Woody Allen ha tomado una polémica decisión en su vida que le ha supuesto un estigma del que nunca va a conseguir librarse. No, no me refiero a lo de liarse con su hijastra adoptiva, que ya querría una trama así cualquier culebrón venezolano. Hablo de algo muchísimo peor: dar vida a ese intento de serie titulada Crisis in Six scenes. Para que nos entendamos: Woody Allen es un señor muy venerable que produce sus propias películas al margen de los grandes estudios, al margen del gran público, consiguiendo financiación gracias a su fama y a algún que otro concierto de clarinete.
Woody (porque para mí es Woody, ya que he crecido con sus obras, algunas maestras), es un tipo capaz de situar un film en una ciudad simplemente porque se siente cómodo en ella, y al que no le tiembla el pulso a la hora de volver a rodar toda una película de nuevo si no le gustan los resultados. Ahora denle la posibilidad de hacer una serie con Amazon, una de las grandes multinacionales del mercado dirigida al gran público. ¿Qué puede fallar? O, mejor dicho… ¿qué puede funcionar?
La serie se enmarca en los años sesenta y narra la historia de un matrimonio de bien; él un escritor (Woody, por supuesto), y ella una psicóloga que trata a parejas en crisis (la reputada actriz y guionista Elaine May). Ambos acogerán en su casa a una fugitiva hippie y anti-sistema, que se convertirá en la chispa de rebeldía dispuesta a transformar a la pareja, todo ello con la guerra de Vietnam como telón de fondo. Ya tenemos el caldo de cultivo perfecto para el tipo de comedia que le gusta a Woody, esa en la que señores bien de la Manhattan noble, acostumbrados al squash, a las exposiciones de arte y a los documentales interminables sobre el exterminio judío, se enfrentan a problemas ideológicos y morales reservados para aquellos que tienen resuelta la vida y a algún que otro momento de slapstick cotidiano y muy divertido.
Woody tiene la fórmula controlada, la ha recorrido desde el espectro más humano con Annie Hall o Maridos y mujeres, hasta el más gamberro con Misterioso Asesinato en Manhattan. Y, sin embargo, en este caso pincha estrepitosamente. Es por eso que cuesta entender qué ha fallado, por qué el producto final es aburrido, sin ingenio y predecible. Tal vez se deba a la fórmula de veinte minutos por capítulo. Woody había concebido la idea para una película, pero decidió (previo suculento cheque) que sería buena idea trocearla y convertirla en serie. Algo que se nota y mucho en los finales abruptos de cada capítulo, sin ningún clímax o giro dramático. Vamos, que un poco más y cortan en medio de una conversación. O puede que nos hayamos desenamorado de Woody. Todo es posible.
El producto es aburrido, sin ingenio y predecible. Woody había concebido la idea para una película, pero decidió (previo suculento cheque) que sería buena idea trocearla
La escena inicial del primer capítulo, situada en una barbería, es premonitoria. El simpático barbero le echa en cara a Woody, siempre en un tono divertido, lo soporífero que es su último libro y éste reacciona explicándole que está pensando en hacer una serie. Es en este instante cuando el personaje real y el ficticio se confunden. Ambos parecen querer explorar otros campos creativos que nunca han transitado. No sabemos qué pensará el personaje ficticio, pero el real, el bueno de Woody, ha decidido tras su experiencia que no volverá a rodar una serie. Y si llega a durar un poco más, a no rodar nada más. Y, sinceramente, como espectadores le agradeceríamos que se centrase en el cine, a poder ser en el cine que hacía en sus inicios.
Recordemos que Woody es un tipo que sigue machacando sus guiones en una antigua máquina de escribir Olympia, la misma que lleva usando desde que comenzó en este oficio; y Amazon, es una empresa puntera por utilizar internet y las nuevas tecnologías como medio de difusión. Es como mezclar agua y aceite, noche y día, honradez y política, Ben Affleck y expresión facial. Simplemente no encajan. Aún así, podría haber salido algo maravilloso de esta extraña pareja de viaje. Pero en lugar de eso, tenemos uno de los fracasos televisivos del año.
Otro detalle curioso de Woody es que no tiene ni idea del pasado interpretativo de los actores que contrata. Vamos, que no se ha visto una sola película de los que salen en las suyas. Y aquí se ha lanzado con Miley Cyrus, a la que le ha dado el papel de la activista rebelde que viene a trastocar el apacible mundo de la pareja protagonista. Imagino que alguien en un despacho le dijo: “le va como anillo al dedo”. El bueno de Woody no hizo más preguntas ni buscó en internet. Recordemos que es el mismo que contrató para interpretar a su alter ego al actor Jason Biggs, conocido por la saga American pie y por tirarse a una tarta de manzana. Aunque no descarto que Woody, siendo como es un cachondo mental, supiese de todo esto y se sintiese aún más identificado con el actor de la saga adolescente.
Sinceramente, nada podrá justificar jamás la inversión económica, el daño moral y la pérdida de tiempo que ha supuesto este experimento fallido. Bueno, tan solo una cosa: que Woody acabe liándose con Miley, dejando a su hijastra y convirtiéndose en la pareja más extraña del siglo. Más aún que la de Allen y Amazon.