En la mañana del 21 de junio de 1957, dos agentes del FBI irrumpieron en la habitación 839 del Hotel Latham, en el barrio de Manhattan, Nueva York. Rudolf Abel (Mark Lyance), espía soviético cuyos movimientos habían estado siguiendo por la capital, fue arrestado y la habitación, registrada. Allí se encontraron radios de onda corta, microfilms, mapas de áreas de defensa de Estados Unidos, mensajes cifrados y varios objetos trucados que podrían servir para transportarlos. Durante siete semanas fue interrogado. El FBI intentó convertirle en un agente doble u obtener información sobre el espionaje ruso. Frente a la resistencia del espía, los servicios secretos estadounidenses le entregaron a los tribunales.
Abel no tenía abogado y había que asignarle uno. Pero no uno cualquiera: uno creíble, que garantizara que sus derechos estaban siendo respetados en un juicio que podría sentenciarle a la pena capital. El elegido fue James Donovan (Tom Hanks), de 41 años, conocido por haber jugado un papel importante en los juicios de Nuremberg, en los que se juzgaron los crímenes nazis. El puente de los espías, película que se estrena este viernes, está basada en el libro de memorias de Donovan y cuenta la historia de este abogado americano y su participación en una de las operaciones más arriesgadas de la CIA.
Era el auge de la Guerra Fría. Las tensiones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética eran punzantes y el odio al comunismo, herencia de la era McCarthy (el senador había muerto tan sólo unos meses antes), inundaba la sociedad americana. La batalla diaria entre los dos países se libraba en el campo de la inteligencia. El miedo a posibles filtraciones a manos de espías se había transformado en paranoia. Aceptar el caso significaba exponerse al odio popular, ser visto como un simpatizante del comunismo y defender a un traidor.
Donovan lo sabía pero, una vez aceptado el reto, no estaba dispuesto a hacerlo a la ligera, ni a ceder a presiones o hacer del juicio un mero tramite. Si iba a defender a Abel, lo haría para ganar el caso. “Todo el mundo merece tener una defensa. Cada persona importa”, le dice a su mujer cuando a ésta le pregunta si es consciente de lo que le espera a él y a su familia. Además, a lo largo del caso, Donovan y Abel, desarrollan una relación de admiración y respeto mutuo. De dos hombres que, a su manera, se mantienen fieles a los ideales en los que creen y rechazan vender su integridad.
Así que, cuando inevitablemente Abel es condenado, Donovan lleva el caso al Tribunal Supremo y argumenta en contra de la pena de muerte: “Todos los días enviamos espías hacia el otro lado. Es cuestión de tiempo que uno de ellos sea capturado y, ese día, quizás nos convendría tener algo que ofrecer como moneda de cambio”.
Intercambio de espías
Abel es sentenciado a 30 años de cárcel pero, mientras cumple su condena, el escenario hipotético de Donovan se vuelve realidad. Francis Gary Powers, piloto estadounidense, es capturado en la Unión Soviética. El 1 de mayo de 1960 el avión de vigilancia U2 que pilotaba es abatido y él, encarcelado.
Dos años después, la CIA encarga a Donovan la negociación para intercambiar los dos espías. El lugar: Berlín Oriental, en plena construcción del muro. El aviso: Donovan viajaría con miembros de la CIA pero, una vez en el terreno, estaría por su cuenta, sin apoyo oficial; si algo saliera mal, el Gobierno no quería estar relacionado con el caso. Y un detalle más: quizás los soviéticos intentarían cambiar a Abel por un estudiante americano, Frederic Pryor, encarcelado en Berlín; Donovan sólo debería aceptar un cambio por Powers.
El abogado acepta la misión pero, una vez más, si lo iba a hacer, lo haría según sus convicciones: liberaría a los dos americanos, o no habría trato. Durante una semana, Donovan entra en una guerra de nervios. Por un lado, las presiones soviéticas y alemanas, por otro, las de la CIA, cuyos responsables se desesperan al enterarse de sus intenciones.
El día 10 de febrero de 1962, Donovan se acercó al puente Glienicke con Abel y un compañero de Powers que pudiera identificarle. Y esperó. La liberación de Pryor debería hacerse en el Checkpoint Charlie, el paso fronterizo más conocido del muro de Berlín, y Donovan no estaba dispuesto a hacer la entrega sin asegurarse de que el estudiante era liberado. Tras un compás de espera, Pryor llegó a su destino y los dos espías fueron intercambiados. Fue la última vez que Donovan vio a Abel.
De vuelta a los Estados Unidos, la CIA le concedió la medalla de inteligencia, en reconocimiento a los servicios prestados. La eficacia del abogado en las negociaciones le llevaría a hacerse cargo de una misión parecida en Cuba, ese mismo año, para liberar a más de 1.000 soldados americanos encarcelados tras la invasión de la Bahía de Cochinos. Tras meses de negociación con Fidel Castro, Donovan consigue que el presidente acepte medicinas y comida a cambio de los soldados, que regresarían a casa en Nochebuena.