"¿Cómo está más guapa mi abuela para la foto, con chaqueta?". Daniel Guzmán (Madrid, 1973) le coloca a Antonia el pañuelo. No se imaginen a una viejecita cándida y desvalida que echa de comer a las palomas y se afana en los postres: es una superheroína de 93 años a punto de llevarse el Goya a mejor actriz revelación. Y sólo se habrá puesto delante de la cámara alguna vez, sin pretenderlo, en el vídeo casero del cumpleaños de algún nieto. Su única idea del cine anda lejos: “Cuando era joven íbamos todos los domingos, pero ya se han muerto todos los actores de aquella época”. “A mí me gustaban las que cantaban tan bien… como Marifé de Triana”. Tiene encanto hasta decir basta. Y, sobre todo, brío. ”Yo siempre he sido muy fuerte y muy valiente", explica. "Siempre he podido con tó".
Cuando era joven íbamos todos los domingos al cine, pero ya se han muerto todos los actores de aquella época
Antonia es una matriarca avilesa que no sonríe si no quiere. Es tierna casi inconscientemente: su gracia reside en algo más, en la dignidad de su gesto o en la seguridad pasmosa de su cuerpo pequeño y seco. "Nunca olvidaré lo que hacía por las mañanas para levantarnos", recuerda Daniel. "Nos quitaba la manta, abría la ventana y sacaba una bolsa de plástico enorme. Se ponía a moverla hasta que no nos quedaba más remedio que espabilarnos". "Es que no se acuerdan de acostarse y luego no se acuerdan de levantarse", se defiende Antonia.
UN PIEZA
A cambio de nada es la ópera prima de Guzmán que bien le ha valido seis nominaciones a los Goya, entre ellas, mejor película y mejor director novel. Es un filme-catarsis, un ajuste de cuentas consigo mismo y con el chaval rebelde que fue. Darío (Miguel Herrán en la forma y Daniel Guzmán en el fondo) es un adolescente libre, enérgico y legal -según la ley de la calle, claro: como dice el chico en la película, "yo tengo código"- que se vuelve conflictivo tras la separación de sus padres. Van a ir a juicio -"el momento más duro de grabar"- y cada uno quiere que testifique a su favor. Falsificaba sus notas, vendía piezas de motos robadas, lo echaron del colegio y se escapó de casa. "Un pieza, vamos, como yo", sonríe Daniel.
Mi abuela cogía la furgonetilla por las noches y nos íbamos a la calle a buscar muebles abandonados, eso de la película es real
Pero tiene tres amigos: un colega incondicional de clase (Antonio Bachiller), un viejo delincuente con ínfulas de capo (Felipe Vélez) y una abuela intrépida que recoge muebles abandonados y ha montado un anticuario en El Rastro de Madrid (aquí la fantástica Antonia Guzmán). "Eso también es verdad", confiesa Daniel. "Mi abuela cogía la furgonetilla por las noches y nos íbamos a la calle a buscar muebles viejos para reformarlos". "Es que lo viejo no se tira", guiña Antonia.
PARALELISMOS VIDA-CINE
El director ha estado diez años preparando la película y dos haciendo cástings para el protagonista. "Había hecho millones de pruebas a millones de chicos, hasta que entendí que era demasiado exigente: quería a alguien que había sido yo, pero ya no existía esa persona, nunca podría encontrarla", cuenta. "Y un día, saliendo del teatro, me crucé con Miguel, que yo creo que me estaba buscando de alguna manera. Un chaval que en su vida había hecho cine, pero le noté esa cosa en la mirada y le pedí que trabajara conmigo".
El director preparó la película durante diez años y buscó durante dos al protagonista hasta que lo encontró, por casualidad, en la calle
La fraternidad a primera vista acabó justificándose: también Miguel estaba sufriendo la ruptura de sus padres y andaba un poco descarriado. La primera prueba fue terrible. De la tercera se fue a la mitad y a la cuarta ni se presentó. "Yo hablaba mucho con él en la caravana", replica Antonia. "Le escuchaba sin meterme demasiado, le decía que como esta oportunidad no iba a tener otra, que de él dependía su porvenir". Le hizo caso. Está nominado a mejor actor revelación, acabó la ESO y ha comenzado a estudiar Arte Dramático.
CONTRA LA EDUCACIÓN TRADICIONAL
"Niños como Darío hay tantos como rupturas familiares", asevera Daniel. Su trabajo es también una crítica a la educación tradicional: "No está concebida para enseñar, sino para obligarte a repetir conceptos ya diseñados", asegura. "Yo huía porque me veía enjaulado. Me decían que tenía déficit de atención, que era un rebelde contra lo establecido... ahora entiendo que no era culpa mía; era inquieto porque necesitaba expresarme y no supieron enseñarme". Para eso estaba Antonia, para calmarle. Juez y parte: mitad regañina, mitad complicidad.
-Abuela, ¿tú crees que me frenabas?- pregunta el director.
-No sé si lo conseguía, pero lo intentaba- responde la señora.
Da igual lo que pregunte el periodista: él reformula la frase para acercársela a ella. Nadie entrevista a Antonia como Daniel Guzmán.
EL MUNDO ACABA EN CANDELEDA
La mujer sigue pensando en su cerro, en cuidar sus plantas. Y, sobre todo, en su costura. "Yo he sido costurera toda la vida, de día y de noche. Hasta tenía tres mujeres a mi cargo...", cuenta. "No como ahora, que te compras las cosas por dos pesetas, te las pones y las tiras. He tenido lo que he necesitado y todo lo he hecho con mis manos y mi cabeza, con mucha lucha”. El ecosistema mental de Antonia no pasa de su pueblo, Candeleda (Ávila). No es consciente de que su película ha llegado a todos los rincones del país: “Mira, la echaron en la plaza del pueblo, durante las fiestas, y los tablaos de los toros todos llenos de gente…”, explica, asombrada.
¿Si ganamos? Pues qué vamos a hacer… estar todos juntos, como en Nochebuena
Sigue viviendo allí, sola en su casa grande, y dice que no la moverán: “Yo no quiero estar con nadie”, asegura. “Mientras pueda valerme por mí misma lo prefiero así”. Apenas fue a la escuela, pero devora un guión con 93 años. No entiende de lujos ni homenajes, sigue viviendo en esa vieja cultura del sacrificio. ¿Cómo celebrarán el Goya si lo ganan? ¿A dónde le apetecería viajar, qué querría comer o beber…? “Pues qué vamos a hacer, estar todos juntos, como en Nochebuena”.
DEDICATORIA VITAL
“A mis padres”, reza A cambio de nada al final. “Y está dedicada a ellos porque la película me ha dado muchas respuestas”, reflexiona Daniel. “He entendido que cada uno hace lo que puede según sus circunstancias, que no hay culpables, que los errores te conducen a sitios mejores, más sabios”. La dedicatoria vital, sin duda, es para su abuela. La mira, la coge de la mano. Han llegado hasta aquí, los dos.
-Parecéis novios- les digo.
-Algo de eso hay- sonríen.
Y se van caminando despacio.