La novia es el ejemplo perfecto de película en la que se confunde la intensidad de lo que se cuenta con que todo sea intensísimo. Agotadoramente intenso, mejor dicho. Es un problema, básicamente porque, si no eres uno de esos pocos cineastas que se mueven con maestría en la histeria, que saben expresarse desde lo extremo, te ventilas la historia en el minuto uno. Es justo lo que sucede con esta adaptación de Bodas de sangre de Federico García Lorca.
Aunque conozcamos desde el principio el destino trágico del trío protagonista, la gravedad, el fatalismo y la histeria que ahogan la película desde el principio anulan la progresión dramática de la historia y la evolución de sus personajes. La película de Paula Ortiz (De tu ventana a la mía) se consume en un par de escenas. Si esas escenas te gustan, estás de suerte: todo lo que vas a ver a partir de ahí es exactamente lo mismo.
Siempre será mejor una película que arriesgue y pruebe cosas nuevas que una película correcta pero mil veces vista. Eso es incontestable. En ese sentido, La novia merece ser tenida en cuenta por la osadía de su directora, que se sacude con seguridad el miedo y la responsabilidad de adaptar a Lorca y propone un filme que puedes adorar o detestar (no creo que haya términos medios), pero que es personal y honesto. Pocas dudas hay de que se trata de un acercamiento íntimo a la obra de Lorca. Pero, aunque están muy bien y definitivamente suman, ni la honestidad ni la sinceridad hacen buena una película. Y La novia tiene problemas. El principal, esa intensidad artificiosa que lo engulle todo.
Habrá quien alucine con su esteticismo, el problema está en que esa poética inflamada, arrasa con todo
Son tantos los avisos de que la historia de La novia (Inma Cuesta), mujer dividida entre dos hombres opuestos (Asier Etxeandía y Álex García), es brutal, que llega a resultar molesto. El artificio interpretativo y, sobre todo, los continuos alardes técnicos ponen muy difícil interesarse por los personajes y dejarse llevar por los acontecimientos. Lo primero no es culpa de los actores, que creen en la propuesta de Ortiz y lo dan todo, sino del registro elegido para ellos: no hay en sus personajes ni misterio ni matices, sólo arrebatos impostados. En cuanto a la propuesta visual de la directora, el problema no está tanto en su buen o mal gusto como en el efecto de esas decisiones formales sobre el relato.
No conecto nada con el estilo de La novia. Esas cámaras lentas, ese tratamiento —más sensacionalista que expresivo— del color, esos jugueteos con el montaje y esa especie de videoclips integrados en la narración me parecen viejos y publicitarios. Pero es un filme con un estilo definido y cuidado en su ejecución, y habrá quien alucine con su esteticismo de (muy buen) anuncio de perfume. El problema está en que la forma, en que esa poética inflamada, arrasa con todo. En lugar de expresar, matizar o amplificar las emociones del clásico de Lorca, ata de pies y manos su historia y a sus personajes e impide que avancen.