Tarzán se ahorca en su propia liana
David Yates dirige una nueva versión de las aventuras del famoso personaje literario de Edgar Rice Burroughs. La película mezcla tradición y modernidad con un resultado desastroso.
22 julio, 2016 02:46Noticias relacionadas
La leyenda de Tarzán es una serie de catastróficas desdichas. Sabe mal porque las razones de su existencia no parecen, en principio, malas: volver a leer a Edgar Rice Burroughs, regresar al pasado en busca del entretenimiento perdido, de una suerte de pureza en la aventura, intentar saltarse (intento fallido, claro) el patrón del cine comercial contemporáneo… Pero, pese a aciertos aislados que tienen que ver con el texto original (la serie de novelas de Burroughs) y con el oficio de su director, la película de David Yates bordea el despropósito. Y casi todos los desaciertos y disparates se deben, precisamente, a un diálogo obtuso entre pasado y presente.
Pese a aciertos aislados que tienen que ver con el texto original y con el oficio de su director, la película de David Yates bordea el despropósito
El arranque es éste: alejado desde hace años de la selva, Tarzán (Alexander Skarsgård) es ahora John Clayton III, Lord Greystoke, y vive en Inglaterra como un burgués junto a su esposa Jane (Margot Robbie). Invitado al Congo para ejercer de emisario del Parlamento, se reencontrará con su pasado y se encontrará con varias movidas. La leyenda de Tarzán prueba una cosa interesante: modernizar desde la mezcla. En vez de actualizar ciertos elementos del original literario de Burroughs, los coge tal cual y los cruza con elementos narrativos y, sobre todo, formales del cine comercial contemporáneo. Pero le sale fatal.
La combinación es insostenible y la película queda colgada en un limbo extraño. No es ni una adaptación clásica de las aventuras del personaje literario ni una versión modernizada. Es un cruce raro. Y esa desafortunada dualidad se refleja en un millón de cosas. Para empezar, en el protagonista. ¿Qué clase de Tarzán es ése? Indefinido, inexplicable, desorientado desde el minuto uno (tampoco ayuda el trabajo de Skarsgård, incomodísimo en el jardín en el que se ha metido). A ratos se ajusta al personaje de Burroughs, otros parece un superhéroe de saldo.
Tampoco es demasiado afortunada la lectura digital de la historia. Director de cuatro entregas de Harry Potter, entre ellas Harry Potter y la orden del Fénix (2007) y las dos partes de Harry Potter y las reliquias de la muerte (2010-2011), Yates no es ningún pardillo. Tiene tablas y pulso. La ejecución de las escenas de acción (pocas, la historia pide más) es correcta. Pero son insulsas, intercambiables y cero memorables, y, sin llegar a niveles de zapatiesta, los efectos digitales son excesivos. Ni siquiera el fin de fiesta, estampida de animales incluida, ofrece un espectáculo en mayúsculas. Obviamente, ni rastro de sentido de la aventura.
La leyenda de Tarzán es un buen ejemplo de blockbuster fallido, engendrado con buenas intenciones pero puesto en marcha sin tener muy clara la razón de hacer un filme así (se nota, para empezar, en la inconsistencia del guión escrito por Adam Cozad y Craig Brewer). Sus problemas principales son de concepto… pero no son los únicos. La película de Yates tiene otros males, como una tendencia insólita a la cursilería, a un romanticismo desajustado y demodé, un villano sin carisma (lo de Christoph Waltz volviendo una y otra vez al mismo personaje ya empieza a ser grave) y, sobre todo, un sentido del humor insuficiente y tontorrón. El que más sufre esto último es Samuel L. Jackson, convertido en escudero sin carisma y con poca gracia del desconcertado Tarzán.