El irresistible encanto de las series con temporadas largas: cuando prefieres revisitar en lugar de empezar una nueva
- Un homenaje a las series de antes, esas que nos acompañaban durante meses hasta verano y volvían cada septiembre.
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A primera vista, The Office, Friends, Anatomía de Grey y Suits son series que no tienen nada en común. No comparten género, ni los temas que tratan, el universo en el que se desarrollan o el perfil de sus personajes. Sin embargo, todas han atraído a millones de nuevos espectadores cuando han entrado en el catálogo de Netflix.
Y lo han hecho varios años (o décadas) después de haberse estrenado en sus canales originales aunque la irrupción del streaming haya marcado una ruptura con las formas convencionales de hacer series y de contar historias.
Este nuevo panorama ha derivado en una sofisticación del público que parece haberse acostumbrado al consumo en maratón de historias serializadas al máximo, pero con temporadas cortas y episodios de duración tan indeterminada como faltos de estructura.
Ahora las series se estrenan, se ven en un fin de semana y pasamos a otra cosa. Son demasiado efímeras para dejar huella.
Por razones presupuestarias que han disfrazado de audacia, riesgo y libertad, el cable premium y el streaming han dejado fuera de su sistema las series de temporadas largas, y la gran mayoría, con muchísima suerte, solo llegan a los 40 episodios en total divididos en varias entregas cortas que suelen estrenarse completas o en bloques.
Y con periodicidad indeterminada. Nunca sabes cuándo volverás a reencontrarte con esos personajes, si dentro de un año y medio o tres. O si volverás a verlos, porque igual cancelan la serie aunque estuviese renovada. Ya ha pasado y volverá a pasar.
Las series en abierto, en cambio, siguen un calendario de emisión semanal de temporadas de 20 episodios que hace que el espectador pase ocho meses con los protagonistas que habitan sus historias. En muchos casos les verá casi con más frecuencia que a su propia familia, por lo que vivirá sus movidas como propias.
Cuando alguien nos recomienda una serie nueva, si no hay algo en su premisa, creadores o protagonistas que nos resulte irremediablemente irresistible, el instinto será decir que no tenemos tiempo para ver más series. Porque realmente no tenemos tiempo, pero sobre todo no tenemos ganas de seguir dándole una oportunidad todo lo que se estrena solo por ver qué tal.
Sin embargo, la reacción es diferente cuando en el catálogo de una plataforma de repente aparecen las X temporadas completas de una serie que vimos hace años y de la que guardamos un buen recuerdo; de una de la que siempre hemos tenido buenas referencias y no pudimos ver en su momento; o de otra que con sus más de 100 episodios en el horizonte nos garantizan que tendremos una buena alternativa a mano cuando más lo necesitemos.
Porque eso son las series de toda la vida: una amiga en la que siempre puedes confiar. Hay pocas cosas más reconfortantes que darle al play a un episodio con la seguridad de que puedes desconectar, porque sabes lo que vas a encontrar; porque no habrá sorpresas incómodas o escenas perturbadoras que te dejen con el estómago revuelto el resto de la semana.
Darle al play con la tranquilidad de que vamos a pasar un rato con personajes que nos caen bien como para dejarlos entrar en nuestro salón, pero a los que en realidad queremos como si fueran nuestros hijos. La tranquilidad de que al final del episodio o del arco los conflictos se habrán resuelto, el criminal habrá ido a la cárcel o el villano habrá sido derrotado.
Estas series nos abren las puertas a un mundo en el que nos sentimos seguros, en el que estamos tan a gusto que es un placer tener veintenas de episodios disponibles, no para acabar la serie enseguida y pasar a la siguiente, sino para que nos hagan compañía durante el mayor tiempo posible.
Y con ellas los spoilers son irrelevante. Mientras la mayoría de las series dependen del factor sorpresa que no arruine el giro final, con estas, en cambio, aunque nos sepamos los diálogos de memoria, siguen funcionando como un reloj y nos siguen haciendo reír y llorar como la primera vez.
Da igual lo revolucionaria de una premisa, el estatus del elenco de actores, qué tan alto sea un presupuesto y lo mucho que luzca en pantalla una ficción de las llamadas "de prestigio", al final, las series de siempre son las que dejan huella de verdad.