Érase una vez un país acomplejado de gente trabajadora. Un país con mucha gente en paro y sin aspiraciones que, de repente, se encontró con muchos millones en la cartera. La gente empezó a comprar casas, coches y apartamentos en Torrevieja y parecía que comerían perdices y serían felices. Pero una malvada burbuja inmobiliaria explotó y demostró las carencias de un sistema sustentado en mentiras. Nada era tan brillante en ese país llamado España y la gente volvió a la cruda realidad. Familias perdiendo sus casas, sus trabajos y su futuro. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Lo anterior no tiene nada de historia con la que Disney haría un nuevo clásico. No es optimista ni divertida ni esperanzadora, pero es real. Las heridas de la España del derroche siguen abiertas y sangran más que nunca. La recuperación ya llega, anuncia la clase política a los cuatro vientos mientras los ciudadanos de a pie siguen sin verla. En ese contexto un árbol puede servir como perfecta metáfora de todo un país, y si es un olivo el paralelismo no podría ser más mediterráneo. Nuestro árbol por excelencia, el que cultivaban los trabajadores del campo y cuya rama porta la paloma de Picasso, se ha convertido gracias a Icíar Bollaín y Paul Laverty en el McGuffin perfecto para radiografiar nuestra sociedad.
Con El olivo han creado un cuento actual y emotivo que usa su trama familiar central para ofrecer un contexto en el que todos se sentirán identificados. Alma, la joven protagonista, vive en su pueblo trabajando en un criadero de pollos mientras ve cómo su abuelo se apaga. Lo único que le mantenía con vida era el olivo donde ambos pasaron sus mejores momentos. Un árbol que en pleno boom de la economía fue vendido al mejor postor para poner un chiringuito a pie de playa. Alma intentará por todos los medios recuperar el árbol que es algo más que un vínculo de unión con su familia, es el símbolo de una época anterior a que todo se fuera al garete.
Es, curiosamente, una joven la que decide traerlo de vuelta. Un ejemplo de una generación que ha vuelto a las calles, a protestar, al activismo, para arreglar lo que sus padres habían estropeados. Lo que su abuelo cuidó con sus manos y sudó por defender se esfumó por un dinero que ya ha desaparecido. Este es sólo uno de los guiños que el guion de Laverty incluye en su historia.
Lleno de sensibilidad, cariño y humor, El Olivo confirma a Bollaín como una directora inteligentísima a la hora de convertir en producto para todo el mundo algo más complejo
Lleno de sensibilidad, cariño y humor, El Olivo confirma a Bollaín como una directora inteligentísima a la hora de convertir en producto para todo el mundo algo más complejo. Hay capas para todos los gustos, pero es imposible que alguien no se sienta conmovido por la relación de Alma y su abuelo. A ello contribuye una Anna Castillo directa al Goya a la Mejor actriz revelación y ese abuelo, Manuel Cucala, en forma de actor no profesional que demuestra el ojo de la realizadora para elegir quién da vida a sus personajes.
Más allá de las relaciones paterno filiales, la película está impregnada de una actualidad que no evita, sino que explota. Primero con ese olivo arrancado que es un canto ecologista y una defensa del patrimonio natural que durante tantos años fue expoliado. Segundo, de un territorio arrasado por la crisis, especialmente los pueblos como el que muestra Bollaín.
Esto se nota en cada guiño. El olivo del abuelo ha ido a parar a Alemania, estableciendo un juego de opuestos entre el sur de Europa, devastado por las políticas económicas de Merkel y compañía. Un viaje a casa del 'enemigo' que ha robado el tesoro familiar. Igual de significativo es el momento en el que paran en casa de un antiguo compañero de Alcachofa (Javier Gutiérrez genial como contrapunto cómico) y se encuentran una vivienda de lujo coronada por una réplica de la estatua de la libertad que arrancan y llevan en el remolque de su camión. La caída del capitalismo por los pueblos, machacadita para todos los públicos.
Es cierto que Bollaín no arriesga y juega en un terreno que domina a la perfección, pero sigue encontrando el tono perfecto para hacer accesible un drama familiar con crisis al fondo. Y eso que su culminación con manifestación incluida parece sacada de otra película y no cuadra con el delicado relato anterior.