Si hay una estrella atípica en Hollywood, ésa es Harrison Ford. Y no sólo porque exista una araña bautizada con su nombre (la Calponia harrisonfordi), algo difícilmente superable, sino porque a veces parece que sea estrella a su pesar. Si a eso sumamos el éxito que está viviendo la resurrección de sus papeles más antológicos (cierto en el caso del Han Solo de Star Wars, previsible en el del Rick Deckard de Blade Runner, mucho más discutible en el de Indiana Jones), tenemos que llegar a la conclusión de que lo suyo quizá sea una victoria contra todo pronóstico.
Porque aunque a sus 75 años haya salido del aislamiento de su rancho en Wyoming para promocionar la esperadísima Blade Runner 2049 que hoy llega a nuestros cines, repitiendo en cada país el numerito en el que juega a ser el anciano que parece olvidarse del nombre de su coprotagonista Ryan Gosling (es lo que tienen internet y las redes sociales, que te pillan aquello de lo que antes no se enteraba nadie), los cinéfilos más talluditos o con mejor memoria saben que, en realidad, su papel protagónico en la cinta original de Ridley Scott nunca le despertó mayor entusiasmo.
Blade Runner, la original, la de 1982, es uno de esos casos, como pasó con Casablanca, en los que su mera existencia es casi un milagro. Durante el rodaje se sucedieron todas las complicaciones posibles, de cambios continuos de guión a despidos de personal creativo para ser sustituidos por otros, lo que probablemente contribuyó a la batalla diaria en que se convirtió la relación entre Scott y sus colaboradores británicos frente al grueso del equipo, que era norteamericano. Algo que se contagió igualmente a la dirección de actores; tan perfeccionista como un Kubrick, el por entonces joven prodigio (venía del inesperado éxito de Alien) torturaba a sus actores con inacabables repeticiones de tomas y un trato, como mínimo, poco respetuoso.
Caldo de cultivo perfecto para un Harrison Ford al que no acompañaba tampoco la etiqueta de "fácil". Ya en senda de despegue por el éxito de sus papeles en Star Wars y el blockbuster que le daría su papel protagónico como Indiana Jones en En busca del arca perdida (pero que aún no se había estrenado cuando aceptó trabajar con Scott), quizá su intención al participar en Blade Runner buscaba añadir otra muesca a sus papeles como héroe de acción en una historia de ciencia ficción. El único problema era que Rick Deckard, el cazador de replicantes, era en realidad un personaje oscuro, atormentado, un digno heredero de los grises protagonistas de las obras de Raymond Chandler. Tanto es así, que en ningún momento de la película asomaba su sonrisa con un punto gamberro, una de sus señas distintivas en las cintas que le convirtieron en estrella.
Su distancia con Blade Runner fue sólo comparable a la mala relación que mantuvo con la inestable Sean Young, a la que llegó a maltratar en la mayoría de las escenas que compartieron, e incluso hubo rumores de que cuando tuvieron que rodar la escena romántica el maltrato fue bastante más que psicológico. Ford se quejó constantemente de que no entendía a su personaje ni lo que sucedía en una cinta que, a pesar de su alto presupuesto, se parecía cada vez más a una de ciencia ficción metafísica soviética.
Su cariño tampoco se prodigó, precisamente, una vez que la película vivió un estrepitoso fracaso en taquilla al estrenarse coincidiendo con el megaéxito de E.T. A lo largo de los años, estuvo ausente de documentales en los que hablaban todos los que participaron en la película, menos él; y tampoco jugó papel alguno en el lanzamiento de los nuevos montajes de 1997 y 2007. Misteriosamente, el rostro protagonista de la que se convertiría en una de las cintas más influyentes de todos los tiempos parecía querer guardar las distancias con la que ya todo el mundo coincidía en calificar como obra maestra.
Y sin embargo, Ford es probablemente una de las últimas estrellas de tipo clásico que aún siguen en el firmamento de Hollywood. Una estrella rara porque apenas tiene en su haber otra cosa que ser el rostro de personajes ya icónicos del cine, sin necesidad de que su vida privada u otras monsergas le hagan pisar los platós de televisión, más allá de las (cada vez más) obligadas promociones. No está mal para alguien que, no lo olvidemos, dejó atrás a muchos de sus compañeros de casting de sus cintas más emblemáticas. Hablan de la maldición de las marcas que aparecen en Blade Runner, que en su gran mayoría desaparecieron tras aparecer en la película, pero para maldición la de los Mark Hamill, Sean Young o tantos otros con los que Ford compartió cartel. Que tomen nota Ryan Gosling y Ana de Armas.