El director surcoreano Hong Sang-soo es un curioso ejemplar dentro de su cine patrio. En su nueva película, Ahora sí, antes no, aplica varias de las claves de su universo. Vemos, como era de esperar, una extrema preocupación por lo formal, como también por lo lingüístico, por las relaciones entre lo concreto y lo abstracto y, por qué no, por ese catalizador de verdades que es una buena dosis de alcohol. Pero ante todo, la repetición hasta alcanzar una progresión con lo elaborado, haciendo que cobren cada vez más vida los detalles. Se produce una paradoja obvia: siendo como son sus películas, iguales y distintas al mismo tiempo, encuentran aquí una bonita cumbre que, esperamos, sobrepase la próxima vez. Aunque para ello tenga que construir un concepto aún más grande que somos incapaces de imaginar.
Efecto Mariposa
Ahora sí, antes no es el título que le han dado en el circuito español, pero más preciso es el que le han dado para su distribución internacional: Right Now, Wrong then (Correcto ahora, mal entonces). Este enunciado, que juega con las consecuencias del tiempo (¿cómo habríamos visto esta película si hubiésemos invertido el orden de sus partes?), resume una importante cuestión sobre la que gira la obra: al crear dos entornos mínimos y prácticamente iguales, los detalles, las pequeñas diferencias que vemos entre esos dos momentos distintos se hacen más poderosas. Al trabajar con la repetición, Hong perfecciona su obra de arte, pero como consecuencia tendrá que dar también salida a ramificaciones, a distintas versiones, como dicta la teoría del caos. Y su forma de dominar este efecto es insertándolo en el mismo seno de su propuesta.
Cara A
Un director de cine independiente de Seúl llega a Suwon un día antes de lo previsto. Tiene una tarde entera desocupada y decide salir a dar una vuelta por la ciudad. Por accidente se encuentra con una magnética mujer. Hablan, incómodos, contándose versiones selectas de la verdad. Pero entonces ella le hace una pregunta difícil de responder, a la que él no da la respuesta adecuada. De ahí nace el resto de una velada desafortunada.
Cara B
Corte a negro. Llevamos 60 minutos de obra y nos llegan los créditos de la película. Otra vez. Tras ellos, lo mismo que habíamos visto antes, mismos personajes, localizaciones y diálogos... Parece que nos han pasado el mismo clip que hasta entonces, hasta que nos fijamos bien y descubrimos que la cámara no está en el mismo eje, sino un poco más allá. Todo está un poco más allá. No son las mismas las miradas desafiantes. Se han perdido algunas escenas. Los zooms no son los mismos y el soju no ha hecho en sus cuerpos el mismo efecto. El paseo de camino al hogar tiene otra tonalidad. Y la pregunta de la chica ha encontrado una respuesta totalmente diferente.
Ham es un alter ego neurótico de cierta interpretación que el cineasta hace de sí mismo, una que no está en paz ni con su persona ni con su obra
Ombliguismos
Es habitual en el cine de Hong y aquí tampoco renuncia a ello: Ham es un alter ego neurótico de cierta interpretación que el cineasta hace de sí mismo, una que no está en paz ni con su persona ni con su obra. Y de nuevo, plasmarse en la imagen le sirve para profundizar en conceptos como el cine, el amor o las estrategias de la realidad. Es decir, de la vida. Puede que sea un cine del yo, pero su postura es tan tierna y afectuosa que no causa rechazo, sólo suma puntos. En su primera parte Ham es un desaprensivo al que le notamos una conducta provechosa sobre los demás, pero los ojos del mundo están puestos sobre él. Como director de cine, una de las amigas de la joven a la que intenta enamorar conoce su obra, y le pilla en un renuncio en el que ha intentado camelar a la pretendienta con palabras que ha robado de sus propios guiones. Una pátina de humildad cubrirá después (o mejor dicho, en esa otra realidad) sus palabras.
Lo romántico
Ahora sí, antes no presenta uno de los escenarios más dulces de la comedia romántica, esos en los que los personajes, un hombre y una mujer, demuestran que la comunicación entre sexos, cuando hay química de por medio, está destinada a ser un fracaso. Ni se entienden ni hacen más que impedir que aflore la pasión soterrada en sus tímidos gestos. Los planos son rígidos y lejanos, pero el talento para el diálogo y la dirección de actores (y de estos mismos, Jeong Jae-Yeong está soberbio) de Hong hace que el romance funcione, escale y enrede entre lo que vemos y lo que intuimos quieren decirse.
Hay algo más que dulzura en este romance, que termina con uno de esos finales todo lo felices que los hombres melancólicos pueden permitirse; también hay toneladas de humor. La última película de Hong es la película más divertida que esta crítica recuerda haber visto en salas el año pasado (no en Locarno, donde el cineasta se llevaría el Leopardo de Oro, sino en Gijón, donde la sala estalló en determinadas escenas en una euforia colectiva). La paz que sobreviene al visionado de esta película, la constatación de su calificación de obra maestra. Y van…