La continuación de Zoolander (2001), película que en quince años ha mutado vía Internet de comedia de culto a clásico, tiene una cosa mala y ochocientas buenas. La mala tiene que ver con su naturaleza contradictoria. En una escena, un diseñador lleva una camiseta con la frase que Derek Zoolander (Ben Stiller) ha dicho hace un momento. Según él, es una camiseta vintage. No es la broma más afortunada del filme, pero es perfecta para ilustrar uno de sus temas principales: lo rápido que va todo hoy en día, lo rápido que caduca todo en la era de Internet. La mayoría de sus gags, algunos brillantísimos, van de eso.
Precisamente por eso choca que sea una película tan esclava de los tiempos. ¿Cómo puede ser que un filme que se ríe de la velocidad absurda a la que envejecen las cosas se muestre tan desesperado por estar a la última? Mientras su antecesora iba por libre, Zoolander 2 se agarra con fuerza a los códigos del cine de entretenimiento contemporáneo y a los memes y gifs de Internet, códigos, memes y gifs que envejecerán en breve… y, con ellos, el filme. De ahí, por ejemplo, que Ben Stiller haya decidido convertir Zoolander 2 en una action movie de manual con el sinsentido, el barroquismo y la zapatiesta final de las películas actuales de superhéroes.
Zoolander era benditamente destartalada. Ésta, sólo destartalada. Pero, pese a ser esclava de los tiempos y demasiado caótica, está muy por encima de la media. Firmaría ahora mismo para que la mitad de las comedias que se ruedan cada año reunieran un 20% de los gags y las ocurrencias de Zoolander 2. También para que sus responsables fueran tan brillantes, conocieran tan bien la comedia (la de ahora y la de antes) y estuvieran tan conectados a la realidad como Stiller y compañía. También para que tuvieran su capacidad de autoanálisis y de reírse de sí mismos. Con la coartada del top model demodé que no logra adaptarse al nuevo y efímero mundo de la moda, aquí están especialmente inspirados haciendo comedia a costa de su edad, su popularidad y, sobre todo, su convivencia con los que han llegado más tarde pero son tan famosos como ellos… o más.
Es uno de los puntos fuertes de un filme con un generosísimo número de bromas verbales y gags visuales. Otro, volviendo a Internet, su delirante reflexión sobre lo que se entiende por fama en la actualidad, sobre cómo se generan los nuevos ídolos y sobre la indefinición de las identidades digitales (la aparición de Fred Armisen, de Portlandia, es total). Y, un tercero, su reivindicación, en tiempos de desespero por intelectualizar el humor, del potencial cómico de la idiotez y la torpeza. Volver a disfrutar de la estupidez que han defendido maestros como Jerry Lewis, Steve Martin o Chevy Chase, a menudo más lúcida que el chiste más elaborado, es sano y gratificante. Por favor, no infravaloremos la tontería en las comedias.
Pese a sus males, a los que sumar un exceso de cameos y lo desaprovechada que está Kristen Wiig (Penélope Cruz, en cambio, está maravillosa), Zoolander 2 no es cualquier cosa. Su único problema real, volviendo al principio, es que envejecerá rápido. Es curioso que un filme cuyo culto creció vía Internet, generador de memes y gifs casi con un valor histórico (dedicados, por ejemplo, a la mirada acero azul), genere una secuela tan dependiente de la red que la encumbró.