Mi amor no es una película nueva, es más bien vieja. Tampoco es original: aguanta el peso de una extensa tradición cinematográfica, la del drama romántico francés de autor desgarrado y abocado a la destrucción de los amantes (de uno, de los dos, o incluso de tres). Retumban en ella determinadas películas de Maurice Pialat (la influencia de Nosotros no envejeceremos juntos es obvia), Andrzej Zulawski y, más cercano en el tiempo, Jacques Audiard. Pero, aun mil veces visto, el cuarto largo de Maïwenn (Police) resulta hasta exótico en una época en la que escasean los filmes con personajes bien escritos y la voluntad de contar bien su historia.
Para empezar, Mi amor tiene personajes, no esbozos trazados a partir de topicazos. Y la directora y coguionista, que huye de cierta tendencia del cine de autor contemporáneo a la escritura minimalista, los describe al detalle y se sumerge con ellos en un romance a la vez boicoteado y alimentado por el dolor. Hay varias decisiones interesantes en Mi amor, centrada en la relación sentimental entre Tony (Emmanuelle Bercot), una abogada fuerte e independiente, y Georgio (Vincent Cassel), la viva imagen del narciso encantador para todo el mundo y tan adictivo como letal para el que lo tiene cerca.
El primer acierto es no catalogar la relación de la pareja protagonista. Decide tú. ¿Es una historia de amor porque las verdaderas historias de amor son las que destrozan? ¿No es una historia de amor precisamente por eso, porque destroza? La autora toma una estimulante dirección intermedia: ni romantiza el tormento de los personajes ni condena sus decisiones y acciones. El segundo acierto es su apuesta por personajes volubles e incluso insoportables.
Qué bien respiran las películas con personajes contradictorios, ambiguos, felices e infelices, capaces de lo mejor y de lo peor, frágiles y fuertes… en definitiva, ¡vivos! Y, sobre todo, qué bien sientan las películas en las que no se detecta el desespero de sus autores por provocar la empatía del espectador. Ni Tony, que recuerda su romance intermitente en el centro donde se recupera de una lesión de rodilla, ni Georgio están siempre en el mismo extremo: ambos son a la vez víctimas y verdugos, ya sea del otro o de sí mismos. El tercer acierto es la sensación de verdad del conjunto.
La fuerza y la credibilidad del filme están en el guión y en la interpretación de los actores. Lo más llamativo son los diálogos, excesivos porque los personajes de Mi amor no callan, no llevan precisamente la procesión por dentro. Pero, aun sin ser una película de silencios y calma, algunas de las cosas más interesantes tienen que ver con ellos: el retiro de la protagonista a un centro al lado del mar y, sobre todo, la excelente escena final, apoyada en una coreografía de miradas esquivas.
En un registro histérico no apto para todos los estómagos, Bercot, premio a la mejor actriz en Cannes (ex aequo con Rooney Mara por Carol) por su interpretación en la película, y Cassel están espléndidos en esa y en todas las escenas. La dirección de Maïwenn, agitada y nerviosa, da el pego pero no es para tirar cohetes. Su trabajo con los actores, contra las cuerdas y entregados por completo a las contradicciones y el sufrimiento de sus personajes, ya es otra cosa.