Hay proyectos que nacen con estrella y otros que nacen estrellados. Pero también hay otros casos extraños de filmes que, a priori, suenan de maravilla y acaban embarullados hasta volverse un sonoro fracaso. Problemas en la producción, exigencias de las estrellas, líos en el estreno… Algunos ni se llegan a estrenar, como ese El hombre que mató a Don Quijote de Terry Gilliam, y otros mejor que ni lo hubieran hecho, porque pasan sin pena ni gloria por las salas.
El último ejemplo es La venganza de Jane (Jane got a gun), que de título de culto que pintaba en cualquier festival de altura ha pasado a película maldita que nadie quiere ver. Ni sus responsables. Protagonizada por Natalie Portman, principal valedora del proyecto en sus inicios, se ha convertido en una de las pocas manchas en su filmografía. Tras su estrepitoso fracaso en EEUU ha llegado ahora a las salas españolas.
Allí la crítica suspendió el filme, que obtuvo -según la página web rottentomatoes- un 41% de críticas positivas. Los medios más importantes sacudieron a la película. Entertainment Weekly dijo que tenía “tan poca mecha que se quema con un pitido en lugar de una explosión”. Mientras que The New Yorker manifestó que "esta pobre pequeña película sólo dispara balas de fogueo”. Todavía quedaba la prueba de fuego, la taquilla.
Ante el miedo a un fracaso los hermanos Weinstein, que finalmente distribuyeron la película, la lanzaron de salida en 1.210 salas. Un número amplio pero lejos de las 2.000 que suele tener un estreno importante. La idea era ir tanteando al público y ver el interés por un western con Natalie Portman como protagonista. Peor no pudo ir. No llegó ni al millón de euros y promedió unos ridículos 691 dólares por cada sala donde se estrenó. Consiguió el dudoso honor de ser la película de los hermanos Weinstein estrenada a nivel nacional con peor resultado de su historia. El boca a boca terminó de hundir al filme. En cinco semanas ya estaba fuera de la cartelera con un acumulado de 1,5 millones. Menos que lo que películas como El pregón o Tenemos que hablar han hecho sólo en España y en muchísimas menos salas.
Portman se unía a la maldición de las mujeres que han protagonizado películas del oeste en los últimos años y se han estrellado. Sharon Stone lo intentó de la mano de Sam Raimi en Rápida y mortal y no pasaron de los 18 millones de dólares recaudados para un presupuesto de 32. También lo hicieron Drew Barrymore y Andy MacDowell en Cuatro mujeres y un destino con peores resultados: sólo 15 millones según Boxofficemojo. Cifras que comparadas con las de La venganza de Jane son una milonada.
Quizás por eso la empresa de los todopoderosos hermanos no hizo pases previos para la prensa y realizó una campaña de promoción que pasó desapercibida para todo el mundo.
Trompazo anticipado
Los más agoreros dirán que todo esto se veía venir viendo los problemas que tuvo el filme desde sus comienzos. Lo que se vendió como el primer proyecto de Natalie Portman después de su Oscar por Cisne negro, con un guion mencionado en la famosa Black List y con una directora de culto y reconocida como Lynne Ramsay (Tenemos que hablar de Kevin) pronto pasó a ser un proyecto maldito que parecía que nunca se terminaría.
El día del comienzo del rodaje Portman y el resto de equipo, junto a una gran cantidad de extras, llegaron a los decorados para encontrarse que Ramsay no aparecía. Se enteraban entonces que tres días antes la directora había abandonado el barco dejando a todos en la estacada. La productora rápidamente contrató como pudo a Gavin O'Connor, un director menos personal y problemático, pero capaz ce sacar con dignidad todo tipo de géneros. Fue el parche ante un bache inesperado.
Michael Fassbender, Jude Law, Bradley Cooper y la directora Lynne Ramsay abandonaron el proyecto a poco de empezar el rodaje
No era el primer abandono en la producción. Meses antes su protagonista masculino, Michael Fassbender, dejaba el proyecto por problemas de agenda. Su reemplazo fue otro británico de renombre, Jude Law. Este vino atraído por la posibilidad de rodar con Lynne Ramsay. Con la salida inesperada de Ramsay, el actor no se lo pensó y también se fue antes de dar el claquetazo inicial. Así que finalmente se tiró de un actor menos reconocido para el gran público como Joel Edgerton. Otra medida de emergencia.
Para el papel secundario se había fichado otra estrella, Bradley Cooper. Él tenía que dar vida al líder de una banda que asesinaba al marido de Natalie Portman. Con el rodaje ya andando Cooper se apeó. Alegó, cómo no, problemas de agenda, ya que su parte de filmación se solapaba con La gran estafa americana, que también se grababa en aquellos momentos. Nuevo problema para La venganza de Jane, que encontró en Ewan McGregor su reemplazo.
La avalancha de abandonos llenó las páginas de todos los medios cinematográficos, y más cuando las acusaciones entre los productores y la exdirectora empezaron a salir a la luz. Las primeras fuentes que comentaron algo lo hicieron en The Hollywood Reporter, y aseguraban que Ramsay cogió la puerta porque a tres días del comienzo no tenía aprobado el plan de rodaje definitivo, dado el visto bueno al guion, ni sabía con seguridad el presupuesto con el que contaba. Otros dicen que la productora, sabiendo su fama de realizadora complicada, no quisieron asegurarla el montaje final del filme, lo que fue la gota que colmó el vaso.
Otros criticaron el comportamiento de Lynne Ramsay en la preproducción y alegaban que no era la primera vez que hacía algo así, ya que también abandonó antes de rodar The lovely bones, que finalmente llevó a la pantalla Peter Jackson.
En vez de intentar calmar las aguas, los productores demandaron a la directora y pedían que devolviera todos los fondos y sueldos que la habían pagado, que sumarían unos 850.000 dólares. Ella mandó un comunicado negando todas esas acusaciones, que finalmente resultaron ser ciertas, aunque terminaron en un pacto amistoso entre ambas partes del que no se hicieron públicas las condiciones. Era el último obstáculo que se encontró este western maldito que nació más muerto que vivo y que la taquilla ha terminado de rematar.