Vincent Lindon es la imagen del ciudadano medio. Su rostro encaja en el prototipo de hombre normal perfecto para dar vida a personajes sufridores de la clase obrera. A sus 56 años se ha especializado en un cine social desde el que denuncia las miserias de la sociedad. No es casualidad. Cada película suya dice algo de él, e incluso se atreve a decir que "hace política" a través de los personajes que interpreta.
El último es Thierry, un parado de más de 50 años que se desvive por encontrar un nuevo empleo. Cursos que no valen para nada, entrevistas humillantes, visitas a la oficina de empleo y el miedo a que todo lo construido durante una vida termine por caer. La hipoteca a medio pagar, un hijo con una discapacidad y el banco apretando no ayudan. Así es La ley del mercado, dirigida por Stéphane Brizé, y por la que Lindon ganó el premio al Mejor actor en el pasado Festival de Cannes.
La película no sólo radiografía las penurias de un parado de larga duración, sino que lo pone en una encrucijada al encontrar un empleo que choca de frente con sus principios morales. Lindon ha visitado Madrid para presentar la película, que se estrena mañana, de la que ha asegurado que se “enamoró a los tres segundos”. Todavía no había guion, pero sabía que quería convertirse en ese héroe de la clase trabajadora.
La frase promocional de la película es lapidaria: todos tenemos un precio. Para el actor es una afirmación cierta, pero que conviene matizar. “Lo importante es saber dónde pones el listón. Si fuéramos capaces de suicidarnos socialmente para mantener nuestra ética no estaríamos en la situación en la que estamos ahora”, explica a EL ESPAÑOL sacando su vena guerrillera.
Si fuéramos capaces de suicidarnos socialmente para mantener nuestra ética no estaríamos en la situación en la que estamos ahora
Para justificarse pone un ejemplo que le ha sucedido con un periodista la misma mañana. “Era una entrevista para una radio y también ha comenzado a grabarme en vídeo. Yo le he dicho que por qué, si era una radio no quería que lo hiciera. Él me ha respondido que era para la web y que a él tampoco le gustaba tener que hacerlo. Este chico podría haber dicho que no lo hacía, pero agacha la cabeza”, cuenta con una voz profunda que hace que todo suene a lección moral.
“Si no fuéramos así todo esto no ocurriría y la situación podría cambiar, pero claro este chico podría tener un hijo y hay que pagar el alquiler, así que claro que todos tenemos miedo. Los políticos hacen con nosotros lo que quieren, somos títeres, tiran de nuestros hilos, porque estamos cagados”, zanja tajante.
A pesar de señalar a los gobernantes también entona el mea culpa por la pasividad de la sociedad, que ha aceptado que nos manejen y hasta ha perdido sus valores morales. “Esto es un baile entre dos. La culpa no es solo del estado, es de nosotros, de los dos. Somos una pareja. Esto es una relación sadomasoquista”, añade a la vez que da posibles remedios para corregir la situación. Todo pasa por hacer una política cercana y actuar como hace 30 años: “hay que hacer grupos, reunirnos, organizarnos a un nivel más pequeño, debatir, salir a manifestarnos. Ojalá supiera qué más podemos hacer”.
El cine no cambia nada
Algo que Vincent Lindon no comparte es esa visión que otorga al cine el poder de cambiar las cosas, de ser ejemplificante y hasta de combatir las injusticias. En ese momento hasta cambia las tornas y se atreve a preguntar a los periodistas: “¿Vosotros no sabíais que había paro antes de ver La ley del mercado?”.
“No me parece normal que después del estreno de la película en Francia todo el mundo hablara del paro, qué pasa ¿que antes no existía? Antes de esperar algo del cine es mejor que lo hagamos nosotros, que actuemos. El cine es un añadido, pero no creo que nadie haya aprendido nada nuevo. Eso sí, como decía mi padre, si sólo una persona cambia su forma de pensar o comienza a hacer algo gracias a la película, todo habrá merecido la pena”, dice más calmado.
Antes de esperar algo del cine es mejor que lo hagamos nosotros, que actuemos
Para elegir sus papeles Lindon sólo pide una cosa, que después de acabar el rodaje le dejen un poso. En el caso de sus últimos personajes, muy anclados al cine social le han servido de “guía moral”. “Yo no puedo pasear en un Ferrari, la gente diría: '¿Este tío de qué va? Es un mentiroso'. No doy entrevistas en el Ritz, no uso coche en París, cojo el metro o voy en Vespa. No tengo guardaespaldas y voy a hacer la compra con mis hijos. Dentro del estrellato tengo una vida muy normal”, cuenta el actor, que cree que ha de ser coherente con su conciencia social.
Por ello personajes como Thierry le sirven para no torcerse, “me mantienen recto”. Quizás esa sea la clave para que su rostro transmita como nadie el dolor del trabajador humillado por un sistema que le ha mentido a la cara.