Voy a ser muy tajante. Tanto que es posible que me corte a mí mismo. Ridley Scott dejó de interesarme a principios de los noventa. Exactamente después de Thelma & Louise, su última gran película. Ya está. Ya lo he dicho. Sé que ahora aparecerán los defensores de Gladiator, de Black Hawk Derribado, de Prometheus… Seamos honestos, esas películas forman parte de la historia del cine pero no son historia del cine. No han revolucionado nada, inspirado nada ni influido de manera determinante en otra cosa que no sea la taquilla. Son blockbusters de calidad.
Sospecho que el propio Ridley Scott lo sabe. Porque él no es un autor, es un fabricante de películas. No tiene un universo propio, ni un discurso personal, aunque haya quien quiera ver su sello detrás del tratamiento de la luz o la experiencia sensorial que persigue en sus películas. Eso no deja de ser una característica de un buen fabricante que dispone de los mejores materiales pero no identifica al autor. Creo que a partir de 1992, Ridley Scott decidió que el cine sería su manera de ganar dinero. Bastante dinero. Y eso demuestra su filmografía a partir de 1492: la conquista del paraíso.
Si pienso en Ridley Scott solo puedo destacar tres títulos: Alien, el octavo pasajero, Blade Runner y Thelma & Louise. Tres películas icónicas del siglo XX. Historia del cine. Por esos tres títulos rechazo el calificativo de ‘director sobrevalorado’ con el que sus denostadores intentan señalar su filmografía. Para mí, esas tres películas son más que suficientes. Ni siquiera productos tan deleznables como La teniente O’Neil pudieron inclinar la balanza hacia el lado oscuro. Pero… ¿saben ustedes quién es Dan O’Bannon? ¿Y David Peoples y Hampton Fancher? ¿Y Callie Khouri? Pues son los guionistas de esas tres obras maestras del siglo XX. Y nadie, excepto los muy expertos, recuerdan sus nombres.
No pretendo con ello restarle importancia al director de una película. De hecho Ridley Scott es el inventor del director’s cut, un montaje alternativo de la película con el que el cineasta, además de hacer negocio, muestra la cinta tal y como él la concibió, sin presiones de metraje, aunque todos entendamos, incluido él, que si esas imágenes se quedaron, en su momento, en la sala de montaje sería porque resultaban prescindibles ya en esa primera versión.
El debate de la autoría ya está superado. Lo que intento es hacerles reflexionar a ustedes, que me leen, de la importancia de comprender que las películas, las series de televisión, los documentales y los cortometrajes, no se escriben solos. Que aunque las productoras y los medios de comunicación les informen únicamente de los protagonistas de la película, aunque solo encuentren entrevistas con el director, aunque las portadas, las sesiones de fotos y los buenos salarios sean para las estrellas, aunque en esta columna apenas aparezcan guionistas, deberían ustedes invertir un minuto de su tiempo en buscar a los autores.
Los guionistas, salvo los directores/autores y contadísimas excepciones, siguen siendo los grandes ignorados de la industria audiovisual. Al contrario de lo que sucede en el teatro
Los guionistas, salvo los directores/autores y contadísimas excepciones, siguen siendo los grandes ignorados de la industria audiovisual. Al contrario de lo que sucede en el teatro, donde el nombre del dramaturgo aparece debajo del título de la obra, en el cine y en la televisión aún tenemos que esforzarnos para conocer el nombre de la persona que ha escrito esa historia. Tal vez si ustedes prestasen más atención a las personas que escriben, quizá entonces sería más sencillo dejar de ser invisibles.
Ahora tengo cargo de conciencia. Ridley Scott estrena hoy Alien: Covenant, una secuela de Prometheus que a su vez está concebida como una precuela de Alien, y estoy aquí disparando con mi tirachinas en lugar de dejar que el hombre estrene en paz. En el fondo soy un sentimental. No valgo para ser un Lannister. Por eso he pensado en algo que admire de la trayectoria de Scott, más allá de esas tres maravillosas películas. Y lo he encontrado: admiro su edad.
Habitamos unos tiempos en los que la juventud adquiere un valor muy por encima del que ya tiene por pura biología. Convertimos la juventud de una categoría intrínsecamente admirable cuando su único mérito es vivir. Tal vez mi propia edad me haya obligado a fijarme en los muchos reportajes y portadas que se le dedican a la juventud. ¿Por qué los medios de comunicación tienen la necesidad de hablar de jóvenes promesas y nunca le prestan atención a las promesas maduras? La juventud es un reclamo publicitario, una fuente de inversión. Compramos la crema antiarrugas que anuncia una joven sin comprender que su piel está tersa no porque use esa crema sino porque tiene veintidós años. Me atrevo a dejar por escrito que aunque la juventud sea un tesoro divino, hablar de ilusión, energía, belleza y sueños cuando se tienen veinte años es casi una redundancia. El mérito está en seguir manteniendo esa ilusión, esa energía, ese atractivo, cuando se van a cumplir cincuenta.
Digo esto porque quizá muchos productores de este país, redactores jefes de suplementos dominicales, directores de cadenas de televisión, deberían recordar que Walter Hill, David Giler y Gordon Carrol le ofrecieron a un director británico de cuarenta y dos años, que solo había dirigido una película y un cortometraje, la dirección de Alien, el octavo pasajero. Con cuarenta y cinco, Ridley Scott dirigió Blade Runner. Y con cincuenta y cuatro, Thelma & Louise. Alien: Covenant la estrena hoy a seis meses de cumplir los ochenta. No deberíamos pasar por alto ese dato cuando pensamos en apostar por alguien. En ocasiones las nuevas caras no tienen que ser necesariamente jóvenes.