Mucho antes de que Carlos Sobera se convirtiera en un cupido andante que intenta formar parejas en First Dates, amenizó la tarde de muchos españoles repartiendo dinero con un programa que hizo historia. Él se puso al frente de Quién quiere ser millonario, aquel concurso en el que si respondías bien 15 preguntas te podías llevar 50 millones de pesetas. El show hizo historia. Desde entonces todo el mundo comenzó a usar expresiones como “¿Puedo usar el comodín de la llamada?” y el formato se popularizó e incluso se crearon versiones en forma de videojuego o tablero de mesa.
Aquel formato no era original, sino que venía importado de Reino Unido, donde en 1999 se había estrenado convirtiéndose en un fenómeno de masas capaz de congregar a más de 16 millones de personas detrás del televisor. Creó una legión de fans, y dos años después, en 2001, fue el escenario de uno de los escándalos televisivos más grandes que hayan ocurrido. Un escándalo que sacudió el país, y del que, sin embargo, nadie conoce la solución.
El 9 de septiembre se sentaba Charles Ingram, comandante del Ejército Británico, delante del presentador de la edición británica, Chris Tarrant, y comenzaba su turno de preguntas. La jornada se partió a mitad de su participación, pero en los primeros compases ya había gastado dos comodines para llegar a las 4.000 libras. Pero al día siguiente Charles se transformó en un concursante desconcertante. Cambiaba de respuesta, dudaba, aseguraba no conocer ningún nombre, pero siempre acertaba.
Poco a poco fue resolviendo todas y cada una de las preguntas. El público vibró, y hasta pensó que iba a caer cuando reconoció no haber oído nunca el nombre de Craig David y aun así elegirlo como respuesta final, y correcta. El resultado: se llevó el millón de libras y fue calificado por el propio Tarrant como “el concursante más increíble que jamás hayamos tenido”.
Pocos días después saltaba el escándalo. La productora del espectáculo había cancelado el cheque y le acusaba de fraude. Según ellos, el concursante había hecho trampas. La actitud confusa y dubitativa había hecho saltar la liebre, y aseguraban que al revisar todos los vídeos se escuchaba la tos de otro de los concursantes que esperaban en primera fila para salir cuando Charles Ingram enunciaba la opción correcta. Un fraude a tres en el que, supuestamente, estaría involucrada también su esposa. Fue la noticia del año.
El exmilitar y su familia fueron sometidos al acoso de la prensa, un juicio público y otro real en el que se intentó dilucidar si habían hecho trampas o no. Nunca se pudo demostrar que aquellas toses fueran parte de un rocambolesco plan, pero fueron declarados culpables aunque se libraron de la cárcel. Su defensa argumentó que la cinta estaba editada. Que esa noche hubo más de 130 toses y la gran parte de ellas en respuestas incorrectas, pero la sombra de la duda ya estaba sobre la familia Ingram. El caso todavía sigue resonando en Reino Unido, tanto que después llegaron un documental, una obra de teatro y ahora una serie sobre estos acontecimientos.
Quiz, que ya se ha estrenado en Movistar+, no entra a juzgar la inocencia o culpabilidad de Ingram y su mujer, sino que plantea los acontecimientos y deja que el espectador tome su decisión, algo que estaba en la obra de teatro original donde los espectadores votaban al final de la función. En sus tres episodios se disemina la creación de este tipo de concursos, se muestra a los fanáticos de los shows televisivos, que incluso participan en foros donde se dan consejos para ‘timar’, pero, sobre todo, sigue el caso de Ingram. Su participación en el concurso y el juicio posterior son el grueso de esta interesante miniserie que ha dirigido Stephen Frears.
Entretenida, ágil, y con un reparto perfecto. Matthew Macfayden transmite toda la inseguridad del personaje central. Alguien a quien no se sabe si creer o no. El actor británico ha encontrado en este tipo de personajes un filón, y aquí se luce como lo hace en Succession en su papel de arribista cuñado. Como la estrella mediática tenemos a Martin Sheen, que disfruta con su tendencia al exceso, aquí justificada como el presentador carismático que juega con la audiencia. Completa el trío Sian Clifford, conocida por dar vida a la hermana de Fleabag, y que va pidiendo su hueco en la ficción británica. En definitiva, tres horas de puro espectáculo que se ven con la boca abierta y que demuestran que, muchas veces, la realidad supera la ficción.