'Toro', una fotocopia contundente
Kike Maíllo dirige a Mario Casas, Luis Tosar y José Sacristán en un thriller de venganza visualmente potente pero con fallos de base.
22 abril, 2016 01:33Noticias relacionadas
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Toro es un remedo resultón, que da el pego. Para apreciar sus cosas buenas, que las tiene, debes pasar por alto algunas malas. Pero, si lo logras, si haces la vista gorda y te rindes a una emoción directa y epidérmica, puedes/deberías disfrutar con ella. Básicamente tienes que perdonarle que muestre con tanto descaro sus referentes, y no cuestionártela en términos de coherencia y credibilidad. No son tonterías, no. Pero si consigues abstraerte de todo eso, puedes ver sus virtudes.
La primera (y la razón por la que es imposible no sentir simpatía hacía ella) la decisión con la que abraza el género puro. No abundan por aquí los thrillers de pura cepa, rendidos sin coartadas a los personajes y a los códigos del género. Tampoco las películas con ganas de salir de casa, dispuestas a sacudirse la morriña localista.
'Toro' representa con arrojo la violencia. No la calibra siempre bien, pero es cero mojigata mostrándola y regala alguna estampa (religiosa) de horror muy potente
La segunda, el arrojo con el que representa la violencia. No la calibra siempre bien, pero es cero mojigata mostrándola y regala alguna estampa (religiosa) de horror muy potente. Y la tercera, la evidencia de que tiene detrás a un cineasta con pulso y potencial.
Kike Maíllo no acaba de despuntar porque, entre otras razones, el guión se lo pone difícil. Pero es incontestable que la dirección de Toro está a años luz de la de EVA (2011), el melodrama sci-fi con el que debutó. Thriller de venganza sobre el intento de Toro (Mario Casas) de abandonar a su padre en el crimen (José Sacristán) y dejar la delincuencia, el filme de Maíllo tiene empaque, nervio y, aun siendo rudo, violento y pura testosterona, un remanso de calidez interesante.
Lugares comunes
Ahora, dicho esto, es innegable que a Toro hay que perdonarle demasiado para perderse en ella. Está, por un lado, el asunto de la referencialidad. La exhibición de influencias no tiene por qué ser mala. Es obvio que hay grandes cineastas que basan su cine en ella. El problema viene cuando la forma de utilizar e integrar esas referencias es poco ingeniosa y demasiado barata, y el resultado está más cerca de la copia que de otra cosa. A Torole pasa eso. Es fácil, por ejemplo, detectar en ella lugares comunes del thriller asiático contemporáneo (sobre todo coreano) y la influencia, básicamente estética, de dos películas de Nicolas Winding Refn: Drive (2011) y Sólo Dios perdona (2013)… Con el agravante de que copiar a Refn es algo así como copiar a un (buen) copión.
Es fácil detectar lugares comunes del thriller asiático contemporáneo y la influencia, básicamente estética, de dos películas de Nicolas Winding Refn
Aun así, el verdadero problema de Toro no es que llene Andalucía de neones y de motivos asiáticos. El problema es de base: su guión es endeble. Tiene incongruencias, situaciones inverosímiles (incluso desde la lógica extrema del mundo de los personajes), decisiones caprichosas para salir del paso… Accidentes que, por otro lado, igual habrían pasado bien con un poquito de humor o desplazando la historia un palmo de la realidad.
Pero lo que más daño hace a la película es una escritura de personajes perezosa. Es bonito que se ajusten a los arquetipos del género, pero una cosa es que respondan a patrones claros y otra, que estén huecos. Básicamente porque así es imposible creerse y entender sus dinámicas y las relaciones entre ellos. Nadie gana a Casas, Sacristán y Tosar en carisma, su presencia es arrebatadora, pero, aunque le ponen empeño, no consiguen que los personajes de Toro dejen huella, por débil que ésta sea.