Es curioso cómo la adaptación tan literal de una novela puede estar tan despojada de lo que hace valiosa a esa obra. Dirigida por el francés Xavier Gens, La piel fría reproduce con fidelidad, respeto y, sí, evidente ternura la historia imaginada por Albert Sánchez Piñol en su aplaudida novela. Pero, quizá por miedo a traicionar el original o por creer que un texto tan brillante y con tanto potencial cinematográfico podía mutar en imágenes casi por arte de magia, sin la necesidad de una buena intervención, sus responsables han recreado el armazón del libro pero han diluido sus profundidades.
Autor de una filmografía algo destartalada en la que destaca Frontière(s) (2007), una de las películas que hace aproximadamente una década pusieron de moda un nuevo cine francés de terror frontal y muy extremo (digo moda porque, por desgracia, quedó en un paréntesis aislado), Gens rueda sin brillo pero con solvencia la historia de dos hombres retirados en una isla remota (David Oakes y Ray Stevenson) y expuestos a una misteriosa amenaza marina. La dirección de La piel fría, proyecto que ha cambiado de manos a lo largo de los años, es monótona y poco personal, y no hay en ella ni hallazgos ni destellos visuales.
La potente atmósfera del libro es aquí una simple neblina, las (pocas) escenas de acción dan el pego pero les falta contundencia y nervio, y hay cierta falta de coherencia entre las secuencias fantásticas (de la artesanía y el efecto de maquillaje al CGI más tosco), a su vez muy poco espectaculares. Pero, aun siendo rutinaria en las formas y a pesar de carecer de brillos, no es una propuesta destartalada. Es simplemente insulsa, sencillamente anodina.
El verdadero problema de La piel fría, a la que también hace flaco favor un reparto entre desaprovechado (caso de Aura Garrido) y poco carismático (todos los demás), es su absoluto (e involuntario) desapego de los puntos fuertes de la novela de Sánchez Piñol. Escrita por los guionistas Jesús Olmo y Eron Sheean, la película de Gens está exenta de las profundidades, los pliegues y los matices del libro en el que se basa. Por un lado, sus temas principales están simplemente apuntados. Por otro, sus misterios están tan expuestos que dejan de ser misterios: no hay margen para la insinuación, el secreto y la fascinante ambigüedad de la novela.
La piel fría tiene algo hermoso, su defensa de un cine de aventuras clásico y poco contagiado de las dinámicas del fantástico contemporáneo: la película de Xavier Gens no es ninguna maravilla pero va por libre. Pero es imposible no echar de menos el resplandor de la novela. Cuenta lo mismo pero de una forma muy mecánica, sin alma. Es imposible detectar en ella la habilidad con la que Sánchez Piñol habla de la fascinación y la atracción por lo desconocido, la maestría con la que describe un trayecto a la locura y, sobre todo, su atrevimiento al exponer (de una forma extrañamente física, sensual y sexual) un triángulo romántico con un ángulo desconocido y monstruoso.