En 1996 Cristina Ortiz entraba en las casas de millones de telespectadores. Lo hacía bajo su sobrenombre, La Veneno, y desde entonces nada fue igual. Pepe Navarro -a través de una de sus periodistas, Faela Sainz- había descubierto a un animal televisivo, y sin quererlo, sólo buscando la audiencia, también había abierto la puerta a la visibilidad trans en una televisión en abierto. Hasta entonces no habíamos visto a nadie como La Veneno en nuestra tele. Entonces llegó ella, primero con su chispa desde la calle mientras ejercía la prostitución, y luego como un torbellino que encendió el programa dándole audiencias históricas.
Veneno se convirtió en un fenómeno de masas. Grabo canciones, hacía bolos, era una estrella. ¿Cuándo una transexual había logrado aquello? Su presencia dio visibilidad a un colectivo condenado a vivir en los márgenes o a la prostitución. Les hizo creer que ellas podían ser estrellas. La voraz televisión de finales de los 90 también acabó con ella, que terminó en la cárcel y después mendigando por regresar a esa fama a la que se volvió adicta. Su vida, desde una infancia marcada por el rechazo de su familia hasta su descenso a los infiernos, bien valía una serie, y ella siempre lo dijo mientras vivía.
Pero, ¿quién se iba a atrever a enfrentarse a un material que es una bomba de relojería?, ¿qué cadena iba a producir una serie sobre trans? Quienes lo han hecho son, probablemente, los únicos que podían hacerlo, Los Javis. Porque la ficción sobre transexualidad está casi siempre enfocada desde dos puntos de vista: la condescendencia y la mirada por encima del hombro, o la mirada exclusiva a las sombras, a la marginalidad, al drama que las convierte siempre en víctimas y nunca en protagonistas de sus propios relatos.
Cuando triunfó Pantera Negra en EEUU, un estudio hablaba sobre la importancia de que por primera vez la comunidad negra viera a un héroe de color y no un drama sobre esclavos. Por eso Veneno -que ya se puede ver en Atresplayer Premium- es importante y por eso se demuestra que son Javier Calvo y Javier Ambrossi los que debían hacerla, porque ellos tienen un don (natural, innato), que les hace no juzgar. Ellos miran a Veneno como Cristina, a los ojos. Sin cinismo ni ápice de crítica. En todo caso lo hacen desde la fascinación, pero sin que les nuble. Queda muy claro en el brillante primer episodio que han dirigido las dos veces que vemos al personaje por primera vez.
Tanto en 1996 como en 2006 (ya en su peor momento), ella aparece como una estrella. Da igual que los focos sean los de un coche que quiera pagar por sus servicios o el humo sea el de un cigarrillo: ella es una diva, un referente, y así la tratan. No por ello ocultan la realidad: la prostitución, la trata, la marginación, pero tienen claro que eso ya está contado, que tenemos que entender porque ella fue tan importante para ellos y para muchas personas. Su mirada como directores es parecida a la del personaje de Valeria Vegas -en su libro sobre Ni puta ni santa. Las memorias de La Veneno se basa la serie- cuando ve a Veneno por primera vez en televisión.
Ese es el otro pilar de la serie y de la apuesta de los Javis. Ser conscientes de lo importante que son los referentes. Ella se convirtió en uno, y en un momento en el que la extrema derecha avanza y la transfobia se extiende ellos vuelven a colocar a Cristina Ortiz en el centro y nos obligan a mirarla como deberíamos haberla visto en 1996. Sin coña, sin chistes, sin la explotación de una televisión que realmente sólo vio en ella un producto. Su retrato de la tele de entonces es otro acierto. La reconstrucción de Esta noche cruazmos el Mississippi es brutal, y lo que podía haber sido un cliche suena a verdad. Israel Elejalde se transforma en Pepe Navarro literalmente, y de nuevo no juzgan lo que allí ocurría, sino que muestran esa dualidad: por primera vez una trans estaba en antena, pero por los motivos erróneos, su explotación de cara a la audiencia como un producto más.
La trama de Veneno nos sitúa en dos momentos claves. 1996, su salto al estrellato, y 2006, tras su salida de prisión, con sobrepeso, y siendo la sombra de lo que fue. Su reencuentro con una fan, una Valeria Vegas aceptando su identidad, la hará recordar todo y querer regresar a esa fama. En un giro meta vemos a personas reales como Paca la Piraña interpretándose a sí misma como la fiel amiga de Cristina. Paca es una de las sorpresas de este primer episodio que hemos podido ver. Es fresca, divertida, y confirma otro talento de Los Javis: su capacidad para trasladar el habla de la gente normal. Lo cotidiano y su capacidad para hacerlo importante y convertirlo en fenómeno estaba en Paquita Salas y vuelve a verse sobre todo cuando esas trans hablan, se mueven y se relacionan como no lo habíamos visto antes.
Por supuesto les quedan cosas por pulir, como cierta tendencia al monólogo explicativo (ese mónologo del snake que además se repite dos veces) para remarcar lo que ya deja claro el poder de sus imágenes, pero con dos series y una película demuestran que tienen eso que se suele llamar un universo propio. Uno en el que, además, se confirman como unos grandes directores de actores. La dupla Lola Dueñas y Ester Expósito como Faela y Machús es maravillosa, Israel Elejalde se come la función y encima ponen a un plantel de actrices trans que dejan sin habla, especialmente Isabel Torres -Veneno en la versión adulta. Veneno tiene ese adjetivo que normalmente no gusta usar: porque es una serie necesaria. Pero no es sólo eso, es importante, es honesta y nos muestra que sin referentes como Cristina seríamos peores. Sin series como esta, también.