La guerra es el mejor escenario (al menos cinematográfico) para una buena historia de amor. Con el mundo cayéndose a trozos la gente se enamora, y claro, todo sale mal. Cuando uno piensa en dramones románticos en tiempos bélicos siempre sale el mismo nombre: Casablanca. Ahí estaban las claves de todas las películas que vendrían después y que hablaran de amores condenados a acabar en tragedia.
Parecía que con la caída del nazismo todo sería más fácil, pero llegó otra guerra, la guerra fría. La batalla entre comunismo y capitalismo se enquistó hasta el extremo. Sus consecuencias llegan hasta ahora, y en países como Polonia, donde el comunismo reinó durante décadas, fueron también devastadoras. En ese caldo de cultivo de una posguerra que tendría que ser feliz, pero que se convierte en el peor de los escenarios posibles, es donde ambienta su nueva película Pawel Pawlikowski, el director de Ida que compite por primera vez por la Palma de Oro, y que estará con toda seguridad en la lista de los favoritos a llevársela.
Cold War es un drama de amor en tiempos de guerra que le confirma como un director sobrio, capaz de radiografiar la historia de su país y sus personajes con su preciso bisturí, además de poseedor de una de las puestas en escena más apabullantes del cine actual. Recurre, como en su anterior obra, a un blanco y negro tan elegante como asfixiante. Su nuevo título acaba con una dedicatoria: a mis padres, y es ahí donde todo cobra sentido. La historia de estos amantes malditos que durante la guerra fría se juntan, separan y hacen de su vida un infierno, es la de sus progenitores. Al menos en gran parte, como confesó en la rueda de prensa posterior a su pase en Cannes, donde fue recibida con una cerrada ovación.
“Hay muchas cosas en común entre esta pareja y mis padres, hasta los nombres… ellos ya fallecieron así que incluí sus nombres. Ellos se enamoraron, se juntaron, se separaron, se casaron con otras personas, tuvieron que irse a países separados… no es el mismo retrato, pero la mecánica de su relación es la misma”, ha contado el realizador de Cold War, que cuenta la relación de amor entre un músico que selecciona jóvenes para realizar propaganda a través del folclore polaco, y una de sus alumnas.
En estos días es difícil contar una historia de amor porque hay muchas cosas que te distraen, empezando por los móviles. Hay demasiado ruido para enamorarse
La película funciona como un musical, y su banda sonora describe los dos lados del espejo de esta relación de amor: el comunismo y el capitalismo. Las canciones regionales típicas frente al jazz, y cómo todas ellas sirven para intentar dominar el mundo de alguna forma e imponer un discurso único. Estos amantes se darán cuenta de que su historia es imposible en la Polonia comunista, pero sufrirá los mismos avatares en el liberalismo económico que él tanto anhela. Todo ello narrado sin subrayados, con el poder de la imagen y de la construcción extrema del plano hasta convertir cada uno de ellos en auténticos cuadros.
La historia ha estado dentro de él muchos años, y fue rodando Ida cuando se dio cuenta de que estaba capacitado para contarla. “Es una historia de amor compleja, y allí me di cuenta de cómo elípticamente y de una forma directa podía contar esta historia tan complicada de una forma similar. Han sido tres años dedicada a ella, pero como en todos mis guiones ha estado mucho tiempo aparcado, luego he vuelto a él, he añadido elementos nuevos, ha crecido y decrecido… siempre tengo cuatro historias que contar”, ha dicho a los periodistas, y confirmado que su adaptación de Limonov “está todavía lejos de ser una realidad”.
Amor en tiempos de móvil
Pawel Pawlikowski ha defendido la guerra como el mejor escenario para una historia de amor imposible, “porque hay muchos obstáculos alrededor y el amor se trata de superar obstáculos”, pero se ha mostrado pesimista y cree que la sociedad moderna es peor aún para enamorarse. “En estos días es difícil contar una historia de amor porque hay muchas cosas que te distraen, empezando por los móviles, y no se ve a la gente que hay al lado. Hay demasiado ruido para enamorarse, y no nos enteramos de que el resto del mundo existe”, ha apuntado.
A pesar de su añoranza de tiempos más sencillos, ha querido dejar claro que su cine no es nostálgico, y que por nada del mundo echa de menos a Stalin, pero sí “la simplicidad del mundo y de una gente que no tenía tanta información, tanto ruido. Las imágenes y los sonidos, cuando los buscas para una película, vienen del bolsillo de los recuerdos, pero no me gusta la nostalgia para hacer películas”.
Cold War es una crítica al comunismo y la dureza con la que se defendió en Polonia, pero adopta una equidistancia que hace que siempre el capitalismo sea el reflejo perverso de una misma realidad. Pawlikowski ha respondido sobre qué significa para él ser polaco y contar la historia de su país, y ha dejado claro que “la patria no la veo de una forma nacionalista y muy amplia, para mía es mi cultura, la lengua, el sitio donde nací y que me marcó, es importante para una película tener una patria”.
Como en Ida, aquí hay poco sitio para la esperanza y el optimismo, todo es tan gris como su fotografía y tan seco como sus diálogos. No lo niega, y confiesa que se define como “fatalista”. “Creo que la vida es un desastre en general, y por eso el destino es un personaje más de mis películas, me preocupa mucho el destino, es una cuestión filosófica y una paradoja la forma en la que nos relacionamos con él, porque cada elección que tomamos tiene unas repercusiones enormes”, ha zanjado antes de abandonar la sala de prensa con la sonrisa de favorito a la Palma de Oro.
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