Existe una ley no escrita en el cine. Si quieres ser tomado en serio tienes que hacer dramas. Parece una frase de Paquita Salas, pero es así. La comedia conecta muy bien con la gente, pero para recibir buenas críticas y algún premio importante mejor hacer llorar que reír. Sólo hay que pensar en los Oscar o en los Goya, ¿cuántos intérpretes han ganado el premio por una comedia? Poquitos. En los últimos 15 años sólo dos actrices (Jennifer Lawrence por El lado bueno de las cosas y Cate Blanchett por Blue Jasmine) y un actor (Jean Dujardin por The artist) lo lograron. En España el registro es peor: ninguno en las categorías protagonistas.
Al ver la estadística parece lógico que muchos cómicos salten en algún momento de su carrera al drama. Primero por retarse a sí mismos en un género que no dominan y que tiene un tempo radicalmente diferente, pero también en una búsqueda inconsciente de respeto que se les había negado injustamente. El último en probar suerte ha sido Dani Rovira, que hoy estrena 100 metros, en la que da vida a un enfermo de esclerosis múltiple -basado en Ramón Arroyo- que decide no rendirse y prepararse para hacer un Ironman, una de las pruebas físicas más exigentes que hay (consiste en recorrer 3,86 kilómetros a nado, 180 en bici y 42,2 a pie).
El actor es consciente de que la gente le da más importancia a las películas serias, pero él tiene claro que no ha elegido este papel por eso. “Siempre dicen eso de que hasta que un actor de comedia no hace un drama no se le considera un actor, y me parece una gilipollez, la verdad. Lo hago por mí, porque me parece una experiencia muy bonita”, aseguraba a este periódico. Rovira se mostraba cansado de estos tópicos, pero se lo tomaba “con humor”. Habrá que ver si su cambio de registro triunfa entre la crítica y los académicos en las próximas nominaciones a los Goya.
No es el primero, sólo sigue la senda de otros muchos cómicos que arriesgaron y ganaron con el giro dramático. El mejor ejemplo es Tom Hanks, que después de convertirse en estrella gracias a filmes desprejuiciados como Uno, dos, tres... splash, Esta casa es una ruina o Big, decidió que había que fruncir el ceño y convertirse en una persona seria. 1993 fue el punto de inflexión, en aquel año llegó Philadelphia y su carrera nunca volvió a ser la misma. Gracias al drama sobre un enfermo de sida de Jonathan Demme ganó su primer Oscar. Al año siguiente ganó el segundo con Forrest Gump -las enfermedades son otro atractivo para los premios. Desde entonces sólo en contadas excepciones ha vuelto a la comedia. Hanks ha estado nominado al Premio de la Academia en cinco ocasiones. Sólo una de ellas por una comedia, Big. Los propios académicos ratifican el tópico de que para ser considerado hay que actuar en un drama.
Los dos últimos años se han caracterizado por esa vena del actor. El puente de los espías, Inferno y ahora Sully bajo las órdenes de Clint Eastwood dejan claro que no quiere soltar el prestigio adquirido fuera de la comedia. Pero los humoristas siguen teniendo un payaso dentro, y aprovechan cualquier ocasión para dejarlo salir. La gente pedía a gritos que Tom Hanks desbarrara, así que mientras se curtía en estos dramas ha dado rienda suelta a su lado gamberro en el videoclip de Carly Rae Jepsen, I really like you, y hace una semana hizo a todos añorar sus años mozos en el mítico Saturday Night Live.
Otro de los míticos ejemplos de actor que tuvo que renunciar a su vis cómica para ganarse los halagos de la prensa y sus compañeros fue Robin Williams. Traicionó su histrionismo y sobreactuación para que hablaran bien de él. Todo el mundo recordará su gran actuación en El club de los poetas muertos, y lo harán por encima de otras igual de memorables pero menos serias como Good morning Vietnam o incluso el espectacular trabajo de doblaje que hizo con el genio de Aladdin. Por supuesto el Oscar llegó con otro de sus personajes dramáticos, el de El indomable Will Hunting.
La lista de actores que se dejaron arrastra al drama es infinita. Julia Roberts y Sandra Bullock tuvieron que afearse y abandonar cualquier atisbo de humor para que dijeran que son buenas actrices y, cómo no, la Academia se lo reconoció con un premio. Los galardones han llenado de complejos al cómico, que parece sentirse inferior por hacer reír en vez de llorar.
Quizás el mejor ejemplo para Dani Rovira no hay que buscarlo tan lejos. ¿Quién pensaba que Alfredo Landa era el inmenso actor que demostró ser antes de El crack y Los santos inocentes? Sí, había conseguido crear un subgénero, el landismo, pero nadie hubiera previsto que lograría ser nombrado Mejor actor en el Festival de Cannes tras verle en Manolo, la nuit, No desearás a la mujer del vecino o Vente a Alemania, Pepe. Los propios Goya le reconocieron por sus trabajos dramáticos y graves. Pero Landa no hubo más que uno y siguió apostando por la comedia. A él le gustaba hacer reír y ni un premio en el festival de cine más importante del mundo le quitaron las ganas de salir en filmes como Los porretas o series como Lleno, por favor. La prueba de que nunca está mal ponerse un poco serio, pero nunca demasiado.