Hay musas imposibles que sobreviven a su historia efímera. Holly Woodlawn fue una de ellas. Hace 40 años inspiró una de las canciones emblemáticas de su época, acaso un retrato apresurado de su generación: 'Walk on the wild side'. Aunque antes de aquellos versos melancólicos de Lou Reed muy pocos sabían de su existencia y, desde entonces, poco más se supo de ella. O de él, porque en realidad Holly fue primero Haroldo Santiago, nacido hombre en el pueblo rural de Juana Díaz, al sur de Puerto Rico, y emigrado pronto al otro lado del mar en busca de un chance para vivir su vida soñada en Estados Unidos.
Hay que tener suerte para que alguien escriba una canción con tu vida. Para que la letra ejerza de foto fija de un instante. Y que tu historia se agarre como el buen primer párrafo de una novela superior, apenas dos frases: "Holly came from Miami, Fla. Hitchhiked her way across the USA"... aunque la historia real de Haroldo Santiago Franceschi Rodríguez Danhakl tampoco es excepcional. Antes al contrario, por desgracia, fue una vida bastante habitual para toda una generación de jóvenes latinoamericanos, sobre todo los caribeños, que comprobó pronto que los aires nuevos de la izquierda más o menos revolucionaria se olvidaban de ellos. No es casualidad que Holly Woodlawn, cuando fue primero Haroldo Santiago, hubiera nacido el mismo año que Guillermo Rosales, el suicida cubano poeta del desarraigo. Ni que coincida en el tiempo, y en los sueños, con el paradigma literario del exilio latino hacia la tolerancia de la diversidad. De la diversidad sexual, se entiende.
Holly Woodlawn no estaba aquí para escribir novelas sangrantes como Reinaldo Arenas, pura herida abierta en la Cuba comunista que declaró la guerra a la pluralidad sexual y encerró la dignidad en campos de trabajo forzado. Ni tampoco para ser carne de novela, en la senda abierta por otro cubano, Carlos Montenegro, con su novela de 1938 Hombres sin mujeres, hito pionero de la literatura de temática homosexual en América Latina.
El sueño americano de Holly
No, los sueños de grandeza Holly Woodlawn no se detenían en la punta del muelle. No estaba Holly para conformarse con un sucedáneo doméstico. Su sueño era el sueño americano de tantos, y estaba al otro lado del mar. Allí donde un gay podría vivir como dios manda.
Holly Woodlawn nació, ya se dijo, en 1946, el sábado 26 de octubre. De madre latina y de padre, ex soldado, de origen alemán. Pero pronto voló del nido. La adolescencia ve crecer a Haroldo Santiago en las calles de Miami, donde también rápido cambió de nombre por Holly en un guiño al personaje de la novela de Truman Capote Desayuno con diamantes. Aunque el paraíso artificial de Miami pronto se hizo pequeño. En 1962 tomó rumbo norte, destino Nueva York. Así se lo contó hace ocho años a The Guardian: "Tenía quince años y suspendía siempre en el instituto porque estaba demasiado ocupada yendo de fiesta. Ese verano debía ir a clases de recuperación, pero no tenía ningunas ganas. Así que me reuní con algunas queens cubanas, vendí unas joyas y todas fuimos juntas para Nueva York".
El desembarco no fue fácil. Holly Woodlawn durmió primero en las calles hasta que por amigos sobrevenidos consiguió acomodo en una casa de Queens. Ya se hacía pasar por mujer, empezó a tomar hormonas y encontró pareja masculina con la que normalizar una doble vida. Entre semana, además, ejercía como modelo ocasional, vestida ya de mujer, para marcas de gama alta como Saks Fifth Avenue. "Durante seis o siete años nadie supo que yo era un chico", recordó mucho después. Se trataba de resistir, sobrevivir la ciudad y esperar una oportunidad surgida de la noche, el arte y la farándula. En 1968 se produjo su primer encuentro con Andy Warhol, apóstol de la revolución pop con sede en The Factory. Una ocasión de oro: Warhol y su troupe de excéntricos estaban en pleno traslado de local y Holly Woodlawn aterrizó en la sexta planta del edificio Decker como si jugara en cancha propia. No se equivocó. Al año siguiente Paul Morrissey escribió para ella un papel, breve pero crucial, en Trash y generó un primer gesto. George Cukor promovió su candidatura a "mejor actriz" aunque, escándalo efímero aparte, la batalla quedó en nada para todos los que, como en la canción, soñaban con tener los senos de Madonna y las piernas de Cher.
15 minutos de fama
No eran tiempos, aún, para la guerra pública; sí para disfrutar del reconocimiento de la sociedad, o al menos de tu parte de la sociedad. Contaba, divertida, sus encuentros con Mick Jagger o Federico Fellini en los salones de la alcurnia arty, y reivindicaba su carrera de actriz sin ambages. A principios de los años 70, ya con el aval de su primer trabajo en Trash, Woodlawn se hizo con varios papeles teatrales y en cine repitió con Morrissey en aquel trío de actrices trans en Women in revolt (1971), las mismas con las que comparte letra en la famosa canción de Lou Reed. Fue durante su estancia en la ciudad cuando coincidió con Reed y el resto de The Velvet Underground, asiduos también de la factoría Warhol y aspirantes a un peldaño en la escalera hacia los cielos. "Me sentía muy feliz al convertirme en una estrella Warhol, ¡me sentía como Elizabeth Taylor!", recordó en su apartamento de West Hollywood al repasar el libro de memorias A low life in high heels.
El cuarto de hora de fama en Nueva York le duró a Holly Woodlawn hasta que la policía mandó parar. Primero, por hacerse pasar por la mujer del embajador de Francia ante la ONU, lo que provocó una excarcelación breve pero, sin duda más importante, confirmó a nivel administrativo su verdadera identidad civil: aún hombre, ya con el cuerpo de mujer. Continuó como pudo en la escena teatral, sección musical, de Nueva York, intercalando estancias temporales en San Francisco y en la casa de sus padres en Miami. Ya en los años 90, muerto Andy Warhol, se convirtió en una de sus embajadoras con apariciones en documentales sobre el artista pop, conferencias y homenajes. La última década del siglo llegó su reivindicación por parte de la generación de chicas riot grrrl, un mínimo revolcón musical con Lucid Nation y un par de películas livianas de temática gay o ¡de vampiros!
Asentada definitivamente en el barrio gay de West Hollywood, las apariciones de Holly Woodlawn fueron cada vez más esporádicas. El último verano trascendió su enfermedad, cáncer de hígado derivado al cerebro, y fue entonces cuando el declive se hizo imparable. La actriz fue obligada a abandonar su apartamento para ser recluida en un hospicio tras una colecta entre amigos. Apenas arropada por algún viejo aliado, Holly Woodlawn murió a los 69 años después de vivir la vida que quiso. Un viaje por el lado más bestia de la vida que Albert Pla hizo rumba hace veinte años y que Manuel Vilas acaba de utilizar como vía de escape en su libro Wild Side España. Siempre con aquel estribillo adhesivo que por no necesitar, no necesita ni letra. Seguro que usted lo recuerda: Du du dú, du du du dú...