El rostro de Bullitt y La gran evasión, el caradura más carismático del Hollywood de los 60. El Rey del Cool. Steve McQueen: The Man & Le Mans es al mismo tiempo biografía autorizada y mirada sobre la obsesión por las obras faraónicas de uno de los puntos de la historia cinematográfica más interesantes para los cinéfilos y los amantes de la fórmula 1: el ruinoso rodaje de Le Mans, de la idea misma de la velocidad. “He conquistado el mundo pero no me he conquistado a mí mismo” es una frase de Alejandro Magno, el único libro que recuerda haber leído hasta entonces McQueen y síntesis de lo que se nos viene a continuación.
Le Mans
Los documentalistas británicos Gabriel Clarke y John McKenna no pierden la ocasión de retratar con crudeza a esa problemática personalidad que hirió a familiares y compañeros con sus escarceos sexuales y delirios de grandeza. Por la galería de testimonios de este documental sobre un episodio de la vida de Steve McQueen pasarán su herida mujer, Neile Adams, el guionista que le hizo crecer, Alan Trustman y John Sturges, el director que le daría los trabajos más importantes de su carrera y al que expulsó de forma indirecta de la que el actor consideraba su película, por encima de las jerarquías creativas. Como aderezo, la inclusión de las hasta ahora inéditas filmaciones en Super 8 de 24 horas de Le Mans, rodaje y película, todas ellas imágenes de entregados pilotos conduciendo veloces bólidos en este circuito. Puro porno automovilístico.
Infierno de rodaje
Seis millones de dólares, 16 semanas de rodaje, demasiadas versiones de un guión inacabado y trágicos accidentes a velocidades de infarto. Todo fue mal en 24 horas de Le Mans, una obra que iba a encumbrar a McQueen como realizador independiente capaz de ser algo más que un actor irresistible. Un proyecto personal que le llevaría al firmamento cinematográfico en el momento en el que diese con esa fórmula revolucionaria: la de trasladar de forma verídica al cine la sensación que le sobreviene a los pilotos cuando se fusionan con las máquinas que conducen a cientos de kilómetros por hora. Pero lo producido en 1970 en Francia se terminó pareciendo más a una galería de trepidantes clips de carreras que a una película real. Hollywood se puso nervioso, y ni que el actor fuese productor ejecutivo le libró de dar cuentas de su deriva personal y creativa.
Heridas abiertas
Probablemente uno de los momentos más dolorosos en esta radiografía del lado oscuro del de Indiana. David Piper, corredor profesional y compañero de McQueen, tuvo que filmar una segunda escena de una complicada maniobra en el auto por exigencias del (no) guión. En esa fatídica toma el coche explotó y Piper perdió media pierna. A partir de ese momento, el piloto no volvió a ver al responsable del proyecto en persona nunca más, aunque después se enteraría de que McQueen había intentado que los productores invitasen al lisiado al preestreno de la película. Piper descubre esto ahora, 40 años después del accidente, durante la filmación de este documental.
A medio gas
“Si ves a día de hoy los primeros 35 minutos de 24 horas de Le Mans, te encontraras esencialmente con un documental adelantado a su tiempo“, dice Gabriel Clark, “y esa era la idea que tenía McQueen para toda su película”. Este es el apunte final que nos queda sobre este suceso, tal vez junto con la hermosa cita que pronunció el amante del riesgo tras correr en el mítico circuito de Savannah: “me gusta la velocidad. Es fría, es sexy”. Al caer víctima de su propio egotismo, el chico malo perdió la capacidad de llevar a cabo este ambicioso proyecto que en su momento adelantaría por la derecha temáticamente el Gran Prix de John Frankenheimer y que veríamos después materializado con mayor cercanía a la visión originaria del actor en el conocido corto Rendezvous de Claude Lelouch, quemando rueda por las calles de París. Puede que McQueen, como Ícaro, intentase volar demasiado alto. Pero todos merecíamos sentarnos a los mandos de esa carrera hacia el desastre, alcanzar ese estadio al borde de la muerte que, como han indicado muchos pilotos de la historia, te induce a una paz inmortal que lo justifica todo.