Son varias las películas que se han estrenado en las últimas semanas en las que se aborda el papel de la mujer poderosa, las reinas, en la Edad Moderna. En La favorita, una de las grandes candidatas al Oscar, Yorgos Lanthimos ahonda en las tramas homosexuales que rodearon la corte de una Ana Estuardo hostigada por las desgracias —vio morir a sus 17 hijos—, mientras que María, reina de Escocia trata la rebelión de otra Estuardo contra la supremacía masculina y su alianza imposible, boicoteada por sus propios vasallos, con su prima, Isabel I de Inglaterra.
A las salas españolas llega este viernes otro filme histórico, Cambio de reinas, con protagonismo femenino, de personajes más conocidos para nuestra historia y que retrata un episodio secundario pero del que se desprenden muchos vicios del absolutismo. Se trata de un intercambio de mujeres, de princesas, convertidas en cromos para consolidar una alianza política. España y Francia se habían matado durante muchos años en los campos de batalla de toda Europa y, tras la llegada del primer Borbón al trono español, se encomendaron al amor impuesto de cuatro niños para evitar una nueva guerra.
La operación matrimonial la puso en marcha Felipe II de Orleans, nieto del Rey Sol y regente de Francia durante la minoría de edad de Luis XV, al término de la Guerra de Sucesión (1701-1713). Decide mandar a su hija Luisa Isabel de Orelans a la corte de Felipe V para casarla con el primogénito de este, Luis I. A cambio, el monarca español —también de origen francés, hijo del Gran Delfín— ha de entregar a su pequeña de 4 años, la infanta Mariana Victoria de Borbón, para que contraiga matrimonio con Luis XV, de 11. Unos niños esclavos de la política que se convierten en peones de ese ajedrez del poder.
Y como siempre ha sucedido a lo largo de la historia, las mujeres, las niñas, fueron las grandes damnificadas de estos acuerdos: son las que tienen que abandonar su hogar, el amparo de su familia —unos padres más apegados al trono y a los intereses del reino que a su propia sangre— y adaptarse a la nueva cultura. Da igual que Luisa Isabel, con 12 años, sea una rebelde, se deje gobernar por la locura y la anarquía; y que Mariana Victoria muestre un comportamiento mucho más comedido, educado y, en definitiva, de claudicación ante el marido impuesto. Ambas resultan marionetas para certificar la alianza.
"En aquella época, los niños eran materia prima de negociación entre los distintos Estados", explica a este periódico Marc Dugain, el director francés de Cambio de reinas. "Era un doble castigo verdaderamente terrorífico: en el caso de Mariana Victoria vemos a una niña de cinco años separada de sus padres, enviada a un país que no conoce, donde la miran como a una extranjera, casada con alguien que no conoce y obligada a tener hijos hasta dar un descendiente varón. Es como los pollos de crianza hoy en día...".
La película enfrenta también las dos formas que tienen Luisa Isabel, interpretada por Anamaria Vartolomei, y la infanta de España (Juliane Lepourea) de afrontar una decisión irrevocable. Mientras que la primera reacciona con indisciplina a su viaje a España —"Entre la muerte y ser la reina de esos beatos infames, ¿cuál debo elegir?", dice en un momento—, la segunda agacha la cabeza al afrontar el mero papel reproductor que le corresponde a su llegada al palacio de Versalles: "El rey no quiere nada de vos y os mandará como amo y señor".
Contrastes entre las cortes
Dugain dirige una adaptación de la novela de Chantal Thomas, L'echange des princesses, dominada por la ficción, con la que no quiere llegar "al campo de la verdad, sino al de la realidad". Otro de los temas que predomina durante la hora y media de cinta es la omnipresencia de la muerte, personificada en la figura de Luis XV, cuya familia, prácticamente en su totalidad, murió a causa de la viruela. "A partir del momento en el que el poder está basado en el nacimiento, también está basado en la muerte. Todo el que muere es un lugar que hay que venir a ocupar. Cada muerte crea un nuevo contexto político", reflexiona el director.
Atrae la historia, apoyada en una fotografía y un vestuario preciosista, pero desprende cierto aroma partidista al retratar a la corte francesa como una sociedad más exquisita y culta, más luminosa que la de Felipe V —no hay que olvidar que también era francés—, en la que dominan sus excentricidades —era paranoico, enemigo de la higiene, adicto al sexo y obseso por la sangre—. También se incide en ese supuesto carácter bárbaro de los españoles recurriendo a topicazos como los crímenes del Santo Oficio.
"Bajo la regencia de Felipe II de Orelans Francia evolucionó mucho en cuanto a libertad, moralidad sexual, religión... España, por otra parte, era todavía muy dura, muy rigurosa y existía todavía la Inquisición", explica Dugain, aunque matiza sus intenciones: "La Inquisición fue una realidad, pero en Francia también se mató a gente. Francia era más flexible pero eso no convierte a España en una nación bárbara".
Al final, la muerte se interpuso en el camino de las reinas, fue más poderosa que el deseo y las argucias políticas de los hombres: murió Luis I 229 días después de ser nombrado rey y su madre envió a Luisa Isabel de vuelta a Francia. También la corta edad de Mariana Victoria supuso un obstáculo insalvable al no poder engendrar descendientes. Los franceses no querían a una niña tan pequeña y de una patada la devolvieron a España. Años más tarde se convertiría en reina de Portugal.
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