'Nashville': cuando las series se niegan a morir
No mola nada lo que has hecho, Callie Khouri. Cuatro años de fidelidad a una serie tan irregular como Nashville se merecían algo más que un final miserable y pedigüeño como el que ha tenido. Cuando una se engancha a un melodrama de este tipo, abraza su grandilocuencia y su artificio y firma unas condiciones que incluyen un cierre ñoño y facilón, pero un cierre al fin y al cabo. Quiero besos atropellados, muertes justicieras, soluciones a conflictos ancestrales a diez minutos del “the end” y porque sí. Un remate en condiciones y no una clausura a medias. No voy a contaros los detalles, tranquilos. Pero me siento estafada.
A Nashville la han cancelado por baja audiencia y sus productores, contigo a la cabeza, querida Callie, habéis decidido que no aceptáis la decisión de la cadena y es por eso que una de las historias debía quedar suspendida mientras buscabais otro canal u otra plataforma que quisiera seguir emitiendo la serie. Eso no es una decisión creativa, es una rabieta. Esa segunda vida podría no haber sucedido y Nashville se habría quedado en el limbo argumental de las pobres series a las que echan el cierre en mitad de temporada.
Dejar una pregunta en el aire, una última imagen ambigua, una reflexión simbólica, hay mil maneras de plantear un final abierto antes que eso que habéis hecho vosotros. Ni siquiera es algo original: Dallas ya lo hizo hace más de un cuarto de siglo, pero con gracia y después de catorce temporadas. Una broma final para el espectador. Lo vuestro es ganas de fastidiar.
Yo te defendí cuando el gafapastismo se echó las manos a la cabeza al ver que la guionista de Thelma y Louise no se daba pisto con algo sesudo en cable, sino que se metía a hacer televisión con un culebrón fino. Nashville era mucho mejor serie de lo que parecía en su primera temporada, un intento acertado de contar los tejemanejes de la capital del country. Con bien de brilli brilli, de flecos, de cardados imposibles, y esos números musicales que te daban ganas de remedar en los bares a Coyote Dax.
'Nashville' era mucho mejor serie de lo que parecía en su primera temporada, un intento acertado de contar los tejemanejes de la capital del country
Cuando decidisteis apalancaros en la fórmula del serial mediocre, también supisteis sacar ventaja. Incluso en los momentos de mayor derrape narrativo, Nashville ha mantenido el gusto por la frase bien armada. ¿Qué es esto de mendigar asilo a costa de cargarse la historia? Fíjate en Damages, la reina del truco facilón, una serie que hizo del 'cliffhanger' su herramienta narrativa fundamental. Ella también tuvo que cambiar de cadena. Sobrevivió dos temporadas a su cancelación en FX y consiguió darle un cierre potente a un personaje muy carismático. Patty Hewes tuvo un final digno después de un montón de patochadas. Sin embargo, la serie nunca tuvo el cuajo de abandonar una de sus tramas.
Dices que “Nashville aún tiene muchas cosas que contar”. Lo que pasa es que habías fichado a dos 'showrunners' nuevos (había convencido a los míticos Marshall Herskovitz y Edward Zwick, los autores de Treinta y tantos y Es mi vida, de que volvieran a escribir series) para la siguiente temporada y te daba palo mandarles para casa.
Herskovitz y Zwick tendrán un montón de ideas refrescantes, pero Nashville está resobada. Los que volvíamos cada semana a por el capítulo éramos yonquis patéticos en busca de un chute insatisfactorio. Muchos respiramos aliviados cuando supimos que íbamos a tener por fin una liberación de este hábito malsano. La campaña #BringBackNashville es un ejemplo bastante ridículo de dirigismo tuitero. Qué vergüenza, Callie. Con lo que tú has sido.
Al final, las negociaciones han prosperado y Nashville tendrá una quinta temporada en la que deberíais hacer limpia con más de la mitad de los personajes. Sacar el excedente de encima, justificar el broche cutre de la cuarta y devolverle algo de la dignidad perdida. O podéis seguir estirando el chicle de forma indefinida y luego reclamar otra película innecesaria basada en una serie. Nashville no es Expediente X ni Sexo en Nueva York. Ni siquiera tiene un público tan definido como el de Firefly. Pensad quién pagaría por ver en el cine un capítulo muy largo de un serial.
Estoy convencida de que veré la quinta temporada como otros vuelven al cigarrillo o a los Risketos, pero lo haré con las orejas gachas y mucho sentimiento de culpa. No te lo perdonaré jamás, Callie: jamás. Los culebrones se pueden permitir el lujo de recoger a lo loco y con prisas y nadie pensaría que lo estabais haciendo mal. Bastaba con un “chin pun, se acabó”.