Erasmus: espejismo millennial
La debutante en la dirección Elena Martín retrata en 'Júlia Ist' a una generación, la suya, tan consciente de su indiscutible potencial como de la dificultad de defenderlo en un contexto hostil.
16 junio, 2017 01:40Noticias relacionadas
Aunque es el 80% de la película, lo más interesante de Júlia ist no es el relato en sí mismo del Erasmus en Berlín de su protagonista, una estudiante catalana de arquitectura. Lo más interesante es cómo su directora, Elena Martín (protagonista de Les amigues de l’Àgata), eleva el relato de esa aventura con el prólogo (la preparación del viaje) y el epílogo (el regreso a casa). Todo gana en matices, todo cobra sentido. El debut de la cineasta podría haber sido un retrato juvenil del montón, bien hecho pero sin demasiada sustancia.
Pero el contraste entre esas dos Júlies, la que se va de casa un tiempo y la que regresa y descubre que todo sigue igual, encierra una observación interesantísima sobre una generación que va más rápido que los tiempos, que ve con una lucidez pasmosa (y dolorosa) cómo el contexto familiar, social y político frena o, mejor dicho, pospone sus ganas de construir y de hacer cosas.
En Júlia ist, protagonizada por la propia Elena Martín, el Erasmus se convierte en una especie de espejismo millennial. Pasa a ser un ensayo acotado en el tiempo de algo que, probablemente, todavía tardará en llegar (el abandono del nido materno, la independencia económica, los proyectos personales) y que, cuando llegue, quizá no sea tan excitante y resulte bastante más difícil. Habrá cambiado la energía, habrán crecido los problemas. Es una película de naturaleza autobiográfica y trazo realista, pero todo el rato planea sobre ella la idea de la fantasía juvenil. Y lo interesante es ver cómo directora y protagonista son totalmente conscientes de eso, de la caducidad de ese paréntesis vital complejo pero pleno.
De ahí la decisión de convertir a Júlia en una estudiante de arquitectura, lo que activa una hermosa metáfora sobre las ganas de construir y la sospecha de que su proyecto se quedará a medias. También la nostalgia de presente que transmite la protagonista todo el tiempo, la escena que cierra su estancia en Berlín (una fiesta en el corazón del bosque que se acaba convirtiendo en una especie de ensoñación) o la mirada final de Júlia ya en Barcelona.
Nacida como un trabajo de fin de grado de la Universitat Pompeu Fabra, Júlia ist no es una propuesta novedosa o inesperada. Ni en el fondo ni en la forma. Se resiente del miedo a olvidar algún tema, lo que la hace caer en determinados clichés. Y, aun rodada con cierto estilo, se echa de menos una caligrafía más personal. Pero está viva y te la crees. Elena Martín firma una película de apariencia sencilla pero extraordinariamente ajustada, y escribe un buen personaje femenino. Puedes querer a Júlia o no aguantarla (como puedes soportar el moderno microcosmos berlinés donde se refugia o detestarlo).
Afortunadamente, la preocupación de la directora no es hacer que la protagonista te caiga bien, sino que la conozcas. Y su esfuerzo por entenderla y explicarla es evidente. Júlia es maravillosa e insoportable, Júlia es un manojo de dudas, Júlia es contradictoria, Júlia es muy consciente de su realidad, Júlia es talento y es futuro. Y la posibilidad de conocerla en esa suerte de espejismo, en ese ensayo de lo que vendrá si el contexto no la devora en el trayecto, es un regalo.