para que una serie sea especial, “tener a un guionista, que es el autor, cortando el bacalao”. Insiste en que no es tanto un problema de presupuesto como de tener al cargo a quien tiene claro qué historia quiere contar. “Dadle los mandos del barco al guionista, al creador, y allí habrá alma”. Lo dice el señor director.
Y, sobre los riesgos del género, un último apunte: “Lo más peligroso para un programa de terror y suspense es lo cerca que estos temas están siempre del ridículo. Un exceso en la dosis de truculencia, de monstruos, o de tensión dramática provoca, indefectiblemente la sonrisa, la risa y hasta la burla”. Esta última cita no es de Cabezas, sino de Ibáñez Serrador, un tipo que sí hizo aquí una serie de ésas ya a mediados de los sesenta del siglo pasado. No le fue mal del todo.